LA STABILITAS: ¿ESTANCAMIENTO (INMOVILISMO) O EXPERIENCIA DE COMUNIÓN?
El tema de la “estabilidad” entiendo que está poco
considerado y estudiado porque realmente en general no se aprecia en
su justo valor dentro de la vida monástica. De los otros dos votos –obediencia
pobreza, castidad e incluso conversión de costumbres- se
habla y estudia mucho, pero la estabilidad es una cuestión de la que sólo hemos
rozado la superficie la mayoría de los monjes y monjas; ¿sabemos realmente todo
lo que implica este voto? Debemos advertir que la estabilidad no significa un
“estar” sin más, es algo más, se debe ir realizando y debe llevar a la comunión
con Dios y a los hermanos, no a la soledad o a la apatía y falta de dinamismo.
I- Algunas notas
sobre la estabilidad en San Benito
El término “stabilitas” en la
RB hace mención a la
perseverancia del postulante a quien se le ha hecho conocer la “dureza” del
comino que conduce a Dios: “El que va a ser admitido, prometa delante de todos
en el oratorio estabilidad… De esta promesa redactará un documento…” (RB 58,
17. 19). El clérigo que desee ser monje, está también obligado a este
compromiso (RB 60, 8-9). También, otro monje benedictino puede fijar su
estabilidad en otro monasterio benedictino con permiso de su propio abad (RB
61, 13). El capítulo dedicado a los instrumentos de las buenas obras, termina
así: “Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el
recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad” (RB 4, 78). Lo que
reprocha San Benito de los monjes giróvagos, es precisamente que: “Siempre
están errantes y nunca estables…” (RB 1, 10).
Por el voto de estabilidad San Benito
reacciona contra la “girovancia”. La estabilidad tiene por tanto el sentido
preciso de una permanencia en el monasterio de la profesión. Pero la
estabilidad debe concebirse como el lazo que une al monje con su abad y a la
comunidad de sus hermanos, más bien que como un lazo local en un lugar
determinado.
El voto de estabilidad no pone fin al
éxodo, puesto que el monje que lo practica no ha llegado todavía a la tierra
Prometida.
Contrariamente a lo que se ha querido
dar a entender, la promesa de estabilidad no es una innovación en San Benito,
ya que encontramos que en las reglas latinas del siglo VI, ya prescriben que el
monje debe permanecer ligado a su comunidad durante toda la vida. En la
Regla de San Benito,
se observan varias condiciones para el que quiera ser monje: vivir
habitualmente en el monasterio y reducir las salidas; perseverar en la
comunidad y ser en ella obediente hasta la muerte: Es en este último punto
donde recae la promesa de estabilidad: es un compromiso relativo a una promesa
especificada en el tiempo –para siempre- y en el espacio: el cenobita no
practica la obediencia en cualquier lugar, sino en el
coenobium.
San Benito manda que el neoprofeso
prometa expresamente: “su estabilidad, la conversatio morum suorum, y la obediencia” (RB 58, 17).
Son tres aspectos de ese votum global, que el santo Legislador
considera muy importante para conseguir una vida auténticamente
monástico-cenobita; son tres actitudes que él quiere ver aseguradas y
profundamente enraizadas desde el principio y para toda la vida en el alma del
candidato.
En la estabilidad benedictina se
pueden distinguir tres modalidades:
-La estabilidad
fundamental o primaria, que exige perseverar en el monasterio hasta la muerte
en la vida monástica bajo la
Regla y el abad.
-La estabilidad
material, que significa vivir la vocación monástica dentro del monasterio.
-La estabilidad
formal, donde el monje queda vinculado voluntariamente a la comunidad a la cual
fue agregado el día de su profesión.
-En realidad, estas
tres modalidades deben darse conjuntamente pues en realidad, son
interdependientes y no pueden darse la una sin la otra.
II- Contenido de la
estabilidad
Se trata ante todo,
de permanecer con los miembros de una comunidad, y no solamente de mantenerse
espiritualmente unido con ellos, aceptando su mismo ideal de vida, pero
realizándolo en otro lugar diferente de donde ellos se encuentran. Precisamente
es aquí, donde el monacato cenobita se distingue de las formas de vida
religiosa que han surgido más tarde, y en las que se sigue la misma observancia
pero fuera de la casa en la que ha sido admitido y formado.
