24 de julio de 2011

EGERIA Y SU VIAJE A TIERRA SANTA


INTRODUCCIÓN

            He decidido reflexionar el personaje histórico, Egeria, por dos razones fundamentales para mí: Ella es una mujer y me parece importante ver su papel en estos siglos y la importancia que reviste su carta comentando su peregrinación; ella es también española, al igual que yo y de muy pocas mujeres he oído hablar en la historia del monacato, sobre todo en la historia de los primeros siglos, aunque es verdad que Egeria no es la única española de la que tenemos referencia.

            El viaje de Egeria, ha sido traducido en numerosos idiomas (español, francés, alemán, ruso, inglés y griego); sin embargo en España no ha tenido mucha difusión y sigue siendo una de las grandes desconocidas, y eso que constituye el primer libro español de viajes.

            Egeria resulta importante por su peregrinación a los llamados Lugares Santos y cuya experiencia fue descrita a la comunidad de vírgenes con las que convivía en Galicia -cuyo ámbito geográfico resulta más amplio que el actual-. Es un documento esencial por todo cuanto nos describe sobre lo que observa en los cada uno de esos lugares por los que se mueve y además, nos da mucha información sobre el monaquismo oriental de aquella época.

            Vamos a conocer un poco a este personaje, ver quien fue y todo lo que se puede saber de ella, después veremos sus escritos sobre su peregrinación y lo qué en ellos nos cuenta.

            Mujer valiente que no se arredra ante una peregrinación que dura tres años -381-384-, en una época en la que los viajes no resultaban tan cómodos y preparados como en la actualidad. Resulta interesante observar lo importante que por ello mismo, resultaban entonces las peregrinaciones  y la atención que Egeria dio a las diversas formas de vivir el monacato. Es bueno recordar que los monjes de Egipto y Palestina y de todo oriente en general eran considerados como verdaderos “monjes” y “santos hombres” dedicados a la búsqueda de Dios, no sólo en la soledad, sino también ejerciendo la hospitalidad a los peregrinos que se aventuraban hasta allí.

Así, podemos hacernos una idea de cómo se vivía el monacato en oriente según la mirada de Egeria y cotejarlo con otras visiones generalmente masculinas de aquella época. Fueron tres intensos años de vivencias que dejó plasmadas durante su viaje en un diario que escribió (Peregrinación o itinerario). Al final de su viaje se empezó a sentir cansada y enferma y es cuando pone fin a su diario.

Egeria desafió las sexistas normas de su tiempo, alejándose del matrimonio y de la reclusión en casas y conventos. Es ejemplo de que en esa época a la que pertenece y en condiciones tan adversas, las mujeres realizaron con éxito grandes empresas en áreas fieramente defendidas por los varones como cotos privados.

Mujer, española, valiente y decidida, que nos deja un precioso testimonio de su peregrinación a tierra Santa, una peregrinación en la que pudo ver y vivir muchas cosas por su duración y de la que no nos esconde nada, no hablándonos sobre ella sino de lo que ve y admira. Su diario es uno de los primeros testimonios del entrelazamiento del monacato en las estructuras institucionales de la Iglesia, un entrelazamiento que quedará muy caracterizado para el monacato palestino.

Dejémonos fascinar por esta mujer y por su estilo vivo y directo que nos atrae aun hoy.


I. BIOGRAFÍA


Nació en la segunda mitad del siglo IV en lo que es hoy Galicia (España), ya que leemos que un obispo dice de ella que ha venido a Jerusalén “del extremo de la tierra”[1] Se desconocen las circunstancias y el lugar de su muerte, sabemos sin embargo que quiso entrar en Persia y al serle denegado el permiso, debió dirigirse hacia Constantinopla. Aquí es donde acaba su diario. Se cree que se siente enferma, pues en sus últimos escritos habla de un gran cansancio y a su poca apetencia de regresar a Galicia. Se ignora si volvió a su patria. Algunos años más tarde se derrumbó el imperio romano debido a las invasiones de los bárbaros, por lo que viajar se convirtió en algo sumamente peligroso y fue cuando las mujeres vivieron más encerradas que nunca.

Egeria era una mujer culta, poseía conocimientos de griego, literatura y geografía. Parece que también era muy rica, ya que podía realizar tal viaje sin problemas aparentes de dinero. Es más, la facilidad que encuentra allá a donde va, los obispos que salen a recibirla, el propio uso que hace del ager publicum -o “vía diplomática”, para entendernos, nos hace ver que era una mujer adinerada.

 Sus datos personales son poco conocidos, pues ella habló poco de sí misma en sus escritos, ya que el diario habla de su peregrinación y va dirigido a las mujeres con las que convivía y de las que ya era conocida. No obstante, por las fechas y lugares que menciona, se infiere que perteneció a la familia del emperador español Teodosio I, o que fue gran amiga suya, según nos dice Agustín Arce. Los escritores medievales la identifican como una abadesa que escribe a sus monjas pues utiliza el término de sopores. Mas quizás, ese término se refiera a “hermanas en Cristo”, y pueda referirse a un grupo de mujeres piadosas. Fue muy querida y apreciada por sus contemporáneos.

