3 de enero de 2014

SAN BERNARDO Y LOS SERMONES LITÚRGICOS


(TIEMPO DE NAVIDAD)
Introducción
         A San Bernardo se le llama el último de los Padres de la Iglesia, cerrando así dignísimamente la lista gloriosa de lumbreras en la fe y las buenas costumbres que comenzó desde los primeros días del cristianismo y continúa sin interrupción durante más de diez siglos. La influencia de su doctrina en la vida íntima espiritual de la Iglesia es muy superior, a partir del siglo XII, a la de todos los Padres, si se exceptúa a San Agustín, en lo que se refiere a la mentalidad de profesores de escuelas, oradores y escritores místicos[1]. San Bernardo, en lenguaje de Benedicto XVI, es uno de aquellos que no sólo han enseñado en la Iglesia, sino también y sobre todo a la Iglesia[2]. 

            A partir del siglo XII, la predicación se impuso en todos los monasterios. El Cister la adoptó desde sus orígenes y la revistió de modalidades nuevas. Todo abad cisterciense estaba obligado a reunir diariamente el capítulo conventual[3], además de explicar la Regla. Los textos eran tomados de la Sagrada Escritura, pero se comentaban desde el punto de vista de los monjes. Los sermones de esta época pueden considerarse, no sólo como verdaderos tratados apologéticos, dogmáticos y exegéticos, sino como una mina de valor doctrinal copiosísima e inapreciable en lo concerniente a los elementos constitutivos del monacato: vida de recogimiento y soledad, oficio divino, meditación, lectura, contemplación, mortificación, trabajo. 

La obra más extensa de San Bernardo es el “comentario al año litúrgico”. En él va exponiendo los misterios de la salvación mediante una serie de textos bíblicos ofrecidos por la misma liturgia. Y como para Bernardo la Biblia es vida litúrgica y tradición patrística, suele citar estos textos según la versión que le dan los Padres de la Iglesia, leídos o escuchados personalmente en la celebración del oficio litúrgico de la noche. Por ello, la exégesis de ellos es la suya, y por eso quizá ha llegado a ser él como el representante más eminente de la patrística medieval[4].
1. Características de la cristología bernardiana
            El decurso del año litúrgico está centrado en el misterio de Cristo, por eso necesitamos destacar la persona y la obra de Cristo mismo para sentir con la lectura de los textos la riqueza de inspiración y de vivencia que animaban las fibras más profundas del mismo Bernardo.

            A raíz del Concilio Vaticano II se ha ido acentuando el giro antropológico de la cristología. La antropología es el terreno y el marco de la cristología[5], y en este trasfondo nos movemos. Cristo vino a nosotros como hombre y para los hombres. Vino para mí, dirá San Bernardo. Por eso el hombre ya no podrá encontrar el sentido de su vida más que en Cristo. Desde ahora será imposible una antropología integral sin un substrato cristológico. Pero tampoco puede concebirse una cristología  viva sin ser soteriológica (La soteriología es la rama de la teología que estudia la salvación). Es el gran mensaje que nos comunica Bernardo de Claraval. 
            Bernardo contrasta a todas luces con una mentalidad escolástica[6] y se asemeja más, si cabe, a ciertas corrientes actuales de sesgo marcadamente existencial y vital asumidas en la teología, que se preocupan más por lo que Cristo es para nosotros que lo que pueda ser para él mismo. 
            Es inconcebible para Bernardo una cristología antropológica o una soteriología sin un correspondiente encuadramiento litúrgico[7]. La cristología o soteriología es nuestro misterio antropológico vivido en Iglesia, y la vida concreta que la Iglesia transmite a sus miembros se verifica en el dinamismo de la liturgia mediante unos signos o símbolos sacramentales. Bernardo, en su vida claustral, es muy sensible a estos signos y símbolos, centrados en el misterio mismo de la revelación y de la salvación a través de la Palabra de Dios, leída, escuchada y “rumiada” en el ejercicio asiduo de la lectio divina y en las celebraciones cíclicas del misterio de Cristo Salvador a lo largo del año litúrgico. 
2. ¿A quién van dirigidos estos sermones litúrgicos?
            Los sermones de San Bernardo van dirigidos a sus monjes. Son las pláticas que les dirigió siendo abad de Claraval. Algunos los compuso para otros monasterios, sin que él los predicara a sus monjes. En unos y en otros se revela más místico y contemplativo que historiador y teólogo. Sus sermones revelan al hombre interior, en la estrechez de la celda, que promueve los intereses de los hermanos con su ardiente palabra y, a la vez, no descuida los de la Iglesia. Ellos son el fruto sazonado de una lectura y meditación profundas y de una docta experiencia personal. Estos sermones le colocan entre los escritores más destacados de la espiritualidad cristiana. Son la obra que más celebridad le ha conquistado y la que mejor define la faceta predominante de su gigantesca personalidad: el celo devorador por la difusión del reinado de Cristo en las almas.

