8 de septiembre de 2012

CELDA Y CIELO


AUTOR: GUILLERMO DE SAINT- THIERRY

      Guillermo nació en Lieja hacia 1070 según algunos autores, y hacia 1085, según otros.

     Con 20 años, ingresó en el monasterio de San Nicasio de Reims, después de vivir allí cerca de 30 años, fue elegido abad del monasterio de Saint-Thierry. Quiso realizar una reforma para mejorar la observancia, pero no obtuvo éxito. Entonces, pensó en ingresar en la observancia cisterciense.

       En 1118 conoce a San Bernardo y se crea entre ellos una gran amistad que siempre perdurará.

            Guillermo ingresa en Císter y con 60 años sufre la dureza de la vida cisterciense y en 1148 le llega el tránsito a la vida, la Pascua, contando unos 75 años.

 CELDA Y CIELO[1].

            “Debido a esto u según vuestra forma de vida, moráis más en el cielo que en las celdas; arrojando de vosotros todo lo mundano, os habéis encerrado totalmente con Dios. En efecto, morar en la “celda” y en el “cielo” tienen el mismo parentesco; y si cielo y celda guardan entre sí cierta relación en el nombre, lo mismo en el amor. Ahora bien, cielo y celda parece que reciben el nombre de celar (guardar escondido) y lo que se guarda en el cielo se guarda también en las celdas; lo que se hace en el cielo se hace también en las celdas. ¿Qué se hace? Dedicarse a Dios, gozar de Dios. Cuando esto se hace en las celdas con fidelidad y devoción, cumpliendo lo establecido, me atreveré a decirlo: los mismos ángeles de Dios convierten las celdas en cielo, y se regocijan tanto en ellas como en el cielo. 

            Porque cuando en la celda se vive ininterrumpidamente las realidades celestiales, el cielo se aproxima a la celda por la semejanza del misterio, por el afecto del amor, por la similitud de lo que se hace. Desde ese momento ya no será largo ni difícil el camino de la celda al cielo para el que ora o incluso sale de esta vida, porque hay un movimiento frecuente de la celda al cielo, y casi nunca se desciende de la celda al infierno, a no ser, como dice el salmo: Desciendan en vida, para que no desciendan al morir[2].                                

REFLEXIÓN

Si comenzamos con el análisis lingüístico, podemos observar, el juego de palabras que hay en el texto: cella, coelum. En español, también es aplicable este juego de palabras: celda, cielo. Lo hace para demostrar la similitud que hay entre estos dos conceptos, similitud no sólo lingüística, sino, podríamos decir, “vital”. 

Estos términos son los que más aparecen en este fragmento escogido; en efecto, el término de “cielo”, aparece once veces, y “celda”, doce veces. Así, desea casi igualar estos conceptos a través de la repetición continuada de estos dos sustantivos. Relaciona las realidades celestiales con las terrenales y parece que de este modo, la vida del cielo se puede vivir ya en la Tierra, correspondencia de funciones angelicales y monacales. 

Más en todo el fragmento, sólo hay una cita de la Sagrada Escritura: “Desciendan en vida, para que no desciendan al morir”. (Sal 54, 16); y que puede servir de resumen para la idea o enseñanza que nos quiere transmitir, porque no podemos olvidar, que las Sagradas Escrituras para los cistercienses eran un verdadero tesoro de sabiduría celestial, y no escribían ni meditaban en nada que no se encontrara en Ellas, y por esta razón, su lenguaje suele ser, en la mayoría de los casos, bíblico. 

Los cistercienses utilizan un lenguaje muy diferente al escolástico que es muy conceptual, frío, aséptico diría yo, donde parece que se mete a Dios en un laboratorio para experimentar científicamente y conocerlo así. El lenguaje de los Cistercienses de los primeros tiempos, ha sido más afectivo, cálido y espiritual en un intento de llevar al corazón del hombre a Dios. Por eso, en este texto, vemos palabras que se refieren a una experiencia interior, a algo que llega más al hombre: gozar; dedicarse a; fidelidad; ángeles; devoción; regocijan; mundano (en su aspecto más simbólico, donde lo mundano es lo contrario a lo espiritual); realidades celestiales; misterio; afecto del amor; ora; morir. Como vemos, existen un gran número de palabras en este texto que nos acercan a un contexto de calidez, experiencial, vivo y palpitante, espiritual.

Al hablar de la vivencia que se debe gozar en la celda, no habla en sentido alegórico, no; habla en un sentido muy realista: se debe vivir en la celda como en el cielo. 

Veamos ahora, que nos quiere enseñar Guillermo: Claramente se observa que es una reflexión hecha par monjes, y más que nada, par los novicios que se inician en la vida del monasterio. 
            Estos dos párrafos que he elegido, quieren mostrar que la celda del monje debe ser un lugar para el encuentro íntimo y profundo con Dios. Estar y actuar en la celda igual que si ya se estuviese en el cielo, salvando las diferencias, claro. 

