10 de marzo de 2011

Sta.Beatriz de Nazaret

   

Síntesis biográfica

Beatriz de Nazaret, monja cisterciense cuya conocemos por un capellán del monasterio de Nazaret del siglo XIII que escribió en latín la vida de la priora Beatriz.

El no llegó a conocerla, pero para esta biografía, se sirvió de los escritos en neerlandés que ella misma escribió: el Libro de la vida, que era un diario suyo y recoge los 20 años anteriores a su entrada en el monasterio de Nazaret; son notas que escribió siendo ya priora y su tratado místico llamado “los siete modos de Amor”. Hasta nosotros ha llegado sólo su tratado. El anónimo capellán se sirvió asimismo para escribir la biografía de los datos comunicados por las monjas que la conocieron, fundamentalmente de los recuerdos de la hermana de Beatriz, Cristina, la cual, la sucedió como priora.

Beatriz nació alrededor del año 1200 en Tirlemont (Thienen) a unos veinte kilómetros de Lovaina, en la diócesis de Lieja.

Debió ser la sexta hija proveniente de una familia burguesa. Su madre, Gertrudis, se caracterizó por su acendrada piedad y caridad; su padre, Bartolomé, al morir su mujer, acompañó a sus hijas Beatriz, Cristina y Sibila a los monasterios que el mismo ayuda a fundar. Un hermano de Beatriz, como converso, sigue las observancias cistercienses y otros dos hermanos ingresaron en órdenes religiosas.
Al principio, la madre de Beatriz la instruyó personalmente, y Beatriz demostró su capacidad para el estudio y el aprendizaje pues ya con cinco años era capaz de recitar íntegramente el salterio de David. A los siete años, al morir su madre, su padre la envía a la escuela de las beguinas de Léau[2] para que éstas le enseñaran las virtudes y al mismo tiempo que frecuentaba una escuela mixta en la misma ciudad, Zoutleeuw y donde aprendió las artes liberales. Permaneció en ella un año pero no logró, acabar los estudios de artes liberales que comprendían gramática, retórica y dialéctica.

A los diez años ingresa como oblata en el monasterio de Bloemendaal o Florival que había pasado a ser cisterciense sobre el año 1210 y donde su padre era administrador. Allí continuó el Trivium y el quadrivium que consistía en música, aritmética, geometría y astronomía.

A los quince años, profesa como novicia en Florival y un año más tarde profesó. Poco después de profesar fue enviada al monasterio cisterciense de la Ramée donde aprendió el arte de la caligrafía y la iluminación. En este monasterio conoció a Ida de Nivelles, mayor que ella y a las que unió una gran amistad. Ida estaba muy avanzada en temas místicos y espirituales. En enero de 1217, siendo inductora Ida, Beatriz tiene su primera experiencia mística. Al poco regresó a Florival y todas sus hermanas comprobaron su gran progreso espiritual.

En este período el padre de Beatriz ingresa como lego en Bloemendaal y su hermano Wickbert ingresa también como converso; sus hermanas Christine y Sybille entraron en la misma comunidad en 1215. Cuando Bloemendaal funda Maagdendaal, cerca de Tienen, el padre de Beatriz y los hermanos de ésta son enviados allí en 1221. En este monasterio Beatriz realiza su Profesión Solemne y es consagrada virgen por el Obispo.

En 1235 Maagdendaal decide hacer la fundación de Nazaret. En 1236 se traslada a este nuevo monasterio y ejerce como maestra de novicias durante dos años; más tarde, es elegida como priora. Hacia el fin de su vida escribe su célebre tratado “Seven Manieren van Minne” (Los siete modos de Amor). En 1267 enferma gravemente y el 29 de agosto de 1268 “regresó al Padre”[3].

Al leer su vida y escritos, uno mismo “queda abrumado por la perspicacia de su mente, la profundidad y la calidez de su corazón, la impetuosidad de su deseo, no sólo de estar con Dios, sino en convertirse en lo que Dios quisiera que fuera. El dinamismo de toda su vida no se desarrolla alrededor de yo-y-Dios, sino de Dios-y-yo. Dios fue y permaneció su fuente y su meta, y cuando falleció se cerró el círculo completo[4].