En la
RM (Regla del
Maestro) se habla de
firmitas y de
stabilitas en
la
RB y tienen el
sentido moral de “perseverancia”. En
la
RM, los que quieran agrgarse a la comunidad, deben aceptar esta
forma de perseverancia o de estabilidad que les liga a pertenecer toda la vida
al monasterio. En
la
RB, el principal término que está asociado a la idea de
permanencia es el de
stare: el monje es
aquel que, por oposición al monje itinerante, quiere permanecer toda la vida,
en un mismo monasterio. Por lo tanto, la estabilidad se especifica por un
elemento de tiempo –la perpetuidad- , y una circunstancia de espacio o lugar:
permanecer en el mismo sitio: que es el de una comunidad. Pero no se trata de
una permanencia material solamente; la noción de estabilidad implica adaptarse
a la regla de vida de una comunidad y esto es más importante que el hecho de
estar allí;
la
RB habla más de esta
obligación que del detalle de las salidas y de las ausencias.
La estabilidad no recae sobre tres
objetos distintos, que constituirían la materia de los tres “votos”: la
estabilidad, la coversatio moruno conversión de costumbres, y la
obediencia. La profesión no tiene más que una finalidad: la conversión; los
otros dos términos no hacen más que explicar su contenido; la estabilidad
incluye la obediencia y la conversión, incluye a las dos. Pero la estabilidad
añade la idea de que la obediencia y la obediencia se viven habitualmente en un
monasterio.
Tanto la stabilitas loci (residir en un mismo lugar) como la stabilitas
congregatione (estatuto de
pertenecer a la comunidad que vive en ese lugar), responden a la idea de San
Benito. No se puede disociar la comunidad del lugar. Sería contrario a la
intención de San Benito comprometerse en una comunidad, haciendo abstracción de un lugar, y de uno solo.
La Regla provee para que se
encuentre en el monasterio todo lo es necesario para la vida cotidiana. Y en
esta forma, la estabilidad de la comunidad se apoya en la estabilidad en la
estabilidad de cada uno de los miembros, la cual consiste en residir realmente
en el monasterio toda la vida.
III- Tentaciones y
peligros de la estabilidad
III.1- Las tentaciones
Pueden ser de dos tipos opuestos:
deseo de un mayor silencio, de una soledad total, o, por el contrario, deseo de
un apostolado, de un ministerio, de más amplia apertura al mundo.
En los dos casos, es la misma
tentación de partir, la atracción por “lo de afuera”, el atractivo por lo de
allá lejos, que es un sucedáneo del más allá y traduce una búsqueda del
absoluto, pero acaba en la inestabilidad. La estabilidad protege contra la
tentación de buscar un bien superior en otro lugar o monasterio.
III.2- Los peligros
El inmovilismo, la inercia, la
costumbre, pueden camuflarse tras el hermoso vocablo de estabilidad. Casiano,
en la conferencia del Abad Teodoro, señala que la estabilidad constituye un
factor de progreso: la última frase del capítulo XIV: “Cuando se extingue el
deseo de avanzar, está próximo el peligro de retroceder”, se encadena con la
primera frase del capítulo XV: “Pero para ello es necesario estarse siempre en
su celda”. Es decir, uno no puede conservar su estabilidad y su equilibrio sino
progresando; y la inestabilidad es frecuentemente un indicio de rechazo del
progreso.
La estabilidad no es un bien en sí;
practicad por sí misma, puede llegar a ser un defecto. Por lo tanto, la
estabilidad no es un bien sino cuando sigue siendo un medio: sólo se la debe
practicar en la medida en que favorezca la búsqueda de Dios, pero no se la debe
abandonar sin razón grave.
El pensar que hay otras maneras de
santificarse. El exilio voluntario para vivir desconocido e ignorado, porque se es demasiado
honrado en el lugar donde se vive. Pero la estabilidad es uno de los sellos
distintivos de la orden benedictina, un elemento nuevo con relación a los
monacatos precedentes, objeto de un voto. Por eso, Dom Guéranger decía en su comentario
inédito a la
Regla: “La estabilidad conforma toda la institución benedictina”.
