29 de noviembre de 2013

EL AÑO LITÚRGICO

 

DEFINICIÓN

Mediante la celebración litúrgica de la Iglesia y en la Iglesia, y través del tiempo, cada año se conmemoran los principales acontecimientos de la vida de Jesucristo, la intervención de Dios y su salvación en la historia del hombre.

Dios –En la Segunda Persona de la Trinidad-- ha entrado en el tiempo del hombre y lo ha santificado. El hombre, por tanto, celebra cada año, los acontecimientos de la salvación que trajo Jesucristo.
Mediante el la celebración litúrgica, por tanto, se actualiza el misterio de Cristo en el Tiempo; es decir, la celebración y actualización de las etapas más importantes del desarrollo del plan de salvación de Dios para el hombre. Es un camino de fe que nos sumerge progresivamente en el misterio de la salvación y nos hace espiritualmente contemporáneos de Jesucristo al porque se realiza así en nosotros este plan divino de amor que apunta a que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad[1]. Es preciso que nos esforcemos por estudiar la Sta. Biblia que es la Historia de la Salvación del hombre, para comprender en todo su sentido y la importancia del  Año Litúrgico en su caminar hacia el Padre.

El eje sobre el cual se mueve el Año Litúrgico es la Pascua. Por lo tanto la principal finalidad consiste en acompañar gradualmente al hombre hacia una conformación auténtica de Cristo, muerto y resucitado.

El Año Litúrgico no es un calendario de fechas importantes, sino un camino de fe; camino que se ha de recorrer como en "espiral", creciendo en la fe cada año, con cada acontecimiento celebrado; creciendo en el amor a Dios y a los hermanos; creciendo en seguir y parecerse cada vez más a Cristo hasta llegar a configurarse con Él, -el hombre perfecto-.


LOS TIEMPOS FUERTES DE AÑO LITÚRGICO  

Este itinerario de fe, que nos acompaña en forma progresiva hacia la vivencia auténtica de Cristo, tiene varias etapas:
  1. Una preparación en el Adviento, como tiempo de despertar en la fe en vista del encuentro con el Señor.

  2. Una aceptación de Jesús Salvador en la Navidad y mayor conocimiento de Él, mediante el estudio y la meditación orada.

  3. Una purificación personal durante la Cuaresma para llegar a la vivencia pascual de Cristo Muerto y Resucitado.
  4. El vértice de todo es la Pascua, con el gran triduo de la Vigilia Pascual, que introduce al hombre en el misterio de la Redención del hombre: la Resurrección de Jesús.
La celebración de la Pascua dura cincuenta días, precedida por cuarenta días de preparación, -cuaresma- terminando con la efusión del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés.

Estos son los llamados "tiempos fuertes" del Año Litúrgico. Además hay otras treinta y cuatro semanas que constituyen el llamado Tiempo Ordinario. En este tiempo no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo, sino que se procura profundizar el sentido del conjunto de la Historia de Salvación, sobre todo, a través de una contemplación continua y fundamentalmente cronológica del mensaje bíblico vivido en su desarrollo progresivo.


OTRAS FIESTAS LITÚRGICAS

En el Año Litúrgico existen otras celebraciones mucho más conocidas por el pueblo y que tienen su importancia aunque en forma secundaria respecto de las anteriores. Son fiestas en las que se celebra a la Virgen María y a algunos santos de la iglesia; están íntimamente relacionadas al misterio pascual: la Virgen María es el fruto más espléndido de la Redención, y  en los demás santos se proclama el misterio pascual cumplido en ellos.

No son fiestas ajenas a Cristo o que deforman la religiosidad del pueblo de Dios, sino que son ayuda para comprender y vivir el misterio pascual de Cristo, por el cual ha llegado a nosotros la salvación.

Cristo, al fundar la Iglesia, la entregó a los apóstoles y a sus descendientes para que se preocuparan de su crecimiento, dándoles los mismos poderes que el Padre le había otorgado a él: "Como el Padre me envió, también yo os envío"[2]. Por eso, las celebraciones litúrgicas que se dan en el transcurso de un año, no son de institución inmediata de Cristo, sino fruto de su actuación por medio de la Iglesia.

Ya desde un principio, la Iglesia empezó a honrar la memoria de los cristianos que habían ofrecido la vida para testimoniar su fidelidad a Cristo. Es por eso que teológicamente, el culto a los mártires está relacionado con el Misterio Pascual de Cristo. San Jerónimo, en el año 404 escribía: "Honramos las reliquias de los mártires para adorar a Aquel de quien son mártires".


