29 de octubre de 2011

LA ORACIÓN DEL MONJE



INTRODUCCIÓN

         La Regla de S. Benito y la Declaración sobre los valores fundamentales de la vida cisterciense actual tienen una fuerte relación, pues la Regla constituye el alma de la Declaración.

         Al finalizar el Concilio Vaticano II, el Decreto Perfectae Caritatis del año 65, en su artículo 2º, reconoce que los Institutos deben renovarse y adaptarse a la vida actual, aunque según el artículo 1º, el Instituto debe conservar sus características particulares.

         El capítulo General Especial de los años 1968-69, fue hecho para adaptarse a esta renovación. El documento más importante elaborado en este Capítulo, fue la Declaración que ha sufrido una segunda redacción o una revisión, aprobada por el Capítulo General del año 2000, ya que las monjas han sido reconocidas como miembros de pleno Derecho en la Orden.

         La Declaración  establece los elementos principales de nuestra vida y los pone al día, constituye nuestra Carta de Identidad. El texto revidado fue aprobado por casi unanimidad el seis de septiembre del 2000.

         De lo que se trata de demostrar con este trabajo es la concordancia de la Declaración con la Regla. Ésta es una forma permanente de inspiración para ordenar nuestra vida y conserva su autoridad en sus elementos esenciales y permanentes, tal y como nos lo recuerda el artículo 6º de la Declaración. Los monjes adaptaban la Regla  a las nuevas circunstancias que surgían y por lo tanto, no es un documento muerto.

         La Regla no ha de ser interpretada literalmente, sino adaptada a las condiciones de los tiempos, muy diferentas ahora a las del siglo VI (artículo 7º). Por tanto, debemos dejar a un lado los elementos contingentes para seguir los esenciales y sea así, maestra de nuestra vida monástica.

         Ahora manifestaré como la Declaración va a la par con la Regla en la vida en cuanto a la oración del monje y la actualidad de estos dos documentos para todos aquellos que quieran seguir el mismo camino que S. Benito nos propone.


1-    LA ORACIÓN DE S. BENITO 

         S. Benito, el gran orante, sigue siendo hoy un maestro de oración. En el capítulo 19 de su Regla, “De la actitud (interior y exterior) durante la salmodia” (De disciplina psallendi)[1], expresa un concepto profundo de lo que debe ser la oración litúrgica: “Creemos que Dios está presente en todas partes”[2].

         Para S. Benito, el espíritu de oración es uno de los rasgos más destacados de su fisonomía espiritual tal cual no lo dan a conocer los Diálogos de S. Gregorio Magno. En la gruta de Subiaco vivió durante tres años sin otra comunicación que la que tenía con Dios mediante la oración. Desde entonces, la plegaria fue el constante alimento de su alma.

         Ciertos indicios proporcionados por S. Gregorio nos descubren algunas de las notas fundamentales de la oración de S. Benito: la humildad, el abandono a la voluntad divina, la profundidad del sentimiento, la sobriedad de palabras, la influencia del lenguaje litúrgico.

         Otro detalle de la oración del santo es el lugar importantísimo, central, ocupado por Cristo en la espiritualidad benedictina. Cristo era el objeto de un tiernísimo amor por parte del patriarca; su Regla está saturada de la idea y del amor a Jesucristo.

