29 de marzo de 2012

Reflexión sobre la pasión del Señor



  REFLEXION SOBRE  LA PASIÓN

Con frecuencia nos cuesta pararnos a contemplar a Jesucristo en el misterio de la pasión sin embargo, es en la Pasión donde están todas las lecciones de nuestra vida cristiana, por eso, la Pasión debe ser objeto frecuente de nuestra meditación ya que quien se habitúa a meditar sobre ella, difícilmente permanece en la medianía.

         Para los judíos, derramar la sangre era dar la vida. La sangre del cordero derramada sobre el altar, era vida para los judíos que eran de este modo, purificados. Jesús hace esto en la Última Cena. Él es el verdadero Cordero sin mancha que da la vida derramando Su Sangre y carga con nuestro pecado; al entregar Su vida, no sólo muere sino que nos da la “vida”. Todos nosotros, por la participación de Su Sangre, entramos en comunión de vida con Dios, esto es, la Nueva Alianza. Al participar en la Eucaristía, somos movidos por el Espíritu Santo, también a entregar nuestra vida a Dios y de este modo, a los hermanos.

En la Nueva Alianza por la comunicación de amor, somos uno en el amor con Cristo y en Cristo. El artículo 478 del Catecismo de la Iglesia Católica dice así: “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros…” Por la Eucaristía, yo puedo hacerme presente en este momento. Él dio Su vida por mí sabiendo mi falta de gratitud, de correspondencia.

         En el lavatorio de los pies, Jesús hizo lo que era propio de los siervo, se pone en el lugar de los siervos para que los siervos se conviertan en hijos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre[1]. En la Eucaristía, Jesús se pone de rodillas ante nosotros como hizo en el lavatorio de los pies. Debemos presentar al Señor nuestras miserias y pecados y pedirle que nos limpie. Jesús nos dice que debemos hacer lo mismo que Él ha hecho y eso que Él es el Maestro y Señor. Es Maestro porque nos ha enseñado todo con lo que ha hecho y es nuestro Señor dando la vida, pues nos salva con Su Sangre. Ello, significa que nosotros debemos dar la vida los unos por los otros, porque él nos ha dejado Su ejemplo y nos ha dado Su Espíritu para que podamos ser servidores de los otros hasta dar la vida: de la Eucaristía brota la caridad.   José Galiana Guerrero comenta: Los gestos de Jesús que precedieron al lavatorio, indicaban también el misterio de “despojamiento” y “entrega; se quita el manto -de su categoría divina-, tomando una toalla, se la ciñe -haciéndose hombre-, y se pone a lavarles los pies  -mediante la Eucaristía-[2].

         Llegando ya a Getsemaní, vemos que existe una vinculación entre la Eucaristía y el Calvario, son tres momentos -Getsemaní, Calvario y Eucaristía- de un mismo Misterio. Entre la Cruz y la Eucaristía  no hay diferencia, es el mismo ofrecimiento sacrificial, es el mismo Amor, su amor, que le lleva a dar la vida. Lo importante es el móvil de la muerte de Cristo, Él muere voluntariamente para darnos vida. Este entregar la vida libremente constituye Su Sacrificio y este dar la vida se hace presente en la Eucaristía, es el mismo sacrificio perpetuado en el tiempo, sólo que con un pequeño matiz, en la Cruz el sacrificio es cruento -con derramamiento de sangre- y en la Eucaristía, el sacrifico es incruento -sin derramamiento de sangre-. Getsemaní, es también el mismo sacrificio pero vivido en el interior de Jesús, es su corazón.

         A Getsemaní, Jesús sólo se lleva a Pedro, Santiago y Juan que son los que le contemplaron cuando se transfiguró en el Monte Tabor y por eso, están preparados para ver a Jesús en esos momentos de angustia. Jesús revela Su dolor a los que quiere hacer partícipes y en la medida que Él quiere: Mi alma está triste hasta la muerte, es decir se trata de una tristeza extrema, mortal. A estos tres apóstoles les pide que velen, que estén con Él participando de su oración y participan en la redención del mundo. Esto es lo sigue pidiendo Jesús al cristiano.