Historia de un alma: Vida y doctrina espiritual de Beatriz

El relato de la vida de Beatriz es más una radiografía espiritual que la simple constatación de hechos externos. Sin embargo, el sacerdote biógrafo no cree tener mucha pericia en este género, es decir, en las “vidas de los santos” y así, objeta en su prólogo: “Aunque haya leído distintos triunfos de santos, descritos en narración histórica por otros, todavía no he alcanzado el uso de la necesaria elocuencia...”
“No te asombres, ¡oh lector!, si quizá, en el avance de la narración, te encuentras con algo que no viene a cuento y te percatas que estoy obligado al esfuerzo de escribir, por el solo precepto de la caridad...
Si alguien me desafía para que dé fe sobre los hechos que voy a narrar, y si algún curioso me solicita un testimonio de autenticidad, justamente respondo con toda sencillez que soy solamente el traductor de esta obra y no el autor[5].
El capellán y confesor de Nazaret, quiere demostrar la santidad de Beatriz.
“Podemos acercarnos a ella intentando al menos descubrirla en cuatro aspectos fundamentales de su vida: en primer lugar, la adecuación de Beatriz al contexto de la espiritualidad de la primera mitad del siglo XIII y a las nuevas formas de religiosidad femenina; en segundo, su amistad con Ida de Nivelles y el camino mistagógico en que ella la introduce; en tercero, sus experiencias visionarias; y finalmente, su mística del amor”[6].
Beatriz fue una monja cisterciense que vivía la espiritualidad del Císter y las formas que ésta adquiere en el Norte de Europa; sin embargo, fue una monja extraordinariamente mortificada, las penitencias constituyen una ruptura con el marco psíquico y el ambiente de un convento cisterciense, por más que su marco fuera estrictamente ascético. Dichas penitencias tienen como motivación la conciencia de pecado, es decir, de ser absolutamente incapaz de unirse a Dios, el Ser perfectamente bueno, por las propias fuerzas.

El deseo es el motor de esta actitud: es ferviente, apremiante... “La mística siente la atracción de Dios, y de ahí una aspiración vehemente a seguir a Cristo y estar unida a Dios, una tensión casi insostenible de la voluntad, trátese de mortificaciones o de una aplicación escrupulosa a imponerse ejercicios de piedad o imitar las virtudes de otras religiosas[7].

Este deseo es tan intenso que se expresa en estos términos entre otros: languidez frenética, delirio, pasión paralizante, inundación, torbellino, ebullición. Y con estas emociones, su espíritu concluye siendo más puro y más fuerte.

Beatriz exageró sus penitencias y en ello comprobamos el gran amor que la arrastraba a identificarse con el Amado de su alma. Llegaba a la flagelación de pies y pecho con espinas, utilizaba cilicios de cuerda llenos de nudos que cubrían todo su cuerpo, en la cama esparcía hojas puntiagudas o dormía sobre el suelo y a veces, como almohada, usaba una piedra.

Trata de descubrir el designio de Dios y por tanto, lucha por llegar al conocimiento de sí, donde advertimos la influencia de San Bernardo y de Guillermo de Saint-Thierry.

Ella, sabe que la naturaleza humana está herida por el pecado, pero al mismo tiempo, descubre todos los dones de los que ha sido colmada su alma creada a imagen y semejanza de Dios y por tanto, se dedica a reparar los efectos del pecado en sí misma y retornar a la pureza original en la que fue creada el alma.
Después de este período, llega a un estado de gran sequedad y de pruebas pasivas durante unos tres años. “Estas pruebas se prolongarán a lo largo de la vida de Beatriz. Sin embargo, hay un giro importante e incluso capital en su vida espiritual. Ya en una etapa anterior había presentido que presumía de sus propias fuerzas y que debía dejar que Dios actuara en ella”[8].

En su vida espiritual, Beatriz se ocupó del estudio de la Santísima Trinidad y para ello manejaba copias de libros sobre este tema, y ello nos muestra “la accesibilidad en los monasterios Cistercienses a obras de contenido teológico y recuerda al mismo tiempo el útil oficio de copista aprendido en Rameya”[9].

