23 de abril de 2014

DEL “YO” AL “NOSOTROS"

 ALTERNATIVA AL COMUNITARISMO
Y AL INDIVIDUALISMO


Fundamentos teológicos de la comunidad
“Contemplado el hombre a la luz de la revelación cristiana, se deduce la dimensión social del proyecto creador de Dios: no es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada (Gn 2,18). Esta afirmación evidencia que no es bueno para el hombre permanecer siempre en la soledad, privado de sus semejantes. Necesita del encuentro con el otro, ya que la existencia dialogal con sus iguales y con Dios le hace posible alcanzar su pleno desarrollo”[1]. Así lo afirmó el concilio VT II en la Constitución Gaudium et spes n. 25: Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación.
            Y, “porque el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), en él se da la dimensión personal y la comunitaria-trinitaria, sin que ambas dimensiones se excluyan entre sí. Las dos deben darse en la vida humana, puesto que son constitutivas del hombre. Toda la vida trinitaria es un intercambio eterno de conocimiento y amor entre las tres divinas personas, y el ideal de la vida humana no es otro que ese mismo intercambio eterno, filial respecto a Dios, fraternal respecto a los hombres”[2].
                “La vida comunitaria implica una referencia fundamental a la vida trinitaria. En ésta halla su origen aquella, y la vida de comunidad debe intentar reproducir la trinitaria”[3].
                “La Iglesia, y como ella la comunidad monástica, no es más que la comunión de amor restaurada por la redención de Cristo, y destinada a trabajar para que todos los hombres de todos los tiempos y espacios se incorporen a esa comunión de amor”[4].
                La apertura al “tú” es la experiencia primordial del ser humano, aquella en la que tuvo su origen el yo, como entidad única-singular-irrepetible.
            El tú humano, no es simplemente algo distinto e indefinido, ni es tan solo género humano, sino que indica rostros concretos, palabras, gestos, interacciones a menudo complejas y también dolorosas, choques con una diversidad irreductible…; significa sentirse llamado de un modo personal y original, y sentirse responsable ante el otro, y a la vez necesitado de la presencia del otro, de ese tú particular; significa hacerse reconocer por él: “sin el otro distinto de mí, yo no soy nadie, al menos, desde el punto de vista comunitario”[5].
                El hombre, según la clásica antropología cristiana, es una “unidad dialogal espiritual”[6], y solo se realiza en su individualidad abriéndose al diálogo con Dios y con los hermanos. Para el cristiano, en efecto, conocer a Dios es un acto intersubjetivo, no sólo porque implica la apertura a otro, sino porque es un acto que tiene lugar dentro de una serie de mediaciones en varios niveles, ante todo la de la Palabra dicha por Dios y hecha resonar luego en la comunicación fraterna.
            El hombre es relación, nace de una relación y se abre enseguida a la relación; no se da un “yo” sin un “tú”; por otro lado, la perspectiva cristiana anuncia a un Dios-Relación que establece enseguida una relación privilegiada con el hombre, lo salva mediante la Redención, lo envía a la relación con los hombres sus hermanos, y le invita a una relación para siempre con Él, y a través de él, con todas sus criaturas.
La comunidad monástica fraternidad en Cristo
            Desde los principios de la vida cenobítica se dio una gran importancia a la vida común en fraternidad, centrada en Cristo, origen y meta de la comunión.
            “San Benito emplea para designar al monje la palabra hermano con preferencia a cualquier otra. La comunidad monástico-benedictina es una fraternidad. Un grupo de hijos de Dios, iluminados por una fe viva y sostenida por una gran esperanza, unen sus vidas para amarse y amar juntos a Dios”[7].
            La imagen que de la comunidad traza San Benito, es una comunidad totalmente basada en la fe, que busca a Dios en todo, y que vive amando a Dios y al hermano; comunidad con un único fin: buscar a Dios.
            “Vivir en profundidad esa fraternidad cristiana en un contexto carismático particular es la razón última por la que la comunidad monástica se forma y subsiste”[8].
La Eucaristía es vínculo de unión entre los hermanos
            “No es posible recibir la Eucaristía como un alimento privado para después encerrarse en el propio individualismo. Ella -la Eucaristía- nos une al Señor y en ese sentido nos une entre “nosotros”. Es vinculante, en el sentido de que nos hace miembros del Cuerpo de Cristo, cuya unidad se constituye en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión”[9].
            Por lo que comulgar, no puede entenderse en una perspectiva individualista, “Nuestra individualidad, del encuentro en la comunión, se abre, liberada de su egocentrismo e insertada en la Persona de Jesús, que a su vez está inmersa en la comunión trinitaria”[10]. Y desde ahí, mientras que nos une a Cristo, nos abre a los demás, nos hace miembros los unos de los otros, y nos une no sólo a los hermanos más próximos sino también a los que están lejos, en todas las partes del mundo.
De la centralidad del sujeto a la crisis del individualismo
            No ignoramos que llevar a la práctica lo dicho, tampoco es fácil en una sociedad en que se vive un casi exacerbado individualismo que conlleva una cada vez más profunda falta de sentido de la vida comunitaria.
