30 de mayo de 2015

DOMINGO DE LA SANTíSIMA TRINIDAD

GLORIA AL PADRE AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO

            “Reconoce hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Estas palabras del libro del Deuteronomio invitan a recordar a Moisés, el  hombre que hizo salir de Egipto a unas pequeñas tribus esclavizadas por el Faraón, y que, en la soledad del desierto fueron formando el pueblo hebreo, el pueblo de Israel, que, a pesar de su fragilidad, pudo y supo superar ataques y persecuciones de naciones más fuertes, para llegar hasta el día de hoy, como heredero y portador de una tradición espiritual, en cuyo seno apareció Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, venido para salvar a los hombres de toda raza, lengua, cultura y nación.

            La razón que explica la supervivencia de Israel es precisamente su fe en el Dios único, que le escogió, le guió, lo protegió. La Biblia ha conservado los avatares de la relación entre Dios y su pueblo escogido, relación hecha de rebeliones, pecados y apostasías, junto con muestras de perdón, amor y misericordia. La contemplación de esta historia justifica plenamente las palabras que Moisés dirige a su pueblo: “¿Algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?”.

            La fe de Israel es una fe surgida de la experiencia de haber sentido a Dios junto a sí, en el bien y en el mal, y desde esta realidad vivida ha creído, se ha fiado de Dios. Y esta fe en Dios no queda en  palabras que se lleva el viento, sino que revisten en algo sumamente concreto como es observar los mandamientos, que han entenderse no como imposición de dominio por parte de Dios y de sujeción de parte del hombre, sino como respuesta amorosa y libre del hombre a este Dios que se le hace vecino y compañero, con el que mantiene un diálogo que promete vida.

            Este Dios único, amante de los hombres, a los que ha hablado repetidas veces por medio de profetas, ha querido, en la plenitud de los tiempos, hacerse presente en la tierra en la persona de su Hijo Jesús, para repetir con inusitada insistencia su deseo de ser reconocido como Padre amoroso, que quiere que los hombres sean en verdad hijos y herederos suyos, participando en la misma vida divina. Y comunica con generosidad su mismo Espíritu, para que enseñe a los hombres a llamar sin miedo a Dios con toda confianza: “Abba, Padre”.

            Pero la historia se repite. El hombre de hoy a menudo cierra los oídos del corazón y no acoge la Palabra que salva. Poco a poco, tanto los individuos como la sociedad, vamos marginando al Dios que se ha manifestado, al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha enriquecido con su Espíritu, que quiere acercarse cual Padre a sus hijos amados. Cada vez más se considera inútil e innecesario este Dios que se nos ha revelado, y el hombre, para no estar sometido al Dios que le ofrece la vida, la inteligencia y la libertad, no duda en escoger otros dioses, ante los cuales se postra, para rendirles homenaje y servicio, para dedicarles su atención, su tiempo y sus energías, no dudando a veces en sacrificarles incluso su vida y la de los demás. Los nuevos dioses que han suplantado al Dios de la Biblia se llaman dinero, poder, placer, diversión, negocios. Y estos dioses, aunque prometan mucho, al fin de cuentas no son capaces de proporcionar la verdadera vida, la verdadera libertad, que en cambio ofrece el Dios de la revelación.

            Nuestro Dios, el Dios de la revelación, no pide que salgamos de este mundo. Fue él que nos dijo: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”. Nos espera una gran labor, la de colaborar con Dios en la promoción del mundo, para que sea cada vez más justo, más humano, pero esta gran obra hemos de hacerla como hijos de Dios, sin renegar de aquel que ha querido ser llamado Padre y hacernos hijos y herederos. Quizá no estaría de más que, hoy, en la intimidad de nuestro corazón, nos examinemos y nos preguntemos con toda sinceridad: ¿a qué Dios adoramos? ¿En qué Dios creemos? ¿a qué Dios servimos? 

26 de mayo de 2015

FAMILIA QUE ALCANZÓ A CRISTO EN SÉNTESIS (2ª Parte)

  Gerardo.

NARRADOR. Bernardo  contaba ya en su haber con el primer candidato de la lista para  acompañarle al monasterio de Cîteaux. Su hermano Guido, el mayor de los siete hermanos, el cual como ya hemos dicho, llegaría a ser  un elemento excelente que tomó en serio la vida religiosa, como antes había tomado la del  matrimonio, porque las enseñanzas de aquella madre sin par, Alicia de Montbart -que no se cansaba de insistir ante sus hijos la fidelidad a Dios- nunca las echó en olvido. De aquí  que llegaría a ser un monje de cuerpo entero, cumplidor fiel de los deberes impuestos por el estado monástico.¡Cuanto pudiéramos añadir aquí en alabanza suya!

