24 de diciembre de 2013

MISTERIO DE LA NAVIDAD, MISTERIO DE LA SALVACION


Dios realiza la salvación del hombre a través de la  historia del hombre, comienza con Adán y Eva y culmina con el nacimiento del Verbo de Dios que viene  en el silencio para que el hombre lo escuche y reciba. 
Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo [1]. 


El misterio de salvación entreteje las páginas de la Biblia, los siglos de la tradición y los documentos del Magisterio de la Iglesia, a través de sus múltiples tradiciones, en ellos recogidas, y en su numerosa y rica variedad de géneros literarios y de autores, cuyo objetivo no es otro que el de manifestar la acción de Dios en la historia del hombre mismo, en sus propias vidas. 


Su intervención va dirigida siempre a sacarlos de la situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y actúa en Jesucristo, que es el que pone en marcha toda la acción salvífica en la historia.  


Los acontecimientos y hechos concretos de la historia de los hombres, en grupos humanos, en comunidades o pueblos, han sido vividos, vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de Dios. Y como tales han sido transmitidas, de palabra y por escrito, en la predicación y en la oración, como objeto de confesión de fe o motivos para la alabanza, la bendición y la súplica. 


Así ocurrió con la emigración de los patriarcas, con la salida de los descendientes de Jacob de Egipto, con la alianza del Sinaí, la peregrinación por el desierto, la entrada en Canaán, la instauración de la monarquía en David y su posterior destrucción; con la existencia de esos voceros de Dios que han sido los profetas, con el destierro a Babilonia y su retorno del mismo. 


Así aconteció también con el nacimiento de Jesús de Nazaret, su manifestación como pregonero de la llegada del reino de Dios, con su pasión y muerte bajo Poncio Pilato y con su resurrección de entre los muertos. Así como en el envío y recepción del Espíritu Santo a la comunidad de discípulos, la transformación de los mismos en testigos de Cristo vivo y resucitado; la del envío de estos testigos hasta los confines de la tierra, guiados por el mismo Espíritu, para anunciar a los hombres esa salvación obrada por Cristo que los incorpora a su Obra redentora.   


Así, pues, las intervenciones salvíficas de Dios en la historia de los hombres tienen su centro y culmen en Cristo. La salvación, en efecto, se orienta a “recapitular todas las cosas en Cristo”, a hacer de todos los hombres una sola familia, la familia de Dios, haciéndolos “hijos en el Hijo”, insertándolos íntimamente en él, incorporándolos a él[2]. 


ORIGEN DE LAS FIESTAS DE NAVIDAD 


Los primeros cristianos en los tres primeros siglos no celebraban esta fiesta Navidad el 25 diciembre. Primero era conmemorado en Oriente, y más tarde pasó también en Occidente, el día 6 de enero quizá porque el 25 de diciembre en el Imperio Romano se celebraba la fiesta del Sol y los cristianos por prudencia prefirieron relativizar la fecha concreta, no el acontecimiento. Tampoco hay documentos que atestigüen claramente que fuera ese día. Pero no es esto lo fundamental de esta celebración ni lo que ahora nos atañe.


Lo que realmente nos importa es saber que Dios y su amor infinito al hombre se da a conocer en los acontecimientos de la historia de la salvación. La luz de la fe permite descubrir la verdadera profundidad de los hechos e interpretarlos auténticamente. Con el Nacimiento de Jesús se cumple el anuncio del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y es su nombre ‘Mensajero del designio divino[3]. 

La noticia de su nacimiento es una proclamación de alegría porque en Él, en Jesús, Dios ha venido para consolar a su pueblo, para iniciar su Reino[4]. Nadie puede, en consecuencia, sentirse al margen de este evento: “Los confines de la tierra han proclamado la victoria de nuestro Dios[5].