PROCESO  HISTÓRICO

Hubo un proceso histórico para que el Año Litúrgico quedara formado como ahora lo conocemos.
Cuando los Apóstoles comenzaron su predicación, lo hicieron en torno a la Resurrección del Señor –la Pascua- este acontecimiento histórico y trascendente: "Cristo, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25); era lo que los apóstoles anunciaban a la gente, junto con las enseñanzas y vida de Jesús. La Pascua para los cristianos es fiesta no de un día de la semana, sino de toda la vida.

Según datos históricos, la celebración de la "Cena del Señor", que es la actualización del Sacrificio de Cristo, era cotidiana para los primeros cristianos (Cf. Hch 2,42-46; 5,42), aunque también era semanal, que no coincide con el sábado de los judíos, sino con el primer día de la semana, día de la Resurrección del Señor (Cf. 1Cor 16,2; Hc 20,7).

Lo que antes se le denominó "Primer Día de la Semana", luego se le llamó "Día del Señor" o "Domingo" (Cf. Ap 1,10) En otros idiomas se le llama "Día del Sol", esto es histórico también, pues se encuentra en el año 165, que le llamaban así porque en la Creación, con el Sol se disipan las tinieblas, igual que con la Resurrección de Jesús se disipan las tinieblas de la muerte.
La tercera etapa consiste en la celebración anual de la Pascua. La primera pascua anual se celebró en Jerusalén hacia el año 135. En Roma se inició esta celebración solemne unos treinta años después.

Al final del siglo III, el día de Pascua se prolonga con un período de cincuenta días. Como una fiesta tan grande exigía una preparación, con una solemne Vigilia, Así como Pascua de preparación el tiempo de Cuaresma

Anunciar y exaltar la Resurrección del Señor, llevó a los primeros cristianos a una mejor comprensión del misterio de la salvación: para llegar a la Pascua, era necesario toda una vida que tuvo un inicio en el tiempo. Por lo que se comenzó a conmemorar en torno a la Pascua, la fiesta de la Navidad –el nacimiento de Jesús-.



Las celebraciones de las fiestas de Navidad y Epifanía, tuvieron sus orígenes en el siglo IV. Y, como sucedió para la Pascua, se sintió la necesidad de un tiempo de preparación que se llamó Adviento. Este período anterior a la fiesta de Navidad, aparece en Roma a mediados del siglo VI. Más adelante este tiempo de preparación se perfiló como un tiempo de espera, como una celebración solemne a la esperanza cristiana abierta hacia el Adviento último del Señor, al final de los tiempos.



ESQUEMA LITÚRGICO



Inicio del Año Litúrgico
4 domingos
25 diciembre – 6 enero
2 domingos
Domingo siguiente al 6 enero
1 domingo
Lunes siguiente
5 a 9 semanas
Miércoles de Ceniza
40 días
Jueves Santo a Sábado Santo
3 días
Centro del Año Litúrgico
Domingo de Resurrección
50 días
Siguiente domingo
1 semana
Siguiente domingo
21 a 25 semanas
Último Domingo Ordinario
Término del Año Litúrgico
                                                                                                                             
                                                                                                                         Hna. María José P
   




[1]1 Tm 2,4
[2] Jn 20,21

13 de octubre de 2013

CANTAR DE LOS CANTARES EN SAN BERNARDO




 Bésame con el beso de tu boca 
 ("Beso" aquí, es un término simbólico
que quiere expresar el sentido más profundo de
la relación mística del alma con Dios) 

             Hoy vamos a leer en el libro de la experiencia.
            Entrad dentro de vosotros mismos, y cada uno escuche muy atento su conciencia a propósito de lo que se va a decir.
            Me gustaría saber si a alguno de vosotros le ha sido concedida la gracia de poder decir con sinceridad: “Que me bese con el beso de su boca”[1].
            No todos los hombres pueden decir esto de corazón.
            En cambio el que al menos una vez haya recibido un beso espiritual de la boca de Cristo, con toda certeza volverá a pedir esa experiencia personal, y la repetirá con alegría.
            Yo estoy convencidote que quien no lo haya recibido no puede ni siquiera saber qué es eso.
            Es sin duda alguna, un maná escondido[2], y sólo el que lo ha comido se queda con más hambre de él[3].
            Es una fuente sellada[4] a la que un extraño no puede acercarse. Solamente el que bebe de ella queda todavía con más sed[5].
            Escucha a uno que lo ha experimentado y fíjate cómo pide que se repita: “Devuélveme, dice, la alegría de tu salvación”[6].
            Ni se le ocurra desear esto para sí un alma como la mía, cargada de pecados[7], y todavía expuesta a las pasiones de su carne; que aún no ha experimentado la dulzura del Espíritu, y que ignora y no tiene experiencia de los gozos interiores.
(Sermones sobre el Cantar de los Cantares, 1)

