21 de mayo de 2011

Sermón 20 de S. Bernardo


 BERNARDO DE CLARAVAL
         Bernardo de Claraval nació en Borgoña, Francia -cerca de Suiza- en el año 1090. Llamado el doctor melifluo por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María, compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros. San Bernardo abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en religión, latín y literatura. Descollaba poderosamente entre todos sus contemporáneos como oráculo, árbitro y guía de la Iglesia y la sociedad.
         Bernardo murió el 21 de agosto de 1153, tenía entonces 73 años y había sido abad durante 38. San Bernardo "llevó sobre los hombros el siglo XII y no pudo menos de sufrir bajo ese peso enorme". En vida fue el "oráculo" de la Iglesia, reformador de la disciplina y, después de su muerte, no ha dejado de instruir y vigorizar a la Iglesia con sus escritos. Los monjes de Claraval habían fundado ya 78 monasterios. Fue canonizado en 1174 y proclamado Doctor en 1899.

Cristo: sacerdote-víctima
         Pero hay algo que me conmueve más, me apremia más y me inflama más: es, buen Jesús, el cáliz que bebiste; la obra de nuestra redención. Ella reclama, sin duda, espontáneamente, todo nuestro amor. Cautiva toda la dulzura de nuestro corazón, lo exige con la justicia más estricta, le compromete con mayor rigor y le afecta con mayor vehemencia. Porque le exigió muchos sufrimientos al salvador. No le costó tanto la creación del universo entero: él lo dijo y existió; él lo mandó y surgió. Pero ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte. Mira cómo amó. No olvides que su amor no es mera devolución, sino una entrega total[1].
         Los autores místicos medievales no son preponderadamente intelectuales sino afectivos. Así, San Bernardo llevado de su piedad, ha aprendido a considerar amorosamente todos y cada uno de los aspectos de la persona de Cristo, y a meditar sobre todos los instantes de su vida y a derramar lágrimas por cada una de las heridas. Es natural, por tanto, que en su teología mística se vea obligado a considerar el papel de este amor sufriente a la persona de Cristo.
El Cantar de los Cantares ha sido uno de los libros favoritos de los místicos medievales, pero dentro del ámbito cisterciense es, entre todos los libros de la Biblia, la composición que más configura el carisma cisterciense en su raíz.
San Bernardo en este texto nos estimula al amor de Cristo, recordándonos “el cáliz que bebió”, su Pasión redentora.
Comenzamos el análisis lingüístico de este párrafo y observamos que abundan en él los verbos: conmueve, apremia, inflama, reclama, exige, cautiva, insultan, compromete, soportar,  oponen, espían, amó, olvides, devolución, vituperan, entrega. En total dieciséis verbos cuya finalidad es enternecernos, producir en nosotros una emoción intensa, sentir pena y dolor de ver lo que Él ha padecido por cada hombre; movernos fuertemente a compasión; encendernos en llamas de amor, excitar nuestros ánimos en deseos de sufrir por la Persona de Jesús. Nos apremia y obliga a devolverle tanto amor, AMOR que se desprende de la fuerza de su pasión y se derrama en cada alma para imitarle. Algo nos compele a amar prontamente a Cristo, para que nuestro corazón arda con facilidad, desprendiendo el mismo fuego de caridad que Jesús tuvo al beber el amargo cáliz para salvarnos del pecado. El adverbio: espontáneamente redunda en esta misma idea. ¡Cómo no amarle espontáneamente! y ¡cómo no vernos afectados con la mayor vehemencia, con el mayor ímpetu...y con la mayor dulzura, y amabilidad!
En este extracto hay solamente una cita de la Sagrada Escritura: “él lo dijo, y existió; él lo mandó y surgió” (Sal 32,9).
El amor de Dios es -dice San Bernardo- creador del amor del hombre: Él hace que le amemos (AmD. 22[2]) Nada más entrañable para él, que esta dependencia esencial y vital del amor humano para con el amor de Dios, del que es la creación, y de la que habla al comienzo de este sermón. La creación es una obra de salvación. Pero lo es, mucho más, buen Jesús, el cáliz que bebiste. Me lo exige a mí (nos lo exige a todos) con la justicia más estricta: es tanto lo que Él hizo por mí… (por cada hombre).
En el texto San Bernardo hace referencia a lo que tendrá que soportar, porque amándonos tanto, lo que le es más preciado, las almas humanas, se opongan a su amor, a su obra de Redención. Delata como un reproche solapado, un recuerdo triste que parece oscurecer su alegría ante el triunfo de su pasión, ante los que no le reconocen o se apartan de Él.