Un núcleo relativamente importante de
comunidades monásticas de la
Alta Edad Media
nació al elevar la paternidad espiritual personalizada a una dimensión
comunitaria. Al hacerlo se corría un peligro: el peligro de falsear dicha
paternidad estandarizando las relaciones maestro-discípulo, transportándolas al
plano social y vaciándolas de su contenido personal e íntimo. En cuyo supuesto,
el abad sentirá viva la tentación de convertirse en el hombre de
la
Regla y del
reglamento, siendo éste último considerado menos como método de educación
personal, que como salvaguarda del grupo, ley de la sociedad monástica y
expresión del bien común. Pero si la comunidad sabe hacer la adecuada
transposición, viendo en
la
Regla una expresión
de la voluntad de Dios transmitida por medio de un prestigioso legislador,
la
Regla se le
manifestará sobre todo como una preciada herencia de comunidad en función del
bien común. Lejos de de un vaciado de contenido real, lo que se ha operado ha
sido un cambio en plenitud: de la dirección espiritual personalizada se ha
pasado al discipulado comunitario en la escuela del servicio divino.
Pues bien, San Benito introduce en su
Regla un doble elemento de enorme alcance, expresivo de la estabilidad y el
dinamismo: la
Regla y el abad.
IV- Nivel espiritual
Hay una expresión en RB que connota
estabilidad disciplinar: observar la
Regla, guardar la
Regla. Es una
condición
sine qua non para la admisión de cualquier
candidato: ha de prometer respetar las reglas de juego vigentes en el
monasterio; observarlas en su integridad será condición indispensable para la
admisión de los posibles candidatos a la vida monástica (RB 58, 14; 60, 3). Lo
mismo se les exige a los monjes sacerdotes que viven ya en el monasterio (RB
62, 7), al mismo prior (RB 65, 17) e incluso al abad, quien debe hacerlo todo
según las prescripciones de
la
Regla (RB 3, 11). Y,
en general, los monjes demostrarán una cierta honradez y una elemental vivencia
monástica observando puntualmente
la
Regla (RB 73, 1).
Como se ve, todo este conjunto de
prescripciones se inscribe en el marco de la observancia de las buenas obras,
que con la fe, será el ceñidor que permitirá al monje caminar holgadamente por
los caminos del Evangelio hasta llegar a la meta: la patria definitiva (Pról
21).
Esta profunda fe y esta cotidiana
práctica de las buenas obras, han de ejercitarse en el marco monasterial
–elemento material de estabilización- . No es extraño, en consecuencia, que a
los tres tipos de posibles candidatos a la vida monástica: seglares, clérigos o
sacerdotes, se les exija la promesa de estabilidad comunitaria como condición
previa a su admisión (RB 58, 17: seglares, RB 60, 9: clérigos; RB 61, 5:
sacerdotes). Es decir, que para San Benito la condición irrenunciable para que
un candidato se integre en una comunidad monástica es la promesa de
estabilidad, y de estabilidad precisamente en la comunidad que acoge (RB 58,
14. 23; 59, 1; 61, 8) y a la que se acoge (RB 60, 1. 8).
Y en esa comunidad habrá que
perseverar hasta la muerte (Pról 50). La estabilidad fija al monje en una
familia monástica, en un monasterio; la perseverancia le fija en el ideal, de ahí
que ambos sean conceptos complementarios. Y vemos también un texto del abad en
donde engloba ambos aspectos y nos habla de “perseverancia en la estabilidad”
(RB 58, 9), lo cual indica que la perseverancia en el ideal, es una condición
indispensable para mantener la estabilidad en una Comunidad. Por eso, San
Benito nos repite: “De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio
divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte
–estabilidad- , participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de
Cristo –perseverancia- , para que podamos compartir con él también su reino.
Amén” (Pról 50). Y en lo más arduo de esta participación en los sufrimientos de
Cristo (4º grado de humildad), San Benito nos recuerda la frase evangélica: “el
que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10, 22: RB 7, 36).
Tan convencido está Benito de la
necesidad de un compromiso de estabilidad para construir comunidades estables que recalca su pensamiento acuñando la
expresión firmare stabilitatem:
fijar la estabilidad (RB 61, 5). Expresión del carácter inmutable
–inmutabilidad humana- de la incardinación monástica en el monasterio y con los
miembros de esa comunidad.
Para expresar esta forma de vida
monástica, San Benito acude a este término estabilizador: habitator, habitare; es el
vocabulario propio de este tipo de monaquismo estable. San Benito utiliza nueve
veces el verbo habitare y el sustantivo habitator: tres, refiriéndose a
la morada definitiva: la vida eterna (Pról. 22. 23. 39) y seis en relación con
el monasterio que, en su calidad de “Casa de Dios” (RB 31, 19; 53, 22), es
preludio de la estabilidad propia de la
Patria definitiva
(Pról. 39; 40, 8; 55, 1; 60 tit; 61,1. 13).
