5 de diciembre de 2015

DOMINGO II DE ADVIENTO


Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús”. Con estas palabras san Pablo animaba a los cristianos de Filipos que, por haber creído en Jesús, encontraban muchas dificultades en su caminar por la vida. Y estas palabras mantienen todo su valor para nosotros que vivimos en un mundo agobiado por conflictos, tensiones y violencias, hasta el punto de que, a menudo, nos preguntamos qué futuro nos espera cuando se están poniendo en duda valores que parecían seguros y estables.

            Pero las palabras del apóstol recuerdan que ha sido Dios mismo que ha inaugurado en nosotros una obra buena, y por lo tanto hemos de estar seguros de que nuestra vida no está llevada al azar por fuerzas ocultas sino que estamos en manos de Dios. El apóstol asegura que nos encaminamos hacia el día de Jesús y, por esta razón estamos invitados a esperar y vigilar, a fin de poder acoger la llegada de aquel momento de modo que el encuentro con Jesús sea un momento de gozo y alegría. Porque aquel momento significará que habremos alcanzado otro nivel de vida, que no solo carecerá de las contingencias actuales, sino también supondrá haber alcanzado la salvación que Dios ha prometido e iniciado.

            La salvación de Dios. Esta afirmación la oiremos a menudo a lo largo del tiempo de Adviento, y cabe preguntarse si tiene sentido aún para el hombre moderno. Nuestra sociedad trabaja con tesón para crear bienestar, alejar guerras y revoluciones, fomentar el progreso en todos los niveles, venciendo enfermedades y alargando la vida, insistiendo en la formación para vencer la ignorancia, exaltando los valores de libertad, de justicia y de paz. Pero, al mismo tiempo, este cuadro ofrece un preocupante vacío, en cuanto muchos hombres y mujeres, mientras buscan el progreso, van perdiendo la referencia a Dios.

Hay quien insiste en que Dios ya no es necesario, porque el hombre sabe hallar explicaciones a todo y no siente la necesidad de un Dios bueno que solucione sus entuertos. Disminuye la práctica religiosa y son muchos los que muestran desconocimiento de las verdades de la fe cristiana. Esta realidad nos invita a esforzarnos para vivir sinceramente la fe en Jesús, cumpliendo la voluntad del Padre, más que con palabras, con obras, tratando de vivir el contenido del tiempo de adviento. Si tomamos en serio este empeño, podremos ayudar a los demás hombre y mujeres a descubrir que la salvación de Dios no es una frase esteriotipada, vacía, sino todo un programa que merece ser tenido en cuenta y llevado a la práctica.

            Es desde esta perspectiva que se pueden entender en toda su plenitud los acentos llenos de esperanza del libro de Baruc que, dirigiéndose a la ciudad de Jerusalén que había sucumbido por su infidelidad, la invitaba a ponerse en pie, a mirar hacia oriente, para contemplar como se abajarán los montes encumbrados, como se rellenarán los barrancos para disponer una senda que facilite el paso hasta llegar a la intimidad con Dios.


            Palabras parecidas, prestadas por el libro de Isaías, ilustran el comienzo del ministerio de Juan, el hijo de Zacarías, enviado para llamar a la conversión a sus conciudadanos, para inducirles a recibir el bautismo de agua, signo de cambio para recibir el perdón de los pecados. Juan se presenta a sí mismo como la voz que grita en el desierto para mostrar a todos la salvación de Dios.  Confortados pues por la palabra de Dios, preparémonos para dar cumplida respuesta a la invitación de vivir el Adviento de Jesús, preparándonos para acoger con generosidad la salvación que Dios ofrece gratuitamente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. 

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