La Liturgia nos prepara para vivir el acontecimiento de la Venida del Señor. En la Primera Lectura del día 24 de diciembre,  el Profeta Isaías, nos estimula a espabilarnos, a despertar y a tener conciencia de lo grandioso del acontecimiento: ¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén, Ciudad Santa! ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: Ya reina tu Dios! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha desnudado Yahveh su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y han visto todos los cabos de la tierra la salvación de nuestro Dios[6].
 El profeta transmite el deseo ardiente de su Dios por hacer real y efectiva la salvación en favor del pueblo, y para ello hay que espabilar a Jerusalén. Ahora la Iglesia, Nueva Jerusalén, que yace, en muchos de sus sectores y en cada uno de nosotros, vencida por un profundo sopor, dormida, como anestesiada, insensible e inconsciente de la Buena noticia de la Salvación. 


        En la Segunda Lectura de mismo día 24, San Agustín se hace eco de las advertencias del Profeta Isaías y dice: Despierta, hombre, por ti, Dios se hizo hombre. Despierta, tú que duermes, surge de entre los muertos y Cristo con su luz  te alumbrará.

        Estarías muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca hubieras sido librado de la carne del pecado, si él no hubiera asumido una carne semejante a la del pecado. Estarías condenado a una miseria eterna, si no hubieras recibido tan gran misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no se hubiera sometido voluntariamente a tu muerte. Hubieras perecido, si él no te hubiera auxiliado. Estarías perdido sin remedio, si él no hubiera venido a salvarte[7].
 


 No podemos dejar de sentirnos invitados a reflexionar sobre el amor de Dios que viene a los hombres. El Cristo que tomó parte en la historia de los hombres, hace dos mil años, vive y continúa su misión salvadora dentro de la misma historia humana. Por eso, la Navidad es un acontecimiento divino y humano, que será siempre actual, mientras haya un hombre en la tierra.  


La Navidad enriquece la visión del plan salvífico de Dios y lo hace más humano y, en cierto sentido, más hogareño. Aunque esta fiesta apunta también directamente a la celebración de la Pascua.  


Es el Dios inmenso y eterno que desciende a tomar la condición humana e irrumpe en el tiempo del hombre para que éste pueda alcanzarlo. Nadie, aunque quiera, puede permanecer al margen de este misterio. El mundo entero acepta el acontecimiento del nacimiento del Señor, como la fecha central de la historia de la humanidad: antes de Cristo, o después de Cristo. 


           Celebremos, pues, con alegría la venida de nuestra salvación y redención. Acoger ahora al Señor que quiere nacer en el corazón del hombre, de cada uno de nosotros.

Hna. LMJP




[1] Heb 1,1-2
[2] cf Ef 1,3-10; Col 1,13-20
[3] Is 9,5
[4] cf Is 52,7-10
[5] Sal 97
[6] Is 52,1.7-9
[7] Sermón 185: PL 38, 997-999

1 de diciembre de 2013

TIEMPO DE ADVIENTO TIEMPO DE GRACIA



          El tiempo de Adviento nos quiere ejercitar en una virtud cristiana básica: la esperanza. Debemos aprender a “esperar” y nos sentiremos más pacificados.
            Cada año cobra actualidad el Adviento, porque siempre necesitamos la venida de Dios a nosotros. Sería señal de debilidad o de muerte si nos encontráramos satisfechos con lo que ya tenemos.
           Esta oportunidad de renovación cristiana que nos ofrecen los “Tiempos litúrgicos”  nos ayuda a mantener o recuperar la sensibilidad de lo divino, que  podemos ir perdiendo  a causa de las actividades puramente humanas si no se ofrecen a Dios, a lo largo del año. Nos conviene que el Adviento comience a despertar en nosotros el apetito de los bienes que verdaderamente valen la pena. En esta sociedad en la que nos toca vivir, los que nos consideramos cristianos, debemos ser el CORAZÓN que la mueva por caminos de esperanza.
          Las personas que nos rodean deben ver en nosotros unos valores evangélicos claros: justicia, servicio, generosidad etc. evitando todos aquellos valores que pro­mulga la sociedad de consumo: tener más, ser el más poderoso, más sabio, mas famoso.