2-    LA ORACIÓN Y LA REGLA

Según la Regla, toda la vida del monje se ordena en torno a algunas prácticas sencillas que se suceden a lo largo del día, ordenadas con un equilibro y un ritmo determinado. Toda la organización de la jornada parece estar a su servicio. Marcan con su huella el desarrollo de los horarios y las actividades y culminan en un ejercicio que S. Benito llama Opus Dei, la Obra de Dios, a la que nada se ha de anteponer[3]. Antiguamente la expresión Opus Dei designaba el conjunto de la vida monástica, totalmente consagrada a Dios. Obra que Dios realiza incesantemente en el monje que se entrega a ella con docilidad. Pasado el tiempo se limitó su sentido hasta designar únicamente la obra por excelencia del monje: la oración, ya sea celebrada en común o cultivada interiormente en el silencio del corazón. Si nada debe anteponerse a la oración, el conjunto de la vida monástica no es más que una preparación para ella; cuando llegue el momento, las demás observancias podrán cederle el paso. Porque, como quiere S. Benito, “A la hora del Oficio divino, no bien se haya oído la señal, dejando todas las cosas que tuvieren entre manos, acudan con presteza, pero con gravedad, para no dar pábulo a la disipación. Nada, pues se anteponga a la Obra de Dios”[4].

Los capítulos de la Regla dedicados explícitamente a la oración van del octavo al veinte y es lo que se ha llamado el “Código litúrgico”. Como ya hemos apuntado, S. Benito trata de la oración bajo dos aspectos: colectivo y privado.

A.- Opus Dei: La purificación operada en el monje por la vida ascética, debe mantenerle en un estado propicio para consagrarse plenamente a las cosas de Dios. Todo en la Regla tiende a un amplio desenvolvimiento de la virtud de religión. Doce capítulos (8-19) van destinados a la ordenación del ejercicio de esta virtud, desde el punto de vista monasterial: es la celebración litúrgica.

S. Benito dedica siete capítulos  a la reglamentación de las horas de la noche y la mañana: vigilias nocturnas de los días feriales (c. 8-10) y de los domingos (c. 11), y oración de la mañana (laudes) de los domingos (c. 12) y de los días feriales (c. 13). Las fiestas de los santos tienen también una ordenación especial para las vigilias y oración de la mañana (c. 14).

En un paréntesis entre la reglamentación de los oficios nocturno y diurno, y refiriéndose a los dos por igual, el legislador expone su pensamiento sobre el uso del Alleluia durante el año (c. 15).

El oficio diurno comprende dos capítulos: fijación de las horas, la oración de la mañana inclusive (c. 16), y la composición de las mismas, excluyendo la de esta última (c. 17).

El elemento más importante de todo el oficio aquí ordenado, es el Salterio, que, siguiendo la tradición secular, pasa a formar el cuerpo de la oración monástica litúrgica. S. Benito distribuye los ciento cincuenta salmos para una semana (c. 18).

A la manifestación externa de la virtud de religión, deben corresponder unas disposiciones interiores que estén en perfecta consonancia con ella. Según la expresión de S. Benito: “que nuestra mente concuerde con nuestros labios”[5].

B.- Oración privada: Como consecuencia de la celebración litúrgica, nace una vida de oración privada interna, cuyas características son la brevedad, la pureza, la humildad y la intensidad del afecto (c. 20); características que ya hemos señalado como propias del santo cuando oraba y que ahora refleja en su Regla.

3-    DECLARACIÓN Y ORACIÓN

         En la Declaración la oración viene desarrollada en los artículos del 59 al 64 que comprenden una parte de la Segunda Parte de la Declaración titulada: “Valores fundamentales de la vida Cisterciense actual”. Punto B, número 3: “La vida de oración”.

         Del artículo 59 podemos aprender muchas cosas aunque éste sea breve. Nos habla sobre la oración constante del monje. El monje debe permanecer a la escucha de Dios, atento a Su voluntad.  La oración en el monasterio reviste diferentes formas: Lectio, oración común y privada. La oración es siempre escucha de la Palabra de Dios y la liturgia (oración común) es la oración de Cristo. La oración privada es también conformación con el Verbo de Dios. Así, la conformidad con la Palabra o Verbo de Dios, hace que la oración sea única, sea privada o pública. Nuestra oración es para conformarse con Cristo.

         La oración es fuente de inspiración para nuestras acciones[6] y dirección para nuestra vida.