            Más sin duda la evangelización de las distintas formas culturales va realizando una transformación en el seno de nuestras comunidades; así, según las épocas y las sociedades, la influencia del comunitarismo y también del individualismo se tornan desafíos en la propia conversión personal y comunitaria, por la que hay que luchar individual y comunitariamente también.
            “Es indudable que se ha producido una transición desde el valor central de la comunidad y del bien común, típico de una cierta fase histórica y una cierta concepción de la sociedad occidental de los cristianos, a la centralidad del individuo, con consecuencias evidentes, y sin embargo positivas, ya que los sujetos estaban al servicio del bien común, y ha hecho, cada vez más, que la sociedad se ponga al servicio de la realización de los sujetos y de sus necesidades: si en otro tiempo las instituciones (incluso la eclesiástica) intentaba crear practicantes militantes al servicio incondicional de la causa, luego las cosas dejaron de ser así, ocupando el centro no ya la causa, sino la persona, que exige realizarse a sí misma buscando su propio bienestar, y dentro de este bienestar se convierte, en alguien capaz de ser generoso y de comprometerse profundamente”[11].
Sin embargo se necesita un discernimiento claro entre personalismo e individualismo. Entre comunitarismo (más propio de generaciones anteriores) y vida fraterna en comunidad.
Es verdad que en estos últimos años, hemos podido observar que el individualismo se ha ido convirtiendo en un modo de actuar o de ser, en todas las formas de vida social, incluyendo la monástica.
Sin duda es por el afán de búsqueda de nuestra propia identidad, de algo que nos “distinga” en cierto modo de los que nos rodean. Mas eso, que en sí es positivo, nos suele encerrar tanto en nosotros mismos, que nos olvidamos del otro. Vivimos muchas veces las relaciones, centradas en nuestros propios intereses, siempre condicionadas por la utilidad que todo tiene para sí mismo. El “Otro” es visto como una amenaza real al “yo”, como alguien que me limita, me coarta, me condiciona. Es así que nos olvidamos de que para encontrarnos a “nosotros” hay que verse en los “otros”. Sin la conciencia de que sin el otro nunca podremos vernos o distinguirnos, ni tampoco de la falta de originalidad y eficacia que tenemos en la sociedad en que vivimos. La centralidad del yo, no responde hoy especialmente a las exigencias profundas del yo mismo; está como en acto un proceso de desilusión.
Actitudes que son constructoras de la comunidad cristiana
            El hombre de hoy -en nuestro caso concreto- el monje/a de hoy, al mismo tiempo que tiene conciencia viva de su propia dignidad personal, debe luchar por tener la conciencia refleja de su dimensión social y comunitaria. Debe saberse “persona, precisamente por estar abierto a otras personas y en relación con ellas”[12]
            La vida comunitaria como hemos visto más arriba, en todos los tiempos, condensa y resume todo el contenido de la vida religiosa y constituye lo más nuclear e integrador de la misma. No se trata de estar juntos, sino en estar unidos con Cristo y en Cristo, compartiéndolo todo, desde los niveles más profundos: experiencia de Dios, vivencia de la fe, amor de fraternidad, ideas, tareas, bienes materiales, etc.
            -Amar con amor total, renunciando a toda posible forma de egoísmo en su amor.
            -Vivir decididamente para los demás, en disponibilidad total de lo que es y de lo que tiene, dándolo todo y dándose a sí mismo sin reservas, comunicando no sólo los bienes materiales, y principalmente la fe y experiencia de Dios.
            -Estar siempre disponible para los demás, sin condiciones de tiempo o de lugar, y sin acepción de personas.
      Mi experiencia de esta alternativa al comunitarismo y al individualismo en una comunidad concreta
            Todo lo rápidamente dicho anteriormente, puedo afirmarlo con el conocimiento que da la propia experiencia, ya que en una comunidad concreta, convivimos las tres generaciones en las que se perciben muy bien, este proceso de tendencias: el comunitarismopersonalismo e individualismo, frente al “nosotros comunitario”.
            La generación de las mayores de 70 años, que han vivido ese comunitarismo, tan típico de una fase histórica ya pasada, en el que el valor central lo ocupaba la comunidad y el bien común, intentando estar al servicio incondicional de la causas, quedando la persona siempre un poco en la sombra.
            La generación de los 48-62 años, prima la persona, pero se da un discernimiento claro, entre personalismo e individualismo, busca y lucha por este equilibrio que no es fácil.
            La generación de las más jóvenes 28-36, prima la persona, y también la tendencia al individualismo no del todo positivo y equilibrado, al menos en la práctica.
            En este sentido, es una especie de simbiosis en la que hay vida y creo ser verdaderamente realista, si digo que también hay crecimiento espiritual, personal y comunitario. Por lo menos, se busca vivir en una “unidad dialogal espiritual” -como dijimos más arriba- insertada en la Persona de Jesús, que a su vez está envuelta en la comunión trinitaria.
Hna. Florinda Panizo