 Breve biografía de San Bernardo
 
            Nace en Borgoña (Francia) en el año 1090, en el Castillo de Fontaines-les- Dijon. En 1132 con 30 compañeros, entró en el monasterio de Citeaux siendo Esteban Harding Abad del mismo, y tres años después, fue enviado como fundador  y Abad de Claraval. Durante su vida fundó más de trescientos monasterios. Murió el 20 de agosto de 1153 con 63 años.
             Proclamado Doctor de la Iglesia es cronológicamente el último de los Padres de la Iglesia. Fue el gran impulsor y propagador de la Orden Cisterciense y el hombre más importante del siglo XII en Europa. Es conocido como “Doctor Melifluo”, y se destacó por su inmenso amor a Cristo; a la Virgen ya que es también llamado el “Cantor de María”; y por su deseo ardiente de salvar almas. Fue proclamado Santo en el 1173 por el Papa Alejandro III.

Comentario
 
            Estamos en el S. XII, el siglo del amor, del amor cortés, de los trovadores. S. Bernardo y en general, la mayoría de los autores cistercienses, encuentran en el Libro bíblico del Cantar de los Cantares, el campo más favorable para expansionar sus ansias amorosas. Este libro ha sido objeto de comentarios por parte de monjes como Bernardo, su amigo Guillermo de Saint-Thierry o Juan de Forde entre otros.
            Los cistercienses se han caracterizado por utilizar el lenguaje amoroso propio de su época, ellos ha realizado o han “creado” la por algunos  como Leclercq llamada “Teología Monástica”, consistente en una reflexión de Dios que parte y se desarrolla en la experiencia, dentro de la vida monástica. Una teología muy diferente de la que se estudiaba en las escuelas a donde acudían muchos para conocer a Dios aunque no se tuviera experiencia, un encuentro íntimo con Él, nos referimos a la Teología Escolástica donde se trataba de conocer a Dios a través de la razón, del razonamiento deductivo. Los monjes no se apropian de este tipo de teología “científica”, ellos hablan y escriben del conocimiento adquirido a través del encuentro íntimo, de la experiencia de divina en sus almas. San Bernardo es además, un hombre de afectos ardientes, vehementes, apasionadamente enamorado de Cristo. Y éste es otro aspecto propio del monje cisterciense, la acogida del Misterio de Dios a través de la humanidad de Cristo.  Como también es perteneciente a los monjes, el acercamiento a Cristo a través de la Escritura, todos los escritos de autores cistercienses están salpicados de citas bíblicas con las que dan fuerza y confirman aquello de lo que nos hablan, toda su “teología monástica”, es realmente una “teología monástica” y ellos y ellas, las monjas cistercienses, vemos que escogen como Libro preferido de la Biblia el Cantar de los Cantares y así, se dejan llevar por los impulsos amorosos que este Libro despierta en ellos y en ellas.

            Sobre este comentario inacabado al Cantar de los Cantares de S. Bernardo, nos comenta el monje trapense Fr. José Luis Santos: “En estos sermones las llamadas a la humildad y a la obediencia son constantes, el amor a Jesucristo alcanza cimas muy altas y llenas de poesía y las referencias a la Virgen María son muy significativas”[8].

            S. Bernardo, basándose en este texto del Cantar de los Cantares, utiliza un lenguaje espiritual, mas sobre todo, afectivo (corazón, beso, boca, experiencia personal, dulzura…). La experiencia espiritual es muy importante ya que empieza diciendo que va leer el libro de la experiencia; también habla de la experiencia personal del beso de Cristo; y sin embargo comenta amargamente que aún la falta la experiencia de la dulzura del Espíritu y de la experiencia del gozo interior. Como vemos, nada más lejos de un comentario teórico, Bernardo derrama todo su afecto interior y profundo ante el deseo de gozar del Amor de Cristo, de recibir Su beso. Habla con el corazón y expone con gran fervor la alegría de la experiencia personal y amorosa con el Señor. Para él, Cristo no es un “Alguien abstracto”, es Jesús, que tiene boca y que sabe besar, y ¿qué manifiesta más el afecto, el cariño y la pasión amorosa que el beso? Es este beso de la boca de Cristo el que inflama y hacer arder a S. Bernardo. No sabe sino usar un lenguaje fogoso,  ardiente, apasionado, vehemente… que alcanza cotas muy pocas veces logradas por otros autores cuando se refieren al amor humano, al amor entre un hombre y una mujer, es un amor “divino”.

