21 de agosto de 2012

TEOLOGÍA PAULINA

     LOS SEIS PUNTOS FUNDAMENTALES DE LA TEOLOGÍA PAULINA 

Introducción

  “El Apóstol de las gentes, al trazar sus esquemas teológicos de redención por la sangre de Cristo, no hace sino explicitar la doctrina comúnmente aceptada por el kerigma apostólico. Y con su genio teológico sintetizador, acude a nociones bíblicas antropológicas, e incorpora a sus argumentaciones otras tomadas del ambiente helénico. No es fácil establecer delimitaciones conceptuales en una mente como la de Pablo, que fundamentalmente pensaba con categorías hebraicas, pero que al mismo tiempo, para hacerse entender de los fieles helenistas, echaba mano de conceptos ambientales griegos, como lo hizo en su sermón en el areópago, donde juega con las nociones filosóficas de una teodicea rudimentaria y con las deducciones de la revelación bíblica”[1] 

  Pablo no tenía los esquemas jurídicos o de tradiciones que tiene la vida religiosa hoy, después de veinte siglos de experiencia cristiana, pues es innegable que sabemos y tenemos muchas cosas que él no tenía. Por ello, no podemos ver la vida religiosa como la veía Pablo. Pero sí vemos en Pablo una fuerte experiencia de vida religiosa; y es protagonista e inspirador de ella, pues aunque no encontremos en él las formalidades de esta vida, si encontramos la sustancia. Así es, que la enseñanza no corresponde a las formas, sino al núcleo, a la esencia de la vida religiosa. “Vemos en Pablo una propuesta de vida religiosa. Encontramos en él la esencia de la esa vida. En la escuela de Pablo podemos aprender muchísimo”[2].

  Pablo quiere un cristianismo pleno. El es el hombre del futuro, de la radicalidad. “Resulta especialmente atractivo, porque deja entrever un tipo de vida que supera los estancamientos, las componendas, la superficialidad que pueden acechar a la vida consagrada, con el riesgo de rebajar el nivel”[3].

  A continuación, vamos a ver cuál es su horizonte teológico-bíblico, y cómo se presenta en los seis puntos fundamentales de su teología.

1. Proyecto de Dios

  El primer proyecto de la teología paulina es hacer hincapié en el “proyecto de Dios”. Precisamente porque la iniciativa de salvación arranca del Dios único, se sigue que tiene una proyección universal hacia todos los hombres[4]; así, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay más que un Dios y Mediador, Cristo, entre Dios y los hombres[5].

  San Agustín afirma que fuera de Cristo, “Camino universal de salvación que nunca ha faltado al género humano, nadie ha sido liberado, nadie es liberado, nadie será liberado”[6]. Y el Concilio Vaticano II, propone así lo que es patrimonio de la fe cristiana: “Cree la Iglesia que (…) no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea posible salvarse”[7].

  Existe un proyecto de Dios que atañe a toda la creación. Es la redención, toda la historia de la salvación, y todo el destino que tiene cada hombre en esa historia. Pablo dice que nada ocurre por casualidad. Dios en su eternidad, -Él que es todo puro-, tiene una idea en sí mismo, piensa en la creación del mundo, una creación en líneas generales. Luego crea a los hombres para que sigan un camino, y tiene un proyecto para cada uno de ellos. Antes de que existiera el mundo, antes de que existieran Adán y Eva, Dios tiene en su mente divina un “gran proyecto”. Quiere crear un mundo, un mundo cósmico, con todo lo que conlleva: estrellas, tierra, etc., y en este gran mundo cósmico, poner en primer lugar al hombre, con todo lo que significa esta palabra; pues no se trata de un hombre, en términos generales, sino en el primer plano, y a cada persona en el centro, con su proyecto, con su vocación, con su tarea a realizar.

  Efesios. 3, 14-21. San Pablo pide a Dios que fortalezca a los cristianos, que habite por la fe en sus corazones y que puedan comprender la dimensión del amor de Cristo predicado por él, de forma que crezcan hasta la plenitud de Dios. La inmensa grandeza del misterio de Cristo se expresa con un esquema bien gráfico: una cruz cuyos brazos se extienden en las cuatro direcciones, buscando abrazar al universo entero. “por el Verbo de Dios, todo está bajo la obra redentora, y el Hijo de Dios ha sido crucificado por todos, y ha trazado el signo de la cruz sobre todas las cosas”[8].
  Es un “proyecto de Dios”, es una idea de Dios -y como bien dice la carta a los Efesios-, es un mundo que Dios mira con gozo, que le encanta, le entusiasma toda la creación, y decide realizar este gran proyecto de redimir al hombre.

1. 1 Aplicado a la vida religiosa

  En este gran proyecto de Dios que conlleva la redención, la salvación, todo lo que tiene el hombre, destacamos el elemento “vida religiosa”. ¿En qué sentido? Dios en este gran marco creativo: el universo, el hombre, cada hombre, cada persona, llama con una vocación especial a algunas personas a la vida religiosa.

  Este proyecto que le encanta a Dios, que le entusiasma, (que es la creación y los hombres) interesa -de una manera especial- a la vida religiosa, porque ella está marcada por una iniciativa particular, especial, que es la vocación específica a la vida mística. Así que, podemos decir, que la vida religiosa a la luz de este proyecto, es especialmente querida y saboreada por Él, le da gozo y alegría, y emerge una punta, una cima, algo que se distingue, “esa vocación específica a la vida religiosa, como proyecto de Dios”.

2. El anuncio del Evangelio

  “No se puede separar el Evangelio anunciado por Cristo del Evangelio cuyo objeto es el mismo Cristo. En San Pablo, encuentra su unidad en lo que llama el misterio, que para él, significa ante todo la cruz de Cristo como secreto último de la sabiduría de Dios. En este misterio, al término de la historia human atravesada por su intervención salvadora, nos descubre todo su designio al descubrirnos y comunicarnos lo más íntimo de su propio vida, su amor[9]. “Conocer la historia de la salvación y el misterio de Cristo es darse cuenta de la magnitud del amor de Dios. Ahí está el fundamento de la vida cristiana”[10].

  Pablo usa el término Evangelio como se usaba en la Iglesia antigua de Antioquía, pero él lo enriquece con su experiencia. En 1Co 15,1-11, nos recuerda el Evangelio predicado desde el primer momento por los Apóstoles, en el que se confiesa que Jesús murió, fue sepultado y resucitó al tercer día (vv. 1-4). Las aspiraciones (vv. 5-8) son la prueba más contundente de la realidad de la resurrección y, a la vez, constituyen la legitimación de los Apóstoles, también de Pablo, puesto que todos ellos son “testigos de la resurrección de Jesús”[11].

  “El punto de partida para San Pablo va a ser la resurrección de Cristo (v.1-11); de ahí deducirá, como consecuencia inevitable, el hecho de nuestra resurrección. Comienza recordando a los Corintios el hecho cierto de la resurrección de Cristo, hecho, dice, del que no les habla ahora por primera vez, sino que ya antes sirvió de base a su predicación entre ellos (v.1) y con cuya aceptación han entrado en el camino de la salud (v.2). También él, a su vez, ha recibido (v.3); eso que les transmitió[12], es a saber, que Cristo murió por nuestros pecados, y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras… Hermosa síntesis que constituía la sustancia de la predicación de Pablo, y que además, afirma ser la misma que la de los Apóstoles (v.11)”[13].