            San Bernardo solía predicar más días de los que ordenaban las constituciones. Había recibido autorización expresa del capítulo general por causa de su resentida salud, que no le permitía entregarse al trabajo manual, y por el provecho espiritual que proporcionaba con sus enseñanzas, no sólo al propio monasterio, sino a otros muchos[8]. Las pláticas tenían lugar, una, por la mañana después de prima o antes de la misa conventual, y otra, antes de completas.

            Como buen pastor que se desvela por el cuidado de sus ovejas y como fiel discípulo de San Benito, quien exhorta en su Regla al abad a instruir a los monjes, San Bernardo, siempre que se lo permitan las múltiples ocupaciones en que estaba enredado, no deja de dirigir la palabra a sus hijos. Y consideraba la conferencia espiritual (el sermón) como el verdadero pan del alma que fortifica el corazón y hace perseverar en la senda de la virtud[9]. Oíasele lamentar cuando se veía en la imposibilidad de cumplir con este deber sagrado de su ministerio[10].

            Un índice muy significativo de cuánto le preocupaba la instrucción de los monjes es el hecho de que robaba tiempo al sueño para preparar las pláticas, pues no le bastaba el tiempo que tenía señalado en su horario particular, que era mientras los monjes estaban en el trabajo[11]. Sin embargo, según se desprende de muchos pasajes de sus escritos, frecuentemente se veía precisado a improvisar. Esto acontecía cuando los monjes, cansados por el trabajo manual, le rogaban les comentase algún trozo de las Sagradas Escrituras en donde pudieran distraer su espíritu y aliviar la fatiga del cuerpo[12]. 
3. La celebración litúrgica de la encarnación
            La protología[13] trágica, con el pecado y sus consecuencias, se arrastra en el tiempo, en el hic y en el nunc[14] de la dura y amarga existencia. La vida es un exilio aquí, en Babilonia; y a orillas de sus canales lloramos y nos lamentamos[15], tomando conciencia de lo que somos y de lo que queremos ser. 
            Pero esta protología trágica no nos aplasta irremediablemente, sino que ante tal situación, digna de lástima, Bernardo despliega el dinamismo protológico liberador, una alegoría forcejeante de singular belleza entre “la Misericordia y la Verdad”[16]. Introduciendo así a Cristo en las raíces mismas de la historia humana, amenazada entre el desamparo y la desesperación. Cristo preexiste ya desde ese comienzo trágico, Christus heri, para acompañar al hombre por los avatares de su historia y salvarlo. Cristo se hace historia, se hace “Jesús”, y acompaña al monje como “Cristo-Jesús” o “Jesu-Cristo”[17]. Esto es, que se introduce en el cuerpo-de-muerte y en la carne-de-pecado del hombre[18]; se despoja de su belleza y adopta la deformidad, la forma de no-belleza:

   “(El profeta) vio lo mismo que vieron los apóstoles y de la misma manera: una visión totalmente espiritual y nada corporal. No lo vio como aquel que dijo: lo vimos sin aspecto atrayente, sin    figura ni belleza. Lo vio transfigurado y el más hermoso de los hijos de los hombres. Por eso             dice transportado de gozo como los apóstoles: ¡qué bien estamos aquí”[19].

