10 de noviembre de 2017

MEDITANDO LA PALABRA DE DIOS.

     

       “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él”. Hoy, el apóstol San Pablo invita a renovar nuestra fe en el misterio pascual de Jesús, en su resurrección, que comporta como consecuencia la resurrección de todos los que creen en él. Los cristianos hemos de vivir con esta confianza, que permite superar cualquier temor o miedo, mientras esperamos que llegue nuestra participación plena en el misterio pascual, manteniendo nuestra relación con el Señor de tal manera que sea posible recibirle con alegría, cuando llegue el momento de nuestro encuentro con Él.
         Esta espera vigilante del Señor es el tema del evangelio que leemos en este domingo. Una vez más, Jesús se sirve de la imagen de las bodas para hablar acerca del Reino de los cielos. La parábola de las diez doncellas que esperan al esposo está inspirada en la celebración del matrimonio según las costumbres judías del tiempo de Jesús. Sin embargo Jesús no desarrolla en todos sus detalles el tema, sino que utiliza solamente aquellos elementos del mismo que sirven para proponer una actitud precisa en los creyentes que esperan participar un día en la fiesta nupcial de la vida eterna. Así, algunos aspectos - como la misma figura de la esposa, que no es otra que el pueblo elegido, la Iglesia - no aparecen en absoluto, otros son simplemente aludidos, mientras que otros reciben un desarrollo apropiado.
         El centro de la atención está ocupado por el esposo y, junto a él aparecen las doncellas que debían acompañar a la esposa. La espera gozosa del esposo y también su retraso, entran en las costumbres de la época. Jesús insiste en que la espera se prolonga excesivamente, adquiriendo de esta manera un carácter alegórico que culmina con la  llegada que tiene lugar a media noche, alusión cargada de sentido. En efecto, la llegada del esposo señala el comienzo de la celebración nupcial, pero al mismo tiempo indica el término del tiempo adecuado para prepararse a la misma. Para aquellos que no se han dispuesto de modo conveniente se recuerda la imposibilidad de participar a la fiesta: “Os lo aseguro: no os conozco”. El que no ha sabido aprovechar el tiempo largo de espera no es digno de participar a la boda.
Cinco de las doncellas eran sensatas, es decir, no sólo juiciosas y prudentes, sino llenas de aquella sabiduría que les permite comprender en el modo adecuado el misterio divino, las exigencias del Reino. Por esta razón se preparan, toman aceite junto con las lámparas, y así en el momento de la llegada, podrán acoger al esposo. Las otras cinco doncellas, necias, despreocupadas, superficiales, se pierden por falta de un cálculo adecuado acerca de la llegada del esposo, y si bien con prisas en el último momento tratan de hacer lo que era necesario, lo hacen fuera del tiempo y quedan excluidas de la fiesta nupcial. No se critica el hecho del sueño y del dormirse. La espera es en verdad larga y entra dentro de lo posible dormirse. Pero a pesar de todo, hay que preveer esta posibilidad y estar preparados: hay que prevenir las exigencias de lo que nos aguarda. La advertencia está dirigida a todos los miembros de la comunidad: la espera, aunque sea larga, ha de ser vigilante.
         La sabiduría demostrada por las doncellas sensatas es el tema expuesto en la primera lectura. El autor del libro de la Sabiduría expone como ésta se deja encontrar por los que la buscan, más aún, ella misma va en busca de los que son dignos de poseerla. Esperar no es una actitud pasiva, sino un esfuerzo para vivir en la sabiduría que Dios nos ha comunicado, de manera que no nos encuentre distraidos.
         No sabemos ni el día ni la hora, nos dice el Señor. Con estas palabras no quiere infundir miedo o inquietar los espíritus. En su amor quiere invitarnos a no perder nuestro tiempo, a dejarnos llevar por la sabiduría y a velar, para que cuando llegue el momento podamos salir al encuentro del Señor. Tengamos preparadas nuestras lámparas, tengamos aceite de repuesto y velemos para que el Señor, cuando venga, nos deje participar en el banquete de bodas.