Existen dudas de que en aquella época tan temprana del cristianismo años hubiera monjas, pero las había. Ya en el Concilio de Elvira -o de Granada- en el 305, se reglamenta la vida religiosa de las mujeres. Existía un fuerte movimiento monacal en estas fechas como ya nos ha apuntado Fray Justo Pérez de Urbel. Lo que sucede es que el género de vida que llevaban estas monjas era distinto al que se va desarrollando con el pasar de los siglos. Todavía no estaba asentada la stabilitas loci, y las monjas  podían entrar y salir de sus monasterios.


I.1- Perfil humano de Egeria


Es aquí donde encontramos su mayor grandeza y su atractivo; es ella mismaza que lo refleja con encantadora ingenuidad en su relato.
Egeria se anticipa en muchos siglos al espíritu viajero de descubridores medievales y renacentistas, de exploradores y de ensoñadores románticos. Sabe ver y apreciar el detalle en lo que otros no reparan. Sabe sacar el jugo a su peregrinación y trata de enriquecerse con su experiencia.

Tenemos la suerte de que es algo curiosa y esto hace que quiera verlo todo, hacer excursiones suplementarias si así puede ver más cosas, pregunta por lo que ve pidiendo explicaciones y también por lo que no ve; todo esto lo relata a sus hermanas en su diario y además, antes de acabar su viaje les dice que está planeando hacer algunos recorridos más por Asia Menor para venerar sepulcros de apóstoles y santos.

Otra característica de nuestra Egeria ya anteriormente apuntada, es su valentía, pues se lanza a un viaje que recorre prácticamente todo el mundo conocido, que disfruta de su viaje  que sabe enriquecerse de éste.

Debía ser de mediana edad pues el Concilio de Zaragoza impedía dar el velo a las vírgenes antes de los 40 años y no sería probable tampoco que una mujer joven viajara siempre acompañada de presbíteros, diáconos y obispos.

Sería una mujer culta, aunque en el siglo IV se disimulaban los conocimientos clásicos que se tenían, pues podían incubar resabios paganos. Egeria, siendo una mujer instruida no alardea de ello y escribe en un lenguaje claro y sencillo, el latín pobre que era el que se hablaba comúnmente, el sermo cotidianus. Persona culta y a la vez, ávida de saber más aunque no siempre se cree todo lo que le cuentan.

Existieron en ese siglo otras mujeres que se lanzaron por los caminos del Imperio romano siendo todavía seguros, como Leonor de Aquitania, Brígida de Suecia y también la emperatriz Helena madre del emperador Constantino, con su empeño de desenterrar y lustrar los Santos Lugares, había iniciado una arqueología sacra, con la consiguiente fiebre de peregrinos moviéndose por todas partes. También conocemos a Melania, viuda y que viaja a con otras dos damas de la aristocracia hasta el desierto Egipcio y acaba fundando un monasterio en el monte de los Olivos; o a la gran amiga y compañera espiritual de Jerónimo, Paula, que un año antes que S. Jerónimo partió y fundó en Belén un monasterio dúplice -de hombres y mujeres, por separado- y un albergue para peregrinos.

Todo lo dicho sobre Egeria es lo que se sabe de esta intrépida y simpática mujer, de su perfil humano y muy español, pues se adivina una mujer inquieta, curiosa, alegre y expresiva, que nos deja un diario que se lee con soltura y sin cansancio.

II.- VIAJEROS DEL OCCIDENTE MONÁSTICO A ORIENTE



Otros personajes importantes en estos años de Egeria que merecen atención por ser del occidente y viajar al oriente y por su influjo en esa época son: Jerónimo y Paula, Rufino y también podemos nombrar a Melania la Anciana.

Una característica de este monaquismo occidental antiguo, es el desplazamiento, que se realizaba para visitar la cuna del monacato y la vida que allí en oriente se llevaba. Sin embargo ahora el desplazamiento es un recorrido interior del alma hacia Dios el Único que es Estable.

Jerónimo nace en una familia de alto rango en el 347 en Stridone -hoy la exYugoslavia-. En Tréveri realiza sus primeros intentos de vida monástica occidental y es donde descubre el ideal monástico. Rompe la relación con sus padres que esperaban de él que realizara una carrera importante y marcha a Aquilea. Junto con sus amigos Rufino y Evagrio. S, Jerónimo va a oriente para ser ermitaño pero no tiene buena salud y va a Antioquía a casa de su amigo Evagrio. Se dirige posteriormente al desierto de Cálcide de Siria. Quería ser anacoreta, éstos vivían la fuga mundi  más que los demás. Estudia griego y hebreo convencido de que la vida espiritual estaba vinculada al estudio de la Palabra de Dios. Regresa a Antioquía porque en el desierto se vivía la crisis arriana. Allí es Ordenado sacerdote aunque quiere permanecer como monje. Conoce a Gregorio de Nacianceno. Al principio es admirador de Orígenes como su amigo Rufino pero tras conocer al gran opositor de Orígenes, Epifanio de Salamina, se volverá contrario a Orígenes y esto será la causa de la ruptura de su amistad con Rufino. Se encuentra en Constantinopla en el tiempo del gran Concilio. Jerónimo vuelve a Roma y es secretario del Papa Dámaso y es también guía espiritual de un grupo de nobles damas romanas -Marcela, Paula, Eustaquio- En el 384 muere el Papa y en el 385 se va hacia oriente. Primero llega Paula a Belén y funda un monasterio femenino y hace construir uno masculino para cuando llegue Jerónimo donde permanecerá hasta su muerte en el 419. Paula muere en el 404 y su hija Eustoquio en el 418.

