12 de abril de 2017

Reflexiones: Jueves Santo - Ciclo A

          

           “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Cada año, en la misa vespertina del Jueves Santo escuchamos estas palabras con las que el mismo Jesús intentaba explicar a sus discípulos el gesto que acababa de llevar a cabo. Lavarse los pies unos a otros era un elemento importante en la cultura de aquellos tiempos y contenía un auténtico significado. En nuestra cultura del siglo XXI, lavarse los pies unos a otros queda lejos de nuestro comportamiento normal. Por esta razón, repetir el gesto durante la liturgia del Jueves Santo podría reducirse a un gesto vacío de contenido. La autenticidad impone como necesario pasar del gesto al contenido, de la imagen a la realidad.
         El gesto de Jesús de lavar los pies de los discípulos en aquella noche significaba que, consciente de su dignidad, deseaba decir a los suyos que, por amor a ellos, porque los amaba hasta el extremo, iba a entregar su vida temporal para ofrecerles una vida eterna. Al lavar los pies de los discípulos quiere mostrar que ha adoptado la actitud de un esclavo, puesto al servicio de todos por amor. Este es su mensaje y esto es lo que quiere inculcar a los apóstoles, y en ellos a todos los que aceptamos creer en Jesús. Se nos invita pues a ser, por amor, siervos unos de otros, es decir estar al servicio de los demás.
He aquí el ideal cristiano. Y si somos sinceros, hemos de reconocer que no nos amamos de modo que en la sociedad prevalga el respeto de la dignidad de toda persona, la búsqueda de la justicia y de la libertad para todos sin distinción. Nos hiere que Jesús repita que hemos de lavarnos los pies unos a otros, pero en cambio no nos inquieta demasiado que en nuestro país la natalidad disminuya, que la población envejezca, que las familias se disgreguen, que la juventud abuse del alcohol, droga y sexo, que unos se enriquezcan cada vez más y otros vean empobrecidos continuamente, sólo para citar algunos ejemplos. La voz de Jesús resuena: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
         En el evangelio de San Juan, la escena de Jesús lavando los pies a sus discípulos ocupa el lugar que en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas aparece la institución de la Eucaristía. El gesto de lavar los pies expresa en realidad lo mismo que insinúa el gesto de la fracción del pan en la Eucaristía. Partir el pan es un gesto de comunión, de servicio, como lo puede ser lavar los pies. Lo que pasa es que la repetición del rito de la Eucaristía lo entendemos como un simple acto de culto a Dios, olvidando demasiado a menudo que no sirve de nada partir el pan sobre el altar si después no lo partimos con los demás hermanos en la vida de cada día, una vez salidos del lugar de culto. Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía el altar ha de ser el centro de nuestra atención, del mismo modo que los comensales que se reunen para celebrar un banquete se colocan alrededor de la mesa. En la eucaristía, Jesús nos convoca para distribuir el pan y el vino, elementos escogidos de la vida de cada día, que él mismo ha querido que sean signos reales de su cuerpo y de su sangre, como recordaba san Pablo en la segunda lectura: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Esta cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Con este rito Jesús anuncia y hace presente el misterio de su muerte cruenta que tendrá lugar el viernes santo sobre el madero de la cruz.

         Pero la muerte de Jesús tuvo lugar precisamente durante la celebración de la Pascua, la gran solemnidad del pueblo escogido, que recordaba su liberación de la esclavitud para pasar a ser pueblo libre, hijo de Dios. Aquella liberación sin embargo no era sino imagen, figura, de la verdadera liberación que Jesús nos obtiene con su sacrificio. Si es esta la fe que nos convoca esta tarde, hagamos el propósito de no ser meros espectadores de un rito religioso. Oigamos la voz del Señor, no endurezcamos el corazón, sino más bien dispongámonos para adoptar en nuestra vida de cada día la actitud generosa que Jesús ha expresado con las imágenes gráficas de lavar los pies de los hermanos, de partir el pan con los necesitados, y mostrar así que queremos ser los discípulos de Aquel que nos ha amado hasta el extremo.
J.G.

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