  “El Evangelio contiene toda la riqueza de Cristo que da su vida por nosotros, y que no sólo da su vida por nosotros, sino que para Pablo resucita por nosotros. La resurrección, la ve Pablo con este enfoque especial, específico. No es simplemente un hecho que atañe a Cristo personalmente, sino que es un hecho que repercute en cada hombre. La resurrección -aunque parezca un poco paradójico- tiene un enlace salvífico para con nosotros. El Evangelio es ante todo el anuncio de la muerte de Cristo por nosotros, por nuestros pecados. La muerte de Cristo aplicada a nosotros, no sólo perdona los pecados, todos los pecados posibles, sino que al ponerse en contacto con su muerte salvífica, se anulan, se eliminan, ya no existen”[14].

  Así lo dice en la epístola a los Romanos 6, 7: porque el que muere ha quedado absuelto del pecado. Así que, el pecado ya no existe y Pablo nos dice en el versículo 11 de esta misma carta: vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

  Esta liberación-destrucción de nuestros pecados, tenemos que aceptarla con agradecimiento. Podemos pedir perdón, pero más que insistir en el perdón que ya tenemos, Pablo nos dice que hemos que insistir en la parte positiva, en la otra parte del Evangelio que es el anuncio de la resurrección de Cristo: Cristo murió por nosotros y Cristo resucitó por nosotros[15]. Insiste mucho en esto y es justo, porque una vez alcanzados por el bautismo, tocados por los sacramentos, tenemos la sobreabundancia de su gracia.
  Vemos esta perspectiva positiva que viene de la participación en la resurrección, de la vitalidad de Cristo resucitado. Y luego Pablo nos explicará mejor esto, que conlleva una participación en todo lo que es la vida en Cristo, el amor por Él, oblación de Cristo, el entusiasmo por su Padre, el entusiasmo de Él por la salvación de los hombres. Todo el gozo que Cristo quiere dar y entregar. La resurrección nos sitúa precisamente en este contexto.

  Realizada la liberación del pecado, y por la participación en la resurrección de Cristo que se desarrolla cada día en nuestra vida, podríamos decir: “esto es como un camino hacia una cumbre preciosa, un camino que nunca termina, porque siempre hay algo nuevo, siempre hay algo bello, siempre hay algo que nos queda por ahondar o descubrir”[16].

  Este “gran proyecto de Dios” -nos dice Pablo-, se pone en contacto con los hombres a través del “anuncio del Evangelio”, es decir, “que cuando a los hombres se nos dice: mira, está a tu disposición el Hijo de Dios que dio su vida por ti, que resucitó en esta plenitud, en esta totalidad de vida siempre para ti. ¿Lo quieres? ¿Lo aceptas? ¿Te abres a este don de Dios en tu vida? Si le respondes en positivo, pues entonces será una aceptación en la fe, y la persona que ha recibido el anuncio del Evangelio, se abre a la vida de Dios, e inmediatamente queda destruido el pecado. Seguidamente empieza esta participación plena en la vitalidad de Cristo resucitado, y en su resurrección, comenzando una vida nueva, la vida del Espíritu”[17].

2. 1 Aplicado a la vida religiosa

  Y aquí también nos preguntamos si esta perspectiva teológica-bíblica general, tiene un sentido para la vida religiosa. Sí, y un sentido muy claro, es decir, que aquí hallamos un plus. “La vocación a la vida consagrada, en la óptica de Pablo, se sitúa en este marco general: es un nuevo nombre, con un contenido específico, que la persona llamada recibe con alegría. Esta vocación posee este carácter compacto y total. Por tanto, la totalidad de energías humanas de la persona habrá de centrarse en la comprensión y la realización gozosamente creativa del nuevo nombre recibido”[18].

  Si la vida religiosa conlleva un plus, “ese plus”, es la plena confianza en el perdón de nuestros pecados. Sería un error dedicar tanto tiempo a pedir perdón a Dios por nuestros pecados, porque el perdón ya nos lo ha dado, ya nos ha absuelto, y lo que tenemos que hacer es darle las gracias por su perdón. Debemos confiar plenamente en Él y hacer todo lo posible porque el pecado no sea problema, un problema que nos absorba, que consuma nuestras energías. Pero siempre, por supuesto, con esa atención al pecado, con esa prudencia, con esa prontitud y adhesión a Cristo. Porque si hay una adhesión plena a Cristo, una aceptación plena de su Evangelio, el pecado no será para nosotros un problema, nuestros pecados ya no existen, los ha borrado Él, los ha cogido y los ha destruido con su muerte, los ha hecho morir. Y esto hay que subrayarlo porque podrían llegar corrientes de ansiedad, miedos, incertidumbres. ¿Qué ocurrirá cuando estemos frente a Dios? Frente a Dios, yo soy un ser amado, que me ha dado el “don de Cristo”, me ha borrado mis pecados.

  En la vida religiosa encontramos precisamente esta participación dinámica en la resurrección de Cristo. Toda la vida religiosa se basa en un don, “un don de sí”, siempre, por supuesto, según Pablo. Un don que retoma el don que Cristo ha hecho de sí mismo. Ellos participan y comparten estas características positivas y luminosas de vida plena, típicas de la resurrección de Cristo resucitado, aplicándolas a su vida.

  El Evangelio es para todos los cristianos, no sólo para los religiosos. Pero éste, tiene que asumir en la vida religiosa una mayor radicalidad, una totalidad y una plenitud particular, especial. Podríamos decir que, si se perdieran los Evangelios escritos, su vida debería permitir que se volviesen a escribir. La vida de todos los cristianos -pero de manera especial la vida de los religiosos- debería ser una expresión viva del Evangelio, y mirando a las personas consagradas, la gente tendría que decir, “ésta forma de vida, que están viendo, es el Evangelio”. Lo que encontramos en el Evangelio: muerte y resurrección de Cristo, con todas las implicaciones, debería haberse reflejado, aplicado, incrementado en la vida religiosa, como un Evangelio vivido plenamente.

  “El pensamiento del Apóstol es claro. Participar por el bautismo en la muerte de Cristo, significa hacernos uno con Él y morir al pecado. Ahora bien, quien participa en la muerte de Cristo, participará también en su resurrección. ¿Cómo?, primero, empezando a vivir ya desde esta tierra una vida nueva, una vida espiritual, según el Espíritu, conducida por Él, (así son conducidos ellos por el Espíritu), y después, mediante la resurrección gloriosa al final de los tiempos”[19].

3. La Fe

    Tras el gran bloque literario del Evangelio nos encontramos con el tercer gran bloque de la teología paulina, el bloque de la fe, que es la respuesta al Evangelio. “La fe nos abre el camino de la salvación, por el que deben venir todos los hombres a ella, a Cristo”[20], Pues previendo la Escritura que por la fe justificaría Dios a los gentiles, pronunció de Abraham: en ti serán bendecidas todas las gentes[21].