En Getsemaní se cumple la “Hora” de Jesús. Es también un hecho mesiánico, lo que le pasa a Jesús ya viene descrito en los Profetas sobre el Mesías: Isaías 53: En Getsemaní también se realiza la obra de la redención. El que sufre es el Siervo de Yavé que carga con los sufrimientos de los hombres y eso es lo que vemos presente en  el Huerto de los Olivos. Jesús asume libremente el cargar con los pecados y expiarlos. Experimenta, como hombre, lo que es estar alejado del Padre. Siente el contraste entre toda la luz del Padre y las tinieblas del hombre ya que experimenta el abandono del Padre que siente el hombre pecador. Pero Jesús, no duda, no duda del amor del Padre y de Su cercanía: Yo y el Padre somos Uno[3]. Pero sobre todo en Getsemaní, experimentó la distancia abismal ente el pecado y la gracia. Él conocía el amor del Padre y por tanto, nadie como él experimento –por ser la victima expiatoria-, la tragedia del pecador.

         Jesús unido a cada uno, toma nuestra voluntad rebelde y la suple con Su voluntad, mi desobediencia la suple con Su obediencia: No se haga Mi voluntad, sino la tuya[4]. Es la voluntad humana de una Persona divina la que nos redime. Él hace suyo el pecado, pero su amor es más fuerte, y Cristo lo que quiere es la redención del hombre y por eso, Resucita, para que también nosotros podamos resucitar con Él.

         El Santo Padre Benedicto XVI en la Audiencia General del uno de febrero de este año, explica muy bien todo lo relativo a la voluntad humana de Jesús: Abba!. Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí  este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres[5], una vez más, se muestra el drama  de la voluntad humana de Jesús ante la muerte y el mal. Aparta de mí este cáliz. Pero hay una tercera expresión de la oración de Jesús –que es la decisiva- en la que la voluntad humana se adhiere plenamente a la voluntad divina. En efecto, Jesús termina diciendo con energía: Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres[6].

En la unidad de la persona divina del Hijo, la voluntad humana halla su plena realización en el abandono total del yo al tú del Padre, llamado Abba. Afirma San Máximo el confesor que, desde el momento de la creación del hombre y de la mujer, la voluntad humana está orientada hacia la divina, y que precisamente en el “sí” a Dios la voluntad humana es plenamente libre y se realiza. Desgraciadamente, por causa del pecado, ese “sí” a Dios se convirtió en oposición: Adán y Eva pensaron que el “no” a Dios era la cumbre de la libertad, el ser plenamente sí mismos. En el Monte de los Olivos, Jesús reconduce la voluntad humana al “sí” total a Dios; en él, la voluntad humana se integra plenamente en la orientación que le imprime la persona divina: Jesús vive su existencia conforme al centro de su persona: su ser Hijo de Dios. Su voluntad humana queda atraída dentro del yo del Hijo, que se abandona totalmente al Padre. Así Jesús nos dice que sólo conformando la propia voluntad a la divina alcanza el ser humano su altura verdadera, convirtiéndose en “divino”; solo saliendo de sí, solo en el “sí” a Dios se realiza el deseo de Adán –y de cada uno de nosotros- de ser totalmente libre. Es lo que Jesús realiza en Getsemaní: al trasladar la voluntad humana a la voluntad divina, nace el hombre auténtico, y nosotros quedamos redimidos”[7]
         El Ángel que consuela a Jesús, lo hace fortaleciéndolo en orden al cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre y como nos dice el Papa Pío XI, el Ángel muestra a Jesús el fruto de la redención y así a la primera que le mostró, fue a María.
         No todo acaba con la muerte de Cristo, la redención tiene su culmen en la Resurrección. En la Eucaristía, Cristo está vivo, gloriosos, resucitado, es la presencia de Cristo vivo en Su Iglesia. Vivir con Cristo glorioso, resucitado, vivir de veras con Él, estar con él, esto es la vida cristiana.
         Que nuestra vida sea un consuelo para su Corazón porque acogemos su Amor y correspondemos al Suyo.
                                                                                                  Hna. Marina Medina