Rufino de Aquilea nace en el 345 cerca de Aquilea. En Roma realiza estudios clásicos y es donde conoce a Jerónimo. Sobre el 370 vuelve a Aquilea y crea una comunidad de ascetas y allí va con Rufino y Evagrio. En el 373 vuelve a Roma y conoce a Melania, mujer noble y adinerada, con deseos de llevar una vida ascética. Parte a Oriente en el 372 y sobre el 373 se establece en el Huerto de los Olivos y funda un monasterio. Rufino va a Alejandría donde conoce a Dídimo el Ciego que es un monje origenista. En el 380 se va a Palestina y con Melania trabaja en la fundación de un monasterio masculino. 393, primera controversia origenista, en el 397 vuelve a Roma y en el 398 traduce la obra más importante de Orígenes -sobre los principios-. En el 399 regresa a Aquilea y muere en el 411 en Mesina. Pasa a la historia como traductor de la Historia de la Iglesia.

Este es un poco el ambiente que existe en los años de Egeria, Ahora volvemos a ella.


III.- LA PEREGRINACIÓN EN LA ANTIGÜEDAD

La peregrinación es el trasladarse de un lugar a otro por motivos devocionales y es algo que está presente en todas las religiones.

La peregrinación entre los cristianos comprende una disposición interior hacia la imitación de Cristo o de otros personajes considerados como santos; así, la peregrinación exterior es un símbolo de la peregrinación interior:

 Durante los siglos IV y V, comienzan en la Iglesia las diversas experiencias de vida monástica. Algunas figuras bíblicas asumen en la literatura patrística y monástica un papel único. La referencia es la “xeniteia”, es decir, la experiencia del extranjero, la conciencia de quien se sabe huésped, emigrante. La concepción de la vida cristiana como peregrinación, la búsqueda de la intimidad divina a través del alejamiento del tumulto de las cosas y de los acontecimientos, la veneración de los santos lugares, mueven a muchos a marchar a la tierra de Cristo. La peregrinación a los lugares santos se convierte en símbolo de otra peregrinación: la interior.
[2].

Cuando cesaron las persecuciones del imperio romano, los lugares de martirio fueron abiertos a la veneración pública y se iniciaron numerosas peregrinaciones con testimonios documentados, como son los diarios de viaje de los mismos peregrinos, en especial de los que se dirigieron a Tierra Santa, entre los que destaca el testimonio de Egeria

            Entre los lugares de peregrinación destacan:
            -Los lugares bíblicos: Tierra Santa, en el 313 está el Edicto de Milán con el que Constantino declarara al cristianismo religión oficial del imperio romano. Este emperador manda construir grandes Basílicas en los lugares más importantes de la vida de Jesús.

            -Los lugares de los santos: se visitaban las tumbas y las reliquias de los santos como por ejemplo en Éfeso se visitaba la tumba del apóstol S. Juan.

            -Los lugares donde encontrar a los nuevos mártires: Después del Edicto de Milán, ya no existen las persecuciones de cristianos y nacen los mártires blancos: ascetas y vírgenes.

IV.- EL MANUSCRITO

Hasta el año 1884, la única referencia a esta mujer, es una carta de S. Valerio escrita a los monjes del Bierzo. En ese año, Gian Francesco Gamurrini encuentra en la Biblioteca de la Cofradía de Santa María de Laicos (Biblioteca Della Confraternitá dei Laici) en Arezzo, Etruria, un códice en pergamino de 37 folios, del siglo XI, dividido en dos partes. La primera contiene un tratado de S. Hilario de Poitiers sobre los Misterios y los Himnos. La segunda parte incompleta y sin autoría declarada, relata un viaje por Tierra Santa, fue redactada en el monasterio de Montecasino, y trasladada a Arezzo por Ambrosio Restellini, abad de Montecasino desde 1599 a 1602. En el 1801, Napoleón clausura el monasterio de Arezzo y gran parte de su archivo pasa a la mencionada Cofradía. Hoy día se conserva en el museo de la ciudad de Arezzo. El códice está escrito en pergamino, con letra de la escuela longobardocasinense, llamada también beneventana. Mide 262 por 171mm y contiene 37 folios; la primera parte son 15 folios y la segunda, 22. Gamurrini atribuye el relato a Silvia de Aquitania, hermana de Rufino de Aquitania, mencionada por paladio en la Historia Lausíaca, de quién se conocía una peregrinación similar a la relatada por Constantinopla, Egipto y Jerusalén. Pero en 1903 Mario Ferotín publica un estudio en la Revista de Cuestiones Históricas atribuyendo el mismo a la virgen española Egeria. De esta monja habla Valerio en la carta ya mencionada, y haciendo un resumen de su viaje que coincide en muchos puntos con el viaje relatado por el manuscrito de Arezzo: fecha, punto de partida (“de la costa occidental del Mar Océano), etapas, duración… Existe otra referencia que permite rellenar algunas lagunas de los folios ausentes del manuscrito: el Liber de locis sanctis de Pedro Diácono, quien también menciona a la peregrina gallega.