BIBLIOGRAFIA

Juan Pablo II, Congregavit nos in unum Crhisti amor, La vida fraternal en comunidad, Editorial PPC, Madrid 1995.
Pascual Augusto, El compromiso cristiano del monje, Ediciones Monte Carmelo, Zamora 1977.
Alonso Mª Severino, La utopia de la vida religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid 1985.
M. Tenace, “L’antropologia tra la filosofia e la teologia”, en Leioni sulla divinomanità, Roma, p. 395
Cencini Amedeo, Relacionarse para compartir, Ediciones Sal Terrae, Bilbao 2003.
Pons Perales Eduardo, Vivir el don de la comunidad, Ediciones San Pablo, Madrid 1995.
González Bocos L., Guerrero J. Mª, Discernimiento comunitario, Instituto teológico de vida religiosa, Madrid 1976.
Aparicio Rodríguez Ángel, Canals Casas Joan, Diccionario de la vida consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 1989. 
 ______________________

[1] Eduardo Pons Perales, Vivir el don de la comunidad, Ediciones San Pablo, Madrid 1995, p. 21.
[2] Amedeo Cencini, Relacionarse para compartir, Ediciones Sal Terrae, Bilbao 2003, p. 21.
[3] Íbidem, p. 29.
[4] Íbidem p. 31.
[5] G. Anghisola a Paul Ricoeur, publicado en Avvenire, 27-VII-2001, 21.
[6] M. Tenace, “L’antropologia tra la filosofia e la teologia”, en Leioni sulla divinomanità, Roma, p. 395.
[7] Augusto Pascual, El compromiso cristiano del monje, Ediciones Monte Carmelo, Zamora 1977, p. 70-71.
[8] Íbidem p. 76.
[9] Cardenal Ratzinger, 22-XII-03.
[10] Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, 23-VI-2011.
[11] Amedeo Cencini, Relacionarse para compartir, Editorial Sal Terrae, p. 41.
[12] Severino Mª Alonso, La utopia de la vida religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid 1985, p. 126.

7 de abril de 2014

M. MARÍA EVANGELISTA QUINTERO


Monasterio Cisterciense de Valserena (Italia) en él vive la
 autora de este artículo publicado italiano,  en la revista
VITA NOSTRA
Sor María Francesca Righi, Valserena, OCSO

         Los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos son, en particular, también los pioneros e impulsores de la nueva evangelización: con su intercesión y con el ejemplo de su vida, atenta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran a las personas indiferentes e incluso hostiles la belleza del Evangelio y de la comunión en Cristo, e invitan a los creyentes, por así decir,  tibios, a vivir con alegría la fe, esperanza y caridad, a redescubrir el “gusto” por la Palabra de Dios y de los Sacramentos, en particular del Pan de vida, la Eucaristía[1].

Apertura de la causa de beatificación
        
         El lunes 26 de noviembre del 2012, a las 18’00, tuvo lugar en la Iglesia del Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz, la apertura del proceso de beatificación y canonización de la Fundadora M. María Evangelista Quintero Malfaz, natural de la Villa de Cigales, Valladolid. Junto al Arzobispo de Toledo  y a diferentes personalidades de la Iglesia local y de la Iglesia de España, el Abad General Dom Lepori, y el Postulador, P. Pierdomenico Volpi, estaban presentes, con la comunidad monástica y su Abadesa, las autoridades y le gente del lugar.

Motivaciones

         ¿Qué motivos tenemos para interesarnos por la figura de esta monja española, casi contemporánea de Santa Teresa de Ávila, cuya causa de beatificación apenas ha sido introducida el año pasado por la Orden Cisterciense? Expresamos sustancialmente uno, el principal, antes de dar de la Venerable María Evangelista un esbozo biográfico. El año de la Fe nos invita a recorrer la historia buscando en ella los testimonios de la santidad vivida:

         Será decisivo durante el curso de este Año recorrer la historia de nuestra fe, la cual ve en el misterio insondable de la unión entre santidad y pecado. Mientras la primera evidencia la gran aportación que los hombres y mujeres han ofrecido al crecimiento y desarrollo de la comunidad con el testimonio de u vida, el segundo debe provocar en cada uno una sincera y permanente obra de conversión para experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos[2] .