[1] Flp 2, 6-11
[2] José Galiana Guerrero, Palabra para orar (I), cuadernos Claune de Espiritualidad 54, Madrid 2001, p. 79.
[3] Jn 17, 11
[4]Mc 14, 36c 
[5] Mc 14, 36
[6] Mc 14, 36c
[7] Benedicto XVI, En la oración de Jesús en Getsemaní la tierra se convierte en cielo, Audiencia General de Benedicto XVI del miércoles 1 de febrero de 2012.

14 de marzo de 2012

El monje en san Bernardo

Pensamientos

Habéis profesado un sentido particular de vida. Presentaos con espíritu ferviente, sentido despierto, afectos sobrios y con una conciencia limpia. Traed vasijas limpias, para recibir gracias extraordinarias[1] 

Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al  Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así cuando purifiques tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios[2].

Si dijeras que no lo conoces, serás como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar?, ¿cómo llegaste hasta aquí?, ¿quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo, y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio?.. [3]

Los discípulos, los íntimos, e inseparables: son los que han elegido la mejor parte y viven consagrados a Dios en el claustro, identificados con él y atentos a cumplir su voluntad[4].

Así como bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él[5]


Me limito a recordarte que sería indigno de ti quedarte por debajo de la perfección, después de haber sido escogido para una vida tan perfecta. ¿No te avergonzarías de verte el último ocupando un puesto tan alto, cuando antes eras de los primeros en una profesión tan humilde?  Recuerda tu primera profesión. Que no desaparezca de tu recuerdo y de tu afecto, a pesar de que te la arrancaron de las manos. No te vendrá mal que la tengas siempre en tu memoria cuando das una orden, corroboras una sentencia o tomas una decisión.
Que no se ausente tampoco de tu corazón… Repite en tu interior: “soy el último en la casa de Dios”[6]

¿Para qué hablar de su mismo hábito monástico? ¿qué buscan?, ¿cubrirse o lucirse?  ¿no les preocupa más su ostentación que sus virtudes personales?  Es bochornoso. Superan a las mujercitas más vanidosas esos monjes que se desviven por vestirse con lo más caro y más superfluo; o al menos abandonan el distintivo de la religión…  desertamos de aquella humildad por la que abandonamos el mundo, y por ello nos vemos arrastrados a correr de nuevo tras los frívolos afanes de los hombres mundanos, como animales que se vuelven a su propio vómito[7].

Vosotros, que no os entorpecéis con las ocupaciones del mundo, aplicaos a encontrar el consuelo espiritual. Vosotros, que no desconocéis el destierro, acoged el socorro que viene de arriba[8].

Me dirijo a vosotros, que conocéis las Escrituras[9]
Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación[10].

No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie a imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección[11].

Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esta razón, nosotros nos escondemos, aún corporalmente, en los claustros y en los bosques[12].

¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor?[13]

Y para que no murmures ni estés triste, te enviaré el Espíritu Santo consolador, que te dará las primicias de la salvación, el entusiasmo de la vida y la luz de la ciencia. Las primicias de la salvación porque el Espíritu asegurará a tu espíritu que eres hijo de Dios. Imprimirá y hará patentes en tu corazón señales inconfundibles de tu predestinación. Llenará de alegría tu corazón y empaparás tu mente de rocío del cielo, si no siempre, sí con mucha frecuencia[14].

Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría[15].

Dichosos vosotros que merecisteis ser su guardia personal. A vosotros os dice el Apóstol: Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos de los consagrados y familia de Dios[16].