        Tras esta primera victoria, Bernardo no tardaría en habérselas con el segundo de los hermanos, Gerardo, que le seguía a él en la lista de varones. Aunque  todavía estaba libre de compromisos, sin embargo, la fama  que corría sobre él, era poco halagüeña, pues era considerado  como el hueso más duro de roer, por cuanto iba a oponerle una resistencia tenaz, que sólo el carácter indomable de Bernardo, unido a su oración ardiente y perseverante por él conseguirían la victoria total contra toda esperanza.

 GERARDO – gozaba de una fama de valor que corría de boca en boca. Sentía gran afición por las armas, es más,  gozaba de  poder emplearlas en defensa de su pariente el Duque de Borgoña; pero Bernardo se empeñó en apartarle de aquella profesión y enrolarle en otra milicia mucho más distinta  y gloriosa de la que llevaban los penitentes del desierto. Para iniciar el diálogo, buscó una oportunidad de poder entrevistarse con él y entablar un diálogo  entretenido que el militar nunca pudo ni soñar.

         ¡Mira, Gerardo, te voy a hacer una propuesta que te va a gustar! Sé que te agrada la milicia, que toda tu ilusión es hallar un sujeto con quien medir el poder de tu brazo robusto en una pelea, que no hay nada en el mundo que te ilusione tanto como el manejo de las armas. Es una buena cosa, pero ¿por qué no te vienes conmigo y te enrolas en otra milicia mucho más gloriosa que la de un soberano terreno? ¿Por qué no me sigues a un lugar que te voy a mostrar? Mira: hace unos años se establecieron unos monjes vestidos de blanco en un monasterio rodeado de bosques al sur de nuestra región borgoñona, los cuales debido a los grandes problemas que sucedieron, tuvieron que ausentarse un grupo de fundadores, con los más jóvenes. Quedándose sólo allí un grupito de monjes mayores y sólo algún que otro joven. Necesitan savia joven para  que se renueve la comunidad - bastante entrada en años- abrazando la vida monástica para dar vida a aquel monasterio.

        Por mi parte, estoy decidido a acudir a la llamada de Dios engrosando las filas de aquellos hombres de Dios, pero no quiero ir sólo, busco gente que me siga, jóvenes llenos de entusiasmo dispuestos a continuar con aquella empresa que está atravesando por malos momentos. ¿Por qué no lo piensas en serio  y te vienes conmigo? Medita estas frases lapidarias de la Biblia: "¡Servir a Dios es reinar"! El que deja padre, madre hermanos y todas las cosas del mundo por amor a Cristo y se viene conmigo. Qué alegría sería para mí poder contar contigo.¡Piénsalo bien, pero pronto y dame un sí rotundo!

GERARDO - (Despectivo y mal humorado) Ignoro por completo ese lenguaje; es más, no tengo necesidad de entenderlo; porque me hallo muy satisfecho sirviendo a nuestro pariente el Duque. ¡No me vengas con músicas! ¡Todos somos libres y que cada cual vaya por donde le dé la gana, que a mí me tiene sin cuidado lo que me propones.

BERNARDO  - ¡Gerardo! ¡Teme ser infiel a la gracia del cielo, que hoy llama a la puerta de tu alma por boca de este  tu querido hermano! ¡Tal vez esta obstinación que noto en ti,  pueda resultarte demasiado cara por lo que te pueda acaecer! 

 GERARDO (Más sosegado) Ya sé que has logrado conquistar  el corazón de nuestro hermano mayor Guido, pero pienso que conmigo no tienes nada que hacer. Me parece el colmo de la demencia que nosotros, nacidos para brillar en el mundo, para conquistarse un nombre ilustre como el de nuestros antepasados, renunciemos a tantas caricias como nos sonríe la vida de la milicia, para encerrarnos en la oscuridad de un convento... Aprovechémonos de la vida, que lo demás es cuento. Con tal que llevemos una piedad ordinaria como todo el mundo, es suficiente para merecer el último rincón que quede vacío en el reino de los  cielos. ¡No quiero oír hablar de penitencia!

          BERNARDO - (Persuasivo) Más necedad existe indudablemente  en aquellos que, dándose cuenta de que todo lo de esta vida es fugaz, pasajero, deleznable y digno de desprecio, a pesar de ello se apegan a las cosas terrenas, yendo ciegos tras la copa de un placer momentáneo que el mundo les brinda en abundancia. Créeme -Gerardo- la verdadera felicidad se halla única y exclusivamente en el servicio de Dios, y en crucificar la carne con sus apetitos en vida para conquistarse un puesto ilustre en el cielo. ¡Esto es sin duda alguna el colmo de la alegría para un cristiano que viva honestamente en el mundo.