         Hacer un ejercicio de memoria recorriendo la historia, sugiere un acercamiento entre el tiempo en el cual ha florecido la santidad de María Evangelista y nuestro tiempo. Nosotros, hoy, a cincuenta años de la apertura del Vaticano II, nos preguntamos cómo hemos procedido, en la vida religiosa, según las directivas de aquel Concilio. Estamos llamados a calcular la reforma acaecida en orden a la respuesta a los signos de los tiempos. María Evangelista es una fundadora y una reformadora. Nosotros estamos en una época de reforma de la vida consagrada, y de redescubrimiento de las fuentes de nuestros fundadores. Podemos con gran utilidad, ver su obra como un modelo para cuanto estamos llamados a cumplir hoy.

         Encontramos una coincidencia curiosa: María nace en 1591. En ese mismo año, en otra región de Europa, Francia, nacen cuatro mujeres que tendrán la misión de reformar la Orden, a través de la renovación de sus comunidades: cuatro reformadoras. Citamos literalmente de la unidad del Programa Observantiae[3] .

         “Uno de los hechos fundamentales de la vida religiosa en la Francia moderna es la implicación de toda una sociedad de mujeres jóvenes en la renovación monástica, con la reforma de órdenes antiguas o la creación de nuevas congregaciones. Las monjas cistercienses tuvieron su parte en este movimiento. Cuatro de ellas, relativamente bien conocidas, nacieron en 1591.

         Estas son:
         - Jeanne de Courcelles de Pourlans (1591-1652), Abadesa reformadora de Tart,
         - Françoise de Nérestang (1591-1652), Abadesa reformadora de Mégemont, transferido seguidamente a La Bénissons-Dieu,
         - Angélique Arnauld (1591-1661), Abadesa reformadora de Port-Royal,
         - Louise Perrucard de Ballon (1591-1668), fundadora de las Bernardas reformadas de Saboya, nacidas en la Abadía Sainte-Catherine del Semnoz.

         Las familias de las cuatro monjas pertenecían a la aristocracia media y tenían relaciones más o menos antiguas con la Orden de Cîteaux. Beneficiados por el favor de los príncipes y sabiendo utilizar el sistema de la encomienda, metieron a sus hijas en abadías cistercienses de las que esperaban obtener el bastón abacial, para dar fama a su linaje, en busca de reconocimiento y de potencia, como demuestran sus historias más recientes. En esta perspectiva y conforme a las costumbres de la época, las futuras reformadoras ingresaban en el monasterio desde niñas y recibían educación.

         Jeanne de Courcelles de Pourlan, criada hasta la edad de 14-15 años en el monastero de Tart, vuelve a la familia por enfermedad, no se sentía capaz ni para el matrimonio, ni para la vida religiosa. Finalmente entró en las Clarisas de Migettes atraída por el canto coral. Cuando la carga abacial de Tart está disponible, su padre obtiene para ella el báculo y logra hacérselo aceptar encargándose él mismo de todas las formalidades. Jeanne recibe por tanto la bendición abacial, vuelve a hacer un año de noviciado e hizo la profesión a finales de 1618.

         Françoise de Nésterang fue puesta sobre el sitial abacial di Mégemont por su padre; su hermano Claude deviene Abad de La Bénissons-Dieu. Su padre para acomodar  mejor a la hija, logra obtener la permuta de estas dos abadías. Este cambio acontece el 2 y el 3 de julio de 1612, bajo la guía de Dom Denis Largentier, Abad de Clairvaux.

         ¡Jacqueline-angélique Arnauld, fue Priora a los 8 años y Abadesa a los 11 años!
         Louyse de Ballon, novicia con 7 años, confirmo rápidamente la elección hecha por sus padres. Las cuatro jóvenes entraron en venerables abadías cistercienses fundadas en la Edad Media. Mas en el siglo XVII, estas abadías se encontraban en una triste situación, tanto material como moral, habiendo la encomienda y las guerras de religión empobrecido en lo material y favorecido el relajamiento de las observancias”.

         La situación de María Evangelista es, en algunos rasgos, similar a la de estas cuatro mujeres y se desenvuelve en un tiempo que después de la grande herida de la reforma y el posterior Concilio de Tridentino busca la renovación y la aplicación de los decretos e reforma del Concilio. En general con Dell’Olmo podemos decir que antes de este tiempo:

         en la Iglesia entre la segunda mitad del siglo XIV y finales del XVm existe una fuerte tendencia a la reforma, animada por el deseo de retornar a la “observantia ad normam regulae” o “regularis observantia”, como reacción al relajamiento y a la decadencia, introducidos en las Órdenes monásticas y mendicantes por diversas causas internas y externas al mismo tiempo, de tal modo que si de una parte “la Observancia expresa la conciencia y el esfuerzo de toda la Iglesia para lograr una reforma eclesial”, por la otra parte precisamente “la Congregación de Observancia es la estructura eclesiástica con la cual las Órdenes religiosas buscaron hacer posible y estable la reforma religiosa[4].