          1. ¿QUÉ ESPERAMOS?

            El pueblo de Israel estuvo durante siglos y siglos esperando al Mesías. Pero nosotros vivimos en el Nuevo Testamento: Cristo nació de María Virgen y apareció entre nosotros. Desde que El llegó todo ha cambiado en la historia: vivimos el tiempo de Cristo.  Si Jesús ya ha venido ¿qué esperamos?
            Esperamos la venida gloriosa de Cristo al fin de los tiempos, para establecer definitivamente su Reino. Desde que llegó Cristo a nuestra historia, la plenitud de los tiempos está ya comenzada. Después de Cristo no esperamos a nadie más. El inauguró ya su reino: este irá creciendo y madurando a lo largo de los siglos, hacia la plenitud final.
            Mientras tanto recordamos gozosamente el nacimiento de Jesús en Belén, celebramos su aniversario y aprendemos las entrañables lecciones que sus protagonistas nos dieron.

 II.- HISTORIA DEL ADVIENTO

 La Fiesta de la navidad se comenzó a  celebrar  en la primera mitad el siglo IV. Era una celebración nueva, en esa época, pues antes de ella sólo se celebraba la Pascua del Señor, cada domingo. Surge la fiesta de la Navidad para celebrar el aniversario de la venida del Señor y también como ocasión para combatir las fiestas paganas -que se celebran el 25 de Diciembre en Roma y para los egipcios el 6 de Enero- proclamando la fe de la Iglesia en la Encarnación y Nacimiento del Verbo.
 Hasta el siglo VI no señaló litúrgicamente el tiempo de preparación para la navidad. Esta  práctica de la preparación, comenzó en Francia y España; y en el siglo VII, aproximadamente, se extiende a Roma  y con esto, nace el tiempo litúrgico de “Adviento”. Es así, cómo la palabra latina “Adviento” (venida) pasó a designar “el período  precedente a la Navidad del Señor”.
            Ya desde los orígenes, el Adviento se descubre con carácter escatológico a la vez que de preparación a la Navidad, lo cual ha llevado a la discusión sobre el sentido su verdadero sentido  originario. En estas discusiones unos han optado por la tesis del adviento orientado a la Navidad, mientras otros preparación a la venida escatológica.


 CONTENIDO LITURGICO DEL ADVIENTO

Como hemos visto, el adviento tiene un significado preciso y por lo mismo tiene una estructura también precisa: su celebración del dura cuatro semanas que están divididas en dos etapas. Durante este tiempo se prepara la Venida del Señor contemplada en dos aspectos: la Venida escatológica y la venida histórica.
 La primera etapa (venida histórica) inaugura el tiempo de salvación. Empieza el primer domingo de Adviento y termina el día 16 de diciembre. En esta etapa la Venida del Señor es contemplada en sus dos dimensiones, los creyentes son invitados a prepararse para salir al encuentro del Señor y recibirlo en la existencia concreta.
 La segunda etapa (venida escatológica) será el cumplimiento. Esta etapa,  es como una "Semana Santa" que prepara la Navidad.
            De lo señalado hasta el momento se puede inducir en profundidad, cuál es el sentido del Adviento, lo más importante es que se trata de la Venida del Señor, el Señor vendrá y por eso hay que estar preparado; no de cualquier manera se puede recibir al Señor, es necesaria una preparación previa. Esta preparación es la conversión del corazón acompañada del gozo y la alegría, la esperanza y la oración. El tiempo de Adviento, por tanto, es el tiempo de la esperanza, de poner en ejercicio esta virtud que con la fe y el amor que constituyen la trama de la vida espiritual.
  Las lecturas de este tiempo también nos orientan en las dos dimensiones que hemos señalado ya. En la primera lectura se hablan a los profetas mesiánicos, especialmente Isaías, anunciando al Salvador y los tiempos nuevos y definitivos; en el Evangelio se oyen exhortaciones del Señor a la vigilancia y textos del Evangelio de la infancia.
            Este sentido ya indicado más arriba, de espera del Señor, se expresa en la liturgia mediante la supresión de los símbolos festivos, falta todavía algo para la fiesta pueda ser completa, porque ésta,  sólo llagará a su culmen de  alegría cuando el Señor llegue  y more en su pueblo.


