13 de abril de 2016

EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR


Guerrico de Igny (Sermón I)

Queremos ver a Jesús, oír hablar de Él

            1.¡Le dijeron a Jacob: José vive! Al oírlo, revivió su espíritu y dijo: Me basta, si José vive. Iré y lo veré antes de morir[1].

            Quizás me digáis: ¿y a qué viene esto? ¿Qué tiene que ver José con el gozo de este día, con la gloria de la resurrección de Cristo? ¡Es Pascua, y tú nos vienes con cosas de Cuaresma![2] Nuestra alma tiene hambre del Cordero pascual para el que se ha preparado con tan largos ayunos. Nuestro corazón está ardiendo en nuestro pecho por Jesús[3]. Queremos a Jesús, y si aún no merecemos verle, al menos querremos oír hablar de Él. Tenemos hambre de Jesús, no de José; del Salvador, no del soñador; del Dueño del cielo, no del de Egipto; no del que alimenta los vientres, sino las mentes de los que tienen hambre. Que tu sermón nos sirva al menos para darnos más hambre de aquél a quien ya tenemos. Pues está escrito: Dichosos los que tienen hambre, porque serán saciados[4]. Cuando oímos hablar aumenta nuestra hambre, lo mismo que quien hace elogios de los banquetes excita el hambre. Si oímos hablar de Jesús, nuestro oído tendrá gozo y alegría, y exultarán nuestros huesos humillados[5]. Nuestros huesos están humillados por la aflicción y el duelo de Cuaresma, y todavía más por el dolor de su Pasión, pero exultarán con el anuncio de su Resurrección. ¿Por qué, pues, nos presentas tú a José, cuando no nos sabe a nada cualquier cosa de que nos hables fuera de Jesús?[6] ¡Y tanto más hoy, cuando Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado![7]

Jesús, oculto en las Escrituras, camina hoy con los suyos y se las explica.

            2. Os he presentado, hermanos, un huevo o una nuez. Romped la cáscara y encontraréis el meollo. Examinad a José y encontraréis a Jesús, el Cordero pascual que queréis comer; el cual se come con tanto más gusto cuando se le busca oculto con mayor disimulo y cuidado, y se le encuentra más difícilmente. ¿Me preguntáis qué tiene que ver José con Cristo, la historia de la que os he hablado con este día? Mucho desde cualquier punto de vista[8]. Recordad la historia y enseguida se os revelará el misterio, con tal que toméis a Jesús como punto de referencia, que saliendo de la letra muerta camina hoy con los suyos y les explica las Escrituras[9]. ¿Quién, en efecto, entre todos los patriarcas y profetas, expresa con mayor claridad y nitidez la figura del Salvador que José? Lo contaré brevemente todo, como dice la Escritura: Da ocasión al sabio, y se aumentará su sabiduría[10]. Pero pensemos con fe y piedad en la interpretación de su nombre[11], y que era el más hermoso entre los hermanos y el de mejor prestancia[12]; que era inocente en el obrar y prudente en su inteligencia; que, vendido por sus hermanos, los libró de la muerte; que primero fue abatido hasta el calabozo, y luego exaltado hasta el trono; y finalmente, que por su conducta recibió un nombre nuevo y fue llamado por los paganos el Salvador del mundo[13]. Si pensamos todas estas cosas, repito, con piedad y fe, ¿no reconoceremos al momento con qué razón dijo el Señor: He sido representado en figura por medio de los profetas[14]?

Descubrir los misterios de Cristo en las Escrituras

            3. Si ahora vamos a aquellas palabras sacadas de esta historia, pienso que no se trata tanto de explicarlas cuanto de dejarnos mover a la admiración y al gozo. La Resurrección de Cristo está predicha tan evidentemente por la ley y los profetas[15], y la historia antigua habla con tanta precisión de los misterios nuevos, que cuando se lee a los profetas parece como que se está oyendo el evangelio, cambiando simplemente los nombres. El texto dice: Anunciaron a Jacob: ¡José vive![16] ¿Qué otra cosa puedo entender con esto sino: anunciaron a los Apóstoles y les dijeron; Jesús vive? Por Jacob no entiendo otra cosa que el colegio de los Apóstoles. Y creo que tengo razón. No sólo porque proceden de Jacob. No sólo porque han sido transformados de Jacob en Israel, al pasar de la lucha de la vida activa a la visión y al descanso de la vida contemplativa[17]. Sino también porque son padres de la muchedumbre de los creyentes, es decir de los verdaderos israelitas, así como aquél lo fue según la carne[18]. Lo mismo que aquél, éstos se lamentaron sin consuelo al pensar que habían perdido a su José, y al oír que vivía, lo creyeron tarde y con dificultad, y al reconocerlo se alegraron con un gozo sin medida.