        GERARDO - Ya sé que eres muy amigo de predicar, de llevar el agua a tu molino, haciendo que todos bailen al son que tu tocas, pero has chocado con un sujeto bastante empedernido, con el cual no tienes nada que hacer. ¡Mira! ¿Sabes lo que estoy pensando? Que te has equivocado conmigo, porque pierdes lastimosamente el tiempo. Dejémonos de historias: sigamos cada cual el camino que Dios nos ha trazado, y san Pedro será benigno con nosotros el último día cuando acudamos a  llamar a su puerta.

          BERNARDO - (Muy serio) Veo que eres duro de cerviz, como militar que eres. Pero a pesar de ello, no cesaré de insistir contigo  hasta ganar la batalla. Quiero añadir, para terminar, que si no es por las buenas, va a ser sin duda por las malas. ¡Ya lo verás!  Te añado,  mí  ¡Gerardo!´,  que pierdes lastimosamente el tiempo con este tu hermano que busca lo mejor para ti.  No esperes que haga el infeliz como lo hizo Guido, dejando a su esposa y a sus dos hijas, para dar gusto a un hermano amigo de dominar siempre. Creo que debemos dar por terminada la sesión  ¡Tararí…!

        Añadiré que no podemos continuar discutiendo, porque perdemos el tiempo y además en este momento la corneta llama  a formar, y no me es posible faltar a los deberes que impone la milicia. Te dejo en paz con el mejor deseo de que todos aquellos con quienes trates de conquistar, los halles más asequibles que a este soldado servidor de nuestro pariente el duque.

  BERNARDO (Entusiasmado): Así me agradan los hombres, que sean amigos de cumplir con puntualidad sus deberes, acudiendo presurosos al toque de la corneta. Pero ten en cuenta lo siguiente: Ya  que no   has querido ceder por las buenas, el Señor se encargará de llevar a cabo lo que desea de ti por los medios inverosímiles que él tiene en su mano. (Le señala con el dedo el costado de Gerardo) "Vendrá un día -y no está lejos- en que una lanza herirá este costado en el sitio que estoy tocando, y abrirá camino a pensamientos más saludables”.

            Se despidieron ambos hermanos con un abrazo no muy caluroso, yendo cada cual a cumplir con su deber, Gerardo satisfecho de haber logrado alejar de su lado a aquel hermano que le resultaba importuno porque se metía en sus cosas, y Bernardo seguiría orando con insistencia a Dios para que completara los planes que tenía señalados sobre él.  - A los pocos días, éste tuvo que tomar parte en una batalla contra los enemigos del Duque; le tocó las de perder: fue herido en un costado y hecho prisionero, dando con sus huesos en un oscuro calabozo, cargado de cadenas. Viéndose abandonado de todos, con peligro inminente de que las heridas se le gangrenasen y como resultado expuesto a comparecer de un momento a otro en el tribunal divino, recordando las palabras proféticas de su hermano Bernardo, quien le predijo la herida precisamente en aquel sitio que le señaló con el dedo; comenzó a dar voces despavoridas diciendo:
Soy monje, soy monje del Cister!"

        Pronto llegó a oídos de Bernardo todo lo sucedido, y le faltó tiempo para acudir presuroso a las puertas de la prisión, llamó en seguida. Le permitieron entrar y   llegar hasta el calabozo donde estaba Gerardo, se puso en contacto con él, hizo lo que pudo por curarle las heridas y obtener la libertad. Le explicó detalladamente todo lo que había pasado, animándole a soportar la dura prueba, prediciéndole que pronto sería rescatado. Así sucedió Bernardo se entrevistó con los jefes  de la prisión, se les dio a conocer, tardando poco en que le diera la libertad al soldado. Cuando todo había quedado normal,  en él encontró el segundo voluntario  para seguirle de monje a la fundación de Cîteaux, integrándose en el número de los treinta. Rápidamente acudió con él en dirección de Chatillón sur Seine.

        Gerardo fue un monje cabal en Císter primero, y en Claraval después, llegando a ser como el brazo derecho del propio san Bernardo, que le ayudó en todo momento hasta merecer una muerte santa. Es famoso el sermón de las exequias que pronunció el Santo con ocasión de la muerte de su hermano Gerardo, lamentando más su falta por los servicios que prestaba a su persona, que por el hecho de ser hermanos de sangre.
        Obtenida la victoria difícil sobre su hermano Gerardo. Bernardo la emprendió para tratar de atraer hacia si nada menos a su tío Galdrico.