            La misericordia se hace miseria[20]. Y la belleza de la gloria queda oculta (el misterio) en la corteza (sacramento) de la deformidad de una carne-de-pecado y de un cuerpo-de-muerte. En esto consiste la encarnación para Bernardo y la clave de la vida litúrgica, en un participación ab intus en la gloria del Señor Jesús[21]. Jesucristo es un ser paradójico por su sacramento/misterio, sólo comprensible a los ojos de la fe. Pero gracias a esta paradoja personal se convierte en mediador[22], introduciendo en esa carne-de-pecado y en ese cuerpo-de-muerte el fermento[23] de la restauración del género humano. El kairós de la encarnación transforma la existencia dramáticamente ruinosa de la vida en una existencia numinosa y de combate. 
            No deja de ser algo incomprensible la forma como se realiza en la persona de Cristo la unión entre una naturaleza divina y una naturaleza humana[24]. Por eso el sacramento de la divina dispensación, el cuerpo animado que encierra el misterio de la divinidad, es sombra[25]. Y su vida, como la nuestra, es una peregrinación en la sombra. 
            Bernardo acentúa la unión de las dos naturalezas en una especie de contracción en la persona misma de Jesús el Cristo, el Verbum abbreviatum, la Palabra concisa: 

“Por eso se contrajo la majestad y lo mejor de ella, la misma divinidad, aglutinándose a nuestro barro. Con el fin de que en una sola persona se uniese entre sí Dios y el barro, la majestad y la debilidad, la degradación y la sublimidad. Nada hay tan sublime como Dios y nada tan degradante como el barro. Y a pesar de todo, dios descendió al barro, y el barro, en su insoslayable menosprecio, subió hasta Dios. Así, la obra de Dios brilla en el barro como la obra del mismo barro”[26]. 

            Era imprescindible la kénosis de Cristo en Jesús, su abajamiento por la humanidad para reparar el primer pecado de soberbia[27].La kénosis de Cristo es un interim, que es combate. Bernardo describe con refinadas y opuestas asonancias el asedio y el forcejeo en la vida de Cristo, su interim, su spaciolum[28]. En este trabajo y combate en la miseria nos abrazó a cada uno de nosotros y nos facilitó la unión con él[29]. Pero hay algo más: el anonadamiento de Cristo es la clave de la victoria sobre el pecado, e introduce por la moral, cuya virtud esencial es la humildad, las realidades del ésjaton en la protología, en la raíz misma de la deformidad.

            El interim como el “hoy” litúrgico no es un combate en la humildad. La encarnación no es simplemente para nosotros una contemplación de la realidad misma del misterio. La encarnación nos supone imitación, que es seguimiento de las huellas de Cristo Jesús[30]. Así, el interim ya tiene un sentido para el hombre. Es la forma de asimilarse a Cristo. Conquistemos el paraíso escatológico a través del paraíso crístico[31]. Ahora la escatología supera ya a aquella protología metahistórica, la que no conocía el pecado, cuando el hombre era conciudadano de los ángeles. 
            La celebración litúrgica del misterio de la encarnación es la clave en Bernardo no tanto de la llamada “devoción a la humanidad de Cristo”, cuanto de los restantes misterios litúrgicos, incluso de la resurrección. Sin la encarnación, la resurrección carece de fundamento. Porque este misterio es el comienzo de un fin que llegará como mero precipitado. La encarnación, como la resurrección y la ascensión, forman en conjunto esa figura geométrica parabólica, porque suponen en abatimiento y una exaltación subsiguiente.

-Adviento: Los siete primeros sermones de los dedicados al ciclo litúrgico son una explanación histórica y mística del primer período: el Adviento. Trata de explicar el por qué ha sido Dios-Hijo, quién se ha encarnado y no Dios-Padre o el Espíritu Santo. San Bernardo da también normas concretas sobre la manera de celebrar los misterios que la santa madre Iglesia propone a nuestra consideración; se lamenta de los abusos que los cristianos cometen en este sagrado tiempo y del poco cuidado que tienen en preparar una limpia morada al Señor para cuando llegue en la noche de Navidad[32]. 
Distingue tres clases de venidas: la primera la hace Jesucristo en carne mortal; la segunda, en espíritu y virtud; la tercera la hará en la gloria y majestad al final de los tiempos. Según él, sin la venida de Cristo a la tierra, el género humano habría perecido irremisiblemente. Era la oveja descarriada que el Buen Pastor se dignó colocar sobre sus hombros y conducirla al redil. “Maravillosa dignación de Dios, exclama, que así busca al hombre; dignidad grande del hombre, así buscado de Dios”[33].