            Anunciaron a Jacob: ¡José vive! Al oírlo, Jacob, como despertando de un sueño profundo, no quería creerles[19]. Me parece como que con otras palabras se dice lo que leemos en el evangelio: Ella, no otra que María Magdalena, lo anunció a sus compañeros que estaban tristes y llorando. Y ellos, al oír que vivía y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció a dos que iban de camino, y a su ver fueron y se lo comunicaron a los demás, que tampoco les creyeron[20]. Y lo mismo en San Lucas: Y volviendo de la tumba, contaron estas cosas a los once y a todos los demás, pero ellos lo tomaron como un delirio, y no les creyeron[21]. En realidad no acababan de despertar del gran sueño de la tristeza y desesperación.

            Pero prosigue el texto, al ver Jacob todo lo que le había enviado José, revivió su espíritu y dijo: Me basta si José, mi hijo, vive. Iré y lo veré antes de morir[22]. Lo mismo pasó con los Apóstoles. De poco sirvieron las palabras hasta que recibieron los dones. Jesús mismo, cuando se les apareció, no les persuadió  tanto mostrándoles su cuerpo cuanto insuflando sobre ellos el Don.

Sólo con la fuerza y en virtud del Espíritu se puede reconocer a Jesús

            4. Sabéis que, cuando vino a ellos estando cerradas las puertas y se presentó en medio de ellos, ellos turbados y llenos de espanto, creían ver un espíritu[23]. Pero cuando sopló sobre ellos, diciendo: Recibid el Espíritu Santo[24], o cuando envió desde el cielo al mismo Espíritu, como un nuevo don, éstos sí que fueron dones de la resurrección, y testimonios y pruebas seguras de la vida.
            Pues el Espíritu es el que testifica en el corazón de los santos, y por su boca, que Cristo es la verdad[25], la verdadera resurrección y la vida. Por eso los Apóstoles, que antes dudaban a pesar de verlo vivo, después de tener el gusto del Espíritu que vivifica, daban testimonio con gran valentía de la resurrección[26]. Es mucha más concebir a Jesús en el corazón que verlo con los ojos u oír hablar de él. Y la obra del Espíritu es mucho más poderosa en los sentidos del hombre interior que la de las cosas corporales en los del hombre exterior. ¿Qué lugar queda para la duda cuando el que testifica y aquél a quien se testifica son un mismo espíritu?[27] Si uno mismo es el espíritu, también lo será el sentimiento, e idéntico el consentimiento.

            Entonces verdaderamente, como se lee de Jacob, revivió su espíritu, que ya estaba casi muerto, por no decir sepultado en la desesperación. Entonces, si no me equivoco, cada uno de ellos decía: Me basta, si mi José vive, porque para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia[28]. Iré pues a Galilea, al monte que Jesús nos ha señalado[29], y lo veré, y lo adoraré antes de morir, para que así ya no muera nunca, ya que todo el que ve al Hijo, y cree en él, tiene vida eterna[30], y aunque haya muerto, vivirá[31].

Hemos de alegrarnos con la Resurrección de Cristo y decir: ¡Me basta, si Jesús vive!

            5. Ahora, pues, queridos hermanos, ¿el gozo de vuestro corazón da testimonio en vosotros del amor de Cristo? Yo creo, en vosotros veréis si está bien, que si alguna vez habéis amado a Jesús, vivo o muerto, o bien vuelto a la vida, hoy, cuando tan frecuentemente suenan y resuenan los anuncios de la resurrección, vuestro corazón rebosa de alegría y dice: me han dicho que Jesús, mi Dios, vive. Al oírlo, mi corazón, que estaba adormecido por la tristeza o angustiado por la tibieza, o ya casi muerto por la pusilanimidad, ha vuelto a la vida. Pues hasta de la muerte hace surgir a los criminales la gozosa voz de este anuncio. De lo contrario, hay que desesperar y dar por perdido en la sepultura aquel a quien Cristo, al volver del infierno, deja en lo más profundo del abismo. Podrás saber si tu corazón realmente ha vuelto la vida en Cristo, si puede decir plenamente convencido: ¡Me basta, si Jesús vive!

