26 de diciembre de 2015

Fiesta de la Sagrada Familia



          “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo de-bía estar en la casa de mi Padre?”. En el primer domingo después de Navidad, en la celebración de la Sagrada Familia, el evangelio invita a contemplar a Jesús en la casa de José y María. El episodio evangélico, más que un ejemplo de convivencia entre Jesús, María y José, muestra un momento de tensión en su experiencia familiar, con motivo de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo. San Lucas, al escribir el evangelio de la infancia de Jesús, lo hace a la luz de los acontecimientos pascuales, que dan sentido a toda la fe cristiana, y es desde esta perspectiva que hemos de entender este episodio.

         José y María, como buenos israelitas, suben a Jerusalén para celebrar la Pascua, y aquel año llevan consigo a Jesús, con doce años cumplidos, pues, según las costumbres judías, los adolescentes llegaban a la mayoría de edad desde el punto de vista religioso a los trece año. Jesús, en el momento en el momento del regreso a Nazaret, se queda en Jerusalén. Sus padres lo buscan ansiosos durante tres días. Estos tres días remiten al hecho de la muerte y resurrección. En efecto, el drama de los apóstoles y discípulos en el momento de la pasión al desaparecer su amado Maestro lo vivieron anticipadamente María y José al perder a su hijo. María y José encuentran a su hijo en el templo en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. La sabiduría que Jesús mostraba a los doce años sorprenderá también más tarde a sus paisanos, cuando hablará en las sinagogas y la gente exclamará: ¿De dónde saca éste esa sabiduría?

         La reprensión de María a su hijo es del todo legítima. Más que un regaño es una queja, expresión de amor en el fondo. María se siente herida en su condición de madre en cuanto su hijo desaparece sin decir nada. María se siente madre; ahora constata que tiene un hijo, pero que no lo posee de forma egoísta. En su espíritu se repetía la pregunta que no tiene respuesta: ¿Por qué? El drama interior de María anuncia el drama de la comunidad apostólica que no acaba de entender el escándalo de la cruz. Y aún hoy la Iglesia continua preguntándose sobre el por qué de la cruz, sobre la necesidad de la muerte del Salvador.

         La respuesta de Jesús a sus padres es, en el fondo, el planteamiento de la dimensión trascendente del mensaje cristiano, que es invitación a superar las coordenadas humanas y ponernos en camino en pos de Jesús. Llamada nada fácil, porque son demasiado fuertes los vínculos que nos atan a la realidad de este mundo. Es comprensible que María y José no comprendieran lo que quería decir Jesús, como más tarde los apóstoles no entendían a Jesús cuando hablaba de muerte y de resurrección.


         En este sentido María aparece como el prototipo de creyente. No ha entendido lo que su hijo intentaba decirle, pero en lugar de rechazarlo haciendo valer su autoridad de madre, trata de penetrar más y más en su significado, a través de una asidua, atenta y constante meditación: “María conservaba todo esto en su corazón”. La palabra de Jesús puede, a menudo, aparecer como llena de sombras, de oscuridad, pero, a la larga, siempre es la respuesta justa que el hombre necesita para sus problemas. La propuesta de la fe no es siempre verificable, quizá no lo es nunca; hay que aceptarla, meditarla hasta que se pueda asumir con generosidad, como hizo María, como hace la Iglesia. María y José nos muestran el camino de la fe, de la humilde aceptación de la voluntad de Dios, el único que existe para llegar a la verdadera alegría de la vida terna. 

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