Galdrico
 Se trataba de un excelente varón, hermano a Alicia, la santa mujer que Dios puso en el Castillo de Fontaines por compañera fiel de aquel varón justo que se llamó Tescelino, a fin de dar vida a los siete hijos que estaban destinados a consolidar la orden  Cisterciense, la misma que no pudo llevar a cabo san Roberto de Molesmo, según queda dicho, y  Dios había suscitado a Bernardo para poder lograrlo por diversos caminos que estamos tratando de explicar. Galdrico era un Caballero popular que vivía en la Borgoña no lejos de Fontaines dando un admirable ejemplo de vida cristiana en toda la comarca. Como su vida estaba relacionada con los hijos de Tescelín y Alicia, poco tardó en enterarse de los manejos que Bernardo traía entre manos, además de que muchas veces eran los dos quienes se entendían perfectamente y dando  por descontada su adhesión total al grupo de candidatos que iba conquistando Bernardo para consolidar Cîteaux. 

Despedida de Fontaines



BERNARDO, mientras tanto, con el resto de  postulantes reunidos, por haber llegado el momento de la partida, acudieron todos al castillo  de Fontaines para despedirse de de su padre, el venerable Tescelín y pedirle su bendición. Los cinco hermanos y demás compañeros que seguían se presentaron en tropel en el castillo a despedirse de aquel patriarca a quien tanto amaban, para pasar unas horas con él, disfrutar de un espléndido banquete y a continuación recibir sus últimos consejos  y pedirle su bendición. Pasaron todos un rato  agradabilísimo, y luego de despachar el gran  menú  festivo que  había mandado preparar, se dispusieron a emprender  la marcha,- no sin enterarse antes del benjamín de la familia,

NIVARDITO, con doce años, a quien habían echado de menos

Efectivamente, aquel  benjamín de los hermanos por ser muy pequeño no podía seguirles al convento. En aquel momento se hallaba jugando en la plaza con los demás niños. Se acercaron los hermanos y todo e grupo a darle el adiós con un  abrazo. Guido, el hermano mayor  a quien ya conocemos, tomó la palabra en nombre de todos, y le exhortó: (Cariñoso) Ya ves, Nivardo - le dijo  -: aquí tienes a todos tus hermanos que venimos a despedirnos de ti, porque nos vamos al Císter; que es un monasterio donde vamos a consagrarnos a Cristo en la paz de la vida monástica para vivir solo para Dios. Todos, de común acuerdo, hemos  acordado lo siguiente: Dada corta edad, te quedas en el mundo, con nuestro padre, Humbelina y con su esposo.  Como no quedan otros herederos, el castillo y toda la hacienda que nos pertenecía a los hermanos va a ser toda para ti: porque nosotros no necesitamos  nada del mundo; quedas tú sólo como dueño universal de cuantos bienes pudiéramos heredar nosotros. Nos bastan  sólo los que Dios nos tiene preparados en el cielo.

  NIVARDO - ¡Se quedó pensativo sin saber qué responder, sorprendido por la novedad de aquella promesa que le acababan de hacer. Luego de pensarlo un rato, contestó al instante:

 ¡Bueno es éso! ¿Conque vosotros elegís el cielo y a mí me dejáis la tierra? Eso no puede ser, no lo  acepto, el reparto no es igual. ¡

        Terció BERNARDO. ¡Ten ánimo, muchacho, sé fiel a Dios, que ya llegará el día –no tardando- en que podrás unirte a nosotros en el claustro, y darás mucha gloria a Dios en el Císter borgoñón y en España.

         Efectivamente, al llegar a los quince años renunció todas las cosas de la tierra para unirse a sus hermanos que se hallaban sirviendo a Dios en la abadía de Claraval recién  fundada por su propio hermano Bernardo, cuyo nombre se estaba  difundiendo en auras de celebridad por las principales naciones europeas  merced a su intenso apostolado y dinamismo desplegados por doquier.

         NIVARDO sería un puntal de primer orden del que echarían mano de él los superiores para echar cimientos de diversos monasterios. Los españoles tenemos un grato recuerdo suyo, pues aun cuando el hecho no está bien probado, con todo, personalmente opino que es cierta la opinión general de la mayoría de nuestros historiadores de haber sido él quien echó los cimientos del famoso  monasterio de la Santa Espina (Valladolid) en el año 1147, habiendo muerto allí  en olor de santidad, aunque el Señor no ha permitido que  se conociera el lugar  de su sepulcro. Por mas que se intentó desde el primer momento.     