V.- EL NOMBRE

Los distintos códices que se conservan de la carta de S. Valerio recogen su nombre de diferentes formas: Aetheria, Echeria, Heteria, Eiheriai o Egeria. Ferotí se decantó por la denominación de Eteria, o Etheria, al igual que autores como Herseus, Mesiter o García y Villada. Mas Lambert, Petré, W. Lindsay o J. F. Montfort propusieron la grafía Egeria por figurar así en el Liber Glossarum, anónimo del año 750, en los catálogos de la Biblioteca de San Marcial de Limoges (Itinerarium Egerie abbatisse), y en algunas variantes de las cartas de S. Valerio. Esta última forma, Egeria, se puede considerar la más extendida, constando esa grafía incluso en una colección de sellos españoles dedicados a este personaje.


V.- EL VIAJE



La narración describe el modo de viajar a través del cursus publicus romano, la red de vías utilizadas por las legiones en sus desplazamientos (una red de 80.000 Km), empleando para el hospedaje las mansio o casas de postas, o bien, acogiéndose a la hospitalidad de los monasterios implantados en oriente desde hace años pero casi desconocidos en occidente. Varias menciones a lo largo del manuscrito sugieren la posibilidad de que contara con algún tipo de salvoconducto oficial que le permitió recurrir a protección militar en territorios especialmente peligrosos.

El escrito de Egeria se divide en dos partes diferentes:
-La primera es una especie de “diario de viaje” donde Egeria describe sus desplazamientos  a partir de la llegada al Sinaí. Son los capítulos del 1 al 23. Viaja a muchos lugares bíblicos, sobre todo del Antiguo Testamento, que la llevan también fuera de Palestina, a Mesopotamia y Constantinopla. En esta primera parte conoce a dos grupos de monjes: los que vivían en el Sinaí y otros que habitaban en el desierto de Siria.

-La segunda parte comprende del capítulo 24 al 29 y es la descripción de la liturgia en la nueva Basílica de la Resurrección (Anastasis) en Jerusalén.

Y nos encontramos con un tercer grupo de monjes, los que habitaban en Jerusalén

Así, que en este viaje de Egeria, nos encontramos con tres grupos de monjes:
1- Los que vivían en la montaña del Sinaí: como características principales vemos que son hospitalarios, trabajan en la huerta, sirven de guías a los lugares santos y por tanto, no se ve en ellos la fuga mundi sobre todo tal y como la conocemos hoy. No existía contradicción, confrontación entre vida monástica y sacerdocio.

2- Los que habitaban en el desierto en este caso, de Siria: viven más lejos de la sociedad, son anacoretas, pero ven a la gente por la fiesta de S. Elpidio y por Pascua.

3- Y los que finalmente estaba en las ciudades: En Anastasis, se trata de una vida monástica en armonía con la vida eclesial, no existe la fuga mundi y mantienen relación con el Obispo. Observamos que la liturgia no es sólo un derecho de los monjes y vírgenes ya que aquí vemos que hay sacerdotes y laicos y que todo el clero acude a Laudes, incluido el Obispo. Se trata de una estructura muy compleja y rica. Existe una gran armonía entre la vida consagrada y la vida jerárquica.

El monaquismo de los primeros siglos se hallaba muy diversificado, y esto hace que veamos muchas facetas dentro del monaquismo.

Moisés es visto como modelo de vida monástica, ve a Dios sin verlo. Egeria llega al Sinaí acompañada, no viaja sola. Ella repite mucho la frase “gracias a Dios”, es decir, sabe que Dios camina con ella, no estamos solos en la peregrinación exterior ni tampoco en la peregrinación interior.

Asceta es un término provinente de lenguaje filosófico griego, sobre todo del neo-platonismo y que significa “hacer ejercicio”. Los filósofos se refieren al ejercicio de la lectura. Para los monjes cristianos también es hacer ejercicio e implica leer la Palabra de Dios (lectio divina).

Nuestros monasterios son lugares santos porque Dios está presente, pero no por méritos personales. Monazontes (palabra latina de monjes, es decir, los que viven solos); parthenae (en referencia a las vírgenes).

Sobre el manuscrito, la crítica interna del propio texto es la que proporciona las pistas más sólidas para datarlo. A su regreso, Egeria visita algunos lugares de Mesopotamia, concretamente Batanis, Edesa y Harán. Según ella misma anota, los obispos de esas tres ciudades eran monjes y “confesores” (quiere decir que habían sufrido por su fe). Se ha podido identificar a esos obispos, desterrados por el emperador Valente, y algunas fechas relacionadas con ellos. Encajando fechas, duración de los desplazamientos y estadías y coincidencia con el período en que estos obispos estaban al frente de sus diócesis,  nos lleva a la conclusión de que el viaje e realizado entre los años 381 al 384 como ya apuntamos anteriormente.