         Pertenece al período sucesivo la unificación, en modo diverso en cada país, en Congregaciones. Desde 1591 se produce el alejamiento de los Feuillants[5] de la Orden Cisterciense. Éstos tenían 31 monasterios en Francia y 42 en Italia, entre ellos San Bernardo alle Terme, Sebastiano ad Catacumbas y fueron establecidos en Turín cerca de la Consolata y en el monasterio de Staffarda.

         Las Congregaciones surgidas en los siglos XV-XVII son las siguientes: Congregación de Castilla (1425); Congregación de San Bernardo en Italia (1497); Congregación Portuguesa (1567); Congregación de la Corona de Aragón (1616); Congregación Romana (1623); Congregación de la Alemania Superior (1624); Congregación Irlandesa (1626); Congregación de Calabria y Lucania (1633); Congregación de la Estrecha Observancia (1666); Congregación de los Feuillants (1595). Algunas de estas ya no existen. En la Orden hay también muchos otros monasterios incorporados directamente a la Orden y algunas Federaciones de monjas, bajo la jurisdicción de los obispos y otros monasterios, de algún modo unidos a la Orden.

         La Congregación de Castilla fue fundada en 1425, cuando el monje Marín de Vargas, de la Abadía de Piedra (Aragón) obtiene el permiso del Papa Martino V (Bula Pium supplicum vota) para la fundación de dos nuevos monasterios, con el objetivo de reconducir la comunidad religiosa a la observancia de la Regla, que, en aquel período, era bastante incumplida en España, a causa de las intrusiones laicas en la vida religiosa. Fundó por tanto el monasterio de Monte Sión (Toledo), que no estaba bajo la autoridad del Abad de Cîteaux, pero sí estaba directamente bajo la autoridad de Poblet (Tarragona). Después de la anexión a la reforma de un segundo monasterio, se inició un período de dolorosos conflictos e incomprensiones con el Capítulo General de la Orden. Sin embargo la Congregación de Castilla se distinguió, en el ámbito de la Orden por su rígida observancia, por el alto nivel cultural y por la minuciosa organización.

         Además de los problemas con el Capítulo General, en el siglo XVII, se inició un período de desacuerdo internos che duró hasta la supresión de la Congregación. Estos problemas fueron causados sobre todo por las luchas por obtener las cargas y los nombramientos por parte de los representantes de las cuatro provincias, La Congregación de Castilla dejó de existir de hecho en 1835 (debido a la desamortización de Mendizábal), si bien no ha sido nunca suprimida oficialmente por la Iglesia. Actualmente está compuesta por 13 monasterios femeninos.

         El monasterio de la Santa Cruz (Casarrubios del Monte, Toledo), fundado por la Madre María Evangelista pertenece hoy día a la Congregación de Castilla, como ya dijimos, la más antigua, y quizás la más rica y famosa, mas en el curso de la historia ha pertenecido al movimiento de la Recolección y después pasó a la Orden Cisterciense como dice el artículo del Padre Victorino Blanco en la Revista Monástica Cistercium.

         El 29 de abril de 1953, fiesta de nuestro S. P. San Roberto finalizó gloriosamente en el Monasterio de Santa Ana de Valladolid una institución cuatro veces secular y altamente fecunda en frutos de santidad. Para secundar las directivas que el Santo Padre Pío XII dio al mundo religioso mediante la Constitución Apostólica “Sponsa Christi” fue necesario que las pacíficas habitantes de este cenobio realizaran en su interior una profunda revolución. Esto suponía un paso decisivo de acercamiento y compenetración con el resto de la Orden y de ésto se alegraron mucho. Sin embargo, también suponía un sacrificio heroico. Se exigía por su parte la renuncia a algunas reglas y algunos usos que habían modelado su vida y que con su gran austeridad habían ejercido para ellas una irresistible fascinación. Se les  pedía renunciar a continuar representando el espíritu de aquella venerada institución que llaman Recoletas, de las cuales fue la Casa Madre durante casi cuatro siglos. Esto les costó mucho. Además, tenían en su historia una cadena de almas elegidas que con el suave perfume de su santidad conquistaron para Sta. Ana un lugar de honor entre las filas cistercienses. El primer aro de esta cadena se inicia en los albores de la Recolección y se une con las madres fundadoras. La Madre María Evangelista fue una mujer extraordinaria por la fuerza de su carácter, por sus dotes de gobierno, por su fortaleza en las pruebas y sobre todo por su santidad. Presentamos hoy una de estas almas que si Dios ha querido que permanecieran escondidas a la veneración póstuma de los hombres non son menos santas por el hecho de ser desconocidas[6].