Pero también podemos destacar otra conclusión en estas palabras: Pero ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte, haciendo alusión a que siempre habrá almas que no verán el amor de Dios, porque sus pecados pasados o presentes se lo impiden.
Este texto de San Bernardo, es un gran estímulo para mi alma, comprometiéndome a sufrir con Él por tantas personas alejadas de su amor. Cristo, que padeció y sigue padeciendo en sus miembros por ser Él la cabeza, salvará a esas almas en el momento adecuado.
Para mí, monja contemplativa, en mi estado de intimidad con Dios he de buscar con la oración y los sacrificios, acercar a Cristo a esas almas alejadas de Él por sus pecados, para que abran sus corazones al don infinito de su AMOR, y no opongan ya resistencia a su Pasión salvadora; y, mientras se da en ellas esa conversión, o reconocimiento de su amor, intentar reparar... “Misterio profundo -como decía D. José Rivera, sacerdote en proceso de beatificación- que la salvación de muchos dependa sólo de unos pocos”.
Este texto de San Bernardo es de viva actualidad, no porque el mundo esté dispuesto a escucharlo, ya que: Ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte, sino por la inmensa necesidad que tenemos de Él. Dios, dueño y Señor de la historia, ha de suscitar en nosotros y recordarnos en este momento concreto, la sabiduría de la cruz: «necedad para los que se pierden, fuerza de Dios para los que se salvan» (1Co 1, 17-18). La experiencia del misterio de la Cruz inflamó en amor a San Bernardo y también hoy está destinada a ser un mensaje para los demás.
En la cruz se ha manifestado el amor gratuito y misericordioso de todo un Dios: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20), por cada hombre, por todos las personas. La imitación de Cristo es auténtica cuando incluye el asumir con Él el sufrimiento por amor (1P 4,14).
A todos los cristianos este: pero hay algo que conmueve..., nos tiene que mover a reparar y expiar por un grado más fuerte de justicia y de amor, para así padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobios”, y proporcionarle, según nuestra pequeñez, algo de consuelo. Como decía San Pablo en Col 1, 24. 29: ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros. Nos lo exige “con la justicia más estricta” a todos los mortales. Si en la historia humana está presente el dolor y el sufrimiento, se entiende entonces por qué su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la cruz. Si no hubiese existido esa agonía, si no hubiese bebido ese cáliz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.
Este texto, que refleja el Evangelio del sufrimiento, sigue siendo para el hombre de hoy un escándalo y una locura, porque el hombre naturalmente no capta las cosas del espíritu. (1Co 1,14). En la pasión y en la cruz de Cristo se condensa la historia larga y dramática de las infidelidades de los hombres al designio divino. Ya que la pasión nos lleva a meditar -como le ocurrió a San Bernardo- el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad a lo largo de la historia; no menos hoy, al contrario. Pero los sufrimientos de Cristo expían este mal y la luz de un Amor, el de Dios, es más fuerte que el pecado y el rechazo de ese amor infinito del que sufrió por todos los hombres.
Con este: pero hay algo que me conmueve más, me apremia más y me inflama más..., se esclarece la relación en que se encuentra el hombre con Dios. La revelación de Cristo sufriente es, a la vez, revelación de la lejanía y la desobediencia del hombre respecto a Dios. Lo que ahora es conocido es SU AMOR SIN MEDIDA: buen Jesús, el cáliz que bebiste, que puede ser al mismo tiempo causa de rechazo o de aceptación por parte del hombre. Es lo que sucedió con la obra de Jesús: perdonó los pecados que fueron reconocidos por los hombres, pero desveló también el pecado de incredulidad, que no fue admitido por los mismos pecadores. Siervo doliente e inocente -como nos dice Isaías- que se dejó llevar en silencio al patíbulo, abrumado por el pesado fardo de nuestros crímenes.
Al leer este texto de San Bernardo, podemos suplicarle, llenos de confianza y abiertos a la esperanza: ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, escucha y ten piedad!
                          S. Florinda panizo -O.Cist-



[1]Bernardo de Claraval, Cantar de los Cantares (V), Sermones sobre el Cantar de los Cantares, 20, Edición preparada por los monjes cistercienses de España, BAC, Madrid 1984, pág. 279
[2] Cf. SAN BERNARDO, tratado sobre el amor de Dios 22, pág.331.