El viaje, como señalamos, se halla incompleto, pues falta el inicio y posiblemente sus últimos desplazamientos anunciados en los escritos que conservamos. Sin embargo, se puede reconstruir lo que falta valiéndose de fuentes externas, como la propia infraestructura vial del imperio, otros viajes realizados en la misma época, o la carta de Valerio.

Conozcamos lo que falta: Egeria parte de alguna parte de Galicia (Gallaecia), allí deja a sus “hermanas”, y quizás les prometa escribirles con lo que descubra. Sigue la “Vía Domitia”, atraviesa la Aquitania y cruza el Ródano, río que recordará al ver el Éufrates por su ímpetu. Esta Vía aparece descritaen el Itinerarium a Burdigala Hyerusalem usque, o “Peregrino de Burdeos”: donde se consignan con precisión, las etapas de una peregrinación de Vurdeos a Jerusalén. Texto que se data en el año 333.
Así, llega a Constantinopla por vía marítima. Después coge la vía militar que surcaba Bitinia, Galacia y Capadocia. Entre Capadocia y Cilicia, atraviesa el macizo de Tauro para llegar a Tarso. Desde Tarso, el camino conducía sin dificultad hasta Antioquía y desde allí, una vía marítima llevaba a Sycamina (la actual Haifa), donde nuestra protagonista visita (según Valerio) los lugares consagrados a Elías en el Monte Carmelo. Desde Sycamina sigue por el litoral hasta Dióspolis y, por Nicóplis (Emaús), llegará a Jerusalén.

Era la Pascua del año 381. Residirá en Jerusalén tres años, hasta la Pascua del 384, pero realizando frecuentes excursiones que la mantendrán alejada de Jerusalén, meses enteros.

La visita a Egipto era obligada, y más para ella que quería conocer la vida de los anacoretas que había en sus desiertos:

“No se puede dudar de que fue aquí (Egipto) donde el monaquismo se presentó y se desarrolló con las notas que se impondrán  como típicas o modélicas de una tal experiencia. Mira a Egipto, revivir y trasladar aquella vida a otros ambientes, a veces tan diversos como Roma, Galia, África, era la aspiración común del siglo IV”[3].

            Desde Jerusalén el camino de los peregrinos atravesaba Taphnis, Hierópolis y Menfis y alcanzaba la Tebaida, llena de cuevas, eremitas y anacoretas. También debió visitar Alejandría en esta ocasión.

Una segunda excursión obligada le llevaría sobre el primer semestre del 383, a Samaria y Galilea. Habría visitado los lugares consagrados a Job en Siquem, así como el Tabor, Nazaret y Tiberíades. En Judea habría visto Belén, Hebrón, Betsús, Mamré.

Hasta aquí lo que se supone que fue el principio de su viaje, y ya el texto que nos ha llegado, comienza con una excursión al Sinaí, subiendo el Monte de Dios, al Horeb, recorriendo el Valle de el-Ráha, Farán, Clysma, Arabia y regresando a Jerusalén por la región de Gessén.

Una nueva excursión la lleva, cruzando el río Jordán, por las gargantas de las Ayin Musa (“Fuentes de Moisés”) hasta la cima del Monte Nebó y otros parajes bíblicos. De aquí, regresa a Jerusalén un poco antes de la Pascua que en el 384 caía a finales de marzo. Después de Pascua, Egeria abandona Jerusalén definitivamente. Durante su regreso visita Tarso (quizás por segunda vez), se detiene en Edesa, visita Siria y Mesopotamia, y de nuevo a Tarso. Desde ahí pone rumbo a Bitinia y Constantinopla. El diario termina en este punto pero expresando su deseo de visitar Éfeso para visitar el sepulcro del apóstol S. Juan. Parece ser que enfermó, no sabemos cuándo ni cómo volvió a casa, ni siquiera sabemos si regresó.

La segunda parte es un tesoro para los historiadores de la liturgia. Egeria describe los usos litúrgicos de la Ciudad Santa en esos últimos años del siglo IV. Repasa los oficios y celebraciones a los largo de la semana, hasta desembocar en el domingo. Luego se ocupa de los ciclos y festividades del año litúrgico: Epifanía, Cuaresma y sus ayunos, el “sábado de Lázaro”... para explayarse con todo detalle en la Semana Santa y sus ritos de cada día. El colofón son las fiestas de Pascua, la Ascensión y Pentecostés. Finalmente nos habla sobre todo lo relacionado con el bautismo y su catequesis previa, así como en la fiesta de “las Encenias”.

Incluso aquí vemos el carácter observador  y el talento de Egeria que de una árida descripción escolástica, sabe convertirla en una jugosa anécdota.

El rasgo religioso es, en la personalidad de Egeria, sobresaliente. Es verdad que su curiosidad, como ella misma confiesa, no tiene límites. El deseo manifiesto que le impele a emprender su peregrinación es, sin embargo, de carácter religioso: es el de conocer y venerar los lugares santificados por Cristo, por los santos del A. T. y por los apóstoles y los mártires. En los diversos santuarios que visita siente la necesidad de hacer una plegaria seguida luego por la lectura de un fragmento de la Escritura, recita asimismo un salmo y termina dándose de nuevo a la oración. Considera que la realización de sus anhelos de peregrinar a los Santos Lugares constituye un don que Dios le ha otorgado inmerecidamente, y siente por ello la necesidad de la acción de gracias: «Nuestro Dios Jesús, escribe, que no abandona a aquellos que esperan en Él, se ha dignado permitirme la realización de este deseo». La gracia de Dios le ha procurado «no solamente la voluntad de ir sino también la posibilidad de realizar lo que deseaba».