Perfil de Madre María Evangelista

         En los archivos de los monasterios de Las Huelgas de Burgos, Santa Ana de Valladolid y de la Santa Cruz de Casarrubios del Monte (Toledo), existen muchos documentos che atestiguan la vida de Madre Evangelista, su recuerdo todavía permanece vivo.

         La vida de María Evangelista puede ser subdividida en cuatro partes:
         I. 1591-1609, infancia penosa y juventud precozmente madura (18 años). Nace en Cigales (Valladolid), el 6 de enero de 1591 y fue bautizada el 18 del mismo mes con el nombre de María (fue precedida por cuatro hermanos). Sus padres, Don Gonzalo Quintero y Doña Inés Malfaz, provenían de familias acomodadas. Eran buenos padres, ferviente cristiano y no tenían ningún otro interés que educar a sus hijos en la virtud. Don Gonzalo muere en 1592, cuando la niña apenas tenía un año; la madre, Dña. Inés, forjó cristianamente a la hija. María, supo crear un tesoro de las enseñanzas maternas y en las relaciones con las personas mantuvo siempre un comportamiento lejano de la ofensa a Dios. Hacia los 15 años sintió el deseo de consagrarse a Dios, pero el 14 de octubre de 1608, muere su madre. Finalmente, al año siguiente pudo coronar su deseo y entró en el monasterio de Santa Ana en Valladolid.

         II. 1609-1626, en Sta. Ana como hermana conversa (17 años).
         Era humilde con conocimiento, caritativa con amor, obediente sin interés, ágil sin precipitación, honesta, retirada, silenciosa y la más pronta al cumplimiento de las Constituciones y de la Regla[7].

         Su hermano D. Antonio, (tutor de su hermana) quizás a causa de la dote que debería dar por la hermana (pues había heredado más que suficiente para dote de monja de coro) eligió que su hermana fuera conversa[8], por Profesó y vivió como tal, durante diecisiete años. Fue una monja ejemplar durante este tiempo también, desenvolviendo los cargos monásticos asignados, con gran caridad, manteniendo el deseo de ser monja de coro.
        
No puedo negar que la parte de Religión en que me han puesto, en fin, como de Religión, es muy perfecta, mas para mí sólo la de corista tengo por proporcionada. Ésta es la que deseo, ésta a la que aspiro y para lograrla has de poner las diligencias, si hallasen en ti algún cambimiento (cabida) mis súplicas[9].

         III. 1626-1633, es finalmente aceptada como corista: en este período aparecen las llagas de los estigmas, y otro dones: de discernimiento espiritual, de hierognosis (conocimiento de lo sagrado), de profecía:

         Le hizo Nuestro  Señor merced de imprimirle sus santísima llagas. Y nuestro padre maestro fray Francisco de Vivar –que era confesor entonces- le mandó las mostrase a algunas, entre las cuales fui yo, aunque indigan. Un viernes me las mostró en las dos manos, las cuales las tenía que se conocía estar con gran dolor. Era un círculo redondo amoratado, como que debajo del pellejo había agujero. Y como era tan humilde, mostraba en su apacible semblante tanto encogimiento, que yo lo tuve grande de no afligirla, que no me detuve a mirar muy despacio, ni las toqué[10].
        
         En 1626 su confesor, P. Vivar, se dirigió a la Abadesa de Las Huelgas que en aquel entonces era Ana de Austria,  hija de don Juan de Austria, el héroe de la batalla de Lepanto, para lograr que María Evangelista se pasase a las monjas de coro. Ana de Austria consintió y así María pasó a las monjas coristas. Mientras tanto un matrimonio de Casarrubios del Monte, deseosa de tener un monasterio en la propia Villa, se dirigió al monasterio de Santa Ana.

         IV. 1634-1648, parte para fundar el monasterio de la Santa Cruz con otras dos hermanas y allí es elegida Abadesa hasta 1648.

         Después de varias vicisitudes, el 25 de octubre de 1633, partieron de Santa Ana las fundadoras del nuevo monasterio: Sor María Evangelista, Abadesa; Sor Francisca de San Jerónimo, priora; y Sor María de la Trinidad, vice-priora. Los comienzos del nuevo monasterio fueron difíciles a causa de la pobreza en la cual se encontraron las monjas; el 27 de noviembre de 1634 fue instituida la clausura monástica y María Evangelista se convierte en la primera Abadesa del monasterio de la Santa Cruz de Casarrubios del Monte. Su caridad se dilataba al pueblo de Casarrubios y más allá de él. También están certificadas varias conversiones obtenidas por la oración de la Abadesa, entre éstas recordamos la del Conde de Casarrubios Don Gonzalo Chacón. Durante su gobierno se produce el prodigio de la Sangre de Cristo.

