26 de septiembre de 2015

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

                 

      “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Estas palabras que el evangelista Marcos ha conservado son una severa advertencia para todos los que pretendan ser discípulos de Jesús. Uno de los apóstoles, y precisamente Juan, el predilecto, pretendía impedir que un desconocido realizase exorcismos usando el nombre de Jesús por no ser del grupo. Frase, en apariencia sencilla, pero cargada de prejuicios, que muy a menudo han causado daño en la vida de la humanidad: “No es de los nuestros”. Esta simples palabras suponen imponer una división en la sociedad, estableciendo distinciones entre nosotros y los demás.

En el contexto del evangelio de hoy, por “nosotros” se entiende al grupo de los que siguen al Maestro, de los que escuchan sus palabras y de los que, de alguna manera, han optado por el evangelio de Jesús.  “Nosotros” significa la porción elegida, los buenos, los poseedores de la verdad. “Los demás” son el resto de la humanidad, los que en principio han de ser salvados ciertamente, y para los cuales Jesús está dispuesto a entregarse para que tengan vida y la tengan en abundancia, pero que, de momento aparecen como masa informe, marginada, casi como ciudadanos de segundo orden, sin voz ni voto.

Marcos dice bien claro que esta forma de pensar es de los apóstoles, o al menos a uno de ellos. A los discípulos les molesta que se haga el bien en nombre de Jesús fuera del círculo reducido de los que le siguen. Cuántas veces nos cuesta también a nosotros aceptar que haya hombres que no son de los nuestros, -que no son católicos, para entendernos-, y que, en nombre de Jesús hacen el bien, y anuncian también el evangelio. Mucho faltaba a aquellos hombres para entender la Buena nueva de Jesús y de la herencia que se les quería confiar, la de llevar, sin trabas, hasta el confín del orbe la salvación de Dios.

            La reacción de Jesús es decidida: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. Jesús hace entender que hay muchos modos de estar a su lado, de ser de los suyos, formas que deben ser respetadas. Desde la perspectiva de Jesús en el proyecto de Iglesia que propone no caben pretensiones de monopolio sobre el evangelio y la salvación. Nadie puede pretender derechos exclusivos sobre el Espíritu y erigirse en árbitro de los demás; a creerse el verdadero discípulo de Jesús, y, en consecuencia, preferirse a otros o marginar a quienes no estén completamente en su misma linea.

            La respuesta de Jesús coincide con la que Moisés daba en la primera lectura del libro de los Números. Dios comunicó el Espíritu a setenta ancianos de Israel, para que ayudasen a Moisés en la misión de dirigir al pueblo. Otros dos personajes, que a pesar de haber sido llamados se habían quedado en el campamento, reciben también el Espíritu y profetizan a su vez, desagradando a Josué, que pretendía que Moisés les hiciese callar. Moisés, como Jesús, hace comprender que el don del Espíritu no pertenece a una minoría, no está reservado a un grupo selecto, sino que todo el verdadero Israel está destinado a recibir la plenitud del Espíritu y profetizar, para ser en verdad un pueblo de profetas.


            En la medida en que somos Iglesia, pueblo que ha recibido la plenitud del Espíritu, hemos de respetar a quienes, fuera de la misma  actúan en nombre de Jesús. Cualquier servicio realizado a discípulos de Jesús por ser discípulos suyos tiene valor de eternidad. Por el contrario, quienes escandalicen a uno de sus discípulos, es decir quienes pongan un obstáculo a la fe de los creyentes merecen una severa sanción. Y hoy el apóstol Santiago en la segunda lectura recordaba que el abuso de los bienes recibidos puede oscurecer la presencia de Dios y ser escándalo de los demás hasta corromper el corazón humano. Jesús espera de nosotros que no pongamos obstáculos a la fe tanto de los que creen en él cómo de los que aún no creen. La palabra de Dios invita hoy a un serio examen de conciencia para ver como vivimos la fe que profesamos, si somos realmente testigos de aquel que por nosotros no ha dudado entregar incluso su propia vida.

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