6 de agosto de 2016

DOMINGO XIX DEL T.O. -C-


         “Vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Esperar que el Hijo del Hombre, es decir Jesús de Nazaret, aquel que fue crucificado y fue sepultado y del que sus seguidores decimos que resucitó de entre los muertos, pueda encontrarse de nuevo con nosotros para dar pleno sentido a nuestra existencia dificilmente tiene sentido para aquellos que dan por excluída toda dimensión transcendente, para aquellos cuya filosofía no va más allá de los límites del universo. Pero si creemos en Jesús y en su evangelio, podemos acoger el mensaje que proponen las lecturas de este domingo, que invitan a la espera, a la vigilancia, a estar alerta para aprovechar, cuando llegue, el momento del encuentro.

            En la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos decía: “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. Así plantea una delicada cuestión para los hombres y mujeres de hoy, dado que no es fácil hablar de seguridad en nuestro tiempo, porque las circunstancias rezuman inseguridad por todas lados. Y si entramos en nuestro interior, encontramos también inseguridad, que busca crear  mecanismos de defensa para protegernos, pero que, las más de las veces, en lugar de resolver los problemas existentes, producen un desgaste psicológico que agrava la situación. La afirmación de que la fe sea seguridad en medio de la inestabilidad de la existencia, puede aparecer como algo difícil de aceptar, para no decir ridículo.

Sin duda alguna el autor sagrado con sus palabras no intenta resolver los problemas materiales inherentes a la sociedad de la técnica y de la industrialización. Es decir, no pretende que, por la fe, Dios  vendrá a aportar soluciones concretas a nuestras pequeñas o grandes dificultades de cada día. Pero en cambio es verdad que un hombre o una mujer que hayan sabido unificar su espíritu, que hayan sabido reconocerse criaturas sin complejos, que den a Dios el espacio que le corresponde en su existencia, están equipados para encararse con la realidad de cada día, trabajar sin descanso para buscar soluciones y remedios a los problemas de los hombres. La fe es seguridad en la medida que entramos en el proyecto de Dios y renunciamos a ser como dioses, intentando disponer de todo y de todos a nuestro antojo, para servir a nuestro egoísmo y ambición.
           
El que cree pone pues su esperanza y su confianza en Dios. Pero la esperanza exige vigilancia, compromiso, tensión. En el texto evangélico de hoy Jesús habla de diversos aspectos de la vigilancia que el creyente debe cultivar. En una primera parábola se refiere a los bienes materiales que tienen un papel importante en nuestra vida: “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Si nuestra obsesión es el poseer, corremos el peligro de equivocar el camino. Lucas, al hablar de los bienes materiales insiste sobre la limosna, insistencia que ha de ser entendida como una llamada a la solidaridad, a comprometerse a buscar medios para eliminar la indigencia del individuo o de la multitud. Pero conviene estar alerta: Dar algo al necesitado puede convertirse en una evasión para tranquilizar la conciencia. Más que dar lo que sobra, lo que no necesitamos, es más interesante enseñarle al hermano cómo ingeniarse para adquirir lo necesario y superar así su limitación.


            Es importante saber vivir esperando. Jesús pasa constantemente junto a nosotros, nos llama por nombre y nos invita a compartir su misma mesa. Él pasa, pero a menudo no percibimos su presencia porque no velamos. Estar en vela es tener el corazón vigilante, los oídos en actitud de escucha, los ojos abiertos. Si aquel que esperamos pasa y no nos damos cuenta de su paso es como si no hubiéramos esperado. Jesús insiste en esta actitud en las varias parábolas del evangelio de hoy. Jesús habla de criados y empleados que esperan al amo, y así se puede dar a sus palabras un tono poco simpático. Pero si hacemos atención, en la espera de estos empleados resuena una nota festiva. En efecto, solamente para el que abusa del compás de espera para tiranizar a sus consiervos puede temer al que viene. Para los demás se nos dice que el mismo Señor les hace sentar a la mesa y se pone a servirlos. Jesús insiste que nuestra actitud ha de ser la de una espera confiada, animada por el amor. Dichos los criados a quienes Jesús, al llegar, los encuentre en vela. Ojalá que podamos ser uno de estos.

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