         El milagro fue en la forma que sigue: el día 17 de enero, que es San Juan Crisóstomo, del año 1648, viernes, pasando la comunidad en procesión con los salmos penitenciales, como es de orden todos los viernes del año, todas las religiosas iban en ella desde la primera hasta la última. Sin avisarse una a la otra, iban reparando que el santo Cristo estaba muy demudado y, saliendo después de haber concluido con los salmos, comenzaron a dar estas noticias a la Santa Madre, todas allí en comunidad. Mas la Santa Madre, que lo sabía mejor que nosotras, convino en ello diciendo que era verdad; mas como Dios le había dado tan gran prudencia, mandó que por entonces que todas se fuesen a cumplir con sus obediencias. Y que después de dicha Tercia y una Vigilia y Misa cantada por una religiosa de la Orden, volveríamos en comunidad a reconocer lo que había. Lo cual se hizo así, estándose la santa efigie con el mismo semblante de congoja y sudor, y el ropaje, que es morado muy oscuro, como de color ceniza, de todo lo cual nos certificamos muy bien.

         Viendo la Madre Evangelista que era tan cierto que sudaba sangre y agua, me mandó a mí, Sor María Gertrudis del Santísimo Sacramento –que soy la que escribe esto y estuve presente a todo-, que fuese a cierto lugar donde Su Reverencia me señaló y trajese un lienzo para limpiar la santa imagen. Lo cual hizo por su propia mano y supe después, por un confesor suyo, que le había dicho nuestro Señor: Tú sola, María, habías de ser la que me aliviase y limpiaras de este sudor y congoja[11].

         El paño, con las manchas de sangre, se conserva todavía hoy en el monasterio de Casarrubios como el cuadro con el rostro de Cristo que se venera en la Iglesia conventual. Desde aquel día María Evangelista comenzó a sentirse mal y murió el viernes 27 de noviembre del 1648.

         Su cuerpo fue expuesto en el coro durante dos días; la gente acudió de todas partes para venerar a la Madre y para tocar su cuerpo. Como testimonio de esta veneración es el título de Venerable que le fue dado, por los fieles, a la Madre Evangelista. Después de cinco años sepultada, se encontró su cuerpo incorrupto y emanaba un suave perfume, tanto que todos querían ver y sentir tal prodigio. Muchas personas han dejado testimonio escrito de este extraordinario acontecimiento. En 1965 su cuerpo fue nuevamente hallado incorrupto y sepultado en la Sala Capitular del monasterio. El 2 de julio del 2013 se procedió a la exhumación de los restos de la Sierva de Dios para trasladarlos a la Iglesia del monasterio donde ahora reposan.

Conclusión

         Releemos las etapas de su vida en el monasterio a la luz de la doctrina espiritual de nuestros Padres,  y las doctrinas clásicas de los grandes doctores de la Iglesia: las etapas de la purificación, de la iluminación, de la unión, e incluso según la doctrina de San Bernardo: de la verdad sobre sí mismo, de la compasión y de la contemplación:

         I etapa: Como hermana conversa: Purificación: amor de la verdad en sí mismo, el primer plano del primer grado de humildad/verdad en el banquete de la Sabiduría.

         II etapa: purificación que es compasión. Es el segundo grado de la verdad: después de haber conocido la propia miseria se vuelve uno capaz de compasión hacia el prójimo, y el signo de esto es la co-participación en la Pasión del Señor que en ella se comprueba en el don de los estigmas (Tú serás como mi sombra, le dice Cristo), y confirmados por numerosos testimonios de la calidad humana y espiritual de sus relaciones, de su poder-capacidad de curación.

         III etapa: contemplación: es el tercer grado de humildad, o de amor a la verdad en sí misma, significado en particular por las dos formas que Bernardo mismo indica como el culmen del camino espiritual (M. María Evangelista tuvo un gran don de acogida de las nuevas vocaciones, permaneciendo sin embargo bien adherida a la pureza de la Regla) y la contemplación del Rostro, encarnada por el último signo de la contemplación del cuadro que suda sangre y agua donde María Evangelista viene a ser una nueva Verónica.

         Muere justo después de este último episodio. ¿Qué hizo entonces sino che Cristo prolongara su pasión en su Iglesia? El 1648, año de la muerte de M. Mª Evangelista y también año de la Paz de Westfalia[12].