3 de noviembre de 2017

Meditando la Palabra de Dios. Domingo XXXI - A


“Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví —dice el Señor de los Ejércitos”. El profeta Malaquías no duda en apostrofar a los sacerdotes de su tiempo, porque, con su modo de obrar,  han descuidando las exigencias del propio ministerio, dejando de ser fieles a la enseñanza según la Ley, no respetando las exigencias del culto que la santidad de Dios merece. Esta lectura ayuda a entender mejor lo que Jesús propone en el evangelio.
         Las polémicas de Jesús con los grupos que guiaban el pueblo judío que han sido propuestas en los domingos precedentes,  manifestaban el drama, que se repite a menudo a lo largo de la historia, del enfrentamiento del hombre con Dios. El hombre, como si intentase defenderse de los constantes esfuerzos que Dios hace para atraérselo,  muchas veces se da valor a aspectos parciales de la revelación, con el resultado de que en lugar de «servir a Dios», se sirve de Dios para mantener su propia situación, más o menos privilegiada. Contra un tal modo de actuar, Jesús reacciona duramente para poner en guardia a las generaciones futuras.
         Jesús no tiene dificultad en reconocer el papel confiado legítimamente a los letrados y fariseos, cuando afirma: “ En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos”. Por lo tanto es necesario prestarles crédito y obediencia. Sin embargo estas personas en su modo de comportarse demuestran una incoerencia deplorable que obliga a Jesús a decir también: “No hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”. Y da algunos ejemplos de este modo de proceder.
El primero es la no observancia de los mismos preceptos que enseñan a los demás. El segundo es el egocentrismo que les lleva a actuar de tal manera que sus actos suusciten admiración de los demás. Se trata siempre de usos de la vida cotidiana de los judíos, que vienen esplotados en beneficio propio. Jesús no critica los usos sino el espíritu con el que se ponen en práctica. Quién actúa de tal manera, está lejos de haber entendido el contenido de la ley y de los profetas, es decir la verdadera fidelidad a las exigencias de la Alianza, a la renovación interior para recibir al Señor que viene. Esta página hay que leerla no solamente desde una perspectiva histórica sino como una advertencia siempre presente y actual. En efecto, las críticas de Jesús a los responsables de su tiempo pueden merecerlas, con matices quizá algo diferentes, los responsables de la comunidad eclesial, a los que dirigen hoy a la comunidad de los creyentes en Jesús.
         En la segunda parte del evangelio Jesús recomienda a la comunidad a no buscar títulos: maestro, padre o jefe, porque estos títulos y la realidad que suponen corresponden por derecho al Padre o a Jesús. Con estas palabras, Jesús no excluye cualquier tipo de jerarquía en la comunidad sino que señala el espíritu con que han de ejercer su ministerio los que han sido designados para continuar su servicio. La comunidad eclesial es una familia, congregada por el Padre por obra del único Maestro y Jefe que es Jesús. Él es el único parámetro de cómo hay que actuar en la comunidad: Él es el siervo por excelencia, que se ha rebajado hasta la muerte de cruz, para ser exaltado como Señor y Mesías.
         En la segunda lectura Pablo ha recordado su ministerio en la comunidad de Tesalónica, indicando cual ha de ser el comportamiento de los que anuncian el Evangelio. El apóstol recuerda sus esfuerzos y fatigas para que su predicación no comportase un peso para sus discípulos. Esto ha de entenderse como manifestación del amor que el ministro de Jesús ha de tener y de manifestar sin cesar. Es cierto que en último término es Dios que actúa, per esto no dispensa al ministro de determinadas características que dejen claro que es testigo y portavoz de Dios. Comportarse como una madre, estar dispuesto a dar incluso la vida indican las verdaderas dimensiones del apóstol cristiano.

         

13 de octubre de 2017

Meditando la Palabra de Dios. Domingo XXVIII, A


            “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. Jesús, en su actividad de predicador itinerante, preocupado en transmitir a los hombres el mensaje del amor de Dios, que quiere salvar a todos y hacerles participar en su vida, tuvo que se enfrentarse con la falta de interés, e incluso con la oposición. En el evangelio  numerosos textos dejan entrever como Jesús tuvo conciencia del aparente fracaso que suponía la actitud de su pueblo, y de ahí estas severas advertencias, para ver si lograba hacerles reaccionar. Israel, en su condición de pueblo elegido, era el invitado por excelencia a participar en la nueva comunión de vida que Dios ofrece a los hombres, sin embargo, rechaza las constantes invitaciones de Dios a la conversión, e incluso reacciona violentamente, como demuestra el trato que da a los enviados del rey, que recuerda como han sido tratados los profetas, primero y después Jesús mismo. Esta actitud negativa de los primeros invitados hacia los siervos del rey, entraña la consecuencia de dejar su puesto en la mesa a otros comensales.
         Pero además de esta realidad, la parábola evoca varios temas bíblicos, cargados de significado. El primero es el del banquete preparado por Dios al final de los tiempos, banquete que reunirá alrededor de la misma mesa a todos los fieles servidores de Dios. Este tema ha sido evocado con la primera lectura. El hecho de reunirse alrededor de una mesa para comer y beber juntos permite establecer entre los comensales una relación más intensa y la posibilidad de mayor amistad. Dios, por medio de los autores de la Biblia, haya utilizado esta imagen para recordar a los hombres su proyecto de reunir a toda la humanidad y hacerla partícipe de su amor y de su vida.
         El segundo tema es el de las bodas. La Biblia, para evocar el gesto de Dios, que en su designio de salvación, busca al hombre para introducirlo en su amor y en su vida, ha utilizado a menudo la imagen nupcial en la que Dios actua como esposo y el pueblo com esposa. Así se quiere indicar la relación estrecha que Dios quiere establecer con nosotros.
         Otro tema que la parábola nos recuerda es la gratuidad del amor de Dios para con nostros. El gesto del rey, que ante la negativa de los convidados de la primera hora a participar en el festín, hace salir a los criados por los caminos, para llamar a todos, buenos y malos como precisa el evangelio, gratuitamente, sin limitaciones, muestra la fuerza de su amor: la llamada es general y no presupone ningún requisito: malos y buenos son llamados e introducidos en la sala del banquete, indicando así que basta acoger la invitación.
         Pero no podemos pasar por alto otro tema insinuado en la parábola por la escena del invitado que no se ha vestido de fiesta para participar en el festín. Es cierto que Dios llama a todos, sin distinción, sin preferencias, pero quien ha acogido la invitación para participar en el festín de Dios, ha de demostrar un mínimo de respeto, y no desmerecer la llamada recibida. Hay que revestirse de Jesús para producir los frutos del Espíritu.
         Jesús en su parábola ha recogido estos temas y les ha dado un significado muy concreto. Todos nosotros hemos sido llamados por Dios para participar en su vida que no tiene fin. La vida cotidiana, llena de angustias, tristezas, trabajos y pruebas, ha de quedar iluminada por esta llamada a participar en el festín que Dios nos ha preparado. Todo lo puedo en aquel que me conforta, ha dicho Pablo en la segunda lectura. Esforcémonos también nosotros para responder debidamente y revestirnos con el hábito nupcial que nos permita gozar con plenitud cuanto Dios nos ofrece.