  Nada más importante en el cristianismo que el tema de la fe. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se conoce a los cristianos con el término de los creyentes[22]. Si para el cristiano la clave de la salvación es Cristo, el acceso a ésta, proviene de la fe. Por otro lado, “la teología es la fe que trata de comprender”, como decía san Anselmo[23]. Pero a veces se ofrece una interpretación subjetiva de la fe fuera de la Escritura, la Tradición y el Magisterio. Más frecuente todavía es el peligro de reducir la fe a una experiencia al margen de la razón, perdiendo la posibilidad de diálogo con los no creyentes. José Antonio Sayés aborda la fe con una perspectiva histórica, desde la Biblia hasta nuestro tiempo, y sistematiza, ofreciendo las tres dimensiones de la fe: confesionalidad, racionabilidad y sobrenaturalidad; y aportando respuestas nuevas y originales en el problema de la relación entre fe y razón[24].

  ¿Qué es la fe para Pablo? La fe para Pablo tiene cuatro niveles de desarrollo, cuatro niveles sucesivos.
  Primer nivel. El primer nivel de la fe es la apertura de nuestra puerta al anuncio del Evangelio. El Hijo de Dios ha dado su vida, ha muerto por ti, y en esta plenitud de vida y de resurrección, quiere entregártela, está a tu disposición ¿Qué haces?, ¿quieres o no quieres? Si no quieres, tu vida será una vida de fracaso. Si en cambio, se abre al anuncio de este don del Evangelio, la puerta se abre, que es “la puerta de la salvación”. Esta será la fe en el primer nivel, la que vemos en la primera carta a los Corintios 15, 1-11. En el v. 11, termina diciendo así: …Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Nosotros os anunciamos este Evangelio y vosotros lo habéis aceptado. Es como una apertura, es abrir de par en par la puerta al anuncio de la Buena Nueva, es dar un sí pleno y total a Dios.

  Segundo nivel. Hay un segundo nivel de fe muy importante, que es la acogida del Evangelio, pero una acogida continuada y realizada a lo largo de toda la vida. Un acogida permanente.

  Pablo nos dice en la carta a los Gálatas: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí[25]. Así que, junto a la vida normal, a la vida física, a la vida natural de Pablo, hay otra vida, unidas la una a la otra, que es la vida cristológica, es Cristo quien vive en mí[26]. Cristo por lo tanto, se insinúa en mi vida, y vive en mí. Pablo sigue siendo un hombre sencillo (no es ningún exaltado, ningún soñador, ningún loco), y nos dice que vivimos como cristianos, y que nuestra vida es igual a la de los demás hombres. Somos por lo tanto débiles, frágiles, etc., con todas las características humanas. Pero en esta vida, precisamente humana, Pablo nos dice que, no vive él, sino Cristo. La vida que vive presente en la carne, la vive en la fe del Hijo de Dios que, me amó y se entregó por mí[27].

  La vida es una vida de fe. Ya no se trata de una simple fe, no es el primer sí a la fe al Evangelio, sino que es un sí permanente, el sí de cada día. Es como un incremento de nuestra vida cristológica, hecha día a día. Esta es la fe del segundo nivel, que para Pablo es muy importante, ya que el cristiano tiene que vivir una vida cristológica con todos sus detalles. Hay una conquista de Cristo, una apertura al Evangelio, que debemos hacer hoy, y mañana tendré que volver a abrirme a Cristo. Una especie de dinamismo cristológico que tenemos que implantar, instaurar.

  Tercer nivel. Este tercer nivel de fe lo podríamos definir como “la fe comunitaria”. (Algunos estudiosos niegan este tercer nivel, y afirman que la comunidad, como tal, no es un sujeto de fe, sino que la fe es algo personal, individual, una responsabilidad personal). Pero esto no es así, puesto que si la persona tiene esta fe personal y se encuentra en una comunidad que cree, la fe de la comunidad le ayuda; aunque la fe comunitaria nunca sustituye la fe personal.

  Es cierto que la fe empieza con la persona, es una adhesión y una responsabilidad personal que no se puede delegar a otros. Pero cuando la persona hace su opción de fe y la vive en el primer nivel aceptando el Evangelio, vive también la fe en el segundo nivel, con esa aprobación continuada del Evangelio. Y la persona individual está en contacto con otras, se forma un contexto, como un grupo no conglomerado, un conjunto que viviendo en comunidad da un paso más en términos de fe. Este paso lo podemos ver también en Pablo, cuando se refiere a las profesiones de fe, cuando nos habla de los himnos.

  En algunas cartas, parece que Pablo retoma los himnos[28] que se cantaban en las asambleas litúrgicas, y que él conocía y también sus destinatarios. Entonces el himno es cantado, pero no por una sola persona, sino toda la comunidad. Lo mismo ocurre con las profesiones de fe, el credo, los credos que se encuentran en varios textos de las cartas de Pablo. Todo esto expresa, precisamente la fe de varias personas que se reúnen. Y es una experiencia que también vivimos todos los cristinos, y aún más en la vida religiosa.

  Cuando nos reunimos, si rezamos y estamos juntos en silencio, el hecho de estar juntos incrementa la oración, le da un plus, hay algo mejor, algo que percibimos y que sentimos. Y sobre todo, cuando estando juntos, -no en silencio-, comunicamos o transmitimos nuestra experiencia de fe. Entonces vemos que hacemos un don recíproco, mutuo. Y cuando cantamos, expresamos en voz alta nuestra fe, formamos una especie de ramificación, de difusión de la fe, una fe que va pasando de una persona a otra que cree. Esta es la fe del tercer nivel que podríamos llamar comunitaria. No en el sentido de que la comunidad, como sujeto de fe quede en un segundo plano.

  Cuarto nivel. El cuarto nivel de la fe es, cuando ésta se convierte en anuncio apostólico o anuncio misionero. Es lo que se vive en la Iglesia de Antioquia cuando Pablo, después de su conversión, buscó a Bernabé en Tarso y lo llevó a la Iglesia de Antioquia, que era una Iglesia muy importante y muy viva. Pablo madura su fe en esa Iglesia, madura su experiencia, y de repente por una intervención carismática dijo el Espíritu: Separadme a Bernabé y a Saulo para la misión a la que los he llamado[29]. Y la misión será precisamente, la divulgación del Evangelio, del anuncio apostólico. Y así empezaron los grandes viajes apostólicos de Pablo, que reflexiona sobre esto y dice: He creído y por eso he hablado[30]. He creído primero, he ido madurando mi fe, en el primero, segundo y tercer nivel, y entonces hablo.

  Y el anuncio del Evangelio hecho por otros, el anuncio misionero, el apostólico no es propaganda, tampoco es un anhelo de proselitismo (que se practicaba mucho en el ámbito judaico). Es una especie de don, de amor, de una persona enriquecida por los valores de Cristo, los valores de su resurrección, que quiere compartirlos con otros. Es como si dijera: yo me encuentro en esta situación muy bella y muy positiva, vivo el Evangelio cada día y quiero entregarle esta inmensa riqueza a los demás, quiero regalársela, donársela.

3. 1 Aplicado a la vida religiosa

  Por lo que se refiere al primer nivel de la fe, la aceptación del Evangelio como religiosos, se da por hecho, por descontado. La profesión religiosa se compara en la tradición monástica a un segundo bautismo[31]. Al decir sí a Dios, los religiosos afirman que son cristianos, que aceptan el Evangelio del Bautismo[32].