            ¡Qué grito tan fiel y verdaderamente digno de los amigos de Jesús! ¡Oh afecto purísimo el que así prorrumpe: me basta, si Jesús vive! Si vive, vivo, ya que mi alma depende toda de él. Más aún: él es mi misma vida, y mi todo. Pues, ¿qué me puede faltar si Jesús vive? No me importa que me falte todo lo demás, con tal de que Jesús viva. Que yo mismo desaparezca, si él lo quiere. Me basta con que viva él, aunque sólo sea para él. Cuando el amor de Cristo llena de tal modo todo el afecto del hombre, que olvidándose y perdiéndose a sí mismo, sólo le preocupa Cristo y lo que quiere Jesús, entonces creo que la caridad ha llegado en él a la perfección. Para quien siente tal afecto la pobreza no es una carga, no siente las injurias, se ríe de las humillaciones, desprecia los males, la muerte la considera como una ganancia[32]. Y ni siquiera piensa que vaya a morir, ya que sabe que más bien es un paso a la vida, y dice con confianza: ¡iré y lo veré antes de morir!

Cristo nos da los medios para ir a Él, y el reino en su encuentro

            6. En cuanto a nosotros, queridos hermanos, aunque veamos que no tenemos tanta pureza, no obstante vayamos a ver a Jesús en el monte de la Galilea celestial, que nos ha indicado. Yendo, crece el afecto y al menos al llegar, alcanzará su perfección. Al ir, se ensancha el camino que al principio es estrecho y difícil, y se aumenta la fuerza de los débiles. Pues para que, ni Jacob ni ningún otro de la casa de Jacob se excusase de hacer el viaje, a parte de otros dones, se le enviaron al pobre viejo los gastos y las carrozas, y así nadie se preocupase de su pobreza o debilidad. La carne de Cristo es el viático, el Espíritu es el vehículo. Él mismo es el alimento, la carroza de Israel y su guía[33]. Cuando llegues, será tuyo, no lo mejor de Egipto, sino del cielo. Tu José te ha preparado el mejor lugar del reino para tu descanso. El que primero envió a los ángeles, a las mujeres y a los apóstoles, co testigos y mensajeros de su resurrección ahora es él mismo el que te grita desde el cielo: ¡Aquí estoy yo, al que llorabais como un muerto, ciertamente, por vosotros, pero ved que ahora vivo[34], y se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra[35]! ¡Venid a mí todos los que sufrís por el hambre y yo os reanimaré![36] ¡Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os tengo preparado![37]  Que el que os llama, él mismo os lleve allí donde, con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos.



[1] Gn 45, 25-28. Citado según el responsorio XI del Domingo 3º de Cuaresma.
2 Es decir, las lecciones y responsorios para las Vigilias de la 3º semana de Cuaresma.
3 Lc 24, 32.
4 Mt 5, 6.
5 Sal 50, 10.
6 “Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen”. S. BERNARDO, SC 15, 6 (Obras completas, 5).
7 1 Cor 5, 7.
 [8] Rm 3, 2.
[9] Lc 24, 32.
[10] Pr 9, 9.
[11] Gn 30, 24.
[12] Gn 39, 6.
[13] Gn 41, 45.
[14] Os 12, 10.
[15] Rm 3, 21.
[16] Gn 45, 26.
[17] Gn 32, 23-28.
[18] Gn 35, 11.
[19] Gn 45, 26.
[20] Mc 16, 10-13.
[21] Lc 24, 9. 11.
[22] Gn 45, 27-28.
[23] Se compone de Jn 20, 26 y Lc 24, 36-37.
[24] Jn 20, 22-23.
[25] 1 Jn 5,6.
[26] Hch 4, 33.
[27] 1 Jn 5, 6-10.
[28] Flp 1, 21.
[29] Mt 28, 16.
[30] Jn 6, 40.
[31] Jn 11, 25.
[32] Flp 1, 21.
[33] 2 R 2, 12.
[34] Ap 1, 18.
[35] Mt 28, 18.
[36] Mt 11, 28.
[37] Mt 25, 34.

