14 de marzo de 2015

DOMINGO IV DE CUARESMA (Ciclo B)

"Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,
 así tiene que ser elevado el Hijo del hombre,
para que todo el que cree en él tenga vida eterna"

       Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Estas palabras del evangelista Juan generan esperanza y abren horizontes, pues, si damos un repaso a la historia de los últimos dos mil años, encontramos motivos más que suficientes para abrigar desánimo e inquietud, al ver cómo la injusticia y la maldad siguen pesando en la convivencia humana, quedando, al parecer, lejana la anunciada promesa de salvación. La primera lectura de este domingo evoca el desastre del pueblo israelita que, por razón de sus pecados, llegó a desaparecer como estado. Y en estos días asistimos, impotentes, a la realidad de guerras y violencias en tantas partes del mundo, en las que los humanos, movidos por razones más o menos discutibles, se combaten entre sí con saña, sembrando a su alrededor sufrimiento, desolación y muerte. Y viene espontaneamente la  pregunta: ¿Es que Dios nos ha engañado? ¿Es que sus promesas han quedado reducidas a palabras vacias y sin sentido? ¿Dónde está la salvación anunciada? ¿Cabe aún esperar que el mundo alcance un día la justicia, la libertad y la paz de forma estable y continuada?

            Más que perder el tiempo en inútiles lamentaciones, conviene profundizar en el mensaje que proponen las lecturas de este domingo. En la segunda lectura, san Pablo repetía que Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho vivir en Cristo, nos ha resucitado con él, nos ha sentado en el cielo con él. Pero añade, a renglón seguido, que todo eso ha sido por pura gracia y que tiene lugar en el ámbito de la fe. La realidad nos ha sido dada, pero no hemos entrado aún en su plena posesión. Salvados por gracia mediante la fe, hemos de responder libremente para actuar según el plan de Dios. Para decirlo con otras palabras, no podemos ser salvados si no colaboramos, si rechazamos el don de la gracia o no lo convertimos en fidelidad. Por esta razón es injusto acusar a Dios de haber prometido en balde, de no haber llevado a cabo el contenido de su promesa.

            En efecto, Dios ama al mundo y quiere su salvación, y para esto no ha dudado en entregar a su propio Hijo. Pero san Juan dice también, como contrapartida, que la acción de Dios puede quedar estéril por la dureza de corazón de los humanos, que prefieren las tinieblas a la luz, la muerte a la vida. Y así elevangelista continua diciendo: Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y nosotros hemos preferido la tiniebla a la luz, porque nuestras obras son malas. Con esta afirmación el evangelista subraya la parte de responsabilidad que nos corresponde en el devenir de la historia. La voluntad de Dios de salvar a la humanidad incluye un profundo respeto por la libertad de de todas y cada una de las personas.

En efecto, Dios promete la salvación, o si preferimos, Dios ofrece la vida que es luz de los hombres y que brilla en la tiniebla. Pero la tiniebla no la recibió, más aún intentó apagar la luz. Y así se dice: El que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. Seamos sinceros: a munudo y de alguna manera hemos contribuido al rechazo de la vida y de la luz con nuestro modo de actuar. Examinemos nuestra vida, interroguémonos sobre el modo cómo respondemos a la propia vocación recibida, cómo tratamos de acercarnos a la luz para conocer mejor nuestra tiniebla, para irla venciendo de modo que seamos iluminados del todo.

            En el camino de la vida se levantan a derecha e izquierda un sinúmero de proyectos de vida capaces de suscitar ilusión, que halagan al hombre hasta lo más profundo del ser. Pero no todos estos estandartes pueden ofrecer vida y luz, pues muchos, por favorecer el egoismo y la ambición, conducen a la muerte. Hoy se nos recuerda un pasaje del libro de los Números: Durante la travesía del desierto, y ante una invasión de serpientes venenosas, Moisés levanto un estandarte que quien lo miraba quedaba curado. Desde el Calvario y para todos los hombres, la cruz de Jesús es el estandarte capaz de dar vida. Vivamos con alegría el hecho de ser salvados por gracia, mediante la fe, teniendo presente que ahora Dios espera de nosotros que nos dediquemos a demostrar con hechos la fe que profesamos, a proclamar con buenas obras el agradecimiento por haber sido salvados.

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