  Pero no podemos dar por descontado el segundo nivel. Este crecimiento cotidiano, esta acogida permanente del Evangelio en la asimilación de Cristo, es algo típico de la vida religiosa. Este seguimiento de Cristo cada día, esta cristificación cotidiana, este progreso, este plus de Cristo que tienen que realizar, y este dinamismo cristológico que les da un texto del Evangelio, y deben cumplirlo diariamente. Es su compromiso religioso, es un “plus de Cristo”, un “plus del Evangelio”.

  Esta perspectiva que Pablo les hace vislumbrar, es una fe que asimila día tras día los valores de Cristo, y esto es fundamental para la vida religiosa. El hecho de que elijan estos valores plenos de Cristo, les sitúa plenamente en esta línea de compromiso.

  En la vida religiosa encontramos a un Cristo nuevo, -Cristo es siempre una novedad- que debe entusiasmar. Cada día deben repetir la oración bíblica del Apocalipsis: Ven Señor Jesús[33]. A las palabras de Jesús responde su oración. Siete veces aparece el verbo venir en la última página de la Escritura. La Iglesia -y de manera particular los religiosos- viven esa espera: ven pronto, y Cristo responde prometiendo su venida: Sí, voy a llegar en seguida[34].

  Esta fe en el segundo nivel, esta conquista de Cristo día tras día, es realmente algo muy específico de la vida religiosa. Hay distintos carismas, pero en cualquiera de ellos Cristo está siempre en el primer lugar, y este compromiso cotidiano, este plus de Cristo, ellos aspiran a realizarlo plenamente.

  El hecho de vivir y de tener una dimensión comunitaria en el marco de la vida religiosa, es realmente una maravillosa concretización de la fe del tercer nivel del que habla Pablo. Estar juntos, no por un motivo cualquiera, sino porque creen, quieren y juntos aceptan a Cristo, y a la vez lo dan a los demás. Desean dar su vida por Él, y han de prestar especial atención a los aspectos cristológicos que les ligan, especialmente con las personas que viven.

  Los hermanos se han dado elementos de crecimiento cristológicos, y se deben mucho. En realidad, dan y reciben todos; todo en la comunidad es recíproco, y esto es muy importante en el marco de la vida religiosa. Es fundamental esa atención a esos elementos a esos fragmentos, -podríamos decir cristológicos- que vienen de la vida de los hermanos, y que les enriquecen. Pero esto, sólo si les prestan atención, si lo reciben como un don. Al mismo tiempo, cada persona tiene que comprometerse enseñando a los hermanos sus opciones cristológicas.

  El cuarto nivel de la fe, es el don de Cristo hecho a los demás, el don determinado por la obediencia y su misión concreta, el trabajo que tienen que realizar y su compromiso. Visto este compromiso con el enfoque paulino, como un don, un regalo que hacen a los hermanos de la riqueza cristológica conquistada cada día y que ya poseen. Cada uno podrá decir con Pablo: He creído, y por eso he hablado[35]. Hablan con la vida, con la voz, y con sus acciones. Entregan y donan a Cristo a los demás por amor. Sólo una fe semejante, una fe viva que ve a Cristo, puede y siente la necesidad de hacerlo ver a los demás, confesando abiertamente su absoluta novedad, con gratitud, alabanza y alegría, y a la vez con opciones y acciones concretas de la vida cotidiana.

4. La Justificación

    Justificación, en el sentido pleno de la palabra, es la operación por la cual Dios nos hace justos con esta justicia de la que nos habla el Evangelio, o el efecto en nosotros de esta acción. En San Pablo esta noción está aclarada bajo su aspecto activo, especialmente en las epístolas a los Romanos y a los Gálatas. La justificación evangélica, dice él, es una justificación gratuita[36], proveniente de la propia justicia de Dios[37], y tal que la justicia que nos confiere sigue siendo la suya[38]. Esta justificación nos viene, por la fe[39], la fe en Dios justo y justificante[40], y que justifica precisamente a aquellos que hasta entonces podían ser considerados como impíos[41], lo que es eminentemente el caso de los mismos paganos[42].

  Esta fe por la cual recibimos la justificación, es la fe de Cristo[43], fe que nos conduce a ser justificados en Él[44], justificados en su sangre[45]. “En el capítulo sexto de la carta a los Romanos, Pablo nos muestra cómo es en el bautismo donde la fe se apodera del don de Dios que nos aporta la justificación, en cuanto que somos bautizados en él, sumergidos en su muerte, a fin de que, como Cristo ha resucitado de los muertos para gloria del Padre, nosotros vivamos también de una vida nueva (v.4)”[46]. “El bautismo es el signo de un misterio muy hondo y maravilloso, que se realiza en nosotros. Por él participamos realmente de la vida de Cristo, muerto y resucitado”[47].

    La justificación (sobre todo en la disputa protestante-católico que empezó con Lutero y de ahí en adelante), ha sido un punto muy debatido y candente, en las relaciones entre católicos y protestantes. Un punto muy controvertido y de enfrentamiento, aunque hoy -en las últimas décadas-, ha habido una declaración común hecha por los católicos y los protestantes, sobre la justificación. Con ello no queremos decir que estemos de acuerdo en todo, pero sí se ha llegado a un acuerdo en algunos puntos fundamentales, que es un signo positivo de los tiempos.

  ¿Pero qué es esta justificación, tan importante para Pablo? La palabra justificación, Pablo la toma del término hebraico tsedaká (empate). Imaginemos una balanza que sirve para pesar cualquier material. En una balanza yo pongo a un lado un peso. La justificación es ese empate, esa igualdad, esa correspondencia entre un peso, una medida y una realidad que a nivel moral se realiza cuando en el hombre hay una correspondencia igualitaria entre el peso en sentido metafórico, la medida, la fórmula propia del hombre y su realidad. El empate, significa esto: pongo en un plato de esta balanza ideal, mi medida, mi peso, la fórmula hombre.

  ¿Cuál es la fórmula hombre para Pablo? Para Pablo el hombre y el cristiano coinciden. La fórmula de hombre cristiano es ésta: ser imagen y semejanza de Dios[48], en los rasgos de Cristo, imagen actualizada y plena de Dios. Pero esta imagen debe asemejarse (porque no todas las imágenes se asemejan). El hombre es imagen de Dios, pero puede ser imagen desenfocada, con algunos aspectos que no se reconocen.
¿Y cuándo tiene lugar la justificación? Cuando uno deja entrar en su corazón el amor impetuoso de Dios, y se deja amar por Él, hasta tal punto, que saca y confiesa toda la historia de pecado que lleva dentro de si, dejándose invadir por el amor inaudito y sorprendente de Jesucristo, cumpliendo sus mandamientos y aborreciendo el pecado.

  La justificación[49] tiene lugar cuando el hombre, solicitado por Dios, se rinde a Él. Es aquel momento inefable en que la persona, devuelve a Dios el amor con el que inmerecidamente se siente amado.