Casualmente se hallaban cuatro o seis antiguos amigos de estudios  de Bernardo, tenían algunas impresiones sobre intenso apostolado que venía haciendo aquel hombre en la comarca buscando adeptos, y al enterarse que aquel gran amigo y pariente de Bernardo, se iría  con él, les faltó tiempo para dar su nombre para incorporarse en el  momento que lo dijeran a sus padres. Acudieron luego a presentarles sus deseos vocacionales, obteniendo fácilmente un  feliz resultado.

       
         En el que estaba el  punto de reunión de los prosélitos que Bernardo iba reuniendo. Allí se le unieron varios amigos desde los tiempos del colegios, entre los cuales se pueden citar Godofredo de la Roca, un primo suyo llamado Hugo de Vitrí, otro pariente del santo por nombre Roberto que se mostró de conducta intachable durante los primeros años, pero después se dejó seducir por los monjes cluniacenses, ocasionándole no poca amargura, pero le dirigió una carta  lamentando su fea acción de dejar el Císter, logrando que volviera a  Claraval y muriera en fama de santidad.
       
        BERNARDO.  Fijada la fecha de la partida para Cîteaux, Su intensa labor proselitista hasta reunir el grupo de los treinta compañeros que tenía previstos para capitanear, los fue recogiendo sin cesar, entre los cuales, además de los hermanos Bernabé y Andrés, lo fue completando, y no son dignos de ser presentarlos por no haber escenas llamativas, sólo hubo uno digno de mención su tío Galdrico, personaje distinguido, entrado en años, que habiendo quedado viudo, y habiendo oído  las propuestas de su sobrino, se sintió joven y le dio palabra de seguirle al desierto, resultando un monje hecho y derecho. Ya tenía Bernardo consigo aquel tropel de treinta pretendientes. Pero todavía no hemos dicho nada sobre el lugar que le había llenado de ilusión. Vaya  una pequeña síntesis del motivo por el que San Bernardo pensó poner en marcha aquella empresa de jóvenes entusiastas que estaban dispuestos a seguirle.

20 NARRADOR. La orden del Císter, fundada en 1098, hacía sólo doce años- por Roberto de Molesmo y un grupo de monjes benedictinos en las selvas de Cîteaux. Tan austera era aquella vida, que alejaba de sus puertas a los pretendientes, y los que se acercaban, no se decidían a entrar. El abad Esteban Harding temía por el porvenir de la casa, pero Dios acudió en su ayuda con la llegada de Bernardo y demás compañeros, reclutados entre las clases más distinguidas de la Borgoña. Desde aquel momento, comenzó el desbordamiento de vocaciones, de suerte que no tardaron en fundar un nuevo monasterio, al que seguirían otros hasta el punto de poblar de abadías  las principales naciones europeas.

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21 TESCELÍN
        Con la despedida de Bernardo y demás  compañeros, ya sólo quedaba como único morador del castillo de Fontaines Tescelín, aquel padre dignísimo de tales hijos, en compañía su hija Humbelina que había contraído matrimonio y vivían a su lado alegrando su vejez. Sucedió que un día cuando ya Bernardo se hallaba ya instalado echando los cimientos de la abadía de Claraval y tenía a sus órdenes los demás hermanos y compañeros que había reclutado y llevaba consigo, se le ocurrió hacer un viaje al monasterio  para visitarles. Le recibieron como era de suponer, lo mismo que a un patriarca, deshaciéndose todos en atenciones hacia él, lo mismo sus hijos que los demás monjes, pues se daban cuenta de la grandeza de aquel hombre que había sido capaz de forjar los corazones de los hijos que allí vivían para Dios en completa ascesis.

        Regresaría al castillo, y allí vivía gozoso de haber sido un fiel cumplidor de la misión que Dios le había confiado en el mundo. Con santo orgullo contemplaba los trofeos pendientes de los muros descarnados de la fortaleza, premio al esfuerzo de sus cacerías y victorias amigas contra los enemigos, pero le faltaba conseguir una última victoria no menos ardua que las anteriores: triunfar de si mismo. También lo conseguiría no tardando com vamos a ver.