            Esta experiencia de ser besado por Cristo, provoca un ansia, un hambre y una sed inextinguible y que crece cuando más se experimenta. Mas él, se considera indigno de sentir, de llegar a tales gozos interiores, a tal dulzura pues su alma, según nos dice, está llena de pecados, pero si no hubiera ya deleitado, aunque mínimamente, de este beso, no lo buscaría ni lo desearía con tanto delirio.

            El núcleo esencial es que si alguno tiene la gracia concedida por el Espíritu, de recibir el beso de Cristo, ya no querrá otra cosa fuera de Él, El Señor será su gozo, su todo, su alegría más íntima, el alma será invadida de una dulzura y una dicha difícilmente explicables y que la llenará por completo, y que cuánto más se goza, más se desea, creándose así, un círculo virtuoso que transforma al amante por completo, enajenándole de amores divinos.

             En este sermón, S. Bernardo habla del beso espiritual, el beso de la boca de Cristo, pero él distingue, hace una categoría de tres tipos de besos:

            1.- El primer beso, que es el beso en los pies, en otro pasaje de este mismo sermón, Bernardo nos impulsa que nos postremos suplicantes a los pies del Esposo y ahí esperemos hasta que non invite a levantarnos.

            2.- El segundo beso, es el beso en Su mano, en la mano del Señor, él nos incita a besar Su mano para que así, logremos perseverar en el bien; en este beso, recibimos la fuerza necesaria para no desviarnos ni cansarnos en el camino de la virtud.

            3.- Y el tercer beso, es este beso de Su boca del que venimos hablando. Una vez que ya hemos besado Sus Santísimas manos, por fin, podemos levantar nuestra boca buscando la Suya y llegar a recibir el beso de la adorable boca de nuestro Salvador. Sin embargo, nos conviene recordar y no olvidar  que aunque hayamos llegado a gozar del beso de la boca del Señor, “todo es gracia”.

            Realmente, éste, no es un texto para comentar, sino para saborear y enamorarse, debe ser leído con atención, deleitándose en cada palabra, cada expresión cargada de pasión.

            Sin embargo, la Sagrada Escritura es siempre actual, no pasa nunca y se dirige a cada uno de forma personal y de cada época, es decir, este beso del que habla el Libro bíblico del Cantar de los Cantares, también va dirigido a ti, querido lector. También tú, debes hacerte eco de las palabras del texto bíblico y desear el beso de la boca de Cristo, que Él mismo te bese “con el beso de Su boca”, beso adorable, dulce como la miel, que embriaga como el vino y que una vez recibido en lo más íntimo del alma y del corazón, ya no se puede olvidar ni desear otra cosa. Esta experiencia nos une más íntimamente a Jesús, nos excita a amarle y este amor, si es verdadero y puro, nos lleva a amar de verdad y por tanto, este amor que llena nuestra alma, se desborda como un río en crecida y se derrama abundantemente sobre nuestros hermanos los hombres, tanto los más cercanos y que viven con nosotros y a nuestro alrededor, como a los más lejanos, a todos sin distinción alguna.

            Saborea este manjar exquisito que encuentras en el Canta de los Cantares, enamórate de Cristo, haz la prueba de unirte a Él por el amor y no te arrepentirás, encontrarás un gran tesoro que nada ni nadie será capaz de arrebatarte, la paz de Dios llenará tu alma y tú podrás irradiarla a este mundo que tan falto esta de paz y de luz. Pídele que te conceda la gracia del “beso de Su boca” y ya no serás capaz de separarte del “Amor de tu alma”.

             Que María, nuestra Madre, interceda para que nos sea concedida esta gran gracia del beso de Cristo y sepamos corresponder a esta gran misericordia que Él mismo está deseoso de regalarnos como el más apasionado de los amantes.
Hna. Marina Medina
 
[1] Cant 1, 1.
[2] Ap 2, 17.
[3] Eclo 24, 29.
[4] Cant 4, 12.
[5] Eclo 24, 29.
[6] Sal 50, 14.
[7] 2 Tim 3, 67.
[8] Bernardo De Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares,1
José Luis Santos Gómez, Monasterio de Sta. María de Oseira, Madrid 2000, p. 13.