El Itinerarium de Egeria, para concluir, constituye un documento de gran interés. Es una fuente importantísima para el conocimiento de la liturgia tal como se desarrollaba en una época bastante oscura; los pocos escritores de aquel momento dan indicaciones muy vagas y muy incompletas, Egeria en cambio, las da profusamente, como ya hemos visto. Tiene interés, asimismo, por el hecho de constituir una prueba de la antigüedad de la tradición relativa a muchos lugares bíblicos.  
    
La filología encuentra también en la obra locuciones de la latinidad popular tardía. El relato de Egeria tiene finalmente el valor de testimonio de primera mano de un sinnúmero de costumbres populares de la época, y de aspectos de su espiritualidad.

CONCLUSIÓN

Egeria no es una mujer que ya no tenga interés en nuestra época actual, ya tan lejana a la suya, son muchos los siglos que transcurren desde el siglo IV, cuando Egeria vivió, al siglo XXI, en el que nos encontramos ahora.

Egeria es una mujer valiente, independiente y que sabe lo que quiere y no escatima medios para conseguirlo, es también poseedora de la cultura, algo que no ha sido siempre normal en las mujeres aunque ahora es raro que haya mujeres que no estudien si tienen la posibilidad. A pesar de eso, es una mujer que perteneció a una comunidad de vírgenes o monjas, quizás siendo eso algo que hoy en día no seda tanto en nuestra sociedad pero ella siempre desafió todo lo que le impidiera cumplir sus ideales en este caso, religiosos.

La peregrinación es algo que también en nuestra actualidad se da y también Tierra Santa es uno de los lugares de peregrinación algo frenada por los conflictos armados en Palestina. La peregrinación tiene una motivación religiosa y no se trata de simple turismo, ya en sí, el mismo viaje lleva muchas incomodidades que se superan por el deseo de la transformación interior. La peregrinación exterior va dirigida a lo más profundo de la persona.

En nuestro contexto monástico actual, realmente no se suelen dar estas peregrinaciones y menos de tanta duración. La monja habita en su monasterio para alabar a Dios y no precisamente para ir de viaje en cuanto pueda evitarlo. Pero la transformación que se quería con la peregrinación exterior, se realiza en el alma de la monja o del monje. Vemos, en Egeria, su ilusión por conocer los lugares que aparecen en la Biblia y el deseo de sacar jugo a su experiencia. Este viaje es como una forma exterior para conocer mejor al Señor.  En el silencio de nuestros monasterios, Dios nos habla y nos describe el sentido de la vida en todo su dinamismo peregrinante. Hemos de vivir ligeros de equipaje, dispuestos siempre a levantar la tienda como quien atraviesa el desierto con sus inclemencias, inseguridades y peligros, pero Dios va con nosotros como -Egeria experimentaba- y la luz de la Pascua eterna, en la que todo florece, ilumina y alienta nuestro caminar.

Y también resulta interesante su relato de la liturgia en Jerusalén, pues a nosotros cistercienses, que vivimos de la liturgia con intensidad como pide S. Benito, encontramos un estímulo al ver que en esos siglos era incluso rezada por gran parte de la población laica además del clero, lo que nos puede enseñar la importancia de que nuestros monasterios estén abiertos a hacer posible que los laicos de los alrededores se interesen en  participar en la liturgia de la comunidad, ya que ella es un tesoro perteneciente a todo el Pueblo de Dios, por ser la oración oficial de ésta. Egeria nos muestra como la liturgia de Tierra Santa le llamó la atención, pues realiza una descripción detallada de la misma. Para que nuestra liturgia atraiga, es preciso celebrarla con el entusiasmo, continuamente renovado, además de vivirla con devoción y veneración.  
A mi, personalmente, estudiar la vida de esta gran mujer, que sin temer las incomodidades propias de tal viaje en esos años del siglo IV, que se lanza a él sin vacilación y continúa hasta el final llena de ilusión, ha sido un don de Dios muy especial, que me está cuestionando si realmente yo, vivo, al menos con deseo de vivirla con esa intensidad y radicalidad. Deberíamos tomar nota y tratar de imitar a Egeria y  aprender a vivir la vida cristiano-monástica con la misma ilusión  y osadía con que ella vivió su peregrinación. No son necesarias estas peregrinaciones si no vivir la actitud interior que tenía y vivía Egeria en ellas.

Las cortas y sencillas peregrinaciones que de vez en cuando realizamos -Lourdes, Fátima y a Santiago-, así como las que  algunas que hemos aprovechado el Curso de Formación en Roma para visitar los lugares más importantes de nuestros orígenes monásticos, si los consideramos como un don de Dios y ha sido una experiencia enriquecedora intelectual y espiritualmente como A lo fue para Egeria la peregrinación a Tierra Santa y otros Santos Lugares. aunque ha faltado el sacrificio que para ella tenía el viajar: peligros, incomodidades, mucho tiempo etc. Me siento orgullosa de que esta gran santa, fuera además de mujer, española.