 PERSONAJES DEL ADVIENTO

            El tiempo del Adviento nos presenta principalmente tres personajes que nos ayudan a preparanos para las fiestas de navidad.
            Isaías es el profeta del Adviento. En sus palabras resuena el eco de la gran esperanza que confortará al pueblo elegido en tiempos difíciles y trascendentales, en su actitud y sus palabras se manifiesta la espera, la venida del Rey Mesías. Él anuncia una esperanza para todos los tiempos. Debemos mirar la figura de Isaías y escuchar su mensaje que nos dice que no todo está perdido, porque el Dios Fiel y no solo no nos abandona sino que nos trae la salvación.
            Juan Bautista, el Precursor, es otro de los personajes del Adviento; con su testimonio y sus palabras prepara los caminos del Señor, anuncia la salvación nos invita a la conversión, él es el que señala a Cristo entre los hombres, nos invita a la penitencia, como ayuda a la preparación para recibir al Señor y nos enseña debemos  cambiar nuestra mentalidad engendradora de malas acciones.
 María, la Madre del Jesús, es el tercer personaje del Adviento. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. María espera al Señor y con su “Sí” coopera en la obra redentora. El Adviento es el mes litúrgico mariano ya que en este tiempo María aparece activa en los textos bíblicos, sobre todo en la última semana. Su actitud de confianza y esperanza es un modelo a seguir.


 ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO

            Durante el tiempo del Adviento la liturgia pone a nuestra consideración al Dios Amor que se hace presente en la historia de los hombres. Dios salva al género humano por medio de Jesús de Nazaret en quien el Padre se revela.
            El Adviento nos debe hacer crecer en nuestra convicción de que Dios nos ama y nos quiere salvar, y debe acrecentar nuestro amor agradecido a Dios.
            Adviento es el tiempo litúrgico de dimensión escatológica, el tiempo que nos recuerda que la vida del cristiano no termina aquí, sino que Dios nos ha destinado a la eternidad, a la salvación. En este proyecto la historia es el lugar de las promesas de Dios.
            Dios anuncia y cumple sus promesas en nuestra historia. Adviento es el tiempo en que celebramos la dimensión escatológica de nuestra fe, pues nos presenta el plan divino de salvación con elementos ya realizados en Cristo y con otros elementos de plenitud que aún esperamos se cumplan.
 Esta esperanza escatológica supone una actitud de vigilancia, porque el Señor vendrá cuando menos lo pensamos. La vigilancia requiere la fidelidad, la espera ansiosa y también el sacrificio; la actitud radical del cristiano ante el retorno del Señor es el grito interior de: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!
            Esperar en el Señor supone estar convencido que sólo de Él viene la salvación, sólo Él puede liberarnos de nuestra miseria, de esa miseria que nos esclaviza e impide crecer.  El tiempo de Adviento nos recuerda que se acerca el Salvador, por eso la esperanza va unida a la alegría, el gozo y la confianza.
           Adviento es también, el tiempo del compromiso; la invitación del Bautista a preparar los caminos del Señor nos presenta como ideal una espera activa y eficaz. No podemos esperar al Señor que vendrá, con los brazos cruzados sino en esa tensión activa , en un esfuerzo sereno por contribuir a construir un mundo mejor, más justo, más pacífico, donde se viva la solidaridad y caridad fraterna.
 La espera del cielo nuevo y tierra nueva nos impulsa a esta acción transformante de nuestro mundo, pues así éste va madurando y preparándose positivamente para la transformación definitiva al final de los tiempos.
 El Adviento nos tiene que  hacer desear ardientemente el retorno de Cristo, pero la visión de nuestro mundo injusto, sembrado de odio y división, nos revela su falta de preparación para recibir al Señor. Los creyentes hemos de preparar el mundo, madurarlo para venida del Señor.