         Existen dos vertientes: El conocimiento y la rectificación; es decir, por medio de la oración que es un diálogo amoroso con Dios, conocemos lo que Dios quiere de nosotros y por tanto, esto nos vale para rectificar siempre que sea necesario, el camino, la dirección de nuestra vida.

         El artículo 60 nos recuerda otra importante característica de la oración: La oración no procede de nosotros mismos, sino que nos viene del Espíritu Santo que desciende a nuestros corazones suscitando precisamente la oración. Es un don del Espíritu Santo que nos hace capaces de clamar, Abba, Padre[7], pues ninguna otra religión llama a Dios, Padre.

         También nos informa de la importancia de la vida sacramental que nos une más estrechamente a Cristo, sobre todo el sacramento de la Eucaristía. La vida de gracia es alimentada en nosotros por medio de los sacramentos.

         Nuestra vocación monástica es la forma concreta en la que Cristo quiere realizar Su obra en el mundo a través de nosotros. Por lo tanto, la oración ha de empapar toda nuestra vida.

         El artículo 61 se centra en la Eucaristía. Nosotros damos gloria a Dios y nos vamos santificando en la medida que estemos incorporados a Cristo, así, la Eucaristía debe ser y es el centro de nuestra vida y de la liturgia pues se hace presente el sacrificio de Cristo ofrecido de una vez para siempre en la cruz. La Eucaristía es el sacramento de piedad; es un signo de unidad[8]; es vínculo de caridad[9]; es el convite pascual[10]. La Eucaristía nos ayuda a una participación activa en el sacrificio de Cristo, a vivir nuestra consagración como una ofrenda al Padre.

         El artículo 62 no nos dice el modo de hacer la reforma litúrgica, pero sí nos da criterios para realizarla en el propio monasterio: debe haber equilibrio y armonía respecto a las demás actividades de la vida monástica. La liturgia no agota la obra de la Iglesia y debe encontrar su lugar; la liturgia es la que ordena la jornada diaria así que debe ella misma estar bien ordenada. La fatiga no debe sofocar las formas litúrgicas para que la liturgia no sea estéril[11].

         El artículo 63 nos habla de la lectio divina que requiere una preparación idónea y unas determinadas condiciones. No se trata de una simple lectura sin más, se necesita leer despacio, meditar, orar…, dejar que el Espíritu Santo nos lleve a la contemplación y llegar a saber que es lo que Dios quiere de nosotros. El silencio es necesario para que el corazón del monje pueda escuchar mejor la Palabra de Dios y cumplirla cada vez mejor.

         El artículo 64 nos dice que nuestra vida será una unidad si existe la armonía en el monasterio. La vida armónica y la estabilidad son una ayuda para la unificación de nuestro ser. También nos habla de la liturgia que cebe ser una luz para la Iglesia local, es nuestro punto principal de apostolado. Basta con abrir la puerta de la Iglesia e invitar a los cristianos a que participen activamente con nosotros.


4-    ARTÍCULOS CORRESPONDIENTES ENTRE LA REGLA Y LA DECLARACIÓN

         Intentaremos ver sobre los artículos de la Declaración que se refieren explícitamente a la oración y que acabamos de señalar, con cuales capítulos de la Regla se corresponden.

         Los capítulos 59 al 64 de la Declaración pueden corresponderse muy bien con otros capítulos de la Regla que también van seguidos:

         - El capítulo 59 de la Declaración tiene su correspondiente con el número 15 de la Regla: “En qué tiempos se dirá Aleluya”. La Regla nos habla de en qué momentos de la liturgia se dirá el Aleluya; la liturgia se basa fundamentalmente en la Palabra de Dios y el artículo 59 de la Declaración, nos advierte de la importancia de la oración y de la meditación de la Palabra de Dios. Sin embargo, este capítulo de la Regla, sólo nos conduce a la liturgia y este capítulo de la Declaración nos comenta la importancia de la Palabra de Dios de una forma explícita y tanto en la oración común como en la oración privada.