9 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA (Ciclo C)


“Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos”. En una lectura rápida, esta página del evangelio de san Juan puede entenderse  como un sencillo encuentro familiar del Resucitado con un grupo de sus discípulos, con los que comparte una comida junto al lago de Galilea, y en el que Jesús, al final, aprovecha para hacer algunas recomendaciones a Pedro. Pero una lectura más atenta del texto hace descubrir que el relato contiene una serie de interesantes indicaciones que se refieren a la vida de la Iglesia y que son mensajes de perenne validez.

Pedro decide ir a pescar: algunos de los discípulos le siguen en su iniciativa. La Iglesia es cuerpo de Cristo y hay que actuar no individualmente, sino manteniendo la comunión en la fe y el amor. La decisión indivudual de ir a pescar sólo cosecha fracaso en tanto que no se siguen las indicaciones de Jesús. La Iglesia ha de contemplarse en su Salvador constantemente si quiere ser fiel a la misión recibida. Jesús se presenta discretamente, de tal modo que los discípulos no lo reconocen en un primer momento. En la descripción del juicio final según san Mateo, algunos que no supieron descubrir a Jesús de alguna manera presente en sus hermanos, dirán al juez, llenos de extrañeza: “¿Cuando te vimos hambriento, sediento, desnudo, enfermo o abandonado?”. Jesús es identificado sólo por el discípulo amado, cuando llega a entender el signo de la pesca abundante obtenida siguiendo las indicaciones del Resucitado. Por esto puede decir a los demás: “Es el Señor”. Hemos de aprender a leer los signos para poder vivir nuestra fe de modo auténtico.

Los apóstoles se hallan en el mar, Jesús en la orilla, en la tierra firme. Nosotros continuamos viviendo en este mundo que pasa, en el que nada es estable. Por esto conviene dejarnos dirigir por Aquél que está ya en la casa del Padre, donde ha ido a prepararnos la morada. Cuando los apóstoles desembarcan, son recibidos Jesús e invitados a un banquete en el que se distribuye pan y pescado asado, signos que aluden al sacrificio de la cruz y a su celebración ritual en la eucaristía, sacramentos que hacen la Iglesia.
Terminado el ágape, Jesús interroga a Simón Pedro por tres veces: “Pedro, ¿me amas?”. Sin lugar a dudas, se trata de una llamada al episodio de las negaciones que tuvieron lugar en la noche de la pasión. No se trata de reprochar, sino de confortar al interesado, para prepararlo para nuevos combates, que convendrá afrontar no contando solamente con las propias fuerzas, sino en la gracia del Espíritu.

Sigue la investidura de Pedro como guía y responsable de los hermanos. La misión que Jesús ha recibido del Padre y que ahora confía a sus apóstoles, no se entiende desde una perspectiva de dominio y de poder, sino desde una actitud hecha de amor y de servicio, del mismo modo que Jesús, el pastor del rebaño, no ha dudado en entregar su vida por su grey. El ejemplo del Maestro ha de ser seguido por sus discípulos, y con veladas palabras, Jesús hace comprender a Pedro que la misión que recibe y el testimonio que deberá dar no excluyen la prueba de las persecuciones ni el martirio cruento.


El fragmento del evangelio termina con un imperativo dirigido a Pedro: “Sígueme”. Este imperativo no es una cuestión meramente personal, sino que se refiere a toda la Iglesia, a cada uno de nosotros. Jesús nos invita a seguirle, a dar testimonio de su resurrección, para demostrar nuestro amor hacia aquel que por nosotros se ha hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Los apóstoles entendieron este mensaje, como recuerda hoy la primera lectura, y confesaron con libertad y valentía a Jesús siempre que fueron convocados ante las autoridades que les pedían razón de su predicación: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Los que hemos aceptado su mensaje, que tratamos de mantener su fe, conviene que vivamos como ellos vivieron, fieles a Jesús y al evangelio que nos ha dejado.