4. 1 Aplicado a la vida religiosa

  Aplicando esto a los religiosos ¿Qué podemos decir? Ellos deben tener en cuenta esta balanza ideal. En un plato de la balanza ponen el proyecto de Dios para con ellos: ser imagen y semejanza de Dios[50], en los rasgos de Cristo. El hombre, la fórmula hombre, el peso, la medida que ponen sobre el plato de la balanza es, ser imagen semejante a Dios en los rasgos de Cristo, que significa, que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

  Entonces, ¿qué tienen los religiosos en su vida de cada día? Tienen el don del Espíritu que reciben en el bautismo, y que tiende esencialmente día tras día a implantar en ellos los rasgos de Cristo. Por tanto, toda su vida será una vida de empate de equilibrio, si una vez superado el pecado, prestan atención a lo que el Espíritu día tras día les sugiere como contenido cristológico. El compromiso de su vida, por lo tanto, en este segundo plato de la balanza será: la escucha continua, plena y total al Espíritu, que continuamente mete en ellos el Evangelio de Cristo.

  El tema de la justificación es fundamental, porque es el tema que orienta a Pablo. Él, retoma ideas que ha dicho antes. El primer plato de la balanza, es lo que debería ser su vida, una vida cristificada bajo el influjo del Espíritu, que es el segundo plato de la balanza. Deben ser dóciles a este Espíritu, que tiende a llevar en su vida concreta los valores de Cristo. El Espíritu, retoma páginas del Evangelio, se las anuncia y los impulsa a cumplirlas. Pero no lo realizan por propia iniciativa, sino según lo que Él les sugiere. Con la plena docilidad al Espíritu que Cristo realiza en ellos, empatan y empiezan a ser justificados.
  Viendo esto en la óptica de la vida religiosa, nos encontramos con una radicalización, como en los demás puntos, pero aquí de una forma especial. Para ellos, estar justificados, es estar siempre en camino ¿Qué significa esto? Que el pecado ya no está, si ellos siguen adheridos a Cristo. En cambio, encuentran este compromiso total al percibir todo lo que el Espíritu les sugiere día tras día, en la realización de su cristificación. Cada día tienen que realizar una página del Evangelio, dar un paso más en la dirección de Cristo. Y este dinamismo lo encuentran siempre bajo el influjo del Espíritu. Así que, si son dóciles a lo que Él les sugiere, llegan a un empate equilibrado, que es el de hoy, mañana tendrán que hacer otro, pasado mañana otro. Este empate, este equilibrio, y esta atención total al influjo del Espíritu, a lo que les sugiere, es un elemento específico de la vida religiosa, llevando a un nivel optimal este empate de la justificación.

5. Vida eclesial

  Para Pablo podemos esquematizarla de la forma siguiente, con tres aspectos. El primer aspecto de la vida de la Iglesia es, que la Iglesia se convierte en Cuerpo eclesial de Cristo, junto al Cuerpo eucarístico de Cristo, y esto se subraya, sobre todo, cuando Pablo nos dice: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan[51]. Nosotros somos un solo cuerpo, cuerpo eclesial, único, porque participamos y compartimos el pan eucarístico, que es uno.