El meditar la Pasión y el Misterio de la Trinidad, la lleva a aceptar todo aquello que el Señor le pide, despojándose de su propia voluntad. Existen dos visiones trinitarias que la guían hasta este despojamiento de sí misma y a adherirse a la voluntad divina. Hacia el año 1232 ve a Dios como la fuente de un gran río del cual fluyen otros ríos y arroyos; el gran río es el Hijo de Dios, Jesús, los otros ríos son los estigmas de Cristo y los arroyos, los dones del Espíritu Santo. Comprende entonces los juicios de Dios, la procesión de las Personas en el seno de la Trinidad y de la esencia divina. Hay en ella una profunda conmoción interior y toma de conciencia de las dimensiones universales de la caridad: allí donde buscaba la perfección mediante la ascesis y los ejercicios de piedad, percibe que hacer la voluntad de Dios es ocuparse del prójimo, tanto mediante cuidados materiales como espirituales”[10].
Al final, la unión transformadora hace que su voluntad se identifique y se conforme a la voluntad de Dios y descubre la paz interior. Se crea un equilibrio entre el espíritu en paz y el cuerpo sufriente, equilibrio ya existente y percibido por los Cistercienses del siglo XII sobre todo en Guillermo de Saint-Thierry en su obra: “De la naturaleza y dignidad del amor”.

Comienza la llamada vida pública de Beatriz, dedicándose a la caridad dirigida tanto a sus hermanas de comunidad como a toda clase de gentes. También van a verla almas atormentadas y pecadores con los que Beatriz utiliza la oración para que se vean liberados del pecado.

En Beatriz se centran, su inteligencia intuitiva que le permite acceder en parte al conocimiento de los Misterios de Dios y el amo fruitivo que gusta, asimila, los dones recibidos; y toda esta experiencia confluye en la caridad activa.

Otro aspecto de Beatriz son sus visiones, la liturgia meditada se transforma en experiencia, todas las visiones de Beatriz van unidas a la liturgia.

En el elemento visual, las imágenes son muy estereotipadas, pero siente la presencia de Dios que pasa por su cuerpo, que la llena con el fuego de Su Amor, siente que atrae su corazón y lo llena con la sangre de Sus llagas. El gusto como sentido espiritual, le hace “gustar” la dulzura del amor divino. También el elemento auditivo es importante, pues escucha a Dios que le habla.

Ida de Nivelles consejera y directora espiritual de Beatriz y quien la introduce en el mundo de la mística y de las visiones. La primera visión fue cuando Beatriz, tras unos meses al lado de su maestra Ida, le pidió que rogara a Dios para que le concediera gracias especiales. Ida, entonces, le dijo que se preparara para el día de la Natividad del Señor, sin embargo, no fue hasta unos de los primeros días de enero cuando Beatriz tiene su primera experiencia mística mientras está en el coro cantando las Completas. Sentada durante la salmodia se vio arrebatada en éxtasis pero no corporalmente sino intelectualmente y vio con los ojos de la mente a la Santísima Trinidad.

En el segundo libro de su Vida, aumentan estas experiencias que van centrándose en la unión mística; la más significativa fue la ocurrida en Maagdendaal en el año 1232, donde Beatriz ve al Señor que se acerca a ella y atraviesa su alma con una lanza ardiente. Existe un simbolismo entre la lanza que penetró en el costado de Cristo en Su Pasión la lanza que penetra el alma de Beatriz y que le anuncia la unión amorosa con el Amado, esposa elegida del Cantar.

En el tercer libro de la Vida aparecen más visones pero con un contenido más didáctico y quizás más elaborado por el escriba y esto se debe a que cuando el capellán de Nazaret se ocupa de la etapa de la vida de Beatriz cuando es ya Priora, no tiene un diario donde apoyarse para narrar sus experiencias místicas y se basa en notas tardías e informaciones de las monjas.

“En Nazaret, donde por más de treinta años servirá a la comunidad como maestra de novicias y segunda superiora, desde el mes de julio de 1237 hasta el 1268, año de su muerte, le viene concedido el tiempo de amar. Aquí Beatriz repensará toda su vida. Podrá expresar, de manera magistral, su propia síntesis, regalándonos ese admirable canto lírico del amor místico, como bellamente el Padre Mikkers ha definido su pequeño tratado de las siete maneras del santo amor de Dios.
Muere el 29 de agosto de 1268 y es sepultada en el claustro, entre el capítulo y la Iglesia; lo que entonces indicaba la beatificación”[11].