         El 20 de noviembre el Papa Inocencio instaba vigorosamente la estipulación de esta Paz, en la que se había enterado con vivo dolor que la religión Católica era equiparada a la confesión  protestante. En Westfalia se derrumbaron las bases de la cristiandad, la unidad de la fe y la orgánica unidad de la autoridad, Papa y emperador. Ahora, se puede declarar desaparecida la sociedad de la cristiandad, cuando se rechaza el derecho divino que articulaba a todos sus miembros en Dios y en el magisterio de su Iglesia. En su lugar entraron los estados confesionales protestantes, con un derecho natural desligado de Dios y ya sin límites, y los estados confesionales católicos. Esta cristiandad lacerada, en la Europa de raíces benedictinas, renacerá precisamente en los siglos de la expansión misionera en las Indias y en América. El respiro universal de la Iglesia duramente probado por la fuerza centrífuga del protestantismo, renace en el abrazo misionero al mundo apenas descubierto. Mas Cristo tiene un bello motivo de continuar emanando sangre y agua viendo el semblante de la cristiandad irremediablemente dividido. Además es singular que los carismas de los cuales ha sido dotada la Madre Evangelista constituyan una silenciosa respuesta a temas puestos en discusión por la reforma protestante: la hierognosis[13]: el reconocimiento de Cristo verdaderamente presenta en la Ostia consagrada, la veneración de una imagen, la vida monástica vivida integralmente en una positiva tensión de reforma.

         Volviendo a nuestra época; nuestro mayor reto uno es sólo una cristiandad dividida, sino de una profesión abiertamente atea y anticristiana de la mayoría de los estados. La figura de María Evangelista puede servir de maestra y modelo, y su vida de fecundo ocultamiento acrece la fe en nuestra vida de oración.

Traducción de la Hna Marina Medina



[1] Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Canonización de Hildegarda de Bingen y Juan de Ávila, 7 octubre 2012.
[2] Benedicto XVI, Porta Fidei, Carta Apostólica en modo de motu proprio, 11 octubre 2011, n.13.
[3] AA.VV., Obsevantiae. Continuità e riforme nella Famiglia Cistercense, este programa ha sido realizado por las comunidades de la Familia Cisterciense y, para este fin, puede ser libremente reproducido y traducido. Para otro tipo de uso, los derechos son reservados, Roma, 14 septiembre 2002 www.ocso.org, pp. 72-75, Mons. Alain Guerrier.
[4] Mariano  Dell’Omo, Storia del monachesimo occidentale dal medio evo all’età contemporanea, Jaca Book, Milán, 2011, p. 293.
[5] Feuillants era el nombre que se daba a los monjes cistercienses de la abadía de Notre-Dame-des-Feuillants, fundada en 1145 en el reino de Francia, en territorio perteneciente posteriormente a la diócesis de Rieux. Se establecieron como una Congregación separada en 1591, con la reforma del abad Jean de la Barrière que aprobó el papa Gregorio XIII. El nombre (del francés feuille -"hoja"-) provenía de su régimen de alimentación, estrictamente vegetariano, sin incluir huevos ni pescado. Entre otras normas, debían dormir y comer sobre el suelo, realizar trabajos manuales y guardar voto de silencio. Establecieron dos monasterios en Roma. En 1630 la orden se dividió en dos ramas, la francesa (Feuillants) y la italiana (Bernardinos reformados). La rama francesa fue suprimida durante la Revolución, en 1791; mientras que la italiana se reintegró a la Orden del Císter.
 [6] Victorino Blanco, Una estigmatizada cisterciense, Cistercium 1953, p. 226-239.
[7] Don Pedro de Sarabia, Vida y espiritualidad de la Madre María Evangelista, Libro I, nº. 223, S. XVIII.
[8] Significa que se dedicaría en el monasterio a las labores domésticas y no participaría de los rezos de las horas liturgica,s a no ser la Santa Misa.
[9] Carta a su hermano Antonio, Don Pedro de Sarabia, Vida y espiritualidad de la Madre María Evangelista, Libro I, nº. 233, S. XVIII.
 [10] Carta de la Madre Micaela María de Santa Ana, 6 de mayo de 1663, Fundadora y Abadesa del Monasterio de Santa Ana de Lazcano.
[11] Don Pedro de Sarabia, Vida y espiritualidad de la Madre María Evangelista, Libro II, nº 271, S. XVIII.
[12] Concluida en 1648 con los Tratados de Münster y de Osnabrück, la Paz de Westfalia pone fin a la guerra de los Treinta Años, uno de los conflictos más sanguinarios de la historia. Mientras la Europa moderna se forma entorno a los estados-naciones, una nueva organización de las relaciones internacionales aparece en el horizonte. Será este modelo el que condiciones la geopolítica durante dos siglos más.
[13] Hierognosis: “capacidad de percibir y reconocer lo que es sagrado o bendecido”, por ejemplo el carisma de reconocer la presencia real de Cristo en las formas consagradas, y reconocer sin embargo, cuales no están consagradas, y en general, reconocer la presencia de signos de santidad.