La celda es para estar con Dios y su función más importante es ésta; habitar en la celda es como habitar en un santuario donde se hace presente el Señor, o mejor dicho, es vivir ya en el cielo, gozar de Dios, de Su Amor.

Quien hace esto con verdadero interés y amor, este amor vence todas las dificultades existentes y permite al monje ascender hasta el cielo, pues su actividad en la celda es la misma que se hará en el cielo. 

El monje está dedicado a Dios, toda su persona ya no le pertenece, por tanto, cuando vive en su celda, sigue siendo “de” y “para” Dios y no debe dispersarse de esta atención, contemplación amorosa, de esta oración que le hace subir a las más altas realidades espirituales. La celda debe servir para subir al cielo, pero hay que tener cuidado, porque y aunque sea poco probable, también puede llevar a lo contrario, es decir, a descender al infierno y para que esto no nos ocurra, Guillermo, no impone su autoridad, sino que cita un pasaje de la Sagrada Escritura, del libro de los Salmos para que se vea que su enseñanza no es subjetiva ni falsa, sino sacada, extraída de la sabiduría divina que contiene la Escritura, la Palabra de Dios. Y así, inserta esta cita al final, para cerrar su exposición con la Palabra de Dios.

Se manifiesta en este pasaje, lo que Leclercq, llama “devoción al cielo”, y que es uno de los primeros y más importantes temas que han desarrollado literariamente los monjes del medievo. Y sólo se puede aspirar a esta “devoción” si ya se ansía el cielo y para esto, es menester vivir contemplando las realidades del cielo, suspirando por ellas, acercándose a Dios por medio de la oración y que nada nos distraiga de esta actividad. 

Para mí, este texto también puede insertarse en mi propia vida, porque me habla de la importancia de la unidad de la persona, de mi propia unidad, es decir, soy monja en todo momento y no sólo cuando estoy en el coro rezando. No se puede decir que yo sea una trabajadora, una profesional cuando trabajo en el taller y que cuando estoy en la Iglesia soy “más monja” y luego en mi tiempo libre soy lo que decida, no; en toda ocasión soy una monja que se mueve en las realidades de esta vida, pero que no debo perder el Norte; toda mi vida ha de estar fundamentada en Cristo, la Roca Angular, y en Él y desde Él debo vivir. Por eso, no debo ver mi celda, sólo como mi “habitación” que utilizo para dormir. Es un espacio donde puedo permanece sola, en soledad y por tanto, un lugar adecuado para el encuentro con Dios, debe convertirse en un espacio eficaz de santificación y no debe dejar lugar al pecado. Desde el concepto material de “espacio” (Mi celda tiene pocos metros cuadrados), debo ascender y tocar lo espiritual e inmaterial, de modo que dentro de un espacio limitado “los mismos ángeles de Dios conviertan las celdas en cielo, y se regocijan tanto en ellas como en el cielo”. 

¿Tiene este pasaje algo que decir a los hombres de nuestro tiempo? Puede parecer que no, pues se trata de un escrito del siglo XII escrito para novicios y refleja un ambiente que nada tiene que ver con la actualidad de hoy en día. Pero no debemos quedarnos sólo en lo exterior y podemos ver que posee una gran carga significativa en la actualidad, pues las realidades espirituales que encontramos -  y en realidad, cualquier realidad espiritual -  son inmutables, permanecen a lo largo de los siglos. 

La persona debe formar una unidad aunque deba desenvolverse en muchos y diferente ámbitos (el trabajo, el ocio, el amor, la política...), y en todos estos aspectos debe actuar con coherencia y poniendo todo su yo. Todos sus actos, derivan de lo que es, de su propia personalidad, de su propia realidad vital.  

Y el hombre debe averiguar, convencerse que esta vida material, mortal no es la única existente y debe por tanto, fijar sus objetivos hacia algo más alto y duradero. Debe dedicar tiempo a Dios, como dice Guillermo: “Dedicarse a Dios, gozar de Dios”. Ha de buscar tiempo para la soledad y encontrarse consigo mismo para encontrase con Dios, y ésta es una idea muy utilizada por San Bernardo. Y la consecuencia que debe derivarse de este encuentro interpersonal y amoroso, es una vida orientada al Señor y desde él. La celda es ese lugar adecuado donde uno puede entrar en comunión con Dios en soledad. 

Los monjes somos cristianos y los medios que tenemos para ir hacia el Señor no deben ser ocultados a los demás cristianos, todos estamos llamados a la santidad y a vivir la plenitud de la vida que Dios por Jesús y a través de Su Espíritu, nos tiene preparada. 

Hna. Marina Medina 


[1] Guillrmo de Saint- Thierry, Carta de Oro y Oraciones Meditadas, Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 31-
[2] Sal 54, 16

1 comentario: