" Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.
Palpadme y daos cuenta de que un fantasma
no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo."
Porque la resurrección de Jesús es
la gran intervención de Dios en la historia de la humanidad para llevar a
cumplimiento las promesas que desde antiguo había hecho a su pueblo para ofrecerle
la verdadera vida. Por esto Jesús, además de mostrar su cuerpo resucitado, se
dirige a las mentes de los apóstoles y les explica las Escrituras, la ley de
Moisés, los profetas y los salmos para que comprendan que todo lo sucedido
había sido ya anunciado, y formaba parte de las promesas y del designio
salvador de Dios. En efecto, si nosotros somos cristianos lo somos porque
creemos y confesamos que Jesús murió en la Cruz pero después resucitó de entre
los muertos. Precisamente por esto, el apóstol san Pablo, escribiendo a los
corintios, no dudará de afirmar que si Jesús no ha resucitado, nuestra fe es
vana, y en consecuencia, si esta resurrección no es verdadera y auténtica,
resulta que somos los más desgraciados de los hombres y vivimos aún bajo el
peso de nuestros pecados, sin esperanza de futuro.
Hoy,
la primera lectura ha evocado un fragmento del discurso de san Pedro a los
judíos recordando cómo el Dios de Israel, el Dios de los Padres es el autor de
la glorificación de su Hijo, el Siervo fiel y obediente, que los suyos habían
negado como Mesías y lo habían entregado a la muerte. Mataron al autor de la
vida y dieron libertad a un homicida, afirma el apóstol, y lo hicieron por
ignorancia pero precisamente su ignorancia sirvió para que se cumplieran los
designios de Dios, y así podemos gozar con los frutos de la redención. Pedro
invita a sus oyentes y también a nosotros, al arrepentimiento y a la
conversión, prometiendo el perdón de todos los pecados.
Es
posible que sorprenda, en medio de la alegría pascual, la insistencia en el
recuerdo de los pecados de los hombres, de nuestros pecados. Pero precisamente
ahí está la importancia del mensaje pascual. La resurrección de Jesús, su
victoria sobre la muerte, no es una simple leyenda hermosa, ni una evasión de
la realidad en que vivimos. Cada uno de nosotros conoce su propia historia, sus
contradicciones interiores, sus combates entre el bien y el mal. Y si miramos
el mundo en que vivimos podemos constatar el cúmulo de egoísmos, ambiciones,
injusticias y violencias que oprimen a la humanidad, que arrancan lágrimas y
quejas, que son fuente de dolor y sufrimiento. Y toda esta realidad, nos dice
la Escritura, es consecuencia de aquella actitud de los humanos que llamamos “pecado”,
que no es otra cosa que un acto de desobediencia al amor y a la voluntad de Dios.
Por
esto, san Juan, en la segunda lectura, ha insistido en que Jesús, el Resucitado,
en cuanto es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los de todo el
mundo, está ante el Padre intercediendo por nosotros. Si aceptamos como
auténtica esta realidad, si confesamos que conocemos a Jesús, se impone una
decisión: hemos de evitar el pecado, hemos de guardar los mandamientos. Aceptar
a Jesús resucitado lleva consigo una unión estrecha entre fe y acción, entre
creencia y vida. Unicamente así sabremos que conocemos en verdad a Dios y a
Jesús, si permanecemos unidos a él en íntima comunión de amor y obediencia.
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