        Cierto día, en uno de los viajes apostólicos que Bernardo se vio obligado a hacer al mundo para arreglar asuntos, al pasar no lejos del castillo de Fontaines, se acercó unas horas para abrazar a su querido padre,  para enterarse cómo seguía y los problemas que le aquejaban. Antes de despedirse, le abordó al anciano de manera inesperada:

        BERNARDO: Papá: ¿Qué haces aquí solo en el mundo? No tienes a nadie que alegre tu vejez, que comente contigo los acontecimientos de cada día, que te entretenga en las largas noches invernales? ¿Por qué no te vienes con nosotros a Claraval, para vivir en la casa de Dios, en compañía de todos tu hijos, que allí son felices por haber hallado el cielo en la tierra.  ¡Sería el colmo de la alegría de todos nosotros, que surgiera en tu corazón un arranque de fe generosa,  que te atrevieras a dejar a un lado todas las cosas de la tierra en manos de tu hija y te vinieras con nosotros a la  soledad.

        TESCELIN. Perdona, hijo, pero es que nunca lo había pensado, pues mis canas no están para dejar el mundo y retirarme a un desierto solitario. Perdona, papá, precisamente por  hallarte tan sólo y desamparado, permítame que insista: ¡Te hablo muy en serio, papá! ¡Vente con nosotros a Claraval, ya verás qué feliz vas a ser en compañía de tus hijos, a quienes proporcionarás  la mayor alegría.

        Vuelvo a insistir: Perdona, ¡Hijo! ¿Qué podrá hacer un viejo como yo  de más de setenta años  en un monasterio? No quiero pensar que voy a ser una  verdadera carga para vosotros. ¡Si fuera más joven, otra cosa sería, pero ¡a estas alturas!
       
        ¡No digas eso! Papá, puedes rezar, puedes sacrificarte por la Iglesia y por el mundo, porque tienes un corazón joven, capaz de amar a Dios con verdadera obsesión; en el momento que te veas arropado y querido de  tus hijos y todos los demás monjes que nos acompañan, se sentirán felices, porque en Claraval, todos formamos una verdadera familia... Tus únicas preocupaciones en la vida monástica van  a ser: entregarte a labores humildes y  buscar la manera de agradar a Dios. Indudablemente puedes llegar a conseguir una perfección tan encumbrada, como el más santo de los monjes con muchos años de vida monástica.

        Si así es, no tendrá inconveniente alguno en recluirme en Claraval, y ponerme a tus órdenes. Lo voy a pensar en serio, y si al fin me decido, ya te avisaré de inmediato, para que pienses en  la manera de venir a buscarme.
    
        A los pocos meses, el señor del castillo de Fontaines, el bizarro militar de otro tiempo, el esposo fiel de Alicia, una vez arregladas todas sus cosas y dejadas legalmente a su hija Humbelina, avisó a su hijo comunicándole que estaba dispuesto a abrazar aquella vida, y por lo tanto podía acudir a recogerle. Rápidamente acudieron en su busca  y se fue a Claraval a ponerse bajo la dirección de su mismo hijo. Fue una de las mayores fiestas que se celebraron en aquella abadía de santos varones, cuando después la prueba precia como todos los nuevos que ingresaban, acordaron  que se   celebrara la vestición del hábito humilde de de hermano converso, perseverando hasta la muerte que fue la de un santo. Esta fue la más señalada victoria obtenida por el esforzado guerrero de antaño.

 Humbelina

        NARRADOR -  De toda aquella familia, ya sólo quedaba en el mundo Humbelina, única hembra, como debemos  entre los hermanos. Era la heredera universal de todos los bienes que tenían sus padres, puesto que los demás hermanos habían renunciado todo por Cristo.  Educada en la piedad sólida  por su santa madre Alicia, al verse sola en el mundo, joven y deslumbrante de belleza, comenzó a dejarse esclavizar por las modas. Vivía feliz con su esposo, un caballero distinguido de su misma alcurnia, rodeados ambos de distinguida servidumbre pero  Dios no les concedió descendencia, porque tenía para ella otros fines laudables. Pasaron varios años juntos  viviendo ella como gran señora aprovechando de todas las distracciones honestas que facilita el mundo, viajando de continuo con su esposo y servidumbre en busca de lugares placenteros.

        Visita Claraval.   Cierto día, le entraron ganas de visitar Claraval donde oresidía su hermano Bernardo y se hallaba  su padre y todos los hermanos que allá se hallaban sirviendo a Dios en un estado santo pero de sacrificio. Se atavió lo mejor que le dictó su vanidad, mandó preparar un carruaje deslumbrante y rodeada de servidumbre emprendió la marcha a Claraval, semejando una verdadera princesa.  Al llegar al monasterio, mandó llamar a la portería. Poco tardó en salir a abrir Andrés, uno de los hermanos, quien reconociéndola al instante, luego de los saludos cariñosos, que se deja comprender, le faltó tiempo para echarle una mirada de arriba abajo, haciendo cierta mueca de desagrado, increpándole algo serio.