La peregrinación de Egeria, símbolo de nuestro recorrido de la vida hacia Dios.
Hna .Marina Medina

BIBLIOGRAFÍA
Antonio Alcalde y Bernardo Velado, hacia la Pascua. Nos has llamado al desierto, Ediciones Paulinas, Madrid 1992.
A. Linage Conde, El monacato femenino entre la clausura y la peregrinación: en torno a Egeria, Studia Monastica 34. Fasc. 1 (1992) 29-40.
Carlos Pascual Gil, El viaje de Egeria, Ediciones Laertes, Barcelona 1994.
Christian A. Almada,  Monaquismo occidental de los primeros siglos, Curso de Formación O. Cist., Roma 2008.
Daniël Hombergen, Literatura monástica latina de los primeros siglos, Curso de Formación O. Cist., Roma 2003.
Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992.
R. Civil Desveus, Gran enciclopedia Rialp, Editorial Rialp, 1991.
Rafael Hernández Sosa, La peregrinación es más que una devoción, Centro católico multimedial, Méjico 2007.


[1] 19, 5, 24.
[2] Rafael Hernández Sosa, La peregrinación es más que una devoción, Centro católico multimedial, Méjico 2007.
[3] Manuel Diego Sánchez, historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992, p. 157.

6 de julio de 2011

ORACIONES DE AUTORES MONASTICOS

PLEGARIA (San Anselmo)

            Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti las inquietudes trabajosas. Descansa siquiera un momento en la presencia de Dios. Entra en el aposento de tu alma; y así cerradas todas las puertas ven en pos de Dios. Di, pues, alma mía, di a Dios: “Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro”. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde o cómo encontrarte.

          Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando tú ausente?
            Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
          Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa claridad inaccesible?, ¿cómo me acercaré a ella?, ¿quién me conducirá hasta ahí para verte en ella?
          ¿Con qué señales, bajo que rasgo te buscaré?
          Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

          ¿Qué haré lejos de ti?
          ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro?
          Anhelo verte y tu rostro está muy lejos de mí.
          Deseo acercarme a ti y tu morada es inaccesible.
          Ardo en el deseo de encontrarte e ignoro dónde vives.
          No suspiro más que por ti y jamás he visto tu rostro.

          Señor, tú eres mi Dios, mi dueño y sin embargo nunca te he visto.
          Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
          Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

          ¿Hasta cuando?
          ¿Hasta cuando te olvidarás de nosotros y nos mostrarás tu rostro?
          ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás?
          ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro?
          ¿Cuándo volverás a nosotros?

          Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros.
          Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo.
          Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

          Enséñanos a buscarte y muéstrate a quien te busca;
          porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
          y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.
          DESEANDO te buscaré
          BUSCANDO te DESEARÉ
          AMANDO te hallaré
          Y hallándote te AMARÉ…

                                                                                           (San Anselmo, Proslogion, 1)
         



¡Oh Espíritu Santo, nosotros te invocamos!
Llénanos de tu amor, oh Amor,
para que comprendamos el cántico de amor.

Asócianos también a nosotros,
aunque solo sea un poco,
al santo coloquio del Esposo y de la Esposa;
y que se cumpla en nuestros corazones
aquello que contemplan o leen nuestros ojos.

Atráenos hacia Vos, oh Santo Espíritu,
santo Paráclito, santo Consolador,
consuela la indigencia y desnudez de nuestra soledad:
no busca otros consuelos, fuera de Vos.

Iluminad, vivificad, el deseo de quien suspira,
 para que venga a ser amor de un amante saciado.
Venid, para que amemos de verdad;
pues de la fuente de vuestro amor
brotan todos nuestros sentimientos y palabras.

Que podamos comprender tan perfectamente
el cántico de vuestro amor
que ilumine en nosotros el amor
y que este amor se convierta
a favor nuestro
en el intérprete de su cántico.
Amén

     (Guillermo de Saint-Thierry, Comentario al Cantar de los Cantares, 4)




 Te amaré, ¡Oh buen Jesús!

Te amaré, a Ti que eres mi fuerza,

A Ti, a quien yo no logro amar gratuitamente,

A quien jamás podré querer a límite.

Que hacia Ti se dirijan todos mis anhelos,

Que ningún otro amor venga

A desviarlos o distraerlos.

Pero cuán poco es todo, Señor,

Aun cuando todo te lo consagro enteramente.

Que todo mi ser, ¡Oh mi Dios!

Sea para Ti.

¡Atráeme!