Los Siete Modos de Amor
Un tratado místico, escrito en prosa lírica en neerlandés sobre 1250, es la única obra original que poseemos de Beatriz. En este tratado se describe la ascensión del alma, por el amor, a la unión con Dios.
Los siete Modos de Amor, como es llamado este tratado, es el compendio de la vida de Beatriz. Ella lee toda su vida a la luz del amor de Dios y la reconoce en esta palabra, minne[12]. Minne lleva en sí, la realidad divina y la experiencia humana. “El amor de Dios - de quien Beatriz habla - es su amor por Dios, en el cual, paradójicamente, Dios mismo se da a conocer. Hacer esto evidente siete veces es su fin y su tarea”[13].

Observamos en esta obra la convergencia de dos corrientes espirituales: la mística de la unión con Dios encresto (Verbo encarnado) y la mística del Ser. “El amor es en ella tensión del deseo, sed de estar unida a Dios sin que, sin embargo, sea explícitamente buscada la superación de todo lo creado, que implicaría el retorno a su ser original en el seno del abismo divino. Para Beatriz, como, por otra parte, para las beguinas contemporáneas, no existe contradicción entre la adoración de la Trinidad, la unión con Cristo Esposo y esta tendencia a la superación”[14].

Primer modo: Nos comunica la vivencia en la pureza, nobleza y libertad del alma creada a imagen y semejanza de Dios, donde aparece el ardiente deseo de amar y seguir al Señor, deseo de una total comunión de vida con Cristo. Para esto es necesario el autoconocimiento de sí misma y de su corazón, autoconocimiento que está en perfecta concordancia con la idea del origen cisterciense, de la concentración de toda espiritualidad en el corazón, sea de Cristo, sea de los hombres. Es en este autoconocimiento donde Beatriz puede llegar a asemejarse al amor pues “examina lo que ella es, lo que ella debe ser, lo que tiene y lo que le falta a su deseo”[15]. Sólo el amor conduce al alma a la nobleza que Dios le ofrece, porque sólo el amor nos motiva para caminar hacia la plenitud de la semejanza.

Segundo modo: Sobre “el amor sin porqué”, es decir, sobre la gratuidad del amor. Beatriz utiliza el lenguaje del “amor cortés” explicándonos que la dama quiere servir a su señor teniendo como única recompensa, devolver amor al Amor, amándolo sin medida, tal y como lo vemos en San Bernardo de Claraval en su tratado “De diligendo Deo”.
Aquí, los términos servir y servicio se encuentran siete veces, es la imagen del amor que se pierde totalmente a sí mismo para el Amado y nos ofrece el retrato de la verdadera humanidad revelada por el Evangelio: “El abandono de la fe se hace servicio en lo más íntimo del ser del hombre”[16].
Tercer modo: Se refiere al sufrimiento que le provoca al alma el no poder servir a Su Señor perfectamente ya que esto supera la capacidad humana. La exigencia de totalidad en el amor, se vuelve obsesiva y es por esta razón por la que aparece la pena de no poder servir al amor según las exigencias ilimitadas del verdadero amor.

Según A. M. Haas: “En apenas dos frases, el tema de la necesaria muerte en vida y de la experiencia mística del exilio, esto es, del infierno, aparece aquí perfectamente formulado”[17].

Cuarto modo: En este modo es Dios quien toma la iniciativa, es una experiencia mística pasiva donde el alma queda totalmente conquistada por Dios hasta que no es más que amor. “Ser amor” traduce la plenitud de la imagen-semejanza; la plenitud de la semejanza en el amor es plenitud de pertenencia.

Quinto modo: Es el reverso del cuarto modo. Constituye la tormenta o furia de amor que afecta al cuerpo y alma. El amor hiere al corazón atravesándolo con una flecha. La dulzura del amor provoca en el alma un ardiente deseo de devolver amor por amor. La impotencia para satisfacer el amor suscita en Beatriz grandes males. Esta “ira de amor” (orewoet) indica las penas que la experiencia de las grandes delicias ya preanuncia.

