19 de marzo de 2016

Domingo de ramos 2016

      


“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto”. San Lucas pone en labios de la multitud que acoge a Jesús en su entrada en Jerusalén esta aclamación. No era la primera vez que visitaba la ciudad santa, pero en aquella ocasión quiso dar una solemnidad inusitada a su ingreso. Podría pensarse que el ministerio por tierras palestinas estaba dando su fruto y que llegaba finalmente el reconocimiento público y solemne de Jesús como Mesías enviado por Dios, pero no era así. Jesús quiso este ingreso triunfal a modo de último aviso, para que el pueblo abriera sus oídos a la palabra de Dios y su corazón a la fe que salva. El fervor popular alrededor de Jesús sentado sobre un asno iba a ser breve: a los pocos días las mismas voces reclamarán de Pilato que el Maestro sea crucificado, como un vulgar delincuente perturbador del pueblo, que ponía en peligro su estabilidad religiosa y política.

            Con el recuerdo de esta solemne entrada en Jerusalén, la liturgia de este domingo de Ramos inaugura la Semana Santa, la semana en la cual, como creyentes, trataremos de seguir paso a paso las últimas vicisitudes de Jesús, el Maestro bueno, que pasó haciendo el bien, y que terminó clavado en una cruz, condenado a muerte por delitos no cometidos. La cruz, sin embargo, no fue conclusión de una amarga experiencia, sino que, por la reali-dad de la resurrección que siguió, fue comienzo de algo tan extraordinario como es el fenómeno humano y espiritual que llamamos cristianismo.

            Las lecturas de este domingo invitan a considerar la realidad de la Pasión desde distintos ángulos: el anuncio profético de la primera lectura del Antiguo Testamento, la descripción detallada de los momentos culminantes de la pasión de Jesús en el evangelio, así como la interpretación teológica del hecho mismo del abajamiento de Jesús en su muerte. La historia de la pasión y muerte de Jesús la hemos aprendido desde niños y la recordamos cada año. En cierto modo podemos afirmar que estamos familiarizados con ella. Pero si somos sinceros hemos de reconocer que es duro aceptar sin más este drama sangriento. El desenlace de la existencia de Jesús, con la muerte más terrible de aquella época, reservada sólo a esclavos y terroristas, es consecuencia de su vida, por haber vivido como había vivido. La figura y la palabra de Jesús, que ha querido ser hombre con los hombres, que sobreponía la misericordia hacia el hermano sobre un culto frío y formalista, que invitaba a una seria conversión para vivir según la voluntad de Dios, suponían una amenaza para todos los bienestantes de aquella sociedad, y una decepción para los que, en el comienzo de su actividad, se habían entusiasmado con aquel Maestro que hablaba con autoridad. Aquellos hombres intuyeron pronto que el Reino de Dios y el Dios del Reino anunciados por Jesús, suponían el fin de sus privilegios. Y rápidamente tomaron la decisión de acabar con él. Quizá porque nada vuelve al ser humano más agresivo ni más innoble con sus propios hermanos que el pánico.


            Jesús, aunque Hijo de Dios, aprendió en sus propios sufrimientos y en su propia historia humana, que la plenitud del hombre sólo se alcanza en aquella actitud de aceptación y confianza que se llama obediencia. En esta Semana Santa no nos limitemos a ver, a contemplar la Pasión del Señor. Tratemos de despojarnos de todo lo que pueda impidirnos el tomar la cruz, como el Cirineo, y acompañar a Jesús hasta el Calvario, para morir con él, para vivir con él.


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