2 de abril de 2016

II DIMINGO DE PASCUA (Ciclo c)


        “¡Paz a vosotros! Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”. Todas las liturgias cristianas de Oriente y Occidente en el día de la octava de Pascua proclaman esta página del evangelio de san Juan, que describe dos apariciones de Jesús, una al aatardecer del mismo día de la resurrección y otra ocho días después. En esta página, el evangelista conduce al lector desde la actitud de desánimo y miedo que muestran los discípulos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos, hasta la proclamación de la fe en el Resucitado, que hace de aquellos hombres débiles y apocados, decididos testigos de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, como expresa en nombre de todos el apóstol Tomás al saludarle como: “Señor mío y Dios mío”.

La situación espiritual de los discípulos en aquel día queda expresada al decir que las puertas del cenáculo estaban cerradas y los dicípulos llenos de miedo. Pero el Resucitado llama a la puerta de sus corazones para que respondan creyendo. Se deja ver de aquellos hombres, que reciben la paz pascual y el don del Espíritu Santo, don típico y característico de la Pascua. A los apóstoles se les abrieron los ojos y vieron y experimentaron el hecho de estar con el Resucitado. Las dudas expresadas por Tomás han servido para inculcar de manera convincente que la misma realidad la poseeran también los que crean sin haber visto, sin haber palpado. La generación de los discípulos que vieron se esfumó en pocos años; las generaciones de los que creemos sin haber visto llenan siglos de la historia de los hombres.

La fe no es algo irracional, que se impone a la fuerza, sino una propuesta que se dirige a la mente y al corazón. La fe no pertenece al orden de las humanas «comprobaciones», sino que nace en el corazón iluminado por la gracia de Dios. La palabra de Dios llama a ir más allá de las realidades palpables para entrar de lleno en el misterio y creer firmemente en su Palabra. Pero conviene recordar también que la fe no es una forma de propiedad adquirida una vez por todas, que no se puede perder. La fe cristiana es un esfuerzo que ha de durar toda la vida, un superar obstáculos, un abrir puertas y horizontes, porque creer es dejarse llevar por el Espíritu de Dios, es mantener un diálogo contínuo con el Señor. Sólo quien se abre al Espírítu y cree es dichoso de verdad. Cuando la fe alcanza el corazón, los ojos ven lo que otros no llegan a ver.

            La fe pascual creó solidaridad y alegría en la primera comunidad cristiana. El Señor resucitado fue reconocido por los primeros discípulos con gozo y alegría, y esta experiencia les lleva a  comunicarla a los demás hombres para que puedan beneficiarse de su realidad. Del mismo modo que el Padre ha enviado a su Hijo, éste comunica el Espíritu a sus discípulos y los envía a proclamar la gracia y la salvación ofrecidas a todos. Esta será la misión que la Iglesia deberá realizar hasta el final de los tiempos. Nuestra fe en Jesús debe manifestarse no solamente con palabras sino mediante la vida de cada día de quienes formamos la comunidad de los creyentes. La primera lectura de hoy recuerda a los apóstoles anunciando a Jesús y la fuerza de su resurrección con signos y prodigios. El ejemplo de los creyentes suscitaba admiración: la gente que los observaba se hacía lenguas de ellos y sentían temor a juntárseles. Se daban cuenta de la exigencia que suponía aceptar aquella fe que transformaba a los individuos.


            Somos la Iglesia de Jesús en la medida en que creemos en el Señor resucitado, pero podemos preguntarnos si nuestra vida responde de verdad a la fe de los apóstoles, si nos esforzamos en vivir en comunión unos con otros. La fe, cuando es verdadera, sin apariencias ni engaños, exige también esforzarse leal y seriamente para hacer del precepro del amor, tal como nos lo propone Jesús, la norma de nuestra vida. Sólo así podremos estar seguros de seguir al Señor resucitado. Hemos de salir sin miedo del cómodo nido de nuestro egoísmo y convertirnos en testigos convencidos del Resucitado, del que es el primero y el último, del que estaba muerto pero que ahora vive, anunciándolo con nuestra vida entre los hombres para que todos puedan participar de su victoria.