No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles[17]

Tampoco tiene nada de extraordinario –aunque no deja de ser laudable- presentar batalla al mal y al diablo con la firmeza de la fe; así vemos por todo el mundo a muchos monjes que lo hacen por este medio[18].

No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Este verso es muy fácil de comprender. Pero no sois tan rudos ni carecéis de sentido espiritual para no distinguir instintivamente entre vuestra propia alma y vuestra tienda[19].

No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor ¿Quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta[20]

En nosotros, hermanos, no hay excusa posible de ignorancia: abundamos en la doctrina celeste, en la LECTIO DIVINA y en la instrucción espiritual. Todo lo que es verdadero, respetable, justo, limpio, estimable; todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que existe, lo aprendéis y recibís, lo oís y lo veis, en los ejemplos y palabras de los hermanos más adelantados. Sus consejos y su vida instruyen maravillosamente a todos. Ojala todo esto que enriquece el entendimiento llegara a conmover el afecto, y se acabara esa dolorosa contradicción e insoportable división de sentirnos atraídos hacia arriba y arrastrarnos por el suelo[21].

En la Iglesia hay muchos que de lo más ínfimo se encaramaron a…  También verás hombres adinerados que se lanzan hacia los altos cargos eclesiásticos…
Pero hay otros, y me duele todavía más que después de haber despreciado las glorias mundanas y establecidos en la escuela de la humildad han llegado a ser secuaces de la soberbia. Se vuelven arrogantes… y son muchos más violentos en el claustro que si hubieran quedado en el mundo. Y aún más grave: muchos no toleran verse humillados en la casa de Dios cuando en la suya eran despreciables…. Pretenden que por lo menos se les considere dignos de ser enaltecidos allí donde todos desprecian cualquier honor.
Otros después de haberse alistado en la milicia de Cristo se enredan en asuntos mundanos…[22]

Si hay entre nosotros algunos, para quienes la vida monástica es pesada e insoportable, y a quienes es preciso aguijonear y espolear frecuentemente, les ruego que intenten cambiar de jumentos a hombres, y unirse a los que van delante, detrás o muy cerca del  Señor…[23]


[1] IV,39
[2] VIII,117
[3] III, 81
[4] IV,27
[5] 1Jn 4,16; III,465
[6] II,91
[7] II, 677
[8] III, 273
[9] III, 229
[10] III, 57
[11] IV, 531
[12] III, 473
[13]III, 467
[14] IV, 211
[15] III,143
[16] III,443
[17] 2Tim 2,4) (III, 509
[18] I, 499
[19] III, 543
[20] III, 135
[21] IV 183
[22] II, 675
[23]IV, 27

28 de febrero de 2012

Capítulo 49 RB: La Cuaresma


         Aunque la vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia cuaresmal, no obstante, como son pocos los que tienen semejante virtud, recomendamos que durante la Cuaresma todos guarden la mayor pureza de vida, y eviten en estos santos días las flaquezas de otros tiempos. Esto se logra dignamente si nos abstenemos de todo vicio y nos dedicamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. Por tanto, en estos días debemos añadir algo a la tarea habitual de nuestra servidumbre, oraciones especiales, abstinencia en la comida y bebida, para que, cada uno por propia voluntad, ofrezca a Dios algo extraordinario “en la alegría del Espíritu Santo”. Es decir, prive a su cuerpo de algo de comida, bebida, sueño, conversación y bromas y espere la santa Pascua con alegría de un deseo espiritual. Pero lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y aprobación, porque lo que se hace sin el permiso del padre espiritual se tendrá por presunción, vanagloria y no digno de recompensa. Por tanto, háganse todas las cosas con autorización del abad...