            -Navidad: En seis sermones sobre la vigilia de Navidad pone San Bernardo todo el afecto de sus más delicados sentimientos. El objeto principal de estos sermones es enseñar cómo hay que prepararse a la fiesta de Navidad, “fuente de vida que, cuanto más se saca de ella, más rebosa y nunca se agota”[34]. 
            Los sermones sobre la fiesta de Navidad son seis también, contado el que dedica a los Santos Inocentes. El lugar, el tiempo y las circunstancias del nacimiento de Cristo le suministran minuciosas reflexiones acerca de la creación, redención y glorificación, las obras ad extra principales de Dios. En el sermón que dedica a los Santos Inocentes estudia los tres diversos modos de confesar también a Cristo San Esteban, San Juan y los Santos Inocentes, y concluye que la muerte de estos últimos, aunque inconsciente, fue un verdadero martirio. Al mismo tiempo defiende la doctrina de que los niños de la antigua ley se salvaban por la circuncisión, lo mismo que ahora en la nueva por el bautismo[35].

            -Circuncisión: A la fiesta de la Circuncisión dedica tres sermones. Lo más notable en ellos es la explicación que da de los distintos nombres con que la Sagrada Escritura y la Iglesia llaman al Verbo encarnado.

            -Epifanía: De la Epifanía del Señor habla en seis sermones; tres solamente tratan de la fiesta misma, su objeto histórico y simbólico; uno de la circuncisión y del bautismo; dos (domingo primero) de las bodas de Caná y de las bodas espirituales, de las que aquella son tipo. 
4. Contenido teológico de estos sermones
            El ciclo de la Navidad con su preparación, el Adviento, y su prolongación, los misterios de la Epifanía, estimulan a Bernardo a presentar el misterio de Dios en Cristo Jesús frente a la trágica situación del hombre en su urdimbre y en su historia. Confrontación de Cristo Jesús, Dios y hombre, con el hombre, mediante la antropología asumida por Cristo y clave, al mismo tiempo, de toda la historia de la salvación. 
            Bernardo se remonta a los albores de la historia de la salvación. Hay una protología bien marcada por los acontecimientos de un Lucifer-Satanás que, cayendo en desgracia, configura al hombre mediante el pecado en un “cuerpo de muerte”[36]. El hombre es aherrojado del paraíso adámico y encerrado en una cárcel. El hombre histórico es noche y sombra: es mazmorra. Tocamos de lleno la antropología de pecado, la única real que conoce la persona humana y hace de su existencia una dolorosa y amalgamada experiencia de separación y de deseo; separación en sí misma de Dios, y deseo de un liberador y mediador[37]. Es el doble sesgo que anima la vida de nuestros Padres hasta la venida de Cristo en el tiempo para remontarse a la escatología[38]. Protología, escatología y kairología están inseparablemente unidas en la teología monástica de Bernardo, que es fundamentalmente tropología o moral. Y se explica en cuanto experiencia de vida en la liturgia y por la liturgia. La liturgia actualiza en superposición de planos esos tres momentos históricamente sucesivos: la protología y la escatología en la kairología. 
            El hodie litúrgico es esa kairología, que connota hondas exigencias morales[39]. Cristo es nuestro paraíso[40] con sus cuatro fuentes[41]. Es el que viene de arriba para transformar nuestro hombre de muerte[42]. Se amolda a la historia, al hombre[43]. Su majestad se vuelve humildad; y aparece como “Palabra concisa”, “Palabra aniñada y sin voz”[44]. Su cercanía y su presencia avivan el deseo de la “Visión de paz”, Jerusalén de arriba, la realidad del ésjaton[45]. Pero es una Palabra viva que suscita en el corazón del hombre una transformación El homo-caro se transforma así en homo-spiritus[46].