         ¿Pero Qué  estoy viendo? ¿Eres tú la hija de Alicia de Montbart? ¿Acaso esas alhajas deslumbrantes cubren otra cosa que un saco de podredumbre? No me explico cómo has llegado a ser una mujer tan mundana, habiendo tenido una mandre tan santa y ejemplar. 

          UMBELINA - (entristecida). Es verdad: soy una pobre  mujer mundana y pecadora que rinde demasiado culto a un cuerpo de barro vistiéndole con galas, que al fin no son otra cosa que  trapos.

        ANDRES - Ahora mismo voy a dar cuenta a Bernardo de tu llegada, pero puedes suponer  la cara que pondrá en el momento que le diga que te has presentado aquí con un tren de vida respirando soberbia.

        BERNARDO. Recibida la información de para del potero, mandó llamara a Andrés con este recado: vete a ver a Humbelina  y dile que su hermano Bernardo tiene más mas serias que hacer, que complacer a una mujer mundana. Lo mejor que puede hacer  es que se vuelva por donde ha venido, que en Claraval, hay mucho que hacer, lo dejaremos para otra ocasión!

 ANDRES -  (Serio) Me acaba de decir Bernardo que hoy no puede recibirte, que sus múltiples ocupaciones le impiden satisfacer los caprichos de una mujer sumergida en las vanidades del mundo... Me añadió que tomaras el camino y te vuelvas por donde has venido, que tendríamos otra ocasión para vernos....

 HUMBELINA - (Llorosa) ¡Pobre de mí! Soy una mujer culpable, es cierto; por eso precisamente  busco la compañía de los santos; si nuestro hermano Bernardo desprecia el cuerpo, que el siervo de Dios tenga al menos compasión de mi pobre alma, que estoy dispuesta a hacer cuanto él me diga... Vuelve a insistir con él para que me perdone; estoy segura que lo hará, porque tiene un corazón compasivo. Dile que esta visita ha de servir para transformar mi vida. Volveré al mundo, si, pero ya no seré más del mundo... El portero volvió a entrar en el monasterio, se dirigió a la celda de Bernardo, le transmitió el mensaje que le había dicho su hermana. Era lo que él esperaba: un golpe fuerte de la gracia divina para que quedara transformada. Mandó avisar al padre y a los demás hermanos, y todos salieron a la hospedería. Luego de los abrazos cariñosos que la prodigaron todos, se sentaron en corro a comentar cosas de la familia.

        HUMBELINA... ¡Papá, qué ganas tenía de verte!... ¿que tal te va con esta vida, tan distinta de la que llevabas en el castillo? Me figuro que te habrá costado mucho adaptarte, pero ahora disfrutarás de una paz envidiable. ¡Hija! Nunca pensé que se podía ser tan feliz en la tierra, y menos dentro de los muros de un monasterio, donde no nos enteramos de nada de lo que pasa en el mundo. Dios está tan cerca de nosotros, la presencia de la Virgen se siente tan cercana, que no me explico cómo es posible que no invadan los monasterios multitud de jóvenes como andan amargados y sin rumbo por esos mundos, expuestos a la condenación eterna...

        GUIDO. ¡Sin duda tendrás noticias de Isabel y de mis dos niñas Adelina y Lucrecia, que ya serán unas mocitas! Les puedes decir que soy muy feliz de haber hecho el sacrificio tan grande que Dios nos ha pedido a todos, pero no fue ni será nunca por desafecto hacia ellas, antes las amo ahora con todo mi corazón, y después de Dios, todo mi afecto, todo mi recuerdo, lo mejor de mis oraciones son para ellas, para que sean fieles a Dios en el mundo.

        HUMBELINA -  Las veo con frecuencia a las tres porque cada poco se acercan al castillo donde pasan buenos ratos a mi lado. Todas conversamos alegremente, comentando los recuerdos de los tiempos pasados. Las niñas son dos criaturas preciosas, muy espigaditas, y ambas de costumbres angelicales. De seguro que cuando llegue a casa, allí estarán esperando noticias de vosotros y de los demás hermanos, por supuesto, lo primero que me preguntarán será por el abuelito, que tanto las mimaba dándoles todas las golosinas que caían en sus manos.

          TESCELIN -  Diles a las dos de mi parte que su abuelito está viviendo los mejores momentos de su vida, que ha encontrado en la tierra una felicidad envidiable, y esta felicidad sólo se halla en Dios, viviendo unido a él, y sacrificándose por el mundo. Que ellas traten de vivir también una existencia centrada en Cristo, teniendo siempre a la Virgen por estrella que guíe sus pasos; verán cómo también hallarán una felicidad grande, aunque nunca será tan intensa como la que tenemos las almas consagradas.

