28 de mayo de 2016

Solemnidad del Corpus Cristi -Ciclo C-


            “Jesús, tomando los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición, los partió y se los dió. Comieron todos y se saciaron”. El relato del evangelio de Lucas aunque aparentemente adopta la forma de crónica de lo que sucedió en aquel atardecer, de hecho trasciende los hechos concretos y adopta un lenguaje que refleja las preocupaciones teológicas, pastorales y litúrgicas de la comunidad a la que va dirigido el texto. Más que una instantanea de lo sucedido, encontramos el esquema de las celebraciones cristianas, que desde la Resurrección de Jesús se han ido repitiendo hasta hoy. El gesto obrado por Jesús no pretende únicamente acallar el hambre de aquella gente, ávida de sus enseñanzas, sino que es un signo para inculcar de modo efectivo un mensaje válido también para nosotros.

            Es interesante detenerse a examinar algunos particulares que el evangelista ha transmitido. La indicación de la caída de la tarde alude a la costumbre judía de la cena vespertina, recogida después por los cristianos para celebrar la cena del Señor. La iniciativa de los apóstoles de recordar a Jesús la hora avanzada y la necesidad de proveer a la refección de la gente, da pie al consejo de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. Ésta será la misión específica primero de los apóstoles y después de los ministros de la Iglesia: dar de comer, saciar el hambre del pueblo creyente, partir para él tanto el pan de la palabra como el pan eucarístico. La invitación a sentarse en grupos de cincuenta alude a los israelitas durante su éxodo por el desierto: el nuevo Israel se prepara a realizar su pe-regrinaje hacia el Reino, alimentado por un pan capaz de dar vida y no por un maná frágil y perecedero.

            Celebrar la Eucaristía no puede reducirse simplemente a un acto de culto. El rito eucarístico reclama ser convertido en vida. Los que participamos de un único pan y de un único cáliz estamos llamados a compartir todo lo demás, como expresión real del mandamiento nuevo de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. A los cristianos de Corinto que se reunían pa-ra celebrar la cena del Señor, mientras los ricos abundaban y los pobres pasaban necesidad, san Pablo les decía claramente: “Así no tiene sentido comer la cena del Señor”.

            Lucas, en su relato, utiliza las mismas fórmulas que, el Jueves Santo, Jesús utilizará en el Cenáculo, y, después de él, la Iglesia ha repetido diariamente hasta hoy en sus celebraciones: “Tomó el pan, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, se lo dio a los discípulos y comieron todos”. Aquella pradera anuncia el Cenáculo, así como a tantos otros lugares de culto, ya se trate de espléndidas iglesias, ya de sencillos oratorios, ya de rincones escondidos que, sobre todo en momentos de persecución, han servido para el encuentro de los creyentes a fin de repitir el rito cristiano de la fracción del pan, de la Eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia, su fuente y su fuerza, el gesto que hace sacramentalmente la Iglesia.

            Decía san Pablo: “Cada vez que coméis este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor”. Jesús salvó a los hombres de la muerte y del pecado muriendo en la Cruz y resucitando del sepulcro. Esta realidad no es un hecho pasado. Está siempre activo. Celebrando la Eucaristía, anunciamos, hacemos presente esta muerte y esta resurrección del Señor, hasta que vuelva glorioso al final de los tiempos. La Eucaristía no es un rito mágico sino un acto celebrativo que exige fe y participación, pide adoración y compromiso de vida, que nos permite comulgar con la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo, asumirla para traducirla en vida en el quehacer diario.


            Sintiéndonos vinculados con Jesús por la nueva y definitiva alianza que supone la Eucaristía, trabajemos para establecer una comunión de paz, libertad, verdad y justicia con todos nuestros hermanos, y, conscientes de formar parte del único cuerpo de Cristo, crezcamos en la solidariedad con todos, especialmente con aquellos más necesitados. De esta manera se hará realidad lo que significa el misterio de la Eucaristía, es decir la fraternidad que Jesús quiere de todos los hombres por los cuales no ha dudado en ofrecerse como víctima agradable a Dios.

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