V- Actualidad y
sentido de este voto
El voto de
estabilidad en una comunidad adquiere hoy, un gran valor y es de evidente
actualidad.
Se ha extendido por el mundo de las
almas consagradas el relativismo imperante en estos tiempos y que vicia de raíz
todo compromiso ante Dios. Se siente horror a hipotecar la libertad humana, se
discute la conveniencia de los compromisos religiosos de por vida...
Un compromiso serio de estabilizar la consagración a Dios en una
comunidad cristiana libremente elegida es, pues, hoy, más oportuno que nunca.
Otros efectos negativos que vemos, es
la profunda inestabilidad e inseguridad. Vivimos en un mundo donde reina la
movilidad. Todo cambia a una velocidad de vértigo. Las personas nos sentimos
cada vez menos afincadas a un lugar determinado. Así, nuestra caridad tiende a
universalizarse, a salir de las fronteras de nuestro pequeño mundo, pero
también, esta caridad corre el riesgo de despersonalizarse, de perder contacto
con el hombre concreto. De ahí, la conveniencia de formar comunidades
cristianas estables, cuyos miembros se comprometan a permanecer unidos de por
vida.
Pero la estabilidad benedictina, posee
aspectos tendentes a crear una auténtica vida en comunión de fe y de amor.
En el capítulo 58: Del modo de
recibir a los hermanos, nos dice que la ceremonia debe concluir con un rito
muy expresivo: el neoprofeso debe postrarse a los pies de cada uno de los
miembros de la comunidad, quienes le reciben como a un nuevo hermano, “...y ya
desde ese día debe ser considerado como miembro de la comunidad” (RB 58, 23).
Es decir, que su vida queda establemente unida a esa comunidad cristiana, cuyo
ideal y marco de vida acepta. La misma idea se halla expresada, con más fuerza
si cabe, en las palabras que cierran el capítulo cuarto sobre los instrumentos de las buenas
obras: “Pero el taller donde
hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y
la estabilidad en la comunidad” (stabilitas in congregatione; San benito
utiliza el término de congregatione para referirse a la comunidad) (RB 4,
78).
El monje, según esto, se compromete
por el voto de estabilidad a santificarse formando un todo con sus hermanos.
El dinamismo de este voto se halla
magistralmente expresado en el párrafo que cierra el Prólogo de la
Regla: “ De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio
divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos
con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir
también con él su reino. Amén” (Pról. 50).
El postulante solicita ser admitido en
una comunidad cristiana cuyas características ha conocido durante un año de
prueba. La comunidad le admite. Un juramento de mutua fidelidad estabiliza esa situación. Ahora bien, el
ingreso en una comunidad lleva inevitablemente anejo el compromiso de entrar en
el dinamismo espiritual propio de esa comunidad, de compartir con los hermanos
la ruta que conduce a la
casa del Padre común. Se pondrán en común los bienes espirituales y materiales,
las alegrías y los sufrimientos, los éxitos y los fracasos para que la comunión
sea plena.
VI- Efectos de la
estabilidad
Estabiliza en la práctica del bien
costoso: La vida estable compartida con un grupo de hermanos, convocados por
Cristo, ayuda a conjurar la tentación de la inconstancia y cansancio que
amenazan siempre a todo ideal subido. Sentir firmemente comprometida su suerte
en una comunidad determinada amortigua el afán de zafarse de las dificultades y
estabiliza en la práctica del bien costoso.
La comunidad monástica tiene su origen
en una alianza. Es un pacto entre hermanos ante Dios y con Dios. Espontáneamente
se hermanan y libremente se obligan a ser fieles a Dios, amándose y amándole.
Esta comunidad ha sido fruto de la gracia divina, es el amor de Dios el que los
ha congregado in unum.
Así, como ecclesiola in
Ecclesia, la comunidad monástica es fruto de una alianza de hermanos con
Dios en Cristo: “ El que va ser admitido, prometa delante de todos en el
oratorio... ante Dios y sus santos, para que, si alguna vez cambiara de
conducta, sepa que ha de ser juzgado por Aquel de quien se burla” (RB 58, 17-18).
Ahora bien, la permanencia de una
alianza está supeditada a la fidelidad.