Hna. María josé P

29 de noviembre de 2013

EL AÑO LITÚRGICO

 

DEFINICIÓN

Mediante la celebración litúrgica de la Iglesia y en la Iglesia, y través del tiempo, cada año se conmemoran los principales acontecimientos de la vida de Jesucristo, la intervención de Dios y su salvación en la historia del hombre.

Dios –En la Segunda Persona de la Trinidad-- ha entrado en el tiempo del hombre y lo ha santificado. El hombre, por tanto, celebra cada año, los acontecimientos de la salvación que trajo Jesucristo.
Mediante el la celebración litúrgica, por tanto, se actualiza el misterio de Cristo en el Tiempo; es decir, la celebración y actualización de las etapas más importantes del desarrollo del plan de salvación de Dios para el hombre. Es un camino de fe que nos sumerge progresivamente en el misterio de la salvación y nos hace espiritualmente contemporáneos de Jesucristo al porque se realiza así en nosotros este plan divino de amor que apunta a que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad[1]. Es preciso que nos esforcemos por estudiar la Sta. Biblia que es la Historia de la Salvación del hombre, para comprender en todo su sentido y la importancia del  Año Litúrgico en su caminar hacia el Padre.

El eje sobre el cual se mueve el Año Litúrgico es la Pascua. Por lo tanto la principal finalidad consiste en acompañar gradualmente al hombre hacia una conformación auténtica de Cristo, muerto y resucitado.

El Año Litúrgico no es un calendario de fechas importantes, sino un camino de fe; camino que se ha de recorrer como en "espiral", creciendo en la fe cada año, con cada acontecimiento celebrado; creciendo en el amor a Dios y a los hermanos; creciendo en seguir y parecerse cada vez más a Cristo hasta llegar a configurarse con Él, -el hombre perfecto-.


LOS TIEMPOS FUERTES DE AÑO LITÚRGICO  

Este itinerario de fe, que nos acompaña en forma progresiva hacia la vivencia auténtica de Cristo, tiene varias etapas:
  1. Una preparación en el Adviento, como tiempo de despertar en la fe en vista del encuentro con el Señor.

  2. Una aceptación de Jesús Salvador en la Navidad y mayor conocimiento de Él, mediante el estudio y la meditación orada.

  3. Una purificación personal durante la Cuaresma para llegar a la vivencia pascual de Cristo Muerto y Resucitado.
  4. El vértice de todo es la Pascua, con el gran triduo de la Vigilia Pascual, que introduce al hombre en el misterio de la Redención del hombre: la Resurrección de Jesús.
La celebración de la Pascua dura cincuenta días, precedida por cuarenta días de preparación, -cuaresma- terminando con la efusión del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés.

Estos son los llamados "tiempos fuertes" del Año Litúrgico. Además hay otras treinta y cuatro semanas que constituyen el llamado Tiempo Ordinario. En este tiempo no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo, sino que se procura profundizar el sentido del conjunto de la Historia de Salvación, sobre todo, a través de una contemplación continua y fundamentalmente cronológica del mensaje bíblico vivido en su desarrollo progresivo.


OTRAS FIESTAS LITÚRGICAS

En el Año Litúrgico existen otras celebraciones mucho más conocidas por el pueblo y que tienen su importancia aunque en forma secundaria respecto de las anteriores. Son fiestas en las que se celebra a la Virgen María y a algunos santos de la iglesia; están íntimamente relacionadas al misterio pascual: la Virgen María es el fruto más espléndido de la Redención, y  en los demás santos se proclama el misterio pascual cumplido en ellos.

No son fiestas ajenas a Cristo o que deforman la religiosidad del pueblo de Dios, sino que son ayuda para comprender y vivir el misterio pascual de Cristo, por el cual ha llegado a nosotros la salvación.