         - El artículo 60 de la Declaración, lo podemos relacionar con el capítulo 16 de la Regla: “Cómo se celebran los Oficios Divinos durante el día”. Este capítulo de la Regla, nos informa de las veces que debemos alabar a Dios al día mediante el Oficio divino; lo mismo pasa con el artículo 60 de la Declaración que nos dice que debemos continuar la oración de Cristo a través de la celebración de la Eucaristía y del Oficio. La diferencia es que ya no se reza Prima como antes por ejemplo; además, lo esencial ahora en nuestros monasterios es la celebración diaria de la Eucaristía, lo que en tiempos de S. Benito no se celebraba cotidianamente[12]. Sin embargo se contempla el Oficio divino como la tarea principal en la vida del monje.

         - El artículo 61 de la Declaración, podemos parangonarle con el capítulo 17 de la Regla: “Cuántos salmos se han de cantar a dichas horas”. Tanto la Declaración como la Regla nos muestran la importancia de la alabanza a Dios y de la escucha de la Palabra de Dios que es mayoritaria en la liturgia. Después de apuntar S. Benito cómo se ordena la salmodia para los nocturnos y para laudes, en este capítulo nos da el orden para las demás Horas y la Declaración podría completar este capítulo añadiendo la su comentario sobre la Eucaristía que en estos días es diaria en los monasterios pues ésta es el centro de la vida del monje. Para S. Benito, Cristo lo es todo y en la Declaración se sigue está misma tónica pues nada es más importante que la actualización del sacrificio de Cristo en la Cruz. Mas la Declaración no deja de recordar que la Eucaristía es el centro de toda la liturgia y de la vida cristiana, por tanto es necesario que ocupe el primer puesto en la vida monástica, en la jornada monástica. S. Benito no es tan explícito en esta cuestión y desarrolla sobre todo, el resto de la liturgia con mucho interés.

         - El artículo 62 de la Declaración lo podemos confrontar con el capítulo 18 de la Regla: “Ordenación de la salmodia”; capítulo bastante más largo que el artículo de la Declaración. La Regla, da una detallada descripción del rezo de los salmos: los salmos, sus divisiones, en qué hora se rezarán… Pero al final, añade que se puede cambiar ese orden si se cree conveniente, y en esto, vemos que algo semejante dice el artículo 62 de la Declaración, cuando advierte que se debe ordenar la liturgia teniendo en cuenta que se proteja la unidad y la armonía, es decir, que se deberá ordenar la salmodia viendo la mejor conveniencia. Así, este artículo, nos vuelve a recordar cuán primordial es el papel de la liturgia en la vida del monje, pero que sin embargo, no agota la vida del monje por lo cual, será necesario que exista un equilibrio entre oración, trabajo y todas las demás actividades que existan en la jornada monástica. Y si S. Benito nos da un orden pre-  establecido sobre el rezo de los salmos, también es verdad que deja la libertad de adaptar este orden a las distintas necesidades que puedan darse en los monasterios.

         La Declaración puede de esta forma sin eliminar el espíritu de la Regla, adaptar la liturgia a los tiempos modernos de forma que alimente la vida de los monjes. Aunque según este capítulo de la Regla, no rezar todo el Salterio en una semana es inadmisible para los monjes cuya principal tarea es la liturgia.