La estabilidad tiende a reforzar esa fidelidad. La estabilidad obliga al monje
“a perseverar en su doctrina (de Dios)... hasta la muerte” (Pról. 50), a no
abandonar el monasterio ni sustraer su cerviz al yugo de la
Regla (RB 58,
15-16).
Estabiliza en el esfuerzo creciente
por hacer una comunidad mejor: la estabilidad solidariza a un grupo de
cristianos, uniéndolos codo con codo en un común esfuerzo par alcanzar la meta;
nada más lejos de un estancamiento o inmovilidad sobre todo en el plano
espiritual, sino que da lugar a una verdadera experiencia de comunión con Dios
y de esta unión, nace la unión con los hermanos.
La suerte de la comunidad es la suerte
de cada uno de los hermanos y a su vez, la suerte de cada miembro es compartida
por todos. La estabilidad incluye el compromiso de cooperar todos al
mantenimiento y desarrollo del dinamismo pascual de la comunidad.
La comunidad ha de ser objeto de una
constante preocupación por parte de cada uno de los que la componen. El que
ingresa ha de hacerlo con
espíritu de servicio, con la intención de darse a los hermanos, de ayudarles a
buscar a Dios.
Para todos, el primer cometido ha de
ser fomentar la comunión con Dios y entre sí; un amor sincero e inquebrantable,
capaz de resistir las más duras pruebas.
El voto de estabilidad tiende a crear
y potenciar al máximo una dinámica de comunión, a fomentar el espíritu de una
auténtica y viva familia sobrenatural. Requiere un cultivo intenso y constante
de aquellos medios que estabilizan en la paz y caridad
comunitarias, que hacen comunidad, que crean comunidad cristiana.
Conclusión
Para conservar el equilibrio entre
estabilidad y dinamismo que San Benito ha establecido en la
Regla, sin dejarse arrastrar ni a un inmovilismo inerte y
condenado de antemano al fracaso por una sociedad en perpetuo cambio, ni a una
insensata movilidad que destruye al sujeto permanente y beneficiario del
cambio, hace falta discretio y sapientia.
Sin la discretio, dice San Benito, el
abad se vería incapacitado para conservar la
Regla en todos sus
puntos (RB 64, 19-20), pues o bien se dejaría llevar por un literalismo a
ultranza con detrimento del espíritu que anima las disposiciones regulares, o
bien en aras del espíritu sacrificaría el cuerpo de observancias que el
espíritu está llamado a vivificar.
Sobre la sapientia, observamos que le
capítulo 53, sobre el hospedero, nos dice nuestro abad: “... Y siempre esté
administrada la casa de Dios sabiamente por personas poseídas por la sabiduría”
(RB 53, 22). Y como el abad es el administrador in capite del monasterio, habrá de ser elegido
teniendo como criterio el mérito de su vida y doctrina de “sabiduría” (RB 64,
2).
Además de la discreción y la
sabiduría, es necesario también, el zelus.
San Benito quiere desterrar del monasterio el celo malo, que rezuma amargura,
separa de Dios y lleva al
infierno (RB 4, 66; 65, 22; 72, 1), y promueve el celo bueno que aparta de los
viciso, conduce a Dios y lleva a la vida eterna (RB 72, 2).
Como conclusión, diremos que, según la
Regla de San Benito,
la estabilidad es:
1- Un compromiso monástico total, al que
no están obligados los que no sean monjes e incluye:
2- Perseverancia en este propósito
monástico hasta la muerte.
3- Pertenencia a una comunidad, a
diferencia de los ermitaños que viven solos.
4- Permanencia habitual en la clausura
del monasterio donde vive la comunidad.
5- Aceptación y observancia de la
Regla vigente en la
comunidad, lo que incluye:
6- La conversión de costumbres, por
consiguiente, el celibato y la puesta en común de los bienes, y además:
7- La obediencia, es decir, sumisión a la
Regla y al abad.
San Benito u
los antiguos concebían la estabilidad como un compromiso de carácter
espiritual, poniendo a la persona, en su integridad, al servicio de Dios, de
acuerdo con una Regla que engloba todas sus actividades.
En último
análisis, la estabilidad, es comprometerse a participar en la paciencia, en la
obediencia, en la perseverancia de Cristo, que en Él fueron totales, sin
límites y que el Espíritu de Su Resurrección las actualiza en nosotros con el
fin de que participemos también en Su gloria, en Su alegría y en Su libertad.