         San Benito da mucha importancia a la Cuaresma ya que a ésta le dedica todo un Capítulo de su Regla cosa que no hace, por ejemplo, con el Adviento. Y es que la Cuaresma es un camino de preparación hacia los principales Misterios de Nuestra Salvación: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo con la que nos es otorgada la Salvación.
         Es un Capítulo que en modo alguno resulta dramático o pesimista, ya que no pone el acento sólo en la penitencia exterior, sino que mira principalmente a la Pascua, por tanto, está lleno de alegría y de esperanza; nos sumergimos en un camino que nos lleva a la Plenitud. La Cuaresma no acaba con la Pasión y Muerte de nuestro Salvador, sino que nos lleva a la Resurrección de la que Cristo nos ha hecho partícipes, desde ahora, nuestra vida se dirige hacia la Pascua eterna.
         Y San Benito nos propone un modo específico para vivir este tiempo tan importante y eso sin olvidar que este es un camino que debe ser recorrido por todos los creyentes y por eso, es realista y como un padre benevolente, tiene en cuenta la debilidad de sus hijos. Así que aun sabiendo que nuestra vida debería siempre estar en la tensión del Amor, sabe que no siempre es posible adecuar nuestra vida espiritual a una observancia como la que nos exige para la Cuaresma, así, el que pueda, que lo haga y el que no, que al menos en la Cuaresma se dedique con renovado vigor al “trabajo” espiritual. San Benito entonces, nos recomienda para este tiempo, la penitencia, la ascesis, como un modo de cortar con todo aquello que nos aleja de Dios y también como un modo de fijar nuestro corazón más en Dios. Y junto con esto, nos exhorta a aquello que más nos une con Dios, la oración que nace de un corazón que despegado de los vicios, corre con anhelo a la posesión de Dios.
Pero la penitencia no debe ser algo pesado y que se deba llevar con pesadumbre y resignación, es algo que se convierte en un gozo porque va dirigida a acercarnos más a Dios y por eso nos dice que debemos ofrecer nuestras penitencia “en la alegría del Espíritu Santo”, San Benito da importancia a la finalidad de la ascesis, no a la ascesis en sí misma, ésta es un medio, no el objetivo ni la meta final.      
         Otro matiz que podemos observar en este Capítulo, son las últimas recomendaciones: proponer la penitencia que deseemos realizar al abad y que éste dé su aprobación. Podríamos afirmar que la característica principal de la Regla benedictina es la humildad y de ella debe nacer la obediencia que se debe a Dios y que viene representada en el abad: la  humildad y la obediencia son los grandes pilares de la Regla de San Benito y en trono a ellas gira todo el contenido con capítulos expresamente dedicados a estos temas. Por esto, no  es raro observar que en este Capítulo también están presentes estos dos temas fundamentales.
 La penitencia cuaresmal, no es una competición entre los monjes para ver cual es el que puede más, ni un modo de vanagloria que sirva para demostrar lo “mucho que soy capaz de sacrificarme por Dios”; en este sentido, la penitencia pierde su valor y se transforma en algo pernicioso. La penitencia debe ser así, regulada por el abad y el monje debe seguir su consejo y  realizarla solo si el mismo abad se lo consiente; de esta forma, el monje crece en humildad y se hace obediente, virtudes que no deben faltar en un cristiano y más en este tiempo de Cuaresma dedicado a purificarnos de nuestras faltas para llegar a  Dios con un corazón limpio.
         La Regla de San Benito, a pesar de ser escrita en el siglo VI, sigue conservando toda su frescura y actualidad y no sólo para los monjes, sino para cualquier cristiano que desee aprovechar este tiempo de gracia. San Benito nos indica un camino de conversión no exterior sino interior, del propio corazón para prepararnos a la actualización y no recuerdo, de los Misterios que nos salvan y redimen, para recordar que nuestra vida debe estar encaminada y fundada en el querer de Dios que nos quiere junto a Él  y plenamente felices durante toda la eternidad. Que esta vida es un desierto, un camino y un combate que teniendo a Dios de nuestro lado es ya un triunfo conseguido. Por tanto no olvidemos todo aquello que San Benito nos propone como medios eficaces de conversión del corazón, en especial la oración.

S. Marina Medina P