         - El artículo 63 de la Declaración afectaría al capítulo 19 de la Regla: “Nuestra actitud durante la salmodia”. Tanto en la Declaración como en la Regla se habla de la actitud necesaria para con Dios. Es decir, la Regla nos informa cuál debe ser nuestra actitud sobre todo y ante todo, cuando estemos rezando el Oficio Divino. La Declaración, sin embargo, en este artículo se refiere a la lectio divina, pero en ambos casos, se nos dice lo mismo: la actitud para que el rezo o la lectura sea eficaz. Para el Oficio, debemos tener en cuenta que Dios está siempre presente y que al rezar, cuidemos que nuestra mente, concuerde con nuestros labios. Y en la Declaración se no explica que para hacer una lectura provechosa, deben advertirse una serie de condiciones y el silencio es la más significativa. Ambos capítulos nos hablan de la presencia de Dios: la Regla nos dice que Dios está presente, y la Declaración, que una buena lectio ayuda a que el monje advierta esa misma presencia y que el silencio también ayuda a que la lectura conduzca a la oración. Tanto la Regla como la Declaración nos repiten que la Palabra de Dios es primordial. Y la Declaración, que goza ya del Patrimonio cisterciense, también puede haber meditado en lo que decían nuestros primero padres sobre el silencio como que hay que guardar silencio en la escuela de la Palabra para poder escucharla: Sub silentio discere, como decía Guerrico de Igny.

         - El artículo 64 de la Declaración se relacionaría con el capítulo 20 de la Regla: “De la reverencia en la oración”. S. Benito nos aconseja cómo debemos rezar de modo que podamos ser atendidos nada más y nada menos que por Dios. La Declaración nos recomienda que la liturgia atraiga a gente de los alrededores para que los cristianos encuentren en ella una fuente de vida espiritual y esto sólo será posible si ellos pueden advertir en los monjes una adecuada reverencia y fervor, de modo que tal testimonio, de verdad atraiga y resulte veraz.

         S. Benito tiene en cuenta la vida espiritual del monje, así, podemos pensar que si el monje reza con pureza de corazón y rectamente, de alguna forma todo esto tendrá su influencia en la sociedad. De todos modos, muy importante era en su tiempo (y en el nuestro), la acogida a los huéspedes y se dice en la Regla: “Una vez acogidos los huéspedes, se les llevará a orar”[13]. La Declaración ve como muy positivo el que el pueblo participe en la liturgia y ésta se difunda por toda la Iglesia local para bien de los hombres. Como Iglesia local también puede ser considerada la comunidad monástica en cuanto “reunión de hermanos que se sostienen unos a otros en la vida contemplativa a través de un dar y un recibir espontáneo y responsable. Hermanos unidos en caridad que experimentan a Dios compartiendo la soledad en la vida en común, e intermediarios unos para otros, en la vida contemplativa, de la revelación de Dios y que ponen de así de manifiesto el misterio de la Iglesia, precisamente en la medida en que se abren a Dios en la oración”[14], así que en ambos casos la Iglesia local está presente.

         Aun así, en la Regla se hace mención en otros muchos capítulos de la oración sea pública o privada. Y siguiendo a S. Juan Evangelista cuando dice: “Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse”[15], podemos afirmar que también en la Regla, en buena parte de los capítulos, se puede encontrar una enseñanza referida a la oración, y si las comentáramos relacionándolas con la Declaración, sobrepasaría en mucho el espacio comprendido para este trabajo.


5-    ¿RENOVAR?

Al hablar del tema de la oración del monje, debemos cuestionarnos hasta qué punto es necesaria una renovación. En este punto, creo que la Regla de S. Benito ofrece abundante alimento de plena actualidad sobre la oración, tema que podemos encontrar en gran parte de los capítulos de la Regla de un modo u otro, aunque haya unos capítulos dedicados de una manera más explícita a este punto. Hasta en el capítulo 52, nos indica un dato externo pero que nos debe ayudar a hacer la oración, es decir, cómo ha de ser el oratorio del monasterio.

La oración, parte esencial y nuclear, en cualquiera que se precie ser monje, no es un aspecto que deba ser renovado constantemente. Dios no tiene tiempo ni edad y el encuentro con Él no es algo que deba cambiar constantemente. Sin embargo, sí es verdad que las formas para llegar a él pueden ser revisadas, adaptadas, mejoradas para que el monje de cada época realice su tarea del mejor modo posible y sepa ofrecer a la sociedad de su tiempo, cauces adecuados para la búsqueda y el encuentro con Dios, para llega a una auténtica comunión de amor y de vida con el Señor.

