31 de diciembre de 2014

Solemnidad de Santa Maria, Madre de Dios

         
Santa María Madre de Dios
          El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz. Estas palabras del libro de los Números que han sido leídas en la primera lectura, y que constituían la fórmula de bendición que los sacerdotes de Israel impartían al pueblo en especiales circunstancias, sirven hoy para saludar a cuantos nos hemos reunido para celebrar la primera eucaristía del nuevo año 2015.

En el mundo en que vivimos todo pasa, corre, fluye. Se suceden a ritmo constante el amanecer y el ocaso, el día y la noche, la luz y las tinieblas, así como las sucesivas estaciones. Y arrastrado, aún a pesar suyo, por este fluir, el ser humano, para afirmar de alguna manera su presencia en el mundo, intenta medir este tiempo que pasa, que no es otra cosa que duración continuada de la existencia de las cosas. Y así se ha establecido la cuenta de días, semanas, meses, años y siglos. Nuestro calendario civil indica para hoy el comienzo de un nuevo año. Las normas para establecer el momento exacto en que ha de empezar un nuevo año son el resultado de convenciones humanas y de por sí no tienen nada vinculante. Pero si de común acuerdo empezamos a contar hoy un nuevo año, este período de tiempo que se extiende ante nosotros tiene su importancia. 

El nuevo año está lleno de deseos y esperanzas, pero comporta también incógnitas, temores e incertidumbres, en cuanto puede traer contratiempos o dificultades. Puede ser un año importante para nuestra vida, lleno de éxitos y sucesos, o o cargado de pruebas y sufrimientos. Y entra dentro de la posibiliad que éste año pueda ser el último del tiempo de que disponemos en los designios de Dios, antes de presentarnos ante él. Esta realidad reclama que recibamos este nuevo año con toda disponibilidad, entendiendo que es un don de Dios, don que a mucha gente quizá no se les ha deparado. Es una nueva oportunidad que se nos ofrece para hacer algo útil, para nosotros mismos, para los demás, para la sociedad, para el mundo, para Dios. 

Hoy, recordando que estamos en la octava de la Navidad del Señor, nos detenemos a considerar de una manera especial el papel de María en la encarnación del Hijo de Dios. San Pablo recordaba que Jesús ha nacido de una mujer, como todos nosotros y que el motivo de esta venida no es otro que el de hacernos hijos de Dios por adopción para comunicarnos su Espíritu, que nos enseña llamar Padre a Dios. Los pastores, los primeros que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús, se apresuraron a buscarle cerca de María, la madre que lo había engendrado, que es al mismo tiempo, la primera creyente, la que se ha abierto con total disponibilidad al designio salvador de Dios con la aceptación de su Palabra, de su vocación.

Pero la maternidad de María, hecha de fidelidad y de entrega, no fue fácil. Llevaba consigo turbación, dificultad de entender, dolor ante determinadas situaciones. Pero estos aspectos dificiles no la espantaron. El evangelio de hoy presentaba a María conservando en su corazón, meditándolas, todos los acontecimientos que se sucedieron en aquellos días, para entender su significado real y profundo. María ha de ser para nosotros modelo de cómo comportarnos ante lo que traernos el año que hoy empieza. Todos nuestros deseos, proyectos, esperanzas y temores, repasémoslos ante el Señor en la oración, para poder encontrar el modo justo de llevarlos a cabo. Y si las cosas no salen como deseábamos, o si nos equivocamos, en la oración podemos encontrar la fuerza para seguir luchando, sin desanimarnos. Los pastores del evangelio nos dan también un ejemplo a seguir: como ellos, hemos visto y oído, aunque sea bajo apariencias humildes, la gracia de la manifestación del Señor. Volvamos a casa dando gloria y alabanza a Dios, por el amor que nos ha manifestado permitiéndo-nos ser hijos suyos y llamarle Padre.

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