        BERNARDO - Teníamos muchas ganas de saber de tu vida, Humbelina. Eras la única mujer que Dios puso entre los seis hermanos, a quien amábamos todos, pero que Dios te llamó por caminos muy distintos a los nuestros. Los demás hermanos y yo, aquí estamos sirviendo a Dios, disfrutando de una felicidad que si el mundo se enterara -como decía muy bien papá- asaltarían los monasterios multitud de pretendientes.

NARRADOR - Siguió la animada conversación durante todo el día, sobre todo recordaron las virtudes de su madre Alicia, que bien podía ser candidata a los altares. Sobre todo Humbelina se interesó mucho por Nivardo, el benjamín de la familia, recién profeso, que se mantenía silencioso y estaba a la expectativa, dejando que hablaran los demás hermanos: HUMBELINA. Y tú, Nivardito, no me dices nada. ¿Qué tal te sienta esta vida de retiro del mundo y de continua penitencia? Me figuro que no te habrás olvidado de tus amigos, y de tantos recuerdos gratos como dejaste en el Castillo y sus alrededores. Qué quieres que te diga. Esta vida, para mi es haber hallado el cielo en la tierra, porque nuestro recogimiento comunica una paz indecible.

        NIVARDO -  No te puedes hacer una idea a lo feliz que soy en esta vida, que para los mundanos les parece triste, pero aquí siento a Dios tan cercano, que estoy como pez en el agua, al verme rodeado de tantos hermanos que me quieren no sólo los de la familia, sino también todos los demás monjes, pues formamos una verdadera familia. En cuanto a olvidarme de mis amigos, y de tantas cosas como me rodeaban en el castillo, es imposible. De los amigos me acuerdo mucho pero en el sentido de pedir por ellos para que sean fieles a Dios. Del castillo, me acuerdo sobre todo de los perros con los que jugaba, de los rincones del bosque por los que merodeaba sin cesar, sobre todo en la primavera para buscar nidos y recoger avecillas que luego enjaulaba.¡Imposible olvidar tantos recuerdos de la infancia! Ahora, mis aficiones son muy distintas. Me han enseñado a ser alma de oración, a estimar el sacrificio en su justo valor, a amar a la Virgen con toda la ternura. Esta es mi vida, que no cambio ni  por nada aunque me ofrecieran todo el oro del undo.
                        
   COLOFON - A última hora de la tarde, Humbelina se despidió de su padre y hermanos, abrazándose con toda la ternura que se deja comprender y emprendió viaje de regreso al Castillo. Aquella visita marcó huella imborrable en su vida, porque llegó a Claraval con el corazón esclavizado por las modas y atractivos mundanos, y salió de allí con un despego total de todas esas cosas que llenaban su vida, pero no llenaban su alma. Comprendió que la verdadera felicitad solamente se halla en Dios y en su seguimiento fiel, tratando  de hacerlo  ene. Porvenir de su vida, comenzando  vivir de manera muy distinta. Dejó a un lado todas las alhajas y trajes llamativos, se enamoró de aquellos que antes  menos le agradaban, frecuentaba la iglesia, los sacramentos todo lo permitido en aquellos tiempos, se retiró de conversaciones y tertulias inútiles, sólo hallaba gusto con las cosas espirituales. El pensamiento de sus hermanos la obsesionaba, pensaba en la manera como lograr alcanzar una dicha semejante. Le parecía cosa difícil, pues los lazos del matrimonio la tenían encadenada al mundo. No obstante, comenzó a insistir con su marido -persona buena- quien al ver que la esposa persistía en retirarse a vivir en el desierto, abrazando la vida monástica como sus hermanos, hizo a Dios ese sacrificio, dejándola abrazar la misma regla que observaban su padre y sus hermanos.

  Una vez que la autorizó a dar el paso, ella pidió el ingreso en el monasterio benedictino de July -no pudiendo abrazar la observancia cisterciense, como sus hermanos, porque todavía no se habían fundado estas religiosas cistercienses, llegando a ser una alma de verdadera entrega, pues sus virtudes no fueron inferiores a las de sus hermanos. Hoy figura en el catálogo de los santos, Su fiesta es el 12 de Febrero.
        Ahora si que:

 
 ¡TODA LA FAMILIA HABÍA ALCANZADO A CRISTO, puesto que los siete hermanos y el padre se habían consagrado a él, y ¡tres de ellos merecieron el honor de los altares! Bernardo, Gerardo y Humbelina!

                                                          Por Fray Mª Damián Yáñez Neira
                                                          Monje de Oseira (Orense)

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