Los que seguimos la Regla de S. Benito, practicamos la vida contemplativa, que es la que da prioridad y preferencia al ejercicio de la oración y se establece como un ideal puro de vida cristiana. La relación del hombre con Cristo, la que busca el monje, viene señalada en tres ocasiones en la Regla de San Benito:

-Nada anteponer al amor de Cristo[16].

-Los que nada estiman tanto como Cristo[17].

-Nada absolutamente prefieran a Cristo[18].

Y ésto, no puede ser en modo alguno, objeto de renovación sino de enseñar cómo es posible vivirlo en plenitud.

La oración continua, que da razón de ser a la vida monástica, se expresa en algunos elementos fundamentales que se pueden observar tanto en la Regla del siglo VI, como en la Declaración actualizada del siglo XXI:

-La celebración diaria de la Eucaristía: manantial y plenitud de vida cristiana,  como fuente de la gracia redentora de Cristo y centro y cumbre de la Liturgia. Por la Eucaristía los monjes se unen indisolublemente con Dios y entre ellos (esto lo encontramos de forma explícita en la Declaración y no tanto en la Regla benedictina aunque también se menciona la Eucaristía).

-La alabanza de Dios: En la celebración de la Liturgia de las Horas, la comunidad monástica, en nombre de la Iglesia, alaba y da gracias a Dios, e intercede por toda la familia humana. Con esta oración comunitaria, las horas del día, las vigilias en las que se consagra a la oración el tiempo de la noche, y los ritmos todos del tiempo y las estaciones convergen en la única celebración del Misterio de Cristo.

-El clima de silencio en que se desarrolla habitualmente la vida del monje y de la comunidad, facilita la vigilancia y atención del corazón, y ayuda a permanecer en la memoria de Dios, en una profunda comunión con todos los hermanos, que no se ve limitada, sino profundizada y fortalecida por la sobriedad en el uso de la palabra, que queda reservada para lo verdaderamente necesario.

-Conocer el Misterio de Cristo, la historia de la salvación que Dios ofrece a todos, mantiene viva la llama del amor y el deseo en el corazón del monje y le mantiene en la perseverancia en la respuesta del don total de sí mismo, gracias a la escucha de la Palabra de Dios y a su meditación, en los tiempos de lectio divina o de diálogo comunitario.

Para ser verdaderos orantes, tenemos una gran ayuda tanto en la Regla y en la Declaración que sin ninguna oposición entre ellas, son un camino seguro para la búsqueda y el encuentro con Dios.


CONCLUSIÓN

Como hemos podido ver, la Declaración no es sino una adaptación a los tiempos actuales sobre la Regla de S. Benito.

          La oración tanto en la Regla como en la Declaración, se trata de una oración expresamente "cristológica"(este aspecto cristológico es claramente heredado de la oración que S. Benito realizaba y que luego formuló en su Regla de la que en este caso, es fiel reflejo la Declaración) pues Dios es nuestro Padre únicamente porque Jesús, el Cristo, es el primer nacido de una multitud de hermanos,[19] y sólo en Él y por Él nosotros somos también hijos del Padre.

         Aunque la Declaración hable sobre la oración, la Regla tiene plena actualidad y por eso, quizás no es uno de los temas mayormente tratados en dicha Declaración ya que gran parte de la doctrina la podemos aprender de S. Benito.

            Sobre el tema de la oración, existen diferencias, o más bien matices, y semejanzas tanto en uno como en otro documento. Pero no vemos ninguna gran diferencia en lo esencial, sino que los dos escritos se encaminan al mismo fin: el encuentro con Cristo y vivir en Su intimidad, como ya hemos apuntado a lo largo de este escrito y es que con la oración somos conducidos verdaderamente al corazón de la espiritualidad monástica.