  “Cada vez más se reconoce en la Eucaristía un momento clave en la serie de actos con los que Cristo fue colocando las bases de su Iglesia. Si Cristo ha venido a constituir el nuevo pueblo de Dios que prolongue en la historia al pueblo de Israel, lo hace sobre todo en el momento en el que instituye la Eucaristía como sacramento de la nueva y definitiva alianza”[52].
  Cristo establece el nuevo pueblo de Dios sobre la base de la nueva y definitiva alianza que se sella con su sangre: Esta es mi sangre de la alianza que será derramada por todos para el perdón de los pecados[53]. Lucas y Pablo hablan de la “nueva alianza”[54], en conexión con la profecía de Jeremías sobre la nueva alianza que Dios busca sellar con su pueblo[55].
  Para Pablo, hay una correspondencia: Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan[56]. Esto se realiza en los religiosos de una forma más fuerte, de una forma excelente. Es importante que en su vida, sean esta Iglesia unida en el marco de su Comunidad. Esta Iglesia unida que tiene los valores de Cristo, que se convierte entonces en un espejo, así ha de ser su función para los demás. Deberían ser un espejo de eclesialidad, también para los que no tienen el carisma típico de la vida religiosa. Esto es importante también como perspectiva.
  La Iglesia es un cuerpo eclesial que depende del Cuerpo eucarístico. Y la Iglesia es como un cuerpo, y de aquí podemos ver el tema de los carismas presentes en la misma Iglesia. Pablo hace una lista de estos carismas y nos dice que todos estos carismas son nuestras cualidades, nuestros talentos, lo que poseemos y lo que debemos dar a los demás. Nuestra inteligencia, nuestra capacidad, nuestra riqueza personal, todo lo que podemos hacer por los demás es un don de Dios, que debe ser organizado y administrado junto con los de los hermanos, tal y como ocurre con el cuerpo humano. Y esto nos lo dice Pablo en los capítulos 12, 13 y 14 de la primera Carta a los Corintios. En resumen, Pablo viene a decirnos lo siguiente: Fijaos en el cuerpo humano, en él, las distintas partes están vinculadas, y cada una de ellas tiene que funcionar bien[57].
  Ese cuerpo, primero debe estar sano, formado por miembros sanos, y luego tiene que estar en contacto con las demás partes. Un ojo debe ser un ojo sano, pero debe estar en un cuerpo sano, si no, no tendría sentido, y lo mismo podríamos decir de los demás miembros del cuerpo, miembros y órganos. Pablo nos explica, que todos nuestros talentos, dones individuales, -que son precisamente nuestros carismas-, debemos verlos con confianza, con simpatía. Ninguna humildad nos pide que nos despreciemos a nosotros mismos, porque somos el fruto de la creación de Dios, no somos unos ceros a la izquierda, ni ninguna nulidad, ni seres que Él desprecia, sino que nos ama, nos da dones que debemos acoger, aceptar, valorar. Y esto es la humildad, aceptarlos con disponibilidad plena, con agradecimiento, con gratuidad. Los dones los inventa Él, no nosotros. Tenemos que ser una parte sana del gran Cuerpo Eclesial del que formamos parte. Seríamos una parte enferma si nosotros dijésemos: no, yo no soy nada, soy un cero a la izquierda, pues eso sería falso, y nos situaríamos fuera del contexto de la vida eclesial.
  En esta armonía de dones (nuestros y de los demás), Pablo nos dice que hay una especie de supercarisma, que es el camino del amor[58]. Todos los carismas son positivos y deben relacionarse entre sí, todos son buenos, pero hay una especie de alma secreta en cada carisma, y esa alma secreta es el amor-caridad, ya que sin el amor, incluso los carismas más bonitos, no son nada[59]. La caridad debe ser el alma, la llama que pone en marcha todos nuestros carismas.
  “El segundo punto: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y aquí el tema se complica, es difícil. Hay como dos fases en la Encarnación. La primera fase de esta Encarnación se concluye con la subida de Jesús al cielo, la ascensión. La segunda empieza con el envío del Espíritu Santo a nosotros, y aún se encuentra en evolución, aún se está desarrollando. Terminará, según la Epístola a los Efesios: hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo[60]. ¿Qué quiere decir la segunda fase de la Encarnación, la que estamos viviendo ahora? Esta se da, cuando nosotros buscamos la madurez de la plenitud de Cristo, bajo el influjo del Espíritu (el Espíritu no tiene un contenido propio). Jesús dice a Juan, que el Espíritu no hablará sólo, sino que se anunciará[61]. Todo lo que se refiere al Espíritu, no es un discurso que hace el Espíritu solo, sino que el Espíritu toma algo, retoma algo de Cristo y nos lo anuncia, convierte una propuesta en nuestra conciencia, entre nosotros, nos inspira, nos guía, nos orienta”[62].
  El Espíritu tiende a implantar en nosotros los valores de Cristo, y lo hace día tras día. Él se relaciona con Cristo y nos lleva a los valores de Cristo. Cuando el Espíritu nos dice: amaos como yo os he amado[63], esto es un valor de Cristo, y este mandamiento nuevo (Jn 13, 34), es muy importante: amaos como yo os he amado. Nosotros lo acogemos, lo aceptamos, no nos limitamos a imitar a Cristo. “Él lo ha hecho así, y lo hacemos también nosotros. Sí, en parte sí, pero hay algo más. El hecho es que cuando nosotros amamos, o intentamos amar como Cristo nos ha amado, nosotros realizamos un valor de Cristo. No es que copiemos a Cristo, sino que es una realidad. Es una parte -exagerando un poco- de Cristo que se realiza necesariamente en nosotros”[64].
  Cuando se habla de cristificación, se usa un término exacto, correcto. Nosotros no somos imitadores de Cristo, en nuestra vida hay una realidad de Cristo que se realiza. Así que cuando yo amo como Él nos ha amado, no me limito a imitar a Cristo, también hago esto, pero hay un Cristo vivo que desarrollo precisamente en mí, una parte de Él que se realiza en mí, por gracia del Espíritu Santo que actúa en mí y que yo acojo.
  En términos más generales, “en esta segunda fase de la Encarnación, vemos a Cristo que tiende realizarse a sí mismo precisamente en todos nosotros, en todos los cristianos, y de forma específica en todos los que han sido llamados a la vida religiosa. Es como una segunda fase de la Encarnación, que no es, un sencillamente copiar a Cristo, sino realizar algo vivo de Cristo en nosotros. Es Cristo que en la segunda Encarnación llevado por el Espíritu se concretiza, se realiza, se convierte en un espacio temporal en nosotros, en todas nuestras opciones de vida, siendo por tanto, “auténticos portadores de Cristo”[65].
  Cuando llegue el último momento de la historia de la salvación, antes de la Jerusalén celeste -como dice el Apocalipsis-, mirando hacia atrás, veremos toda la maravilla, todo lo maravilloso que ha realizado Cristo en el marco de la Iglesia. Conoceremos todo el amor que se ha realizado desde el principio hasta el final de la Iglesia. ¿Qué es este amor, esta caridad? No solo mi amor, o el de los demás, sino que es el amor de Cristo que camina con mis piernas, el amor de Cristo que se realiza precisamente en mí. Si sumamos todas esas aportaciones parciales de su amor que vemos en muchas personas, en muchos santos, en muchas figuras de la Iglesia, nos encontramos con esa inmensidad de amor que es el amor de Cristo, el amor de la segunda fase de la Encarnación.
  “Lo que decimos del amor, lo podemos decir de todo. Del entusiasmo de Cristo por su Padre y de su capacidad de entregarse, todo lo que es Jesucristo ramificado en toda la historia de la salvación, en toda la historia de la Iglesia, hasta la última meta. Esto es la Iglesia Cuerpo de Cristo: es la aplicación de los valores de Cristo. Son cosas que debemos aplicar y realizar y sobre las que debemos reflexionar, porque en nuestra cristificación cotidiana, -de la que hemos hablado- nosotros dejamos un espacio a Cristo a Su Espíritu para que Él se realice en el tiempo y en el espacio, para que se realice realmente en nosotros. En este sentido entendemos también esta intuición genial de Pablo que nos dice: la Iglesia que coincide con la humanidad, es el Cuerpo de Cristo, significa que en la Iglesia bajo el influjo del Espíritu nos lleva a Cristo, se realizan y se incrementan precisamente los valores de Cristo”[66].
  Si con un poco de imaginación, pensamos en el final de la historia de la salvación, y miramos hacia a tras, veremos estos grandes valores de Cristo, cómo se ha realizado esa historia, con esta inmensidad de Su amor realizada por todos nosotros. Y lo mismo podemos decir de la belleza, del gozo, de todos los valores de Jesucristo: su paciencia, su bondad. Todo lo que realizamos, lo realizamos en la historia bajo el influjo del Espíritu, y todo forma parte de esta actuación.
  En la carta a los Efesios Pablo nos dice, que tenemos que hacer todo lo posible por llevar a Cristo, ese Cristo que se realiza y debe crecer en nosotros, y así tenga su estatura completa[67]. Y nosotros, haciendo todo lo posible, y volviéndonos completamente al Espíritu, permitimos que Cristo se realice, porque nosotros encarnamos sus valores en nosotros, la Iglesia, y entonces nos convertimos realmente en el cuerpo, en el sentido de elemento concreto que se realiza en nosotros. Así como en el conjunto de un cuerpo vivo no hay miembros que se comporten de forma meramente pasiva, porque todos participan en la actividad vital del cuerpo, de igual manera en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno de sus miembros[68].

5. 1 Aplicado a la vida religiosa

  “Este punto quinto es un punto importante que se aplica a todos los cristianos, pero aquí se hace hincapié en la vida religiosa. Porque en ella, cada uno según su carisma, está en contacto especial con la Eucaristía, y si ésta es para todos los cristianos el punto más importante de la vida, mucho más tiene que serlo para los religiosos que participan frecuentemente o cada día de este banquete. Hay una presión específica por parte del Cuerpo de Cristo que reciben para que sean plenamente cuerpo eclesial. Esto se realiza en los religiosos de una forma más fuerte, más excelente. Es importante que en su vida sean esta Iglesia unida en el marco de su comunidad, y que debe convertirse en un espejo para los demás cristinos”[69].
  La Iglesia encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad. Son enviadas a anunciar con el testimonio de la propia vida, el valor de la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la buena nueva”[70].
  Todo esto, aplicado a la vida religiosa, tiene un valor específico. Pensemos por ejemplo en los votos. Ellos son un espacio donado a Cristo. La castidad, en cuanto manifestación de la entrega a Dios con corazón indiviso[71]. Solo quieren el amor típico de Cristo, el amor por todos, un amor infinito y sin límites a Él. La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que siendo rico, se hizo pobre[72]. La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre[73], manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil[74].