Conclusión
         Después de ver a grandes rasgos lo que nos dice San Bernardo respecto al Adviento y la Navidad, podemos preguntarnos ¿cómo vivió él este tiempo de preparación y de gracia? Lo vivió meditando sin descanso, el misterio más grande que hemos conocido: “Dios hecho hombre, Dios hecho un niño”. ¡Misterio inefable! Pero no sólo meditó sino que comunicó su experiencia vivencial a sus hermanos, a los que el Señor le había encomendado, alimentándolos espiritualmente para que se llenasen ellos también de la “sabiduría de Dios”, que él había meditado, asimilado, lo que él había hecho ya vida. ¡La Vida de Dios, hecha carne-humanidad! 
            Bernardo encuentra en la meditación de los misterios, el fuego que enciende el corazón del hombre, el camino seguro que conduce al AMOR y a la unión de Dios, y atribuye a los sagrados misterios que se celebran a través del ciclo litúrgico una virtud sacramental que se ordena con fines a la santificación. 
            Estos sermones, son un guión litúrgico, un depósito espiritual de doctrina, siempre antigua y siempre nueva, para las almas ansiosas de vida interior que quieren sentir y vivir con la Iglesia. 
Contemplemos con gozo la Caridad-Amor que Dios ha tenido con nosotros, “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida.” (1 Jn 1,1). Mediante Su humanidad conectamos con el sacramento de la divinidad de Cristo. 
La Virgen Madre nos guiará. La Palabra produjo en Ella la Encarnación del Verbo. En la Iglesia de hoy no deja de dar nuevos frutos. Fecunda, santifica, permite dar testimonio. Pero la Iglesia, son en primer lugar, los corazones de los creyentes verdaderamente entregados a la Palabra. Los monjes quisieran ser uno de esos lugares donde la Palabra de Dios irrumpe libremente en el mundo.
            Que tengamos un “un corazón preñado de la Palabra”. Esta expresión la aplica el beato Guerrico a la Virgen María y al monje, pues él también concibe al Verbo en el prolongado contacto con la Palabra de Dios[47]. Durante nueve meses maduró lentamente la Palabra de Dios en el seno de la Virgen María. Durante años y siglos continúa madurando en el corazón del mundo, sembrada incesantemente por la Iglesia en el corazón del hombre que la escucha y pone en ella toda su esperanza de vivir. El monje, a su vez, lleva la vida de Dios en lo más profundo de su corazón: una vida que se desarrolla lentamente para tomar cuerpo en él. 
            El monje se recoge amorosamente en torno al germen de la vida de Dios, y haciéndolo así, lleva el mundo futuro en lo más profundo de su corazón. El germen no procede de él, nace de Dios, pero igual que la Virgen María, el monje le presta su corazón y su cuerpo. Está todo entero en esta espera y en este anuncio. Es su guía y su guardián. Que María, patrona del Cister, bajo cuya protección están todos los monasterios de la Orden, nos acompañe en el adviento y que Ella nos lleve junto al que “viene a salvarnos, Dios-con-nosotros”.
Hna. Florinda Panizo 
BIBLIOGRAFÍA
Acebal Luján J. L., Obras completas de San Bernardo T. III: Sermones litúrgicos I, Editorial BAC, Madrid 1985.
Diez Ramos Gregorio, Obras completas de San Bernardo T. I .Editorial BAC, Madrid 1953.
González de Cardedal O., Cristología y liturgia. Reflexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18 (1978).
De Igny Guerrico, Camino de Luz: Sermones litúrgicos I, Editorial Monte, Burgos 2004.
Bosch Van den A., Le mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.