13 de agosto de 2013

SEMILLAS DE CONTEMPLACIÓN

Desata mis manos y libra mi corazón de la pereza.
 Líbrame del ocio que se disfraza de actividad cuando la actividad
no se me exige, y de la cobardía que hace lo que no se le pide
 para escapar al sacrificio.
Pero... dame la fuerza que te espera en el silencio y la paz.
 Dame la humildad, sola residencia del descanso,
y líbrame del orgullo, que es la más pesada de las cargas.
Y llena mi corazón entero y mi alma de la simplicidad del amor.
 Ocupa mi vida entera con el solo pensamiento y el solo deseo del amor,
para que pueda amar, no por el mérito o la perfección,
 no por la virtud o la santidad, sino por Dios solo.
 
Thomas MERTON
 
-------------

"¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón,
 plenamente, totalmente,
te aceptamos a Ti y te damos gracias,
te adoramos y te amamos con todo nuestro ser,
nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu.
Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor
 conforme seguimos nuestros propios caminos,
unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo,
y que te hace testigo de la suprema realidad
 que es el amor". 

                                                                                                       Thomas MERTON
--------------
 
 “Nuestro Edén es el corazón de Cristo.
Venga tu gracia, Jesús.
Tu nombre en mis entrañas.
Tu Santo Nombre corona la torre de mi corazón.
Venga la gracia, y pase este mundo,
Jesús, Tú que vives en mi exhausto corazón".
"Desde mi cuna, Cristo, te he conocido en todas partes,
y aun cuando haya pecado,
He podido entrar en T í y he sabido
Que Tú eras mi mundo:
Tú has sido mi Francia y mi Inglaterra,
Mis mares y mi América:
Tú has sido mi vida y mi aire".
"Voy a ir a Ti, Señor, por mil callejones sin salida.
Tú quieres llevarme a Ti atravesando muros de piedra".
 
Thomas MERTON 

¡Oh Dios! Somos uno contigo.
Tú nos has hecho uno contigo.
Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos
 unos a otros Tú moras en nosotros.
 Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella
 con todo nuestro corazón.
Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo
 si hay rechazo.
 ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón,
plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias,
te adoramos y te amamos con todo nuestro ser,
nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu.
Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor
 conforme seguimos nuestros propios caminos,
 unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo,
 y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor.
El amor vence siempre. El amor es victorioso.
 AMÉN.
Thomas MERTON

 ---------------------

         ¡Justifica mi alma, oh Dios, pero también lléname la voluntad del fuego de Tus fuentes! Brilla en mi mente, aunque quizá esto signifique “sé oscuridad a mi experiencia”; pero ocupa mi corazón con Tu deslumbradora Vida. Que no vean nada mis ojos en el mundo sino Tu gloria; que no toquen nada mis manos si no es para Tuservicio. Que no pruebe mi lengua pan si no me fortalece para loar Tu gloria. Oiré Tu voz y todas las armonías que creaste, cantando Tus himnos. Lana de oveja y algodón del campo me calentarán lo bastante para que pueda vivir en Tu servicio; daré el resto a Tus pobres.  

         Use yo todas las cosas por una sola razón: hallar mi alegría en darte a Ti gran gloria. Guárdame, pues, del pecado, sobre todas las cosas. Guárdame de la muerte del pecado mortal, que instala el infierno en mi alma. Guárdame del asesinato de la lujuria, que ciega y envenena mi corazón. Guárdame de los pecados que roen la carne del hombre con irresistible fuego hasta devorarlo. Guárdame del amor al dinero, en que está el odio; de la avaricia y la ambición, que sofocan mi vida. Guárdame de la obra muerta de la vanidad, de la ingrata labor en que los artistas se destruyen por orgullo, dinero y fama, y los santos se asfixian bajo el alud de su propio celo importuno. Restaña en mí la pestilente haga de la codicia y de las hambres que agotan mi naturaleza desangrándola. Aplasta la serpiente de la envidia, que emponzoña el amor y mata todo gozo.
 
         Desata mis manos y libra mi corazón de la pereza. Líbrame del ocio que se disfraza de actividad cuando la actividad no se me exige, y de la cobardía que hace lo que no se le pide para escapar al sacrificio. Pero dame la fuerza que Te espera en el silencio y la paz. Dame la humildad, sola residencia del descanso, y líbrame del orgullo, que es la más pesada de las cargas. Y llena mi corazón entero y mi alma de la simplicidad del amor. Ocupa mi vida entera con el solo pensamiento y el solo deseo del amor, para que pueda amar, no por el mérito o la perfección, no por la virtud o la santidad, sino por Dios solo.

Thomas MERTON