6. Proyección escatológica

      Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo[75]. Es una presencia continuada, una presencia que se percibe. Toda la vida del cristiano debe ser penúltima. Nos comprometemos en la vida presente, teniendo en cuenta los bienes futuros.
  “La misión no es fácil ni agradable, ya lo había predicho Jesús. Sin embargo, hay motivos para alegrarse y confiar, el Señor está con nosotros. Cristo promete su presencia. El ha demostrado que ha vencido al mundo; su presencia es garantía para quienes continúan su obra. A partir de este momento es verdaderamente el Emmanuel (Dios con nosotros). Vino a enseñarnos a vivir. Los que aprendan deben enseñar a otros. No es algo que vendrá, la salvación ya ha empezado”[76].
  Aunque lo que es yo, ciertamente tendría motivos para confiar en la carne…[77]. “Pablo nos muestra que él, siendo judío, se dejó llevar por Cristo. Conocer a Cristo, significa participar en su nueva vida de resucitado. En ningún sitio se muestra Pablo tan claro al oponer la justicia propia, que busca la afirmación de sí mismo, y la justicia que viene de Dios, que aceptó por la fe en el encuentro con Jesús. Pablo está dispuesto a dar su vida por el Evangelio que predica. El Evangelio, para Pablo, es noticia y testimonio de la resurrección de Jesús y del poder de resucitado de cambiar nuestras vidas y hacernos entrar en una vida nueva”[78].
  Pablo nos dice que ahora estamos en movimiento hacia la meta final. Ahora vivimos los valores penúltimos para llegar a los valores últimos a los valores de la meta escatológica, de los que nos habla Isaías: Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra[79]. Algunos exageran y le atribuyen a él una especie de espera del final, espera de la parusía, la llegada de Cristo como si estuviera a punto de ocurrir. Pero Pablo nunca ha enseñado esto. Igual esperaba que esto ocurriera, pero en realidad no lo sabemos. No pensaba que Cristo iba a volver después de diez años, oyó qué sé yo qué[80], nunca lo dijo.
  “Debemos vivir plenamente nuestra vida en el presente, pero este presente debe estar abierto al futuro escatológico, es decir, que tenemos que pensar que lo que hacemos hoy tiene su consecuencia en la situación última escatológica, en el regreso de Cristo, en su vuelta. Y también la parusía de la que se habla, hay que interpretarla bien, pues la vuelta de Cristo no será la llegada de un ausente, no se puede decir que cuando Cristo vuelva será la llegada de un ausente que se hace presente. No se puede decir esto, porque Cristo está presente entre nosotros, lo ha dicho Él: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”[81]. Cristo está presente porque nos da su vida en la Eucaristía. Es una cita muy clara de esta presencia de Cristo entre nosotros, no tiene que volver, porque está presente”[82].
  Cristo está presente con nosotros aquí y ahora. Habrá un paso, por lo tanto, entre Cristo presente e invisible a un Cristo presente y visible. Esta es la llegada de Cristo, más que “regreso de Cristo”, será manifestación: Cristo presente y activo entre nosotros, que se explicitará y veremos con gozo y sorpresa lo que Él nos ha dado, lo que nos da, y cómo está en nosotros. En la fase escatológica, nosotros lo veremos.
  Toda nuestra vida de ahora, muy comprometida en el presente, pero abierta al futuro, no en el sentido de que en el futuro tendremos un Cristo que hoy no existe, que hoy no está, porque Cristo está presente aquí, pero de cara al futuro tendremos una revelación, una manifestación[83] de ese Cristo que está presente y que crece con nosotros, que vive dentro de cada cristiano.

6. 1 Aplicado a la vida religiosa

  Es evidente que también en la vida religiosa, esto asume unas connotaciones especiales. Toda la vida del cristiano debe ser penúltima, por así decirlo, porque está relacionada con los valores últimos, escatológicos. Y si es cierto para todos los cristianos, lo es aún más para la vida religiosa. Ellos eligen los grandes valores, como valores propios. Los religiosos se comprometen, en la medida de lo posible, en el presente, pero no sólo como si fuera sólo presente, sino sobre todo, como valores futuros.
“Las comunidades claustrales, puestas como ciudades sobre el monte y luces en el candelero, a pesar de la sencillez de vida, prefiguran visiblemente la meta hacia la cual camina la entera comunidad eclesial que, entregada a la acción y dada a la contemplación se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo, cuando la Iglesia se manifieste gloriosa con su Esposo, y Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad [...], para que Dios sea todo en todo[84]. Los religiosos, adelantan con su vida la situación final de pertenencia y de reciprocidad total con Cristo y con Dios. Es decir, que el tiempo que ellos consagran a la oración, no es el tiempo que un cristiano comprometido puede dedicar, es mucho más. Su dedicación a la fraternidad y a la escucha de la Palabra de Dios es un privilegio, es una gracia que Dios les brinda no sólo a ellos, sino también a toda la Iglesia.
  El hecho de tener una opción, un plus de Palabra de Dios, un plus de oración, un plus de dedicación explícita y plena en los valores últimos, es éste un aspecto fundamental de la vida religiosa y se sitúa plenamente en la línea paulina.

Conclusión

  Estos son los seis puntos fundamentales de la teología paulina. Podemos decir que la vida religiosa en contacto con estos aspectos, nos aporta un elemento constante de un plus. Una radicalización de aspectos nuevos, pero todos en el sentido de estos seis puntos fundamentales.
  Con esto, Pablo nos quiere mostrar que él al encontrar a Cristo, y siendo judío, se dejó llevar por Él, y dice a sus hermanos a quienes escribe: No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto, sino que continúo esforzándome por ver si lo alcanzo, puesto que yo mismo he sido alcanzado por Cristo Jesús[85]. Pero, ¿qué hago? Me olvido del pasado (mi pecado pecaminoso, y mi pasado positivo también), no considero que ya lo tenga todo, sino que me lanzo a mi tiempo. Cada día realizo ese algo más para alcanzar precisamente el proyecto de Dios para conmigo: “Siempre es necesario esforzarse para crecer en santidad. San Pablo habla de la lucha ascética como de algo positivo, de un verdadero deporte sobrenatural con auténtico afán de progreso interior”[86].
“San Pablo anima a los filipenses a la fidelidad y al progreso en la vida cristiana. Y para ello, él mismo se pone como ejemplo: primero, frente a los judaizantes, expone el cambio que él ha experimentado al hacerse cristiano[87], después, les habla de la meta que él se esfuerza en conseguir, el cielo[88]; finalmente, les comenta la alegría y gratitud que siente al pensar en ellos [89].
Lo importante es, que desde el punto que hayamos alcanzado, nos movamos siempre en la misma línea, en la misma dirección. Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él[90]. Es un secreto que nos revela Pablo, y que nos impulsa a que le imitemos cada día. Cada jornada el Espíritu tiene un programa cristológico que realizar en nosotros, y cada día debemos olvidar el pasado, mirar hacia el futuro, lo que aún no está aquí, la plenitud de Cristo. “Os aseguro (…) que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intranscendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios...”[91].
Sor Florinda Panizo


7. BIBLIOGRAFÍA

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Ubieta José Ángel, Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, Editorial Desclee de Brouwer, Bilbao 1975.
Vanni Ugo, La plenitud en el Espíritu, Editorial San Pablo, Madrid 2006.