[1] E. Vacandard: Dictionnaire de Theologie Catholique, palabra “Bernard”, Col, 784.
[2] Ibid., col. 783.
[3] Consuetudines, Monasticon Cisterciense (Solesmes 1892), c. 70, p. 146.
[4] Id., Ser.mones per annum, en Sancti Bernardi Opera IV p. 119-159; Id., Inédits bernardiens dans un manuscrit d’Engelberg, en Recueil d’études sur Saint Bernard et ses écrits II (Roma 1966) p. 185ss; Id., La traduction des sermons liturgiques de St. Bernard p. 203ss.
[5] O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la Cristología (Madrid) 1975) p. 282 s.
[6] La escolástica fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación de la razón a la fe.
[7] Toda cristología desconectada de la vida litúrgica es fugaz por estar radicalmente enferma. Cf. O. González de Cardedal, Cristología y liturgia. Reflexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18 (1978).
[8] Serm. 1 de Septuagésima, n. 2; cf. Serm. 10 sobre el salmo 90, n. 6, y Serm. 1 de San Malaquías, n. 1.
[9] Serm. 2 de la Anunciación, n. 4.
[10] Serm. 5 de Cuaresma, n. 1; cf. Serm. 8 sobre el salmo 90, n. 1.
[11] Serm. 1 de Todos los Santos, n. 3.
[12] Prólogo al salmo 90, n. 2.
[13] Del griego protos (primero) y lógos (saber), indica en el ámbito de la teología contemporánea la doctrina que estudia las afirmaciones dogmáticas relativas a los orígenes, al “principio”. la creación del universo en general y del hombre en particular, su elevación al orden sobrenatural, la caída del pecado original. El término protología se acuñó en analogía con el término escatología, que estudia las realidades últimas, no ya como término, sino como consumación. Entre la protología y la escatología se da una íntima conexión, en cuanto que Dios llevará finalmente a su plenitud todo lo que estableció desde el principio.
[14] Cf. IEpfn 2,6; véase El carisma cisterciense y bernardiano p. 70.
[15] Sal 136,1. Citado en Adv 7,10: Babilonia-confusión; VigNav 6,8: Babilonia-crueldad; Epf 3,3; SIXC 7,5; 7,14; Asun 1,1: Babilonia-aspiración.
[16] Anun 1,9-14.
[17] Es el nombre completo que hay que conocer para salvarse; VigNav 6,1; Circ 2,2: Jesús es verdad, no sombra, como hijo que es de Abraham; VigNav 6,3: Cristo, el preexistente antes de la creación.
[18] La kénosis de Cristo según Fil 2,5-7, lugar teológico en la soteriología bernardiana: Adv 1,2; 4,4; VigNav 4,6; Nav 1,1; Cir 3,3; Epf 1,6; SlXC 17,6; Anun 3,10; MiercS 4; 10; Re 4,1; OPasc 1,1; 2,1; Asc 6,15; TSS 4,2; Mart 8; SVM 3,12.
[19] Cf. Asc 4,9; Mart 5.
[20] MiercS 8; 10: y nos besa con el beso de su boca; Nav 5,4; Epf 1,1; Cuar 2,2; SlXC 11,8.
[21] Cf. IEpf 2,1; Asun 2,9.
[22] Cf. Asc 6,11; Anun 2,5; IEpfn 2,1; Asun 2,9; TSS 1,4.
[23] Cf. VigNav 3,7-10; Nav 2,2-4.
[24] SVM 4,4; cf. A. Van den Bosch, Le mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.
[25] Asc 3,3; 6,11; Pent 2,3: “umbra corporis”; Adv 7,1: “umbra mortis, infirmitas carnis”; VigNav 3,6; 6,3; Adv 1,10. cf. A. Van Den Bosch, a. c., p. 89.
[26] VigNav 3,7.
[27] CalNov 2,3-5; Cuar 2,1-2: humildad en cuanto condescendencia privación de belleza; MierS 13: sacramento paradójico de humildad; MiercS 3: María, modelo de humildad; Nav 1,1: fundamento de todas las virtudes; Nav 2,6: única para reparar la caridad; Asun 4,7; OAsun 11,13.
[28] MiercS 6: “in illa brevitate appetitus insidiis, interrogatus contumeliis, pulsatus iniuriis, vexatus supliciis lacessitus”. El interim de Cristo como combate, véase en MIercS 11.
[29] MiercS 11-12.
[30] JuevS 5; cf. J. Leclercq, Imitation du Crhist et sacrments chez St. Bernard: Collect. Cist. 38 (1976) 263-282.
[31] Nav 1,6: Christus, Paradisus noster; Adv 8,1; Ded 6,3; NatVM 3; Anun 3,2.
[32] Sem. 3 de Adviento, n.2.
[33] Serm. 1 de Adviento, n. 7.
[34] Serm. 4 de la Vigilia de Navidad, n.1.
[35] Serm. De los Santos Inocentes, n. 2.
[36] Adv 1,2-5; 6,1; Adv 8,1; VigNav 4,2; IEpf 1,3; VigNav 4,2.
[37] Adv 8,1; VigNav 3,2; Epf 1,3.
[38] VarNav 3,2; Epf 1,3.
[39] VigNav 5,3; 6,1-11; Epf 1,5; Pur 1,1; 2,1.
[40] Nav 1,6.
[41] Nav 1,5-8.
[42] Adv 6,5; 7,1.
[43] VigNav 6,3.
[44] VigNav 1,1; 5,3; Nav 1,1,3; 5,1; Cir 1,1; 2,3; ConP 1,6; ConP 2,1.
[45] VigNav 2,1,6.
[46] Nav 2,10; 3,3; Epf 2,2; IEpf 2,2,3.
[47] Guerrico De Igny, Sermones sobre la anunciación, II, 4-5. Cf. Camino de luz, II, 273-277.