          No debemos olvidar que la Declaración también se apoya en la tradición cisterciense[20] y en ésta, son muy importantes nuestros Padres, así que para terminar, no quiero dejar de reproducir una cita de uno de nuestros más importantes autores, S. Bernardo, el cual en su “Comentario al Cantar de los Cantares”, exhorta: 

“Si entras en la casa de oración con espíritu recogido y desocupado; si estando en presencia de Dios… llamas a la puerta del cielo con la mano de tus santos deseos, y siendo presentado al coro de los santos por el fervor de tus súplicas, lloras delante de ellos con profunda humildad tus miserias y aflicciones espirituales… si perseveras en llamar a esta puerta, no te irás allí de vacío.

Y luego, al volver a nuestro trato y compañía, lleno de gracia y amor, del todo ardiendo y como abrasado, no podrás ya disimular el don recibido y nos lo comunicarás…”[21].

Marina Medina Postigo


BIBLIOGRAFÍA

         André Louf, La oración en la Regla de San Benito, Cuadernos Monásticos 77 (1986)163-175.
            Aquinata Böckmann, La oración según la Regla de San Benito, Cuadernos Monásticos 89 (1989) 197-208.

            David N. Bell, De Molesme a Cîteaux. La primera “Espiritualidad” “Cisterciense”, Cistercium 218 (2000) 317-333, Ediciones Monte Casino, Zamora.

            Emmanuel M. Heufelder, La oración según la Regla de San Benito, Cuadernos Monásticos 20 (1972) 111-126.

            Jean De La Croix Robert, Vida monástica: ¿vida de oración?, Cistercium 168 (1985)  49-66, Ediciones Monte Casino, Zamora.

            Iñaki Aranguren, Realización humana de una vida exclusiva para la oración, Cistercium 131 (1973) 181-191.

            La Regla de San Benito, a cargo de García M. Colombás e Iñaki Aranguren, B.A.C., Madrid 1993.

            Lluc Torcal, Regla de nuestro Padre San Benito en concordancia con los artículos de la Declaración.

            Para conocer mejor la Orden Cisterciense, La vida cisterciense actual. Declaración del Capítulo General de la Orden Cisterciense del año 2000, a cargo de la Curia General de la Orden Cisterciense, Roma 2001.

            Robert Thomas, La jornada monástica según nuestros Padres, Cistercium 168 (1985) 67-90.

            Santa Biblia, a cargo  de Evaristo Martín Nieto, Ediciones Paulinas, Madrid 1992.




[1] RB 19.
[2] RB 19, 1.
[3] RB 43, 3.
[4] RB 43, 1.3.
[5] RB 19, 7.
[6] Dios nos ha destinado desde la eternidad para las obras que debemos realizar según Su voluntad (Efesios 1, 4-6).
[7] Rm 8, 15; Gal 4, 6; RB 2, 3.
[8] Comer el mismo Pan es el máximo signo de unidad.
[9] Al comer el mismo Pan con mi hermano no puedo hacerle daño, pues no puedo romper el Cuerpo de Cristo que es uno.
[10] Alimento de vida eterna que nos perite hacer presente a Dios y estar en Dios.
[11] Nuestra vida se funda en la sencillez, también en la liturgia.

[12] Fueron los Fundadores del Nuevo Monasterio (del Cister), los que conservaron diferentes funciones litúrgicas ignoradas por S. Benito e introducidas posteriormente como la Misa conventual diaria. (Declaración 23).
[13] RB 53, 8.
[14] Ignacio Aranguren, Realización humana de una vida en exclusiva para la oración, Cistercium 131 (1973) 181-191.
[15] Jn 21, 25.
[16] RB 4, 21.
[17] RB 5, 2.
[18] RB 72, 11.
[19] Rom 8, 29.
[20] Declaración 8.
[21] Cant 49, 3.