[1] García Cordero Maximiliano, Teología de la Biblia II, Editorial BAC, Madrid 1972, pp. 546-547.
[2] Vanni Ugo, La plenitud en el Espíritu, Editorial San Pablo, Madrid 2006, p. 193.
[3] Íbidem.
[4] Rm 3, 29: Dios lo es de los judíos y de los gentiles.
[5] 1 Tm 2, 4-5.
[6] De civitate Dei 10, 32, 2.
[7] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 10).
[8] San Ireneo, Demonstratio praedicationis apostolicae 34.
[9] Bouyer Lorenzo, Diccionario de teología, Editorial Herder, Barcelona 1977, p. 267. Cf. también, 1 Co 2, 7 ss.; 1, 26 ss.; Ef 3, 3 ss.
[10] Casciaro José María, Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Editorial Eunsa, Navarra 2004, p. 1135.
[11] Cf. CCE, n. 659. Este texto de la carta a los Corintios, tiene especial relieve por tratarse del relato escrito más antiguo -anterior a la redacción de los Evangelios- de la resurrección del Señor, cuando han transcurrido poco más de veinte años desde que ocurrió el acontecimiento: “El apóstol habla aquí de la tradición viva de la resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco”. Cf. CCE, n. 639.
[12] 1 Co 15, 11,23.
[13] García Cordero M., Biblia comentada Tomo VII, Editorial BAC, Madrid 1965, p. 442.
[14] Vanni Ugo, Curso de formación monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[15] 2 Co 5, 15.
[16] Vanni Ugo, Curso de formación monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[17] Íbidem.
[18] Vanni Ugo, La plenitud en el Espíritu, Editorial San Pablo, Madrid 2006, p. 200.
[19] AA VV, Biblia para la iniciación cristiana T. II, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1977, p. 369.
[20] Pages Feliciano, San Pablo, su vivencia de Cristo, Ediciones Vicente Ferrer, Barcelona 1963, p. 172.
[21] Ga 3,8.
[22] Hch 2, 44: Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. Cf. También Hch 4, 32.
[23] San Anselmo de Canterbury entiende la Teología como "fides quarens intellectum"; la fe que busca entender, no por curiosidad sino por amor y veneración al misterio. El creyente no discute la fe, pero manteniéndola firme para buscar razones por las que la fe es así.
[24].Sayés José. A., Teología de la fe, Ediciones San Pablo, Madrid 2004, p. 7.
[25] Ga 2, 20.
[26] El Espíritu de amor le impulsa cada vez más lejos. Es libre, evita el mal, porque es mal y no porque está prohibido. Quien vive así ya no es esclavo, nada le ata.
[27] Tan gran realidad es consecuencia del amor de Cristo que se entregó voluntariamente a la muerte por cada uno de nosotros (v. 20). Pensar en este amor servirá de estímulo y consuelo: sólo de Él, cada uno de nosotros puede decir con plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó por mí (Ga 2, 20).
[28] Col 1, 15-20; Flp 2, 6-11.
[29] Hch 13,1-3.
[30] 2 Co 4,13.
[31] Cf. Perfectae Caritatis n. 5. La profesión religiosa se compara en la tradición monástica a un segundo bautismo. Esta doctrina es recogida por el Magisterio de la Iglesia y codificada en el concilio Vaticano II: “Toda la vida de los religiosos está puesta al servicio de Dios y esto constituye una cierta consagración peculiar, que se funda íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa más plenamente”.
[32] Mc 1, 7-11.
[33] Ap 22,20. Jesús confirma que su venida está cercana, vv. 7, 12; y ya 1, 3, 7; etc., su sí responde a la llamada de la Iglesia y de los creyentes; y el Amén de éstos, Rm 1, 25, más, expresa su fe gozosa y su deseo.
[34] Ap 22, 6.
[35] 2 Co 4, 13.
[36] Rm 3, 24.
[37] Íbidem 1, 17.
[38] Íbidem 3,22.
[39] Íbidem 5, 1; Ga 2, 16.
[40] Íbidem 3, 26.
[41] Íbidem 4, 5.
[42] Ga 3,8. Cf. Bouyer L., Diccionario de teología, Editorial Herder, Barcelona 1977, pp. 385-386.
[43] Cf. Rm 3, 22; Ga 2, 16.
[44] Ga 2,17.
[45] Rm 5,9.
[46] Bouyer L., Diccionario de teología, Editorial Herder, Barcelona 1977, p. 386.
[47] AA VV, Biblia para la iniciación cristiana T. II, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1977, p. 369.
[48] Cf. Gn 1, 27: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó
[49] Sobre este tema, cf. Concilio de Trento (DS 1520 ss.
[50] Cuando la Biblia habla del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la tierra.
[51] 1 Co 10,17. Mediante la comunión con el Cuerpo de Cristo los cristianos quedan unidos a Cristo y entre sí. La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia en Cristo. Cf. 12,12.
[52] Sayés José Antonio, Teología para nuestro tiempo, la fe explicada, Ediciones San Pablo, Madrid 1995, p. 180.
[53] Mt 26, 28 y Mc 14, 24.
[54] Lc 22, 20 y 1 Co 11, 25.
[55] Jr 31, 31-34.
[56] 1 Co 10, 17.
[57] Íbidem 12,14ss.; Vanni Ugo, Curso de formación monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[58] 1 Co 13.
[59] Íbidem 13, 1-13. El himno a la caridad es una de las más bellas páginas de San Pablo; todo él va encaminad a cantar la excelencia del amor, y lo hace desde tres aspectos: superioridad y necesidad absoluta de este don.
[60] Ef 4, 13.
[61] Jn 16, 12-15.
[62] Vanni Ugo, Curso de formación monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[63] Jn 13, 34.
[64] Íbidem.
[65] Jn 13, 34.
[66] Vanni Ugo, Curso de formación monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[67] Cf. Ef. 4,13. No se trata simplemente del cristiano llegado al estado de “perfecto”, 1 Co 2, 6, sino del Hombre perfecto en un sentido colectivo, e. d., el mismo Cristo, el Hombre Nuevo, arquetipo de todos los regenerados, 2, 15; mejor aún, el Cristo total, Cabeza, v. 15; 1, 22; Col 1, 18, y miembros, v. 16; 5, 30, que constituyen su cuerpo, 1 Co 12, 12.
[68] Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n. 2; Ef. 4, 16.
[69] Vanni Ugo, Curso de Formación Monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009.
[70] Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 51 (1996).
[71] 1 Co 7, 32-34.
[72] 2 Co 8, 9.
[73] Jn 4, 34.
[74] Íbidem. n. 20.
[75] Mt 28, 20.
[76] AA VV, Biblia para la iniciación cristiana T. II, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1977, p. 91.
[77] Flp 3, 4-11
[78] AA VV, Biblia para la iniciación cristiana T. II, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1977, p. 475.
[79] Is 65,17.
[80] Cf. 1 Cor 2, 9: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman”.
[81] Mt 28,19.
[82] Vanni Ugo, Curso de Formación Monástica, Colegio San Bernardo, Roma 2009
[83] Del lat. manifestatĭo, -ōnis.
[84] 1Co 15, 24. 28. Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 59 (1996).
[85] Flp 3, 12.
[86] A cargo de Casciaro José María, Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Editorial Eunsa, Navarra 2004, p. 1169.
[87] Flp 3, 1-16.
[88] Íbidem 3, 17-21.
[89] Íbidem 4, 1-20. Cf. AA VV, Biblia para la iniciación cristiana T. II, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1977, p. 1167.
[90] Col 3, 17.
[91] Escribá De Balaguer J. M., Conversaciones, Editorial Rialp, Madrid 2001 n. 116.

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