Sexto modo: El amor se convierte en dueño de su persona y esto mismo la hace libre de sí misma. La libertad es fruto del amor sobre sus obstáculos interiores, libertad que la condice a un dominio sobre su voluntad que hace que el ejercicio de la caridad ya no le cueste.

Vida de cielo ya iniciada en esta tierra que Beatriz pide para todos nosotros y que San Benito también promete a todo aquel que ha ascendido los grados de humildad: “Subidos pues, finalmente, todos estos grados de humildad, llegará el monje en seguida a aquella caridad de Dios, que, siendo perfecta, excluye todo temor; por ella todo cuanto antes se observaba no sin recelo, empezará a guardarse sin trabajo alguno, como naturalmente y por costumbre; no ya por el temor del infierno, sino por amor de Cristo y cierta costumbre santa, y por la delectación de las virtudes. Lo cual se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero purificado ya de vicios y pecados”. (R.B. 7, 67-70).
Séptimo modo: Es el “Amor sublime”; constituye la experiencia de Dios que se expresa por encima de lo humano y por encima del tiempo. Es un deseo ardiente, un anhelo, un ansia de vivir con Cristo. El alma desea ser liberada de este exilio pues no hallará consuelo sino en el país donde reposa el Amor, no hallará reposo sino en Él, el Esposo.

Después de tanto buscar al Amor, será recibida por el Muy Amado y ya no será más “que un solo espíritu con Él”[18]. La última palabra fue una sola: el amor, la minnen.
En los siete modos de Amor se aprecia una jerarquía entre los diferentes grados de la experiencia del amor, aunque psicológicamente pueden darse mezclados, sin distinción entre ello. Mas para el biógrafo de Beatriz, los siete modos de Amor son la manifestación, la expresión de la vida de Beatriz que realiza en signos externos la experiencia mística, pues para él, la santificación femenina ocurre en y a través del cuerpo de la mujer.
Hna. Marina Medina
Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz

[1] Beatriz de Nazaret, Los siete modos de amor. II modo, Barcelona 1999, p. 287.
[2] Las beguinas eran una asociación de mujeres cristianas, contemplativas y activas, que dedicaron su vida, tanto a la defensa de los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, como a una brillante labor intelectual. Organizaban la ayuda a los pobres y a los enfermos en los hospitales, o a los leprosos. Trabajaban para mantenerse y eran libres de dejar la asociación en cualquier momento para casarse.
[3] Jn 13,1.
[4] R. De ganck, Currículum Vitae de Beatriz, Cistecium 219 (2000) 417-418.
[5] Vida de Beatriz de Nazaret. Prólogo 2-4, Cistercium 219 (2000) 473-474.
[6] V. Cirlot, b. garí, La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Barcelona 1999, p. 113-114.
[7] Georgette epiney-burgard, emilie zum brunn, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Barcelona 1998, p. 106-107.
[8] Georgette epiney-burgard, emilie zum brunn, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Barcelona 1998, p. 109.
[9] V. Cirlot, b. garí, La Mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Barcelona 1999, p. 118-119.
[10] Georgette epiney-burgard, emilie zum brunn, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Barcelona 1998, p. 110.
[11] Liliana Schiano Moriello, Beatriz de Nazaret (1200-1268). Su persona, su obra, Cistercium 219 (2000) 440-441.
[12] Minne (femenino), es originariamente el pensamiento (viviente en uno) de la persona amada.
[13] Liliana Schiano Moriello, Beatriz de Nazaret (1200-1268). Su persona, su obra, Cistercium 219 (2000) 442.
[14] Georgette epiney-burgard, emilie zum brunn, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Barcelona 1998, p. 119.
[15] V. Cirlot, b. garí, La Mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Barcelona 1999, p. 286.
[16] Liliana Schiano Moriello, Beatriz de Nazaret (1200-1268). Su persona, su obra, Cistercium 219 (2000), p. 636.
[17] V. Cirlot, b. garí, La Mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Barcelona 1999, p. 128.
[18] 1 Cor 6, 17.