9 de diciembre de 2016

III Domingo de Adviento Ciclo A


“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Con esta pregunta Juan el Bautista expresa su perplejidad ante el modo como Jesús está llevando a cabo su misión. El Precursor, en efecto, desde que comenzó a predicar su bautismo de penitencia, urgía a la conversión porque el juicio estaba a las puertas. El domingo pasado nos decía que no era posible escapar de la ira inminente, ya que estaba por llegar aquel que bautizaría no con agua, sino con fuego y Espíritu. Pero en lugar de encontrarse con el que tiene el bieldo en la mano para aventar su parva y quemar la paja en una hoguera después de haber recogido el trigo, - son palabras del Bautista -, tenía delante la figura de Jesús, un hombre que anunciaba el perdón, la reconciliación y la paz, que buscaba a los descarriados, que acogía a pecadores, que se entretenía a curar a los enfermos, a consolar a los pobres.

            “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Quizás estas palabras, más que una duda planteada en el espíritu del Bautista, expresan la sorpresa de quien ha creído sinceramente en la llamada de Dios, que se ha puesto a escuchar con fidelidad la Palabra de la Escritura, pero que al constatar que los acontecimientos siguen una ruta diferente de la imaginada, trata de buscar la confirmación de que su esperanza no quedará defraudada. Esta experiencia de Juan es un ejemplo más de las paradojas de las intervenciones de Dios en la historia humana. Juan esperaba la aplicación severa de la justicia y he aquí el amor. Esperaba la destrucción del pecado y llega el perdón de los pecadores.

            Para responder a Juan, Jesús describe su misión diciendo: “Id a anunciar a Juan lo que veis: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Lo que Jesús enumera es la constatación de que habían llegado los tiempos mesiánicos anunciados por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura de hoy, del libro del profeta Isaías. De esta forma, Jesús dice a Juan, y en él a todos nosotros, que hay que leer la Biblia entera, evitando seleccionar los pasajes que mejor se nos acomodan. Jesús quiere enseñar a Juan a abrir sus horizontes y a acomodarse a la voluntad salvífica de Dios. El juicio tendrá lugar ciertamente y conviene prepararse, pero no esta programado para la primera venida sino en la segunda venida de Jesús.

            “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. La respuesta de Jesús a Juan no es del todo aclaratoria. Los signos que Jesús realiza sólo serán comprendidos en su auténtica dimensión después de Pascua. De alguna manera la sombra de la cruz que acompaña a Jesús a lo largo de su ministerio, se extiende también sobre Juan, el cual ha de evitar que su perplejidad se convierta en tentación y la tentación en escándalo. Este peligro lo corría Juan, que no era una caña agitada por el viento, ni un hombre seducido por el lujo y la comodidad, sino un auténtico profeta que vivía en el desierto. Este peligro lo corremos constantemente nosotros. Es posible que nos venga espontáneamente la cuestión: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Es posible que alguna vez el mensaje del Evangelio o actuaciones de la historia de la Iglesia nos planteen auténticos problemas de coherencia y fidelidad, que nos lleven a decirnos: ¿Vale la pena creer en Dios, en Jesús? ¿No existe la posibilidad de encontrar otro Mesías, que facilite el camino, que haga menos duro nuestro diario peregrinar en busca de la verdad, de la justicia y de la paz?


            Podría ser una respuesta a esta problemática lo que el apóstol Santiago afirma en la segunda lectura. Como Juan, ha recordado que el juez está a la puerta, que la venida del Señor no queda lejos. Pero al mismo tiempo recomienda paciencia: una paciencia que no significa ni desánimo ni resignación, sino que es fuerza moral que domina, sin ceder nunca, las reacciones instintivas suscitadas por la adversidad. Como el agricultor que ha hecho cuanto podía por sus tierras y después aguarda paciente la llegada de la cosecha, vivamos así esperando con paciencia la venida del Señor cumpliendo nuestro deber, reprimiendo cualquier flexión en la fidelidad.

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