Cristo, al fundar la Iglesia, la entregó a los apóstoles y a sus descendientes para que se preocuparan de su crecimiento, dándoles los mismos poderes que el Padre le había otorgado a él: "Como el Padre me envió, también yo os envío"[2]. Por eso, las celebraciones litúrgicas que se dan en el transcurso de un año, no son de institución inmediata de Cristo, sino fruto de su actuación por medio de la Iglesia.

Ya desde un principio, la Iglesia empezó a honrar la memoria de los cristianos que habían ofrecido la vida para testimoniar su fidelidad a Cristo. Es por eso que teológicamente, el culto a los mártires está relacionado con el Misterio Pascual de Cristo. San Jerónimo, en el año 404 escribía: "Honramos las reliquias de los mártires para adorar a Aquel de quien son mártires".


PROCESO  HISTÓRICO

Hubo un proceso histórico para que el Año Litúrgico quedara formado como ahora lo conocemos.
Cuando los Apóstoles comenzaron su predicación, lo hicieron en torno a la Resurrección del Señor –la Pascua- este acontecimiento histórico y trascendente: "Cristo, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25); era lo que los apóstoles anunciaban a la gente, junto con las enseñanzas y vida de Jesús. La Pascua para los cristianos es fiesta no de un día de la semana, sino de toda la vida.

Según datos históricos, la celebración de la "Cena del Señor", que es la actualización del Sacrificio de Cristo, era cotidiana para los primeros cristianos (Cf. Hch 2,42-46; 5,42), aunque también era semanal, que no coincide con el sábado de los judíos, sino con el primer día de la semana, día de la Resurrección del Señor (Cf. 1Cor 16,2; Hc 20,7).

Lo que antes se le denominó "Primer Día de la Semana", luego se le llamó "Día del Señor" o "Domingo" (Cf. Ap 1,10) En otros idiomas se le llama "Día del Sol", esto es histórico también, pues se encuentra en el año 165, que le llamaban así porque en la Creación, con el Sol se disipan las tinieblas, igual que con la Resurrección de Jesús se disipan las tinieblas de la muerte.
La tercera etapa consiste en la celebración anual de la Pascua. La primera pascua anual se celebró en Jerusalén hacia el año 135. En Roma se inició esta celebración solemne unos treinta años después.

Al final del siglo III, el día de Pascua se prolonga con un período de cincuenta días. Como una fiesta tan grande exigía una preparación, con una solemne Vigilia, Así como Pascua de preparación el tiempo de Cuaresma

Anunciar y exaltar la Resurrección del Señor, llevó a los primeros cristianos a una mejor comprensión del misterio de la salvación: para llegar a la Pascua, era necesario toda una vida que tuvo un inicio en el tiempo. Por lo que se comenzó a conmemorar en torno a la Pascua, la fiesta de la Navidad –el nacimiento de Jesús-.



Las celebraciones de las fiestas de Navidad y Epifanía, tuvieron sus orígenes en el siglo IV. Y, como sucedió para la Pascua, se sintió la necesidad de un tiempo de preparación que se llamó Adviento. Este período anterior a la fiesta de Navidad, aparece en Roma a mediados del siglo VI. Más adelante este tiempo de preparación se perfiló como un tiempo de espera, como una celebración solemne a la esperanza cristiana abierta hacia el Adviento último del Señor, al final de los tiempos.



ESQUEMA LITÚRGICO



Inicio del Año Litúrgico
4 domingos
25 diciembre – 6 enero
2 domingos
Domingo siguiente al 6 enero
1 domingo
Lunes siguiente
5 a 9 semanas
Miércoles de Ceniza
40 días
Jueves Santo a Sábado Santo
3 días
Centro del Año Litúrgico
Domingo de Resurrección
50 días
Siguiente domingo
1 semana
Siguiente domingo
21 a 25 semanas
Último Domingo Ordinario
Término del Año Litúrgico
                                                                                                                             
                                                                                                                         Hna. María José P
   




[1]1 Tm 2,4
[2] Jn 20,21