Que no aflore en mí temor alguno,

Sino que la perfecta caridad

Lo ahuyente de mí.
  (San Bernardo)



 

Arráncame, Señor, este corazón de piedra.
¡Dame un corazón nuevo, un corazón puro!
Aduéñate de mi corazón.
¡Habítalo! ¡Arrópalo! ¡Llénalo!
Modelo de belleza, sello de santidad,
imprime tu imagen en mi corazón,
grava en él el sello de tu misericordia,
oh Dios de mi alma,
mi porción por toda la eternmidad
 (Balduino de Ford (1190)


¡Oh Jesús, amadísimo de mi corazón!,
ningún fruto espiritual puede hacerse firme
si no está empapado por el rocío de tu Espíritu,
si no lo nutre el vigor de tu amor.
Que te agrade, pues, tener piedad de mí,
para que me recibas en los brazos de tu amor
y me caldees por completo con tu Espíritu.
Mira mi cuerpo y mi alma:
te los entrego, para que los poseas.
¡Amado mío, Amado mío,
derrama tu bendición sobre mí!
Ábreme e introdúceme
en la plenitud de tu suavidad.
Te deseo con toda el alma
y con todo el corazón
y te suplico que sólo Tú me poseas.
¡Ah, yo soy tuya y Tú eres mío!
Haz que con fervor
de espíritu siempre renovado
crezca en tu amor viviente y, por tu gracia,
florezca como los lirios del valle
al borde de las corrientes de agua.

_______________
Permitid, Jesús mío, que adore las llagas de vuestras manos y pies,
y haced que la sangre preciosa que de ellas mana,
cayendo sobre mí, me comunique la santidad,
y me preserve del pecado.
Dejadme también contemplar la llaga de vuestro santo costado
 como la puerta de mi salvación;
y puesto que por mí se abre vuestro Corazón,
permitid que penetre en este santuario de la caridad,
permanezca en él todos los días de mi vida,
 y os ame eternamente.
Llagas sagradas, prendas del amor infinito de mi Dios,
 sois otras tantas bocas que para mí pedís misericordia,
 y otros tantos puros manantiales donde puedo lavarme
de todas mis manchas.
(Gertrudis de Helfta (1256-1302)   


                                
Desearía decirte, Dios mío,
que, para gloria tuya,
yo quisiera ser santa,
pero prefiero dejar a Ti mismo
este mi deseo,
para no tener otra voluntas
que perderme en la tuya,
y que Tú hagas en mí
lo que a ti te plazca,
de suerte que tus deseos
se cumplan absolutamente en esta tu pobre criatura
de la que puedes disponer enteramente.
Luisa de Ballon (1591-1668)

 
Oraciónes a la Stma. Virgen
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestro auxilio,
haya sido desamparado.
Animado por esta confianza,
a Vos también acudo,
oh Madre, Virgen de las vírgenes,
y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos.
Oh madre de Dios,
no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y acogedlas favorablemente. Amén.

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¡Mira a la Estrella, invoca a María!

"¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado
por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de
las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos
de la luz de esta Estrella, invoca a María!.

"Si se levantan los vientos de las tentaciones,
si tropiezas en los escollos de las tribulaciones,
mira a la Estrella, llama a María.

"Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

"Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente
la navecilla de tu alma, mira a María.

"Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes,
confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia,
aterrado a la idea del horror del juicio,
comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza,
 en los abismos de la desesperación, piensa en María.

"En los peligros, en las angustias, en las dudas,
 piensa en María, invoca a María.
No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón;
y para conseguir los sufragios
de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

"No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas,
no te perderás si en Ella piensas.
Si Ella te tiende su mano, no caerás;
si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás,
si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.

(San Bernardo



¡Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus perfumes!...
Estoy cansado, me he agotado, no me abandones,
atráeme en pos de ti,
no sea que intente andar errante tras otros amantes,
no sea que corra sin rumbo fijo.

Atráeme en pos de ti, pues más me vale que me atraigas
y me provoques como sea, aterrándome con tus amenazas
o probándome con castigos,
que dejarme en mi frialdad, abandonada en mi falsa seguridad.
Atrae a la que no quiere y hazla voluntaria,
 atrae al paralítico y hazlo capaz de correr.

            Algún día no necesitaré que me atraigas,
porque correremos amorosamente y con toda presteza.
No correré yo sola, aunque haya pedido que me atraigas a mí sola,
también correrán conmigo las doncellas.

Correremos juntas, correremos a la par;
yo por el aroma de tus perfumes y ellas movidas por mi ejemplo
y mis insistencias. Sí, correremos todas al olor de tus aromas.

            Todos hemos corrido detrás de ti, Señor Jesús,
por la mansedumbre que descuella en ti,
al oír que no desprecias al pobre ni te horroriza el pecador.

            No te horrorizó el ladrón cuando te confesó,
ni la pecadora  cuando lloraba, ni la cananea cuando te suplicaba,
 ni la mujer sorprendida en adulterio,
ni el que se sentaba en el mostrador de los impuestos,
 ni el publicano cuando oraba, ni el discípulo cuado te negaba,
ni el perseguido de tus discípulos,
ni los mismos que te crucificaron.

            Correremos al olor de todos estos perfumes.
Es más, hemos percibido la fragancia
de tu sabiduría por lo hemos oído,
y si alguien  se ve falto de sabiduría que la pida y
se la darás.
Porque dicen que se la comunicas a todos en abundancia
y no lo echas en cara…
            Da luz a mis ojos, Señor, para que vea lo que a ti
te agrada en cada momento,
 y seré un hombre sabio.

            No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud,
y seré justo. Guíame por tu camino y seré santo.
Guillermo de Saint-Thierry